La casita bajo tierra 6 - ¡Que comience la función!

Catalina Gónzalez Vilar

Fragmento

cap-1

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Anochecía cuando el doctor Aldabón llamó a la puerta de la Gran Encina. A medida que el otoño avanzaba, los días eran cada vez más cortos. Pronto las noches serían tan frías que el claro de los Peregrinos amanecería blanco por la escarcha. Sí, el invierno estaba cerca, pensó el doctor. Se notaba en el olor a leña y musgo que flotaba en el aire.

La puerta de la Gran Encina se abrió y una luz dorada y acogedora lo iluminó.

—¡Máximo, qué sorpresa! —dijo Sam Zarzamora al verlo—. ¿Hay alguien enfermo?

—No, no —lo tranquilizó él—. Solo he pasado para hablar un momento contigo y con Mirna. Se me ha hecho más tarde de lo que esperaba, ¿están durmiendo los trillizos?

—Aún no —dijo Sam, examinándolo con curiosidad mientras lo invitaba a entrar—. Están todos abajo, les gustará verte.

Justo en ese momento se escucharon unas risas procedentes del piso inferior.

—Llevan toda la tarde disfrazándose y organizando una obra de teatro —le explicó Sam mientras bajaban por la escalera—. Ya te habrás enterado de la noticia.

El doctor asintió. Se había enterado, como todos en el valle. Felicia Saltarriba, fundadora y presidenta del Club de Teatro de Rocadeliciosa, había convocado una reunión para anunciar el título de la obra que pondrían en escena aquel año. Precisamente era ese el motivo que lo había llevado a casa de los Zarzamora.

Al llegar abajo, el doctor admiró los muros y las amplias bóvedas de piedra de aquellas salas subterráneas. ¡Así que aquella era la famosa Casita Bajo Tierra! Se trataba de una antigua madriguera, quizá la más antigua del valle, que había permanecido olvidada hasta que los Zarzamora se mudaron a la Gran Encina e hicieron de ella el cuarto de juegos de los trillizos.

Su atención, sin embargo, se centró rápidamente en lo que sucedía junto a la chimenea.

En un escenario improvisado y con una colcha a modo de telón, Tom Zarzamora actuaba ante su madre y sus dos hermanas. Estaba imitando a alguien, y Máximo supo al instante de quién se trataba: ¡de Felicia Saltarriba!

—Atención, os voy a presentar mi última obra, Una liebre en peligro —decía Tom, exagerando el tono teatral y pomposo de la madre de su amiga Jara—. Pero, ¡oh, no!, creo que yo también estoy en peligro y voy a desmayarme.

Con grandes aspavientos y entre las risas de su público, Tom simuló caer sin sentido sobre un sillón colocado en mitad de la escena. Sam y el doctor se unieron a los aplausos.

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—¡Max! —dijo Mirna, al descubrir al recién llegado.

Tom se incorporó de un salto, temiendo una reprimenda. Pero Máximo reía de buena gana. En su opinión, había acertado de pleno con la imitación. Las obras de teatro que escribía Felicia se parecían mucho entre sí. Siempre sucedían en casas elegantes, la protagonista siempre era raptada, siempre lograba salvarse y siempre siempre siempre caía desmayada, a ser posible sobre el sofá de color rosa que Felicia se empeñaba en utilizar en todas sus obras.

—Buenas noches, familia —saludó Máximo, con su habitual simpatía. A continuación, hizo un amplio gesto hacia las bóvedas y columnas de la madriguera—. ¡Tenéis aquí una mansión!

—Es el lugar perfecto para asar castañas —respondió Mirna, riendo—. Ven, siéntate con nosotros un rato y cuéntanos, ¿sabes algo sobre la nueva obra?

Lena, Tom y Oli alzaron rápidamente las orejas. Aunque Felicia nunca escribía papeles para los más pequeños, no perdían la esperanza de que eso cambiase algún día. Después de todo, ellos también eran parte del club y cada año ayudaban como acomodadores y en otras pequeñas tareas.

—¡Peligro entre las violetas! —anunció el doctor, sentándose en un taburete.

Un suspiro de desánimo recorrió a la familia Zarzamora. ¡Si Felicia tuviese tan solo un poco más de imaginación!

—Pero... —añadió Max con tono misterioso— os aseguro que este año no voy a hacer otra vez de mayordomo. Tengo un plan.

—¿Un plan? —quiso saber Mirna—. ¿De qué se trata?

Sin contestar aún, el doctor rebuscó en su maletín y sacó un montón de hojas escritas a máquina y atadas con un cordel. Se lo tendió a Mirna, quien leyó la primera frase en voz alta.

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Las alegres aventuras de Robin del Valle. —Miró a Max—. ¿Es una obra de teatro? ¿La has escrito tú?

—¡Exacto! —dijo él—. Aunque es una adaptación de la historia de Robin Hood. Mi plan es presentarla en la reunión. Por eso he venido a hablar con vosotros. Si todos votamos a favor, Felicia tendrá que aceptar que representemos esta obra en vez de la suya.

Mirna y Sam seguían mirando con asombro el manuscrito, pues no conocían las inclinaciones literarias del doctor.

—Pensadlo —dijo él, creyendo que dudaban—: aventureros, batallas, romance, duelos, reyes malvados...

Tom no pudo contenerse más.

—¡Será genial! —gritó, poniéndose en pie.

Max se animó al ver que ya tenía un aliado.

—¡Desde luego! —dijo Sam, con una mirada centelleante—. Robin Hood es una gran historia, y sería divertido hacer de espadachín.

—¿De qué trata? —preguntó Lena, que sospechaba que Tom tampoco lo sabía. ¡Solo le gustaba porque habría duelos y batallas!

—Tenemos la novela por aquí —dijo Mirna, levantándose a buscarla.

Regresó con un libro en cuya portada se veía una liebre vestida con ropa de otra época: casulla marrón, calzas de color verde oscuro y flexibles botas. Para rematar, llevaba un pequeño sombrero de forma triangular, un arco y un carcaj de flechas.

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