25 cuentos traviesos para leer en 5 minutos

Amaia Cía
Núria Aparicio

Fragmento

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El gigante era muy solitario. Cuando la gente del pueblo salía a pasear por las montañas donde él vivía, siempre decían: –No os acerquéis a aquel bosque. Allí vive el gigante. Ese que da tanto miedo y que no tiene amigos.

Un día de muy mal tiempo, el viento empezó a soplar con tanta fuerza que elevó por los aires a la vaca vacota.
dibujar unos cuantos remolinos entre las nubes, la vaca vacota fue a parar al sitio menos pensado.

Ese mismo día de muy buen tiempo (al gigante le encantaban la lluvia y el frío), el viento empezó a soplar con tanta fuerza los aires hojas de árboles, briznas de hierba y

Después de pestañear un buen rato porque se le había metido algo en el ojo, el gigante se secó las lágrimas con un pañuelo. desplegarlo sobre la mesa, lo dejó estupefacuna vaca lechera que tenía una mancha negra me molestaba… –dijo el gigante en voz alta–. una vaca en el ojo, con sus dos cuernos, pica mucho. Aunque se trate de una vaquita diminuta como esta. que estaba de pie sobre el inmenso pañuelo del gigante, miró a derecha e izquierda.
–¿Me has llamado vaquita diminuta? –preguntó la vaca vaco–Bueno, a mí me lo pareces –le contestó el
quieres te puedo llamar lagartija escurridiza o
pireta. No tengo manías.

La vaca masticó un poco de hierba, rumió sus pensamientos, eructó y dijo mirando al gigante:
–No, no… vaquita diminuta está bien. Así es,
como haces que me sienta.

Y tenía razón ¡Se la veía tan pequeña a su lado!

A partir de aquel día, la vaca vacota (ahora,
nuta) vivió feliz en compañía del gigante,
conversación.

El gigante desayunaba todas las mañanas en

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con la vaca lechera. Saboreaba un dedal de ordeñada (cincuenta litros de leche caben en un –Qué bien se está contigo, mi vaquita diminuta.

La vaca lechera sonreía con su boca diminuta y no contestaba

Desde entonces, cuando los niños y la gente del pueblo pasan –¡Vamos a visitar al gigante! Ese tan simpático que es amigo

P

epita Toquedemagia estaba muy
mañana. Las hadas también se ponen nerviosas cuando tienen que hacer un examen, no
ogros, los lobos o las abuelas.

Pepita Toquedemagia había preparado mil
y golpes de varita. Se sabía de memoria todos
había repasado la forma de romper cualquier encantamiento. Pero esa mañana, Pepita Toquedemagia debía
hechizo nuevo delante de toda la clase.
–Una buena hada tiene que ser capaz de inventar sus propios conjuros –había dicho la señorita Abracadabra.

Pepita Toquedemagia había pasado días enteros ensayando.

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–Convertir un príncipe en rana está muy visto –decía Pepita–. se queden dormidas durante años aburre.

Sus compañeras de clase eran capaces de hacer complicadísimos encantamientos. Una de ellas, un hada bajita con pecas, había conseguido que desaparecieran tres chaquetas de chándal de los percheros con un simple pase de su varita.
–Vaya cosa –pensó Pepita Toquedemagia–. Lo difícil es conseguir que no desaparezca ninguna en toda la semana.
de trenzas y nariz respingona podía adivinar lo cada uno de sus compañeros. Solamente tenía que cerrar los ojos y quedarse muy quieta.
–El lobo piensa en una sabrosa abuelita; el príncipe convertido en sapo, en unas cuantas moscas, y el osito que está sentado en la última fila, en un plato de gachas.
todo. Aunque no era tan difícil, porque era la hora del almuerzo y todos tenían hambre.
la señorita Abracadabra sacó a Pepita a la aprendiz de hada se puso a temblar de tal forma que la profesora tuvo que sujetarla de un pie para que no lle–¿Con qué nos vas a sorprender, Pepita? –preguntó la señori¿Manzanas envenenadas? ¿Lagartijas que –Botones que desaparecen –contestó Pepita con
voz. Y un ogro que estaba sentado al fondo soltó una risotada. Las ninfas de primera fila se dieron codazos las unas a las otras, cuchicheando entre risitas.

Menuda tontería de hechizo, pensaban todos.
importa que desaparezcan los botones?

Pero se equivocaban. Pepita Toquedemagia sacudió su varita dibujando varios círculos en el aire (no servía para nada, pero quedaba muy bien). Y dijo las palabras mágicas imprescindibles, además de muy difíciles).

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–Pim, plas, plon, que desaparezca cualquier botón.
pudo abrocharse los abrigos, ni las chaquetas, ni las camisas… ¡Qué frío pasaron!

Tampoco pudieron usar el ascensor. Habían desaparecido los los números de los pisos. Todo el mundo tuvo que subir y bajar por las escaleras.
ningún niño pudo jugar con su consola, los pudieron despegar porque no tenían botones luminosos en las cabinas de mando y las abuelas no pudieron de chocolate porque las batidoras se queda

No quedaba ningún botón en todo el país.

Pepita Toquedemagia rompió el hechizo diciendo: «Plon, plas, pim, que el hechizo llegue a su fin», cuando el ogro que había risotada se levantó y se le cayeron los pantalones. La cosa había ido demasiado lejos. Y para muestra, un botón.

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E

l rey y la reina estaban muy preocupados. Sus vecinos les habían declarado la guerra y podían
en cualquier momento.
–¿Qué vamos a hacer? –decía la reina entre
guerra es una cosa terrible.
–Tienes mucha razón, querida –le contestaba el rey, desesperado–. Tendremos que llamar al sabio. Él siempre
nas ideas. El martes me dolía el estómago y
una pócima milagrosa. Luego me entró el apetito
mendó un restaurante. Seguro que él sabrá qué hacer.

El sabio del reino acudió en cuanto lo llamaron. Era tan sabio que se sabía el recorrido de todos los autobuses
memoria. Así que se montó en el número 8, que paraba cerca de su casa, y se bajó en la mismísima puerta de palacio.

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