Divina Comedia. Paraíso (edición bilingüe)

Dante Alighieri

Fragmento

Prólogo

Paraíso

PRÓLOGO

NIVELES DE ABSORCIÓN

No hay un texto comparable al Paraíso en la literatura universal. Y esto es ya la tercera vez que ocurre con las partes de la Comedia. En este caso, no hay un texto que articule tan sostenidamente la experiencia mística (quizá el Masnavi de Rumi). Y sin embargo hay poetas más místicos que Dante, o a los que así juzgamos: Ibn Arabi, Rumi, Attar, Yunus Emre, Saadi (todos en el mismo siglo XIII de Dante), o san Juan de la Cruz, pues la mayoría lo son en una dimensión integral, sin la múltiple articulación dantesca que tanto despista a la hora de valorar la Comedia conjuntamente. Es cierto que a primera vista no le atribuimos a Dante (al autor, y ni siquiera al personaje) una personalidad mística, como hacemos con Juan de la Cruz, por ejemplo, y en general con los místicos que carecen de obra no mística. Pero es una ingenuidad, porque no hay mística sin otras facetas, en el caso de Dante intelectuales y políticas, no hay individuo permanentemente suspendido en el éxtasis de lo inefable, ya que en tal caso no habríamos tenido noticia de ello, al menos de su mano. Juan de la Cruz tiene una obra en el siglo, como Rumi; Attar era perfumista; Ibn Arabi era un intelectual a carta cabal, casi a la manera sartreana; y Dogen, aún más lejano en la geografía, aunque en el siglo XIII también, escribió una obra que en Occidente diríamos filosófico-mística sin lograr hurtarse a disputas de «poder». En la mentalidad antigua, la mística no estaba disociada de otras actividades, no había sido apartada aún, clasificada como cosa fuera de la norma: era simplemente complementaria, en la medida en que las ciencias religiosas merecían el título de «ciencias», y la ciencia misma merecía el plural.

Si nos atenemos a lo que ocurre en la Comedia, a la acción del poema, y nos olvidamos de los mandobles que se reparten por el camino y de tantas otras cosas, lo que se cuenta, de lo que el libro trata en esencia es de un sujeto que ha emprendido un viaje a Dios, a la presencia divina, y que en el último instante se sume en ella. Esto no es otra cosa que mística, el sentido último del libro no es otro que místico. Hay obras que no se resuelven en su final, sino en lo que sucede camino del final. La Comedia no: se resuelve en Dios, en los últimos versos. El libro trata abundantemente tanto de lo que ocurre bajo la luna (lo histórico, lo político) como de lo que ocurre sobre ella (lo espiritual, lo místico), sin disociar ambas realidades, que siempre se contemplan desde una perspectiva integral del ser humano y del acontecer cósmico. Pero el poema es totalmente proyectivo y conclusivo, cada verso apunta al verso final, hasta tal punto que el conjunto recuerda el hysteron proteron, una figura retórica predilecta de Dante, por la que la acción última, consecuente, se enuncia antes que la primera o precedente, como si la causara: la flecha da en el blanco, el arco la dispara. El individuo que sale de la selva oscura es ya el que acaba uno en Dios; en cierto modo ha caído en la selva oscura para caer en Dios. Y como no podía ser de otro modo, el final en Dios relanza el argumento: la suma de peripecias cognitivas que el viator va a vivir, tiene su origen en su conclusión, en el final-principio que es Dios, lo cual por otra parte, dejando de lado lo poemático, se acomoda perfectamente a la doctrina, y está tan cerca de Buenaventura (todo apunta a Dios) como de Hugo de San Víctor (las ciencias profanas y sagradas son complementarias).

Si el Infierno y el Purgatorio admiten sin violencia una lectura ascética de las andanzas del yo poemático, el Paraíso es la culminación mística de su trayecto.

Toda la Comedia es un relato mítico-místico de logro: el sujeto se dirige a su objeto (el mayor conocimiento) y lo conquista, pero no para gloria propia, sino del objeto, porque el objeto lo acoge. La mística no canta un triunfo personal, sino ante todo la gloria de Dios, manifiesta en su criatura, que al fin se ha completado. El Paraíso es lo último que habremos de saber del «florentinus et exul inmeritus» («florentino e injustamente exiliado»), del «florentinus natione non moribus» («florentino de nación, no de costumbres»), como Dante se refiere a sí mismo, no sin sarcasmo, en sus epístolas. No hay vida de Dante después del Paraíso: ni del Dante personaje ni del Dante autor, cuyos rostros quedan pegados sin fisuras, ya una perfecta esfera, en una acción de bricolaje eterno.

Hay que remontarse al comienzo del poema para entenderlo (If II 31-33), cuando Dante le dice a Virgilio que él no tiene la altura de Eneas para bajar a los infiernos, o la de Pablo de Tarso para subir a los cielos. Esa declaración establece los antecedentes (la dimensión mítica de la hazaña dantesca) a la vez que siembra una incertidumbre que el poema enseguida disipa, pues Dante se pone en marcha, y el lector sospecha que no para fracasar. Pero han pasado muchas páginas y Dante, que nunca deja al lector demasiado a solas, arranca el Paraíso (no hay que esperar al final, no hay un banal suspense: la flecha llega al blanco antes del disparo) con la declaración de que Dante ha culminado también la etapa más difícil. En el Infierno había incertidumbre, por la dureza del camino y los muchos peligros; en el Purgatorio el lector ya cuenta con que Dante va a poder subir la montaña y purificarse; en el Paraíso se nos anuncia, de entrada, que Dante ha conseguido lo impensable: ha alcanzado el Empíreo, que es el no lugar y el no tiempo de la presencia divina, y ha vuelto a la tierra para escribirlo en el poema-profecía. Así comienza esta cántica (la primera estrofa se refiere a Dios, la segunda al Empíreo):

La gloria de quien mueve toda cosa

penetra el universo y resplandece

en unas partes más y en otras menos.

En el cielo que toma más su luz

he estado, y de las cosas que allí he visto

no sabe o puede hablar el que regresa.

Pd I 1-6

A la postre, y tras muchas vicisitudes, Dante es el nuevo Pablo de Tarso que logra subir a los cielos, el nuevo converso a la realidad verdadera, o dicho en otros términos: es él mismo, convertido, como Pablo, al bien, y al bien último (Dios), origen y fin de la existencia, matriz cognitiva del orden/caos.

Si a Bodhidharma, el introductor del budismo en China, se le cayeron, a fuerza de meditar inmóvil, los párpados como hojas de té, y a Pablo, en su conversión, se le desprendieron unas «como escamas» de los ojos (Hechos IX 18), Dante sufrirá en el Paraíso un pormenorizado proceso visivo de adaptación a la realidad última, ligado a su subida por los cielos y a los distintos niveles de conciencia por los que irá pasando, que es, a efectos de su aprendizaje, de lo que trata esta cántica. Si a Pablo le impuso las manos Ananías y así le privó de la ceguera, Beatriz es la Ananías de Dante, que le impone su mirada, no sus manos, y le devuelve la visión tras su descarrío. Virgilio era un modesto Protoananías. Beatriz sana a Dante una y otra vez con su mirada que le destruye, la cirugía de sus ojos le va extirpando poco a poco el ego, hasta dejarle listo para Dios:

La dama que te viene introduciendo

en esta región, tiene en la mirada

la virtud de las manos de Ananías.

Pd XXVI 10-12

A este hacerse Pablo (el Pablo de sí mismo) es a lo que Dante llama, con gran invención léxica, trashumanarse: ir a lo eterno desde lo humano, hacerse más humano en lo eterno; «pasar de la humanidad a un grado más alto, que no puede ser sino Dios», dice Francesco da Buti, lo cual abre claramente la vía mística; «quomodo homo fiat plusquam homo, vel aliud quam homo» («el ser algo más que un hombre, u otra cosa que un hombre»), dice Benvenuto da Imola, como Buti comentarista de finales del siglo XIV. Al hombre, como muestra todo el recorrido histórico-político del poema, le falta humanidad, está por debajo de sí mismo: sensu stricto por el pecado; en general, por la baja idea que ha acabado teniendo de sí mismo, de la que se congratula.

Por el contrario, el trashumanarse dantesco es la resolución del ser personal y colectivo, o dicho de otro modo: es la resolución de lo personal en lo colectivo sagrado (Dios, aunque se admiten otras formulaciones: el Todo, la Nada, lo Último, lo Primero, el Lo, el no-Lo, Eso, lo alingüístico). Esto, en términos de profecía, le marca al ser humano su meta, que es la integralidad del ser. En términos individuales, le garantiza al personaje la salvación, pues será difícil que a su regreso a la tierra vuelva a las andadas, una vez que ha conocido lo Último, que se alza como el conocimiento definitivo de la summa teológico-política dantesca, el postrero de los saberes summáticos. La Comedia es una progresión gradatim de saberes que inevitablemente «invalida» las etapas precedentes: las gnoseológicas y las del yo, que van juntas.

Al fin está claro lo que al principio del poema podía parecer turismo de ultratumba: el viaje es un trashumanarse. Hasta el Paraíso no se dice con esta contundencia, con esta radical diagnosis lingüística, si bien se sospechaba, no podía ser de otra manera. La palabra es tan fuerte, tan vasta, que Dante no vuelve a usarla. Su valor es tan completo que queda establecida como uno de los grandes logros de la mística, junto a «un no sé qué que queda balbuciendo», de san Juan de la Cruz, o el «yo soy la Verdad/Dios», de al-Hallaj, o la gran enseñanza de Ibn Arabi: «Sentir la unidad del universo es sentir a Dios».

El viaje dantesco es insobornable. El ser humano no conquista su condición primigenia hasta que se aleja de la belicosa aiuola en la que vive (la tierra: el belicoso terrón de los humanos, que Dante ve de nuevo desde el cielo de las Estrellas Fijas) con destino a los espacios ulteriores de la conciencia:

Y abajo vi, según giraba Géminis,

entero con sus montes y sus mares

el terrón por que somos tan feroces.

Pd XXII 151-153

Pero el proceso, que es transparente hacia arriba (se sube comprendiendo), no lo es hacia abajo: lo definitivo, a efectos humanos, es incomunicable:

Trashumanar no es cosa que se pueda

expresar con palabras.

Pd I 70-71

La dimensión más esencial del ser humano es, según Dante y todas las tradiciones místicas, inefable, inaccesible incluso para la mejor poesía: la puede vivir el sujeto, pero no la puede contar porque no se aviene al proceso lógico. Evidentemente, esto no hay que tomárselo al pie de la letra, el tópico de lo inefable funciona en Dante como un desafío y una amplificatio de inicio. Decir de algo que es inefable es para Dante comenzar a expresarlo:

lo poco que conservo

de cuanto conocí en el reino santo,

será lo que yo cante desde ahora.

Pd I 10-12

El reconocimiento de la inefabilidad de lo místico funciona como un conjuro que obra el despliegue fenomenológico que lo va a expresar, además de ser un recurso que crea expectación: sabemos cómo acabará la historia, no cómo se nos va a contar y por qué ha sido posible que se llegue a un final tan venturoso. Dante, que siempre garantiza la verdad de lo vivido, en este caso, como en otros, primero la enuncia y luego, tras dar por imposible su traslado artístico, la articula. De lo contrario la Comedia no sería un poema.

A cada reino dantesco le corresponde una precisa fenomenología. En el Paraíso, la definitiva episteme se viste de una progresión gradatim de cielos, luces y belleza. Dante sube con Beatriz por los nueve cielos físicos: los siete planetarios más el de las Estrellas Fijas y el Primer Móvil, que mueve a los demás. Y a medida que lo hace, la luz que despiden los beatos que halla a su paso es mayor, como es mayor la belleza de Beatriz, resumida en su sonrisa. Esto en realidad no es del todo así: los beatos, y Beatriz es uno de ellos, gozan de una realidad perfecta, no mejorable; es Dante el que mejora poco a poco y los ve cada vez más como son, en todo su esplendor. Le sucede incluso cuando está a punto de llegar a su total perfeccionamiento. Beatriz se lo aclara:

No es que estas cosas pequen de imperfectas.

El defecto reside en tu persona,

que aún no tienes un ojo penetrante.

Pd XXX 79-81

Por ello su camino a través de los cielos es azaroso. Su vista no da para más, su mente tampoco. Va mejorando, pero siempre renquea. Tiene que bajar los ojos a menudo, deslumbrado. Sin embargo la ascensión es fácil. Sube de cielo en cielo absorbido, con solo mirar los ojos de Beatriz:

Yo no me percaté de la absorción.

Me supe más arriba y ya bien dentro

viendo a mi bella dama embellecida.

Pd VIII 13-15

Y supe

de mi subida como el hombre advierte,

sin pensarlo, que tiene un pensamiento.

Pd X 34-36

O bien Beatriz le empuja:

Manejando mi peso a su capricho,

mi dama me empujó por la escalera

y tras ellos subí como si nada.

Nunca en la tierra se subió o bajó,

teniendo el cuerpo que los hombres tienen,

con alas semejantes a las mías.

Pd XXII 100-105

Dante plantea con realismo (sí, realismo) los distintos niveles de absorción del personaje, con sus pasos adelante y sus pasos atrás, hasta la absorción plena, iluminada. A cada trance la vista del viator se aguza, ya desde el primer cielo:

fue ver que se añadía día al día,

Pd I 61

aunque pronto es insuficiente y el deslumbramiento, a veces la ceguera momentánea, vuelven. Pero Dante culminará el proceso de fortalecimiento visivo, podrá mirar de frente la luz de Dios y penetrar en ella. Será el total trashumanarse. Y la enseñanza es que está al alcance del sujeto histórico. Dante siempre dice: si yo he podido, tú puedes. Toda la Comedia tiene un valor ejemplar, en cada paso, positivo o negativo. Para Dante, conoce el que quiere. Dicho en términos cristianos: se salva el que quiere. Solo hay que no seguir engañándose. Se lo dice Beatriz al comienzo de la ascensión:

Tú solo te confundes

con locas fantasías que te impiden

ver eso que verías sin sus trabas.

Pd I 88-90

Y llegado al cielo del Sol, el cuarto, cuando ve que su ascensión progresa, Dante no puede evitar una punta de orgullo. Mientras otros se enfangan en sus ambiciones, él sube con Beatriz por los cielos, en signo triunfal de lo que puede el individuo:

¡Oh necio azacaneo de los hombres,

de qué modo torcidos silogismos

os llevan a volar a ras de tierra!

Al pleito o al emplasto o a la curia,

a eso se consagraban unos y otros,

o a gobernar con dolo y con violencia,

o a la usura o al burdo mercadeo,

o a agotarse en los goces de la carne,

o a derrochar la vida ociosamente,

mientras que, desligado de esas cosas,

yo me hallaba en el cielo con Beatriz,

donde era recibido en gloria plena.

Pd XI 1-12

Este es el proceso: subida, deslumbramiento, recobramiento fortalecido, hasta llegar a donde lo lingüístico cesa, lo lógico cesa, y el conocimiento adviene. Como se diría en términos agustinianos: mientras podemos decir Dios, aún no es Dios. La realidad verdadera es accesible en cuanto se mitiga el ego. No hay que buscarla, ella sola se manifiesta.

Y pues está constituido de realidad verdadera, el orden social paradisíaco es perfecto, no está sujeto a alteración, identidad o alteridad. Es un orden pleno e indiviso, en el que las identidades históricas se mantienen a título ilustrativo, pues el ser pleno es un ser común, indiferenciado, uno con Dios, colectivo y hasta colectivista. El despliegue de figuras ejemplares es esta vez sereno. Primero en los cielos físicos, luego en el Empíreo, que es el lugar donde en verdad habitan los beatos, pues su presencia en los cielos físicos es meramente didáctica, para que Dante comprenda la diferente virtud de cada uno. Pero todos conforman la unidad de lo sagrado. María es María, pero sus hijos son por fin María. La posición más alta o más baja en la rosa cándida del Empíreo, que es como un gigantesco anfiteatro, expresa solo el grado de gracia de cada ser, no niega la complementariedad de lo sagrado. Beatriz se lo dice muy claramente a Dante: mira a los demás beatos, no me mires solo a mí; todos somos fuente de sabiduría:

Venciéndome la luz de su sonrisa,

ella me dijo: «Vuélvete y escucha,

que hay paraíso fuera de mis ojos».

Pd XVIII 19-21

Esto, dicho a propósito de Cacciaguida, un antepasado de Dante que fue cruzado y que ensalza la vieja Florencia señorial, vale por todos los beatos. Los bienaventurados gozan de iguales capacidades cognitivas, congregan en sí la sabiduría temporal y la intemporal, y Dante, como siempre en su viaje, sigue recabando ambas, aunque los ojos se le van detrás de Beatriz. Lo que ella viene a decirle es: no un beato (Beatriz), sino todos los beatos (en potencia, todos los seres humanos); no una fuente de Dios, sino todas las fuentes de Dios.

La comunidad de saber, de conocimiento y ser de las almas celestiales, se aprecia en que todas son amigas de Dios, siempre lo bastante amigas, y no, como se cree el viator, aún insuficientemente amigas (eso piensa de las que no se hallan en los cielos superiores):

Pero dime: aunque sois aquí dichosos,

¿no aspiráis a elevaros a otra esfera

donde ver más y ser mejor amigos?

Pd III 64-66

Las almas aceptan el lugar que se les ha asignado porque están conformes con la voluntad divina, o dicho fuor di metafora: gozan de la plenitud de su ser, que ya no precisa mejora, se ha completado consigo mismo en Dios. La alta moralidad y espiritualidad de los beatos es estable y común. No es más moral Tomás de Aquino que Buenaventura, ni más espiritual este. O mejores ambos que Enrique VII, el único individuo vivo en 1300 (el año de la acción del poema) del que se dice que ya tiene un lugar reservado en el paraíso. En el Empíreo hay paz social porque hay paz cognitiva. Todas las figuras celestiales lo son de sabiduría, también las no célebres. Entre los que se nombran sentados en sus escaños con María están el Bautista, Francisco de Asís, san Agustín, Moisés, san Pedro, santa Lucía o santa Ana, la madre de María, que la contempla en adoración metamaternal:

Bajo la forma pues de rosa blanca

se me mostraba la feliz milicia

que con su sangre Cristo hizo su esposa.

Pd XXXI 1-3

Pero el último protagonista antes de Dios es san Bernardo, un místico especulativo: a él se le encomiendan los pasos del viator previos al trance unitivo, para el cual Beatriz se retira a su escaño, solo dos filas más abajo de María, que reina en lo alto. Como dijo Étienne Gilson, si Beatriz no se retirara, el poema no sería un poema místico, podría haber terminado con una mirada extática a los ojos de la amada, por muy divinizada que esté. Habría sido éxtasis pero no. Sin embargo Beatriz se retira. Ha ayudado a hacer el camino. Y la sucede Bernardo, un místico de María. Ya todo se va a resolver en términos marianos, los más altos, y sin mediaciones. También Bernardo dará un paso atrás en el momento definitivo, cuando Dante pueda valerse por sí solo y entre en la unión.

Aunque la crítica ha insistido mucho en el didactismo del Paraíso, la visión nunca cede a la doctrina, el poder performativo de la poesía nunca se eclipsa: lo desconocido siempre acecha. Hasta el último verso de la cántica hay misterio, hay incertidumbre y la poesía viene en auxilio del Dante personaje y del lector, pues la ecuación entre ambos nunca se deshace. Dante, que es narrador y personaje, nunca deja de «leerse», es también su primer lector, en una invasión total de todos los dominios literarios, como no podía dejar de esperarse de él. El Alighieri no pierde nunca de vista la perspectiva del lector, al que violenta tanto como cuida. Conforme al criterio de veracidad extrema que le rige, también la lectura del poema la ha experimentado él primero. Se ha dejado la vida para que solo quepa entregarse a sus versos. Como todos los creadores de textos-verdad, se consume en sí mismo a la espera de un amor sin límites, el del lector:

Si llega el día en que el poema sacro

en el que han puesto mano cielo y tierra,

y me tiene en los huesos hace tiempo (...).

Pd XXV 1-3

A nadie se le escapa el genio de la Comedia. Cada cántica tiene su grandeza. Pero el Paraíso es inimitable. Es el auténtico texto revelado. Lo dijo Giorgio Petrocchi: «Dante tiene imitadores; el Paraíso, no». Toda su articulación plástico-retórica limita con lo improseguible. ¿Qué le puede reservar la historia a un texto que no admite bastardeo?

No es la mística lo inimitable en el Paraíso (también hay mucha política, de hecho las más violentas invectivas contra la corrupción temporal están aquí, en boca de Justiniano, Tomás de Aquino, Buenaventura, Cacciaguida, el Águila luminosa, Pedro Damián, san Pedro, que pronuncia la más autorevole, y hasta de Beatriz), sino los estrictos términos poemáticos. El estilo del Paraíso es un límite del estilo. Del registro «cómico», esto es, satírico en el sentido horaciano, más dominante en el Infierno que en las otras cánticas, aunque siempre acaba apareciendo aquí o allá, hemos llegado al estilo sacro, elevado, inimitable e irremplazable, pues es el destino final de Dante. Es un estilo-destino, algo en lo que se resuelve la persona-autor. Se asemeja a lo que Edward Said llamó el «estilo tardío», que tiene una ligereza y un desprejuicio que acaba anulando (críticamente, en una crítica interna, endógena) los estilos o realizaciones anteriores del autor, no tanto ante los ojos del lector, que también, sino en términos de la interna economía autoral.

En toda la Comedia, pero en el Paraíso más, Dante mantiene una tensión sublime entre la lengua conquistada por todos (la belleza del buen decir, en la que brilla la tradición: su Virgilio, su Lucano, su Ovidio, la Biblia) y la lengua conquistada por sí solo (la belleza de un nuevo decir, feísta y distorsionado en ocasiones, bellista y neologista cuando lo necesita). Dante rememora sin rememorar, de manera salvaje e instintiva, los decires de la tradición (bíblicos, latinos, trovadorescos), a la vez que es el autor de numerosos neologismos y de algunos hápax, y de una fraseología carismáticamente dantesca, que llena el poema.

Su atrevimiento no descansa. Igual abre el último canto del Paraíso con una oración a María de su cosecha, que encabalga el penúltimo y el último cantos con unos estratosféricos dos puntos que los unen y ligan, de modo que el canto final, el centésimo, no se suma al precedente, se traba con él y con él a los demás, en un encadenamiento regresivo que llega al primero y establece la circularidad del poema.

Lo humano en el Paraíso se enela, se entúa y se enmía. Son procesos propios de lo poético y de lo sagrado, pero estaban por nombrar. Por todas partes vuelan los neologismos más atrevidos de la historia de la poesía: enzafirarse, enfuturarse, ensiemprarse, enventrarse, enmiliar. Son las dimensiones no identitarias del trashumanarse. La capacidad neológica dantesca es tan fuerte que peligra el verso. Los símiles también se desatan. Dos príncipes de la Iglesia que se saludan y abrazan son comparados a palomos; tres apóstoles que bailan abrazados y se detienen al unísono son como los remos que se sueltan a un silbido del cómitre. Son parangones extremados que antes Dante no había hecho, muy propios de un estilo que halla una libertad nueva, demasiado grande casi para los lectores.

Y como era de esperar, la mayor metáfora del poema, la de mayor alcance funcional, la rosa-anfiteatro del Empíreo, también es insólita, desmedida para la imaginación, y toda una conquista dantesca. Con ella se articula el misterio final. El Empíreo es el no lugar y el no tiempo que concita la complementariedad de lo sagrado: la rosa necesita de todos sus pétalos (en principio, de todos los seres humanos), que se contemplan unos a otros desde sus escaños y configuran lo Último, lo indiferenciado. Solo una extraña imagen, aunque sencilla en su plasticidad (un conjunto de pétalos blancos, porque blancas son las vestiduras de los que han vuelto a Dios), puede expresar la realidad última del poema: la disolución del yo en la común sabiduría de lo sagrado.

Paraíso

PARAÍSO

Canto I

CANTO I

1La gloria di colui che tutto move

per l'universo penetra, e risplende

in una parte più e meno altrove.

4Nel ciel che più de la sua luce prende

fu' io, e vidi cose che ridire

né sa né può chi di là sù discende;

7perché appressando sé al suo disire,

nostro intelletto si profonda tanto,

che dietro la memoria non può ire.

10Veramente quant' io del regno santo

ne la mia mente potei far tesoro,

sarà ora materia del mio canto.

13O buono Appollo, a l'ultimo lavoro

fammi del tuo valor sì fatto vaso,

come dimandi a dar l'amato alloro.

16Infino a qui l'un giogo di Parnaso

assai mi fu; ma or con amendue

m'è uopo intrar ne l'aringo rimaso.

19Entra nel petto mio, e spira tue

sì come quando Marsïa traesti

de la vagina de le membra sue.

22O divina virtù, se mi ti presti

tanto che l'ombra del beato regno

segnata nel mio capo io manifesti,

25vedra'mi al piè del tuo diletto legno

venire, e coronarmi de le foglie

che la materia e tu mi farai degno.

28Sì rade volte, padre, se ne coglie

per trïunfare o cesare o poeta,

colpa e vergogna de l'umane voglie,

31che parturir letizia in su la lieta

delfica deïtà dovria la fronda

peneia, quando alcun di sé asseta.

34Poca favilla gran fiamma seconda:

forse di retro a me con miglior voci

si pregherà perché Cirra risponda.

37Surge ai mortali per diverse foci

la lucerna del mondo; ma da quella

che quattro cerchi giugne con tre croci,

40con miglior corso e con migliore stella

esce congiunta, e la mondana cera

più a suo modo tempera e suggella.

43Fatto avea di là mane e di qua sera

tal foce, e quasi tutto era là bianco

quello emisperio, e l'altra parte nera,

46quando Beatrice in sul sinistro fianco

vidi rivolta e riguardar nel sole:

aguglia sì non li s'affisse unquanco.

49E sì come secondo raggio suole

uscir del primo e risalire in suso,

pur come pelegrin che tornar vuole,

52così de l'atto suo, per li occhi infuso

ne l'imagine mia, il mio si fece,

e fissi li occhi al sole oltre nostr' uso.

55Molto è licito là, che qui non lece

a le nostre virtù, mercé del loco

fatto per proprio de l'umana spece.

58Io nol soffersi molto, né sì poco,

ch'io nol vedessi sfavillar dintorno,

com' ferro che bogliente esce del foco;

61e di sùbito parve giorno a giorno

essere aggiunto, come quei che puote

avesse il ciel d'un altro sole addorno.

64Beatrice tutta ne l'etterne rote

fissa con li occhi stava; e io in lei

le luci fissi, di là sù rimote.

67Nel suo aspetto tal dentro mi fei,

qual si fé Glauco nel gustar de l'erba

che 'l fé consorto in mar de li altri dèi.

70Trasumanar significar per verba

non si poria; però l'essemplo basti

a cui esperïenza grazia serba.

73S'i' era sol di me quel che creasti

novellamente, amor che 'l ciel governi,

tu 'l sai, che col tuo lume mi levasti.

76Quando la rota che tu sempiterni

desiderato, a sé mi fece atteso

con l'armonia che temperi e discerni,

79parvemi tanto allor del cielo acceso

de la fiamma del sol, che pioggia o fiume

lago non fece alcun tanto disteso.

82La novità del suono e 'l grande lume

di lor cagion m'accesero un disio

mai non sentito di cotanto acume.

85Ond' ella, che vedea me sì com' io,

a quïetarmi l'animo commosso,

pria ch'io a dimandar, la bocca aprio

88e cominciò: «Tu stesso ti fai grosso

col falso imaginar, sì che non vedi

ciò che vedresti se l'avessi scosso.

91Tu non se' in terra, sì come tu credi;

ma folgore, fuggendo il proprio sito,

non corse come tu ch'ad esso riedi».

94S'io fui del primo dubbio disvestito

per le sorrise parolette brevi,

dentro ad un nuovo più fu' inretito

97e dissi: «Già contento requïevi

di grande ammirazion; ma ora ammiro

com' io trascenda questi corpi levi».

100Ond' ella, appresso d'un pïo sospiro,

li occhi drizzò ver' me con quel sembiante

che madre fa sovra figlio deliro,

103e cominciò: «Le cose tutte quante

hanno ordine tra loro, e questo è forma

che l'universo a Dio fa simigliante.

106Qui veggion l'alte creature l'orma

de l'etterno valore, il qual è fine

al quale è fatta la toccata norma.

109Ne l'ordine ch'io dico sono accline

tutte nature, per diverse sorti,

più al principio loro e men vicine;

112onde si muovono a diversi porti

per lo gran mar de l'essere, e ciascuna

con istinto a lei dato che la porti.

115Questi ne porta il foco inver' la luna;

questi ne' cor mortali è permotore;

questi la terra in sé stringe e aduna;

118né pur le creature che son fore

d'intelligenza quest' arco saetta,

ma quelle c'hanno intelletto e amore.

121La provedenza, che cotanto assetta,

del suo lume fa 'l ciel sempre quïeto

nel qual si volge quel c'ha maggior fretta;

124e ora lì, come a sito decreto,

cen porta la virtù di quella corda

che ciò che scocca drizza in segno lieto.

127Vero è che, come forma non s'accorda

molte fïate a l'intenzion de l'arte,

perch' a risponder la materia è sorda,

130così da questo corso si diparte

talor la creatura, c'ha podere

di piegar, così pinta, in altra parte;

133e sì come veder si può cadere

foco di nube, sì l'impeto primo

l'atterra torto da falso piacere.

136Non dei più ammirar, se bene stimo,

lo tuo salir, se non come d'un rivo

se d'alto monte scende giuso ad imo.

139Maraviglia sarebbe in te se, privo

d'impedimento, giù ti fossi assiso,

com' a terra quïete in foco vivo».

142Quinci rivolse inver' lo cielo il viso.

CANTO I

1La gloria de quien mueve toda cosa

penetra el universo y resplandece

en unas partes más y en otras menos.

4En el cielo que toma más su luz

he estado, y de las cosas que allí he visto

no sabe o puede hablar el que regresa.

7Pues conforme se acerca a su deseo,

nuestra mente se abisma de tal modo

que incapaz la memoria no la sigue.

10Por lo tanto, lo poco que conservo

de cuanto conocí en el reino santo,

será lo que yo cante desde ahora.

13Oh buen Apolo, en mi final etapa

hazme vaso de todos tus poderes,

por los que otorgas el laurel amado.

16Hasta ahora una cima del Parnaso

me bastaba. La lucha que me queda

precisa del auxilio de la otra.

19Entra en mi pecho, con el mismo aliento

que derrochaste al derrotar a Marsias

y sacarle la vaina de las carnes.

22Oh divina virtud, dame tu apoyo,

para que cante al menos yo la sombra

del reino santo impresa en mi cabeza,

25e iré al pie de tu árbol predilecto

y me coronaré con esas hojas

que me valdrán mi asunto y tu socorro:

28tan raras veces, padre, se recogen

por el triunfo de un césar o un poeta

—culpa y vergüenza del capricho humano—

31que la fronda penea, cuando excita

la sed de conquistarla, ha de alegrar

al ya de suyo alegre dios de Delfos.

34Pequeña chispa alumbra grande llama:

quizá después de mí, con voz más sabia,

otro suplique y Cirra le responda.

37Conocen los mortales, por diversas

puertas, la lámpara del mundo. Aquella

que junta cuatro anillos y tres cruces,

40se muestra en conjunción con mejor curso

y astros mejores, y mejor calienta

e imprime el sello en la mundana cera.

43Había aquella puerta puesto el día

allí, y aquí la noche, y era blanco

un hemisferio, y negra la otra parte,

46cuando vi que Beatriz se había vuelto

hacia la izquierda, y que miraba al sol

más fijo que las águilas lo miran.

49Y lo mismo que el rayo reflejado

emerge del que incide y se levanta,

o a su patria ya mira el peregrino,

52reproduje su acción, que estaba impresa

en mi imaginación por la mirada,

y miré fijo al sol, más que se suele.

55Se pueden allí cosas aquí ajenas

a nuestras facultades, todo a cuenta

de aquel lugar creado para el hombre.

58Yo mucho no aguanté, mas no tan poco

que no lo viese chispear en torno,

como hierro que sale de la fragua:

61fue ver que se añadía día al día,

lo mismo que si aquel que puede hacerlo

segundo sol le regalase al cielo.

64Beatriz miraba fijo a las eternas

esferas. Y yo a ella la miré

tras apartar los ojos de lo alto.

67Y verla me mudó tanto por dentro

como a Glauco probar aquella hierba

que le igualó a los dioses de los mares.

70Trashumanar no es cosa que se pueda

expresar con palabras. Sirva el símil

a quien la gracia otorgue la experiencia.

73Si yo era solo el alma que me diste

lo último, amor que riges las alturas,

tú sabrás, con tu luz tú me elevaste.

76La rotación celeste, producida

por eterno deseo de ti, atrajo

mi atención a la música que pautas.

79Y vi arder en el cielo tanto espacio

por la llama del sol, que lluvia o río

nunca hicieron un lago tan enorme.

82El sonido inaudito y la gran luz

inflamaron mis ganas de entender

aquello, y me acuciaron como nunca.

85Y ella, que me calaba con mirarme,

por sosegar mi ánimo alterado,

antes que preguntase abrió la boca

88y me dijo: «Tú solo te confundes

con locas fantasías que te impiden

ver eso que verías sin sus trabas.

91Ya no estás en la tierra como piensas.

El rayo es menos rápido cayendo

de su centro que tú subiendo al tuyo».

94Y una vez despojado de la duda

con su escueta respuesta sonriente,

fui a caer en las redes de una nueva,

97y dije: «Ya he salido de ese asombro

y otro nuevo me asalta y me interpela,

pues me elevo por cuerpos ligerísimos».

100Y ella, tras suspirar piadosamente,

me miró con la cara que pondría

la madre que oye desbarrar al hijo,

103y me explicó: «Las cosas, entre ellas,

guardan un orden, el cual las informa,

y así a Dios se asemeja el universo.

106Así saben las altas criaturas

del eterno valor, que es el objeto

por el que dicha norma fue creada.

109A este orden que yo digo se acomoda

cada naturaleza, variamente,

según esté de cerca de su origen.

112Por eso van a puertos diferentes

por el gran mar del ser, y a cada una

la propulsa el instinto que es el suyo.

115Es él quien sube el fuego hacia la luna.

Quien mueve el corazón del animal.

Quien compacta la tierra y le da peso.

118Pero es un arco que no solo impulsa

a criaturas privadas de razón,

sino a aquellas que piensan y desean.

121La providencia, que dispone todo,

con su luz tiene fijo ese gran cielo

en el cual gira el más vertiginoso.

124Y allí, como a lugar establecido,

nos conduce el disparo de la cuerda

que donde pone el ojo pone el tiro.

127Es verdad que lo mismo que la forma

se resiste a la idea del artífice,

pues la materia es sorda y no responde,

130así de su trayecto se desvía

la humana criatura, porque puede

tender, pese a lo dicho, a lo que quiera,

133y tal como se ve caer el rayo

de una nube, el impulso que la rige

la lanza a tierra en pos de cosa errada.

136Si yo he entendido bien, tú no te extrañes

de subir, o no más de que un arroyo

baje de la montaña a lo más hondo.

139Lo asombroso sería que ya libre

de trabas, te quedaras más abajo,

como llama pesada que no sube».

142Y dicho esto, volvió la cara al cielo.

Canto II

CANTO II

1O voi che siete in piccioletta barca,

desiderosi d'ascoltar, seguiti

dietro al mio legno che cantando varca,

4tornate a riveder li vostri liti:

non vi mettete in pelago, ché forse,

perdendo me, rimarreste smarriti.

7L'acqua ch'io prendo già mai non si corse;

Minerva spira, e conducemi Appollo,

e nove Muse mi dimostran l'Orse.

10Voialtri pochi che drizzaste il collo

per tempo al pan de li angeli, del quale

vivesi qui ma non sen vien satollo,

13metter potete ben per l'alto sale

vostro navigio, servando mio solco

dinanzi a l'acqua che ritorna equale.

16Que' glorïosi che passaro al Colco

non s'ammiraron come voi farete,

quando Iasón vider fatto bifolco.

19La concreata e perpetüa sete

del deïforme regno cen portava

veloci quasi come 'l ciel vedete.

22Beatrice in suso, e io in lei guardava;

e forse in tanto in quanto un quadrel posa

e vola e da la noce si dischiava,

25giunto mi vidi ove mirabil cosa

mi torse il viso a sé; e però quella

cui non potea mia cura essere ascosa,

28volta ver' me, sì lieta come bella,

«Drizza la mente in Dio grata», mi disse,

«che n'ha congiunti con la prima stella».

31Parev' a me che nube ne coprisse

lucida, spessa, solida e pulita,

quasi adamante che lo sol ferisse.

34Per entro sé l'etterna margarita

ne ricevette, com' acqua recepe

raggio di luce permanendo unita.

37S'io era corpo, e qui non si concepe

com' una dimensione altra patio,

ch'esser convien se corpo in corpo repe,

40accender ne dovria più il disio

di veder quella essenza in che si vede

come nostra natura e Dio s'unio.

43Lì si vedrà ciò che tenem per fede,

non dimostrato, ma fia per sé noto

a guisa del ver primo che l'uom crede.

46Io rispuosi: «Madonna, sì devoto

com' esser posso più, ringrazio lui

lo qual dal mortal mondo m'ha remoto.

49Ma ditemi: che son li segni bui

di questo corpo, che là giuso in terra

fan di Cain favoleggiare altrui?».

52Ella sorrise alquanto, e poi «S'elli erra

l'oppinïon», mi disse, «d'i mortali

dove chiave di senso non diserra,

55certo non ti dovrien punger li strali

d'ammirazione omai, poi dietro ai sensi

vedi che la ragione ha corte l'ali.

58Ma dimmi quel che tu da te ne pensi».

E io: «Ciò che n'appar qua sù diverso

credo che fanno i corpi rari e densi».

61Ed ella: «Certo assai vedrai sommerso

nel falso il creder tuo, se bene ascolti

l'argomentar ch'io li farò avverso.

64La spera ottava vi dimostra molti

lumi, li quali e nel quale e nel quanto

notar si posson di diversi volti.

67Se raro e denso ciò facesser tanto,

una sola virtù sarebbe in tutti,

più e men distributa e altrettanto.

70Virtù diverse esser convegnon frutti

di princìpi formali, e quei, for ch'uno,

seguiterieno a tua ragion distrutti.

73Ancor, se raro fosse di quel bruno

cagion che tu dimandi, o d'oltre in parte

fora di sua materia sì digiuno

76esto pianeto, o, sì come comparte

lo grasso e 'l magro un corpo, così questo

nel suo volume cangerebbe carte.

79Se 'l primo fosse, fora manifesto

ne l'eclissi del sol, per trasparere

lo lume come in altro raro ingesto.

82Questo non è: però è da vedere

de l'altro; e s'elli avvien ch'io l'altro cassi,

falsificato fia lo tuo parere.

85S'elli è che questo raro non trapassi,

esser conviene un termine da onde

lo suo contrario più passar non lassi;

88e indi l'altrui raggio si rifonde

così come color torna per vetro

lo qual di retro a sé piombo nasconde.

91Or dirai tu ch'el si dimostra tetro

ivi lo raggio più che in altre parti,

per esser lì refratto più a retro.

94Da questa instanza può deliberarti

esperïenza, se già mai la provi,

ch'esser suol fonte ai rivi di vostr' arti.

97Tre specchi prenderai; e i due rimovi

da te d'un modo, e l'altro, più rimosso,

tr'ambo li primi li occhi tuoi ritrovi.

100Rivolto ad essi, fa che dopo il dosso

ti stea un lume che i tre specchi accenda

e torni a te da tutti ripercosso.

103Ben che nel quanto tanto non si stenda

la vista più lontana, lì vedrai

come convien ch'igualmente risplenda.

106Or, come ai colpi de li caldi rai

de la neve riman nudo il suggetto

e dal colore e dal freddo primai,

109così rimaso te ne l'intelletto

voglio informar di luce sì vivace,

che ti tremolerà nel suo aspetto.

112Dentro dal ciel de la divina pace

si gira un corpo ne la cui virtute

l'esser di tutto suo contento giace.

115Lo ciel seguente, c'ha tante vedute,

quell' esser parte per diverse essenze,

da lui distratte e da lui contenute.

118Li altri giron per varie differenze

le distinzion che dentro da sé hanno

dispongono a lor fini e lor semenze.

121Questi organi del mondo così vanno,

come tu vedi omai, di grado in grado,

che di sù prendono e di sotto fanno.

124Riguarda bene omai sì com' io vado

per questo loco al vero che disiri,

sì che poi sappi sol tener lo guado.

127Lo moto e la virtù d'i santi giri,

come dal fabbro l'arte del martello,

da' beati motor convien che spiri;

130e 'l ciel cui tanti lumi fanno bello,

de la mente profonda che lui volve

prende l'image e fassene suggello.

133E come l'alma dentro a vostra polve

per differenti membra e conformate

a diverse potenze si risolve,

136così l'intelligenza

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