Cole de locos 2 - Una excursión épica

Dashiell Fernández Pena

Fragmento

cap
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Era un día como cualquier otro en el colegio de los locos. Como siempre, las mates eran la asignatura de primera hora. Como siempre, Ana, la tutora de la clase de 2.º, acababa de apuntar unas cuantas multiplicaciones en la pizarra. Como siempre, todo el mundo había copiado las operaciones en sus cuadernos y las estaba resolviendo. Y, como siempre, los miembros de la pandilla de los locos estaban calladitos y haciendo los deberes.

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Un momento, un momento... ¡eso no era lo que la pandilla de los locos hacía siempre! Lo habitual era que Lucas le estuviese contando algún chiste malo a Carlos, que Carlos se estuviese riendo del chiste por lo bajini, que Claudia estuviese dibujando garabatos en su cuaderno, que Isa ya fuese por un capítulo del libro de matemáticas mucho más avanzado que el resto de la clase y que Asim estuviese pensando en mates, sí, ¡pero en mates a canasta de baloncesto! Desde luego, aquella tranquilidad no era propia de una pandilla que era famosa por ser la más gamberra, bromista y chiflada de todo el colegio. ¿Qué estaba pasando ahí?

A Ana le pareció un poco sospechoso, claro, pero para una vez que los locos se estaban portando bien, ¡no iba ella a quejarse! Se sentó en su mesa y se puso a leer con disimulo unos cómics que tenía guardados en el cajón. Algo tenía que hacer mientras sus alumnos hacían las multiplicaciones, ¿no? El cómic se titulaba Doctor Perruno y trataba sobre un perro que se volvía superinteligente tras ser mordido por una garrapata radiactiva y vivía un montón de aventuras que... ¡BROOOM! Un ruido tremendo hizo que Ana levantase la cabeza de las páginas del tebeo. Echó un vistazo al aula. Todo parecía estar en su sitio. Todo menos los pupitres de Carlos y Lucas, que, de pronto, estaban de espaldas a la pizarra.

—¡Se suponía que teníamos que girar los pupitres todos a la vez! —dijo Lucas—. ¿Cómo es que no has avisado a los demás?

—¿Yo? ¡Creía que ibas a hacerlo tú! —contestó Carlos.

—Muy bonito, chicos —dijo Ana, armándose de paciencia—. Me sorprende que no hayas hecho la bromita del cojín pedorrero, Lucas. ¿Estás actualizando tu repertorio?

—¡Renovarse o morir, seño! —dijo Lucas encogiéndose de hombros—. ¡Los auténticos bromistas no descansamos nunca!

—Pues puede que os tengáis que coger unos días de vacaciones, porque al paso que vais ¡ni Carlos ni tú iréis de campamento con el resto de la clase!

—¿C-c-campamento? —preguntó Carlos muy sorprendido.

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Las palabras de Ana habían dejado al pobre Carlos tan alucinado que, incluso en el recreo, seguía en estado de shock.

—Oh, no te preocupes —le dijo Lucas quitándole importancia—. Estoy seguro de que Ana no decía en serio eso de castigarnos sin ir al campamento. Si no lo hizo cuando organicé mi pequeño negocio de contrabando de postres la semana que tuvimos ración doble, ¡no lo va a hacer ahora, que solo hemos movido un poco los muebles de la clase!

—No. No es eso, Lucas... —contestó Carlos—. Es que yo... ¡nunca he ido de campamento!

Ahora los que estaban alucinados eran el resto de la pandilla. Pero ¡a lo mejor era cierto!

Carlos acababa de llegar al cole de locos, y aunque en muy poco tiempo ya se había hecho amigo de todos, aún no sabían gran cosa sobre él. Y por raro que sonase, ¡no en todos los colegios iban de campamento!

—¡Tranquilo, yo soy el rey de los campamentos! —dijo Lucas pasándole el brazo por el hombro—. ¡Conmigo a tu lado, no tienes de qué preocuparte!

—¿Ah no? ¿Ni siquiera de... la niña perdida? —dijo Claudia poniendo voz misteriosa.

—¿L-la niña p-p-perdida? —repitió Carlos con la cara más blanca de lo que ya era habitual en él.

—Hay una leyenda que dice que hace años, una niña desapareció en el bosque que rodea nuestro campamento —continuó Claudia—. La buscaron durante días, pero ¡jamás lograron dar con ella! Y ahora, esa niña merodea por el lugar convertida en una criatura sedienta de venganza.

—¿Sedienta de venganza? —dijo Carlos, temblando—. ¿Contra quién?

—Supongo que contra todo el mundo. ¿Acaso tengo pinta de saberlo? Aunque también es posible que todo eso de la niña perdida no sea más que un cuento chino para darle emoción al campamento. A la hora de la verdad, siempre ac

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