Cuentos para soñar un mundo mejor

Manuela Carmena

Fragmento

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A menudo se nos olvida que es precisamente el lenguaje lo que nos identifica como seres humanos frente al resto de las criaturas del planeta. Solo nosotros, los humanos, hablamos, y hablar es esa maravillosa facultad que nos permite expresar nuestros pensamientos, ideas, sensaciones y emociones.

Desde los primeros balbuceos siendo tan solo bebés, gracias a la fantástica y especial capacidad del habla, de manera natural, sin percibirlo y sin ni siquiera saberlo, nos integramos en lo que la Declaración Universal de los Derechos Humanos denomina la familia humana.

El psiquiatra Luis Rojas Marcos, sevillano de nacimiento y estadounidense de adopción, nos dice en uno de sus últimos libros que somos lo que hablamos. Precisamente por eso creo que es tan importante conversar con los niños desde muy pequeños y, sobre todo, dejarlos entrar en nuestras conversaciones. Demasiado a menudo, la relación de los adultos con los niños ha sido inexistente, pues no los considerábamos como interlocutores válidos. No debíamos considerarlos, se decía, aunque la realidad es que no sabíamos cómo hacerlo.

No me gustan esos padres que aburren a los niños con preguntas como «¿qué has hecho hoy en la escuela?», «¿qué te han dado para comer?» o «¿a qué has jugado?». Por supuesto que es importante que los niños nos cuenten lo que ellos viven, sin embargo, no parece que la mejor manera de enseñarles a utilizar la maravilla de la comunicación sea mediante preguntas obvias y aburridas, pues eso tan solo revela nuestra incapacidad para incentivar ese aprendizaje.

Al contrario, deberíamos ser los adultos quienes seamos los primeros en describirles, a ellos, a nuestros niños, cómo ha sido nuestra jornada, lo que hemos hecho, si hemos tenido un día bueno o malo, si estamos tristes o contentos. Solo entonces, si ellos ven que nosotros les contamos lo que vivimos, ellos también se animarán a contarnos sus cosas, y podremos estar satisfechos de haberles enseñado a disfrutar del placer de la comunicación.

Y de estas reflexiones surge la idea de escribir Cuentos para soñar un mundo mejor. Contar historias que nacen de nuestra imaginación es el regalo más especial que podemos hacer a los pequeños. A todos, niños y mayores, nos encantan los relatos, las novelas, las películas, las series, el teatro... Historias que nos interesan, que algunas veces nos aterrorizan y otras nos deslumbran pero que, casi siempre, nos estimulan. Por eso siento que ser capaces de contar cuentos a las niñas y a los niños mucho antes de que puedan leerlos por sí mismos, es algo asombroso y maravilloso.

Para el contador de cuentos es un placer narrar la historia con la ayuda de gestos y jugando con los tonos de voz, pero, sin duda, la mayor y más divertida satisfacción es recibir la reacción de los niños, sus comentarios, sus miradas..., señales que nos indican que empiezan a reconocer las palabras y la historia y, que poco a poco, la van construyendo a su manera en sus pequeñas y brillantes mentes.

Explicar historias a los niños es algo verdaderamente maravilloso. De hecho, contar cuentos es, en sí mismo, enseñarles a ellos a contarlos. Esa es la intención de este Cuentos para soñar un mundo mejor: Animarles a contar historias a sus amigos, a sus profes, a la familia y, por supuesto, lo más importante: que aprendan a contárselas a sí mismos.

No hemos inventado nada, nuestros antepasados ya contaban historias. Estas narraciones, algunas convertidas en leyendas, han ido pasando de generación en generación. Los mayores contaban los relatos que habían escuchado de pequeños. Esta transmisión oral ha logrado que algunos cuentos perduren durante siglos; si bien es cierto que algunos cuentos, por así decir clásicos, han sufrido alteraciones, creo que han sobrevivido precisamente porque se han actualizado. En toda narración siempre hay, o puede haber, algo que aporte, añada o cambie el nuevo narrador.

Recuerdo que algunas veces mis hijos protestaban y me decían que se aburrían, y con cara de muchísima sorpresa, yo siempre les decía: «¿Cómo es posible que os aburráis con vosotros mismos?»

El ser humano es, en sí mismo, una inmensa caja de juegos, una emisora de estímulos. Deberíamos ser conscientes de nuestro enorme potencial y acostumbrarnos a contar con esa fuente de creatividad que es nuestra imaginación. Gracias a la imaginación podemos inventar lo que no existe, lo que no vemos, lo que no conocemos..., podemos diseñar, ilustrar y dar vida a mundos increíbles tan solo con nuestras palabras.

Estos cuentos responden a la experiencia que yo misma viví, de manera muy especial, con mi nieta Lola. A ella le encantaba activar, mediante el teclado del ordenador que yo le decía que tenía en mi cabeza, el mecanismo para que surgieran historias de los temas más divertidos, absurdos y sorprendentes que se nos pudieran ocurrir. Racionalizándolo, consistía en poner en marcha la imaginación. Fue magnífico. Creo que lo más importante fue que ella aprendió también a contarse sus propios cuentos.

Activar la tecla de la imaginación, buscar las palabras precisas y combinarlas para escribir estos cuentos ha sido también para mí un proceso estimulante y maravilloso. Mi intención no es otra que animar a los lectores a poner en marcha su imaginación e inventar sus propios cuentos para soñar un mundo mejor.

Me gustaría pensar que estos cuentos pueden servir de ejemplo e incitar a activar esa tecla maravillosa, tantas veces adormecida y siempre sorprendente, que es la imaginación de grandes y pequeños.

Para eso se publican.

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