—¿Estás seguro de que no puedo acompañarte? —dijo el padre de Leo León, poniendo ojos de cachorrito abandonado en el asiento del conductor.
Aunque, bueno, será mejor que empecemos esta historia por el principio: Violeta, la mejor amiga de Leo, había decidido presentar a Pulguitas a Mundo Perruno. Mundo Perruno era un concurso de la tele que recorría el país en busca de los perros más talentosos, ¡y había llegado a la pequeña ciudad de DreamsVille!
Y Pulguitas era el perro de Violeta, claro. Puede que no fuese el perro más bonito del mundo (¡la primera vez que lo vio, Leo lo confundió con una rata gigante!), pero era un animalito de lo más espabilado.
Violeta había invitado a Leo al programa. Y su padre lo había llevado en coche al estudio de televisión en el que se grababa. Pero resulta que ahora quería entrar, porque el padre de Leo... ¡era el fan número uno de Mundo Perruno! ¡No se lo perdía nunca!
A Leo le sabía mal dejar tirado a su padre, pero pasaban dos cosas:
La primera era que Violeta solo tenía una invitación. Y en aquel el estudio de grabación no dejaban entrar a nadie que no la tuviese.
La segunda era que el padre de Leo tenía una alergia tremenda a los perros. Así que ir a un lugar lleno de ellos no era precisamente muy buena idea.
—Vale. Me quedaré aquí... esperando... por si necesitáis algo... —dijo poniendo su mejor vocecita de dar pena—. Si veis a algún perro famoso... pedidle un autógrafo para mí.
Tras despedirse de su padre, Leo y Violeta entraron en el estudio de televisión.
Había un montón de gente yendo de un lado para otro, y, por lo menos, una decena de cámaras. Y micrófonos. Y cachivaches raros. ¡Era tan espectacular que Leo estaba un poco nervioso y todo!
Y Violeta también. Aunque por otros motivos.
—Creo que Pulguitas tiene muchas posibilidades de ganar el concurso. ¡Sabe hacer todas las pruebas! ¡Incluso el gran circuito en monopatín! Lo grabé con el móvil haciéndolo y envié el vídeo al programa. Y ellos me llamaron enseguida para decirme que lo habían seleccio...
Con tanto alboroto, a Leo le costaba prestar atención.
—¡Eh! ¿Me estás escuchando? —le preguntó Violeta.
—Oh, perdona... —contestó él, distraído—. Estaba pensando qué opinaría Superjul de este sitio...
Violeta se lo quedó mirando como si fuese un extraterrestre recién llegado a la Tierra.
En cuanto oyó aquello, Leo se dio cuenta de que había metido la pata. ¡Y hasta el fondo!
—Ya sé que te encantan sus cómics —continuó Violeta—, pero que estés pensando en eso ahora me parece un poco friki. ¡Incluso siendo tú!
¡Bufff! ¡Leo había estado a punto de revelar su mayor secreto!
¿Que cuál era ese secreto? Pues que Superjul... ¡era real! Y no solo eso, sino que...
Por ejemplo, eran muy temidos por las tintorerías cada vez que Superjul llevaba a lavar uno de sus trajes repleto de manchas de comida incrustadas. Y por cualquiera que tuviese jarrones delicados en casa, ya que Superjul no podía estar más de dos minutos sin romper algo por accidente.
—Ya hemos llegado —anunció Violeta, abriendo la puerta de una pequeña habitación—. ¡Bienvenido al camerino de Pulguitas!
—Muy bonito —dijo Leo—. Pero ¿dónde está Pulguitas?
—Pues ¿dónde va a estar? ¡Aquí mismo!
No: Pulguitas no estaba allí mismo. Ni Pulguitas ni nadie. ¡El camerino estaba completamente vacío!
Violeta estaba más blanca que un esqueleto en la nieve. Había dejado a Pulguitas en el camerino para ir a buscar a Leo a la entrada del estudio. No había estado más que un par de minutos.
—Habrá salido por la ventana que da a la calle... —supuso Violeta—. ¡Voy a buscarlo! ¡No puede estar muy lejos!
—¿Y qué hago yo si empieza el programa y aún no habéis vuelto?
—No sé, ¡piensa algo!
Pensar era algo que a Leo se le daba bien. Pero lo que pensaba era que, más que perro escapado, allí había... ¡gato encerrado!
En primer lugar, echó un vistazo a su alrededor. La única ventana del camerino era demasiado alta... Pulguitas no había podido salir por ahí. Y tampoco por la puerta, porque cuando Violeta y él llegaron estaba cerrada.
Quizá alguien la había abierto mientras su amiga había ido a buscarlo a la entrada, pero entonces habría visto a Pulguitas. Y si por casualidad se hubiese escapado en ese momento, ¿por qué cerrar la puerta de nuevo?
Leo examinó la habitación: había un par de huesos de goma, un collar antigarrapatas y varias pelotas medio mordidas. En un cam