LOS DOS CERDITOS Y EL LOBO
En el nombre del padre
el cerdo construyó una casa de alambre,
suelo de heno, tejado de hojarasca,
débil forraje de broza empapada.
Se erguía torcida lejos del parnaso
donde ni los cuervos volaban de paso,
enclenque morada a los pies de un río seco,
la gélida brisa empapaba los huesos.
La cerda y el cerdito entonaban nanas
que hablaban de carnes y fruta madura,
sus brazos escuálidos se amotinaban
bajo la intuición de una muerte segura.
El viento soplaba y soplaba,
la lluvia caía y caía,
los tres se quedaron sin guarda,
aullaba la noche más fría.
En las entrañas del bosque
el cerdo levantó una casa de adobes,
suelo de barro, tejado de leños,
paredes forradas con pino y abeto.
Se erguía rodeada de fruta y sabores,
trinaban los pájaros y emergían las flores,
tranquila morada a los pies de un río claro,
calor en invierno y color en verano.
La cerda y el cerdito entonaban nanas,
la primera chispa silenció sus voces,
la piel de sus brazos rozaba las llamas
que ya crepitaban ladrando feroces.
El fuego quemaba y quemaba,
la brasa se alzaba imponente,
los tres se quedaron sin guarda,
aullaba la noche caliente.
En el salón del palacio
el lobo se sentó en su trono,
alfombras de oro, copas de diamante,
paredes repletas de sedas brillantes.
Observaba el mundo con ojos cerrados
y a través de rezos expiaba sus pecados.
No oía el clamor de los pueblos ahogados
ni sentía el calor de los pastos abrasados.
Detrás del mármol se escuchaban nanas
de madres e hijos pidiendo consuelo,
mientras el prócer en su regio aposento,
dientes afilados, sonrisa de hierro.
El lobo sopló y sopló,
comió y comió,
destruyó y destruyó,
hasta que la casa de los cerdos se derrumbó.
CAPERUCITA LOBA
Aquellos bosques en los que jugamos a ser niños
escribiendo nuestras iniciales sobre robles descorchados,
persiguiendo al lince y a la abubilla,
ahora son cementerios de arena
donde silba el silencio.
En el río en que ahuecabas tus manos
para ofrecerme el agua más pura,
dulce arroyo de intenciones cristalinas,
hoy fluye seca y solitaria
el alma del amor que me bebiste.
Los caminos serpenteantes que anduvimos,
las huellas de pasión que allí dejamos
como estigmas en la piel del infectado,
los manchan hoy tus garras poderosas,
borradas por la urgencia del tiempo.
En el hogar, tu hogar, nuestro hogar,
allí donde engañado me llevaste,
allí donde me ofreciste los panes
que se han endurecido en la alcoba,
el aire hoy transporta promesas rotas
y la luna se refleja en tus encías.
Tus ojos grandes como el universo
me observan desde la azotea;
son globos a punto de despegar,
hay sangre en tus pestañas rizadas.
Tus manos, gigantes como molinos,
me aprietan bajo sábanas mojadas,
olfateas con ansia mi perfume
hallando en él el rastro de la angustia.
Tu boca ahora es un acantilado,
el negro agujero en que naufrago;
tus dientes rasgan mi piel y mis huesos
y en medio de tu guerra yo sonrío
sabiendo que nunca
me habían comido mejor.
EL VUELO DEL PATITO F