Los Minimuertos 3 - Escuela de salvajes

Ledicia Costas

Fragmento

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¡Hola, ser humano! ¿Te acuerdas de mí? Soy Lechuza, esa ave tan misteriosa a la que le encanta volar del mundo de los vivos al mundo de los menos vivos.

Atravesar mundos consume mucha energía, así que lo ideal es hacerlo con la barriga llena de tu comida favorita; en mi caso, de ratones y murciélagos. ¡Mmm! Me relamo solo de pensarlo. Para mi desgracia, hoy la merienda tendrá que esperar. Hace unos minutos, ha hecho aparición en el Otro Barrio una desconocida y eso es todo un acontecimiento.

El Otro Barrio es un lugar de ultratumba, aunque no lo parece. Hay casas, edificios, tiendas, un bosque… Y ahí viven los Minimuertos, una pandilla de niños a los que vigilo. Lo de «viven» es solo una forma de hablar, tú ya me entiendes.

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Lo importante es que me lo paso genial con sus aventuras. Son divertidos, traviesos y tiernos, por este orden.

Pero estaba hablando de la desconocida recién llegada al Otro Barrio… Me chifla la ropa que lleva, no puede ser más elegante.

Va vestida con un abrigo largo de color gris oscuro, un collar de perlas y un maletín con una cadena dorada. Lleva un moño perfecto, agarrado con un bolígrafo, y las uñas pintadas de rojo.

Cerca de su cabeza, hay un sol que la sigue a todas partes, como si fuese su sombra, pero al revés, porque está arriba en lugar de abajo. La misteriosa desconocida camina como si pisase chinchetas y tiene cara de niña.

Llevo ya un buen rato siguiéndola, volando de rama a rama, con mi discreción habitual. Va directa al cementerio donde, casualmente, los Minimuertos están jugando una partida de bolos.

Se lo están pasando en grande, pero no ha sido fácil coordinarse. No había forma de localizar por ningún lado ni la bola ni los bolos, así que tuvieron que buscar una solución. Y la solución resultó ser unos buenos huesos.

Juegan con una calavera que lanzan rodando contra seis fémures y tres peronés.

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Tardan un buen rato en colocarlos, pues no es fácil conseguir que se mantengan en pie sin caerse, pero ya le están cogiendo el truco. Por supuesto, le han cambiado el nombre de «partida de bolos» a «partida de huesos». Va ganando Maya. La verdad es que es bastante buena.

No tengo ni idea de lo que esa desconocida puede querer de los Minimuertos, pero pienso averiguarlo. ¡Ay, qué raro camina! Voy a llamarla la Dama Pisachinchetas.

Cruza el cementerio con decisión, atravesando la zona de los mausoleos, que son esas construcciones que hay en los cementerios que casi parecen templos, adornados con columnas y esculturas. Los fantasmas se pelean por poseerlos porque son bonitos y cómodos.

La Dama Pisachinchetas llega al lugar donde se está celebrando la partida de huesos. Poso mis patas sobre la cabeza de un ángel que hay a los pies de una tumba y observo…

—Buenos días —los saluda la Dama Pisachinchetas, después de aclararse la garganta—. Mi nombre es Siniestra, y soy vuestra nueva maestra.

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Los Minimuertos detienen la partida unos segundos. Examinan a Siniestra de arriba abajo, con bastante indiferencia, y continúan jugando sin pronunciar palabra, como si aquella mujer no estuviese allí. No parece interesarles demasiado.

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