Cole de locos 4 - Una fiesta terrorífica

Dashiell Fernández Pena

Fragmento

cap-1

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Pronto caerá la noche, pero aún tenemos tiempo para una historia más, una última historia para entrar en calor. Sucedió hace más de cien años, durante una noche de Halloween... como la de hoy. Esa noche, un heladero se dirigía hacia el cole de locos con su carrito de los helados. Pero una niebla espesa comenzó a formarse a su alrededor. El heladero no podía ver nada, ni siquiera lo que tenía delante de sus narices. Entonces divisó una luz que brillaba desde una de las ventanas de la escuela. ¡Era tan potente que podía verse incluso a través de la niebla! El heladero no lo dudó y dirigió su carrito hacia la luz..., pero se estrelló contra una enorme roca que tenía delante y que no pudo esquivar a tiempo. Él se torció el tobillo, pero la peor parte se la llevó el carrito, que se partió en dos. ¡Sus deliciosos helados se derramaron por todas partes y se echaron a perder para siempre! Todo había sido obra de unos graciosos del cole de locos que querían gastarle una broma. Intentaron explicárselo, pero ya era demasiado tarde: el heladero permanecía de pie, en silencio, envuelto en la niebla y mirando el desastre. Muchos creen que fue en ese momento cuando su cerebro se derritió, como si fuese uno de sus helados. Al cabo de un rato murmuró una maldición entre dientes, se dio la vuelta y se alejó cojeando para no regresar jamás. Esta terrible historia se ha transmitido a través de generaciones de alumnos y profesores del cole de locos y se rumorea que cuando la niebla regrese al colegio, también lo hará el Heladero Demente para vengarse de todos los niños y niñas bromistas que lo llevaron a la locura.

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Lucas escuchaba boquiabierto. Carlos, Claudia, Isa y Asim —el resto de la pandilla de los locos— no tanto. Los cinco estaban en el patio del colegio sentados alrededor de Ana, su profesora, que les acababa de explicar este relato mientras se alumbraba la cara con una linterna. Aquella noche era muy especial para todos. ¡Era la primera que pasaban en el colegio! Cada año, cuando llegaba Halloween, los mayores preparaban un montón de actividades terroríficas y decoraban el colegio de arriba abajo, convirtiéndolo en un lugar espeluznante, pero también superdivertido. Todos los alumnos se disfrazaban y lo pasaban en grande. Y lo mejor de todo es que podían quedarse a dormir en un pequeño campamento que se organizaba en el salón de actos. Aunque por la cara de susto que se le había quedado a Lucas tras escuchar la historia del Heladero Demente, ¡no parecía que fuese a dormir mucho!

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—¡Tu historia no tiene ni pies ni cabeza, Ana! —dijeron Claudia e Isa a la vez. Las gemelas de la pandilla de los locos eran muy distintas entre sí, pero tenían una cosa en común: eran dos de las chicas más listas de la clase. Aun así, no habían tenido que estrujarse mucho la cabeza para darse cuenta de que la historia del Heladero Demente tenía unos cuantos cabos sueltos.

—Para empezar, ¡hace más de cien años esta escuela ni siquiera existía! —dijo Claudia.

—¿Y qué es eso de estar vendiendo helados el 31 de octubre, con el frío que hace ya? ¡Y encima de noche! —dijo Isa.

—Sí, ¿y qué clase de persona se vuelve loca solo por torcerse el tobillo y perder unos helados? —preguntó Carlos.

—¿En serio, Ana? ¿Un heladero? —añadió Asim sin pensarlo mucho—. ¿No se te ocurre nada que dé menos miedo? ¿Qué tal «la terrorífica historia de la ardillita ligeramente enfadada»? ¡Me parece que nos has contado lo primero que se te ha pasado por la cabeza!

—Bueno, pensad lo que queráis —dijo Ana, sonriendo y encogiéndose de hombros—. Por cierto, todavía no me ha quedado muy claro de qué vais disfrazados.

La verdad es que la pandilla de los locos llevaba unas pintas que hacían honor a su mote.

—Déjame que lo adivine, Asim —dijo Ana—. Tú vas disfrazado de jugador de baloncesto. ¡Pero eso no da mucho miedo!

En efecto, el disfraz de Asim era bastante realista porque se había limitado a ponerse la ropa de su equipo de baloncesto de extraescolares. Lo mejor era que llevaba una pelota y todo. Así, si se aburría o quería fardar un poco, siempre podía hacer unos pases y unas canastas.

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—¡Pues tendrías que haber visto el disfraz de marinerito que mi madre quería que llevase! Eso sí que daba miedo, ¡pero de lo cursi que era! —replicó Asim.

—Carlos, tú vas disfrazado de momia, ¿verdad?

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