El bosque oscuro (Rexcatadores 4)

Juan Gómez-Jurado
Bárbara Montes

Fragmento

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Personajes

Max: sus padres se han ido a recorrer el mundo en un crucero, así que le han enviado a pasar el verano a casa de sus abuelos, Agatha y Godofredo. Max tiene 11 años y le gustan los videojuegos, jugar con su móvil y los cómics... O al menos eso es lo que él creía. Ahora le encanta estar en Punta Escondida y jugar en la playa con Pía y Rex, un tiranosaurio adolescente que vive con sus abuelos.

Pía: una niña un poquito rara pero muy muy valiente, inteligente y divertida. Sus padres son amigos de los abuelos de Max y ella pasa casi más tiempo en la casa de Punta Escondida que con su propia familia. Pía adora nadar y es la primera en apuntarse a cualquier aventura.

Rex: el amigo que todo niño o niña quisiera tener. Mide dos metros (todavía es muy joven, ya crecerá), es de un color entre marrón y verde, y en su boca hay más de 60 dientes, todos ellos muy afilados. Pero que su aspecto no nos lleve a engaño: Rex tiene un corazón de oro y a veces puede llegar a ser un poco remilgado. Procede de Sauria, ciudad que se encuentra en el mundo de Ur. Los abuelos de Max y los padres de Pía también proceden de Ur.

Agatha: la abuela de Max es una científica experta en química y en alquimia. Es alegre, perspicaz y divertida, pero no la hagas enfadar porque su genio es conocido no solo en la Tierra, sino también en todo Ur, donde nació. Sigue tan enamorada de Godofredo como el día en el que se casó con él, y está muy feliz de poder pasar este verano con su nieto Max. Un consejo: nunca pruebes uno de sus guisos sin preguntar antes, podría tener consecuencias desastrosas.

Godofredo: el abuelo de Max es inventor. Él es el responsable de la máquina llamada «transportador dimensional», una especie de armario de metal con luces, gracias al cual pueden viajar a la dimensión de Ur cuando allí les necesitan. Además, le encanta cocinar para la familia y plancha la ropa cuando nadie le mira. Adora a Agatha y no sabe qué haría sin ella. Rex suele ayudarle con sus inventos.

Falgar: un cangrejo de más de un metro de alto con una frondosa barba blanca que se encarga de vigilar que en Ur todo esté bien. Parece saber las cosas antes de que sucedan, y siempre es el primero en avisar a Agatha y Godofredo. Vive en una cabaña a caballo entre la arena y el mar en la playa de Bahía Mejillón, en Ur.

El Enemigo: nadie sabe quién es ni por qué quiere dominar Ur y a todos sus moradores. Los abuelos de Max han jurado que no se saldrá con la suya y trabajan junto con muchos otros habitantes de la dimensión de Ur para que el Enemigo no triunfe jamás.

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Lugares

Ur: es una dimensión paralela a la Tierra. Allí las cosas funcionan de otra manera, los ríos y océanos tienen nombres diferentes a los de nuestro planeta, hay ciudades cuyos habitantes son dinosaurios (Sauria, donde nació Rex) y todavía es fácil encontrar piratas, gigantes o animales que hablan (entre muchas otras cosas). Todas las aventuras que vive Max durante el verano que pasa en casa de sus abuelos suceden en Ur, que sufre la amenaza del Enemigo, un misterioso malvado que quiere dominarlos a todos.

Bahía Calamar, la Tierra: es el pueblecito en el que Max ha ido a pasar las vacaciones y en el que los abuelos Agatha y Godofredo tienen su hogar (bueno, la casa de los abuelos está a unos pocos kilómetros del pueblo, frente a la playa). Es uno de esos pueblos costeros que podemos ver en las postales, con casas pintadas de llamativos colores y callecitas estrechas. A Max le pareció de lo más aburrido cuando llegó allí.

Bahía Mejillón, Ur: el equivalente de Bahía Calamar, pero en la dimensión de Ur. En su playa vive Falgar, el cangrejo sabio, amigo del abuelo Godofredo y de la abuela Agatha, que vigila que todo vaya bien en Ur.

Punta Escondida, la Tierra y Ur: la casa de los abuelos de Max se llama igual tanto en la Tierra como en Ur, la única diferencia es que en la casa de Ur no hay electricidad ni muchas cosas de metal, así que el transportador dimensional que utilizan para regresar a la Tierra después de cada aventura es de madera. A Max le encantan sus pasillos de altos techos, sus muchísimas habitaciones y las torres redondas en las que tanto él como Rex tienen sus dormitorios (Max nunca había tenido una torre para él solo).

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1

Una huida

En el bosque se pudo escuchar un estruendo. Sonaba como un trueno, pero mucho más fuerte. Al primero le siguió otro.

Y otro.

Y otro más.

Demasiado seguidos para tratarse de una tormenta.

Una pequeña coneja llamada Liadar corría esquivando árboles, arbustos, matojos y rocas cubiertas de musgo. Entre sus mandíbulas llevaba a una de sus crías. Una criatura indefensa que apenas tenía pelo sobre su cuerpecito. Los truenos sonaban cada vez más cerca, justo a sus espaldas. Liadar trotó como si la persiguiese la mismísima muerte a la vez que lanzaba rápidas miradas por encima de su hombro. El monstruo le pisaba los talones. Estaba al límite de sus fuerzas y no sabía cuánto más podría aguantar a ese ritmo. Tras ella, el bosque temblaba y los árboles crujían.

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La coneja sorteó un arroyo con un ágil brinco, giró hacia su izquierda y enfiló los últimos metros hacia la salvación. Cuando llegó al claro vio las raíces del árbol bajo el cual habían construido, a toda prisa, una nueva madriguera. Ya habría tiempo para decorarla más adelante. La habían hecho entre ella y su marido, Tolder, después de que el monstruo destruyese la anterior. Por suerte, el feo animal no se había dado cuenta de que bajo el tronco que había movido con su poderoso hocico vivía una familia de conejos. Entre mamá y papá conejo habían conseguido mover a sus crías a la nueva madriguera; el diminuto Pimpún, que viajaba en la boca de su madre, era el último.

No faltaban más que unos pocos metros para alcanzar la seguridad del nuevo hogar cuando Liadar pisó una rama caída y se torció una de las patas traseras, no pudo evitar caer de bruces sobre el suelo alfombrado de hojas. En la caída soltó a Pimpún, que fue dando vueltas sobre sí mismo hasta la mismísima puerta de su casa. Su padre, agazapado entre las raíces, esperaba la llegada de su mujer y su hijo, por lo que no tardó en agarrar al conejito Pimpún y descender por el túnel de la conejera para ponerlo a salvo junto a sus treinta y seis hermanos y hermanas. Tras esto, se dirigió otra vez a la superficie para ayudar a su esposa. Mientras ascendía hacia la entrada de la nueva madriguera, pudo escuchar cómo los truenos alcanzaban el claro.

Y un grito.

Después, silencio.

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