Cuentos para niños y niñas que quieren salvar el mundo

Carola Benedetto
Luciana Ciliento

Fragmento

cap-1

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Todos somos semillas

Vandana Shiva

Vandana se quita sus zapatos azules, los tira más allá de la mecedora en la que se está meciendo y corre hacia Mira, su hermana mayor, invitándola a seguirla hasta el huerto. Mira, sonríe y deja que la pequeña la guíe. Vandana se mueve a sus anchas, saltando ligera entre las hileras de tomates y sandías. Con los pies descalzos, siente la tierra húmeda: sabe dónde está sembrado y por dónde pueden andar tranquilamente. Con una mano coge la mano de Mira, en la otra sostiene una bolsa de tela rosa: su padre se la cosió con la nueva máquina y la llenó con semillas de zanahoria.

—Antes que nada debemos dar las gracias a las lombrices. Son quienes remueven la tierra, con lo que brindan el oxígeno necesario para nutrir a las zanahorias

—dice. Luego une las manos y su voz se fusiona con la de Mira para recitar un mantra, una oración hindú.

Vandana y Mira acercan sus labios a la tierra y le piden permiso para cavar un surco. En la India, la tierra es una diosa, es sagrada, y antes de pisarla o agujerearla, aunque solo sea para depositar una semilla en ella, debes solicitar su permiso y bendición.

Vandana cierra los ojos. Ahonda las plantas de los pies en la tierra blanda. Cuando siente el calor en su piel, sabe que la diosa le ha respondido. Entonces abre los ojos e introduce suavemente los dedos en la tierra. Excava con cuidado un pequeño hoyo redondo.

—Mira qué bien huele —dice a Mira, cogiendo un puñado de tierra. Luego forma otro surco circular—. Servirá para retener el agua durante la estación seca y ayudará a que no haya demasiada en la temporada de lluvias.

En ese preciso momento abre la bolsa rosa y coge las semillas.

—Pondremos nueve porque es un número mágico.

Vandana vive en la India, en el pequeño pueblo de Dehra Dun, a los pies del Himalaya, con Mira, su hermano Kudip, su mamá, su papá y una abuela fantástica que cocina todo tipo de exquisiteces.

Su padre es guardia forestal y a menudo lleva a casa cachorros de tigre para cuidarlos. Hace unos años que cose la ropa para toda la familia. Es algo que le gusta, pero la máquina de coser es algo más. Es un instrumento de libertad, diría siguiendo las enseñanzas de Gandhi, llamado el «Mahatma», ‘gran alma’, por su sabiduría.

Sin usar armas, Gandhi lideró la lucha por la independencia de la India frente al Imperio británico. Invitó a los indios a tejer el algodón y a fabricarse sus propios vestidos, luego marchó con ellos para coger la sal del mar y no tener que comprarla a los colonos ingleses.

—Cada vez que nos ponemos un vestido fabricado por un indio, su familia puede comprar lo necesario para vivir y, así, todos felices —repite Baba, es decir, ‘papá’ en hindi. Y esta felicidad que se multiplica, como el laddu (las montañas de bolas dulces que prepara la abuela con harina y mantequilla), a Vandana le parece lo más valioso del mundo.

Su madre es de origen campesino y cuida de las vacas. A Vandana la tienen hechizada. La niña ama a todos los animales, pero las vacas son algo especial. Blancas, con grandes ojos enmarcados en negro, como si los tuvieran pintados con kajal, las vacas tienen un aspecto de damas elegantes y poderosas.

Y, mientras las encierran en el establo, Vandana, que siempre quiere saber el porqué de las cosas, pregunta:

—¿Por qué son sagradas las vacas?

—Porque el vehículo del poderoso dios Shiva es un toro, y porque, además, de las vacas recibimos todo lo que necesitamos para vivir —responde mamá.

—¿Y qué necesitamos para vivir?

—La leche, y entonces la hervimos y hacemos el ghee, la mantequilla que tanto te gusta. También necesitamos su estiércol seco, redondo como una enorme moneda, para encender el fuego con el que cocinamos y nos calentamos. Y, finalmente, necesitamos su estiércol húmedo para fertilizar los campos y que en ellos puedan crecer cebollas, arroz y lentejas.

Vandana escucha con atención. Sabe que

todas las cosas están conectadas,

la abuelita no para de repetirlo. Esa noche, antes de irse a dormir, recuerda lo mucho que ha aprendido.

—Duerme, Vandana —le susurra la abuela, que pasa a darle las buenas noches.

—No tengo sueño, Naniji. —Que significa algo así como ‘querida abuela, tú que lo sabes todo’—. ¿Puedes contarme el cuento de los árboles y las mujeres?

—Ya te lo conté ayer, y también anteayer.

—Lo sé, Naniji, pero es como tus tortitas. Nunca me cansaría de comerlas.

Por lo que la abuela, que nunca puede resistirse a los grandes ojos negros de Vandana, empieza a contar:

Hace muchísimo tiempo, en el norte de la India vivía un marajá, un rey malvado y tiránico.

Durante un verano muy caluroso y húmedo, tuvo el deseo de caminar entre frescas fuentes. Y, sin pensárselo dos veces, ordenó a sus sirvientes que talaran el bosque circundante y lo convirtieran en un jardín colmado de agua tintineante. Pero la noticia llegó a Amrita Devi, una chica de un pueblo cercano, que acudió de inmediato a palacio a defender la vegetación.

Los árboles son un bien valioso. Protegen a los animales y con sus raíces retienen el agua que sirve para alimentar los campos dijo a los sirvientes del marajá, que ya estaban manos a la obra.

Los sirvientes rieron a carcajada limpia y empezaron a cortar el primer árbol.

Los árboles son sagrados. En tiempo de sequía, cuando escasea la comida, las mujeres venimos aquí a recolectar hierbas con las que alimentar a nuestras familias insistió Amrita.

Pues a partir de ahora tendréis que ir a otra parte, porque aquí vamos a construir unas fuentes para el marajá. Así que vete, vuelve a la aldea. ¡Largo! bramaron los sirvientes.

Pero Amrita no les hizo caso, sino que dio un paso adelante.

Y esta era la parte que más le gustaba a Vandana. Porque ella tampoco habría retrocedido un solo paso ante semejante injusticia.

Amrita avanzó hacia el árbol más grande y lo abrazó con fuerza, como a un hermano o una madre.

—¡Acabad con ella! —aulló el cruel marajá, que entretanto se había presentado en el bosque. Y como los sirvientes no se atrevieron, lo hizo él mismo. Pero, inmediatamente después, todas las mujeres corrieron a abrazar un árbol. Diez, cincuenta, cien. El terrible marajá mató a muchas, pero otras mujeres llegaron de todos los rincones del reino. Y cuando fueron más de trescientas, finalmente el horrible rey bajó su espada y regresó derrotado a palacio.

—El bosque se salvó gracias al valor de Amrita Devi y las demás mujeres, ¿verdad, Naniji?

—Pues claro, hijita. El ánimo de las mujeres no conoce obstáculos. Son poderosas, son la shakti, la energía femenina que genera los astros del universo. Y tú eres una mujer, tenlo siempre presente.

Vandana asiente y abraza a la abuela, sintiéndose tan a salvo como los árboles del cuento, y por fin se duerme.

Los años pasan tan rápido como los trenes: Vandana ha crecido y pronto se enfrentará a sus primeras decisiones y a un importante viaje.

—Haz lo que sientas que debes hac

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