La casita bajo tierra 3 - El valle encantado

Catalina Gónzalez Vilar

Fragmento

cap-1

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Una hermosa mañana de principios de verano, Matías Milenrama, cargado con su caballete y su caja de pinturas, oyó un inesperado bullicio que llamó su atención. O mucho se equivocaba o los alumnos de la escuela de Rocadeliciosa andaban por allí.

Efectivamente, los encontró reunidos alrededor de la fuente del Cuervo, mirando hacia el agua con tanta atención que ninguno se percató de su llegada. Él, sin querer interrumpirlos, los observó en silencio durante unos minutos, deseando averiguar qué era lo que contemplaban con tanta emoción.

Conocía a la maestra, Sofía, desde que ambos iban juntos a la escuela, y también a la mayoría de sus alumnos. Allí estaban los trillizos Zarzamora, Lena, Tom y Oli, que vivían en la Gran Encina, muy cerca de su casa. Y sus inseparables amigos, Alex e Iris Borbotón, y la prima de estos, Jara Saltarriba. También reconoció a los hermanos Triscante, a Pau Buenamiga, y a Nora y Tina Bayazul.

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—¿Veis esos que ya tienen patas? —estaba diciendo Sofía en ese momento—. Dentro de una semana serán ranas hechas y derechas. ¡Cuidado, no os inclinéis tanto o terminaréis en el agua!

Matías sonrió. ¡Renacuajos! Debería haberlo adivinado. No era un mal tema para la última clase antes de las vacaciones. Una vez resuelto el misterio, decidió marcharse sigilosamente, pero al retroceder, tropezó con su caballete y provocó tal alboroto que al momento dos docenas de ojos curiosos estaban fijos en él.

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—¡Matías! —lo saludó Tom de inmediato.

—¡Hola a todos! —dijo él, algo apurado al verse descubierto—. Disculpa, Sofía, solo pasaba por aquí, no quería interrumpiros.

—¡No interrumpes! —respondió ella, encantada—. Ven, acércate. Hoy hemos salido con el propósito de observar con atención lo que nos rodea, y eso también incluye hablar con quienes nos encontremos.

—¡Hemos visto a los abuelos de Nora y Tina! —se apresuró a explicar Oli Zarzamora, impaciente por compartir todas las novedades—. Estaban recogiendo esparto para tejer sus cestos.

—¡Nos han enseñado a trenzarlo formando un dibujo de espiga! —añadió Lena, y le mostró un pedacito de cuerda confeccionada con largas hojas de esparto.

Matías, viendo que no tenía escapatoria, se acercó hasta ellos y sostuvo la cuerda para admirar el trabajo.

—¡También hemos hablado con las señoras Pamplinas! —dijo Alex—. Nos han invitado a ir un día al periódico para que veamos cómo lo imprimen.

—¿Qué nos vas a contar tú? —quiso saber Oli.

—¿Yo? —Matías miró alarmado a Sofía—. No creo que tenga nada interesante que contar...

La maestra sonrió.

—Vienes de pintar, ¿verdad? —le dijo, señalando el caballete y la caja de pinturas—. Quizá podrías mostrarnos tu trabajo.

La sugerencia de Sofía fue recibida con gran entusiasmo por sus alumnos, y de nada le valió a Matías murmurar que no merecía la pena y que no había en su carpeta nada que no hubiesen visto mil veces en el valle.

La clase entera se arremolinó a su alrededor como antes lo había hecho en torno a la pila de agua y no le quedó más remedio que ir sacando sus acuarelas.

Ante ellos comenzaron a aparecer imágenes del valle, desde muy distintos lugares y en diferentes momentos del año. Allí estaban pico Brincador, alzándose orgulloso entre la niebla, y Rocadeliciosa, la gran peña con forma de zanahoria que daba nombre al valle. El camino de los Reyezuelos en otoño, cuando los rosales silvestres dejaban ver sus escaramujos de color rojo intenso, y el río Esquivo, bajando alegremente junto al molino de los Buenamiga.

—Este es de hoy —les dijo Matías, señalando una lámina de tonos verdes, amarillos y azules—. Quería pintar el valle en este momento del año, porque en unas semanas el verano estará tan avanzando que los colores habrán cambiado por completo. ¡Eso hay que agradecérselo a la reina de las hadas!

Estas palabras captaron de inmediato la atención de los alumnos.

—¿La reina de las hadas? —preguntó Lena, alzando las orejas.

—La reina de las hadas y su corona encantada —explicó Matías, pero se dio cuenta de que ni Lena ni los demás sabían de qué hablaba—. ¿No les has contado esa historia, Sofía?

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La maestra frunció un poquito el ceño y negó con la cabeza.

—No es más que un viejo cuento —dijo encogiéndose de hombros.

—Pero ¡precisamente a ti te encantaba esa historia! —exclamó Matías.

—¡Queremos oírla! —gritaron todos, y se sentaron en la hierba para escucharla.

—Muy bien —aceptó Sofía, sentándose a su vez en el borde de la fuente—. Os la contaré. Pero tenéis que saber que esto, si sucedió, ocurrió hace mucho mucho tiempo. Antes de que la primera liebre, el primer erizo o el primer reyezuelo hubiesen llegado a este valle.

»Por aquel entonces este lugar pertenecía al reino de las hadas, y aquí venía su reina cuando quería descansar en compañía de su corte de duendes, elfos y gnomos. La leyenda cuenta que la reina poseía una corona encantada, cuya magia le permitía elegir las estaciones a su antojo. Con tan solo desearlo, la primavera se extendía por el valle, y como esa era su estación favorita, los días aquí eran siempre suaves,

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