Seis cuentos para educar en disciplina positiva

Centro de Psicología Álava Reyes

Fragmento

CuentosDisciplinaPositiva-1.xhtml

Introducción

 

pag7.jpg

Parece que en la actualidad se ha puesto de moda educar en positivo; sin embargo, ya Victor Hugo (1802-1885) nos decía que «quien abre las puertas de una escuela cierra una prisión», y Pitágoras (569-475 a. C.) recomendaba: «Educad a los niños y no será necesario castigar a los hombres». Si esta idea estaba tan clara hace más de 2500 años, ¿qué nos ha ocurrido? ¿Por qué apenas la hemos aplicado a lo largo de la historia de la educación?

1. Normas y límites

Cuando hablamos de educar en positivo, no estamos diciendo que no haya que poner normas o límites a los niños, o que les tengamos que permitir hacer todo lo que ellos quieran o decidan. Vivimos en una sociedad muy compleja, con un gran entramado de normas sociales, muchas de ellas básicas para la convivencia. Por eso es importante mostrar a los niños la importancia de seguir las normas, que les darán seguridad y les marcarán lo que se puede y lo que no se puede hacer. La diferencia está en cómo lo hacemos. En absoluto se trata de imponer un listado larguísimo de normas y decirles que se hacen «porque yo soy el adulto» y «ordeno y mando». Se trata de fomentar el pensamiento lógico y el sentido crítico del niño y que entienda el porqué de la norma. Las normas y los límites deberán estar marcados cuando se trate de salud, seguridad y ley (por ejemplo: que se ponga el cinturón en el coche o tome la medicación). Fuera de esto, se puede negociar.

2. En lugar de castigar, establece consecuencias coherentes

Está ampliamente demostrado que el castigo no funciona bien para reducir las conductas inapropiadas. Además, muchas veces se abusa de los castigos, siendo muy largos o desproporcionados. Por eso, os invitamos a sustituir el castigo por establecer las consecuencias lógicas y coherentes tanto a nivel emocional como conductual. Por ejemplo: «Papá y mamá están tristes cuando los insultas», «Os he ofrecido jugar cinco minutos cada uno con el camión; si no queréis, guardo el camión», o bien «No vas a volver a comer en un restaurante porque tiraste adrede el vaso y nos gritaste. No es un castigo, sino que irás cuando estés preparado y demuestres que sabes comportarte». En todo momento las consecuencias deben ser:

pag9b.jpg

• Lógicas

• Relacionadas con la situación que ha ocurrido

• Razonables

• Reveladas con anticipación

Se trata de explicarle al niño que su conducta influye en los sentimientos y emociones de los demás. Los niños tienen que aprenderlo para así poder ser empáticos, sensibles y cuidadosos. Esto, además, contribuye al correcto desarrollo de la ética y tendrá una influencia positiva en su autoestima.

Los niños se comportan mucho mejor cuando enunciamos todo en positivo, poniendo el foco en lo que podrán hacer, que cuando utilizamos la amenaza. Por ejemplo, en lugar de «Si no te duchas rápido, no podrás coger la tablet», podemos decir: «Ahora toca ducharse, sé que lo vas a hacer muy rápido y bien, y así te quedarán unos minutos para poder jugar con la tablet».

pag9.jpg

3. Trabaja su autonomía

Se debe fomentar que el niño tome sus propias decisiones y controle sus reacciones. Para ello, será fundamental comprender y respetar la etapa educativa en la que se encuentra. No podemos exigirle más de lo que su desarrollo evolutivo le permite. Hay que entender que hay cosas que querrá hacer, pero para las que todavía no está preparado. En este caso, le explicaremos que, aunque ahora no puede hacerlo, sí podrá más adelante. Por ejemplo: «Sé que quieres cruzar la calle tú solo, te lo enseñaremos y, cuando sepas y seas mayor, podrás hacerlo. Iremos practicando». De esta forma, además de animarlos, fomentaremos que empiecen a ser autónomos.

Favorecer el desarrollo del lenguaje también tendrá efectos positivos a la hora de regular sus conductas y sus emociones. Por ejemplo, podemos decirle: «Pídeme lo que quieres, pídeme que te haga caso…, pero no pegues». Cuando son pequeños, necesitan nuestra supervisión para aprender cómo deben comportarse con los demás. Así, cuando juegan con otros niños, les enseñaremos a nutrir de palabras el juego: «No le quites el juguete, pregúntale primero si puedes cogerlo».

Fomentemos que participen en la familia, haciendo pequeñas tareas en función de su edad que contribuyan al buen ambiente familiar. Los niños se sienten mejor consigo mismos y tienden a ser más cooperadores cuando creen tener un lugar importante en el hogar.

Cuando surge un problema, pregúntale qué cree, cómo lo solucionaría él o ella. Se trata de que aprendan a generar sus propias ideas sobre cómo mejorar su conducta, lo que los ayudará a desarrollar su competencia y su autoestima, además de marcar límites.

4. Pon el foco en lo positivo

Se trata de que los niños reciban más atención cuando se portan bien que cuando están haciendo algo incorrecto o cuando intentan llamar nuestra atención de forma negativa. Se trata de elogiarlos en esos momentos y valorar los pequeños cambios que hacen y que los acercan a su meta.

Los adultos debemos ser capaces de reforzar su buen comportamiento. Es decir, es importante que le hagas saber que te has dado cuenta de que está haciendo lo correcto, sobre todo cuando ha corregido su conducta. Por ejemplo: «Me ha gustado mucho que hayas estado toda la tarde jugando con tu hermano sin pelearte» o «Ha sido estupendo conversar hoy en la cena, ¿no te parece? Seguro que podemos hacerlo más a menudo».

5. Reserva tiempos de atención plena con tu hijo

Dediquémosles veinte minutos diarios sin interrupciones a los niños. Una opción podría ser irse antes a la cama para levantarse veinte minutos antes y estar con ellos, o reservar un tiempo después de la cena. Cuando se les presta atención exclusiva, los niños se sienten cuidados y queridos.

También es conveniente programar el mayor número posible de actividades al aire libre. El cambio de escena tiende a restaurar sentimientos positivos y agradables.

6. Las emociones no se pueden obviar

A la hora de educar, también debemos hacer educación emocional. Para ello será fundamental regular nuestras emociones y, si es necesario, no hablar ni intervenir hasta que nosotros estemos calmados. De igual forma, es importante tener en cuenta sus emociones y ser empático con él. Por ejemplo: «Sé que no te apetece recoger los juguetes, pero hay que ducharse».

7. No es necesario sentirse mal para aprender

De hecho, la neuroeducación nos muestra todo lo contrario. Hay que corregir a los niños, pero nunca humillarlos o hacer que queden mal.

De la misma forma que corregimos a los niños cuando se equivocan, los adultos debemos reconocer nuestros e

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos