La sirena Esmeralda 1 - Sirena Esmeralda y la fiesta del océano

Harriet Muncaster

Fragmento

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¡RRRRRRIIIIIINNNNNNGGGGGG! Mi despertador de conchas estaba sonando.

Me senté en la cama, sin saber por un momento dónde me encontraba. Entonces lo recordé: ¡era mi habitación del palacio real!

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Hace unos meses, mi mamá y el rey Óster se casaron. Por eso YO soy ahora una princesa, supongo. Tengo dos casas porque la mitad del tiempo estoy en el palacio y la otra mitad, con mi papá. Él vive en una casita rosa perla al otro lado de Ciudad Ostra.

Me estaba costando acostumbrarme a vivir en dos sitios distintos y también a ser una princesa. Todavía no me sentía como una. No me parezco nada a mi elegante hermanastra Delfina. Yo llevo el pelo a lo loco y todo de punta (exactamente como a mí me gusta), ¡y mi mascota es una pulpita que no para quieta!

Salí de la cama, desplegando la cola. Muchas burbujitas bailaron por el agua.

—¡Vamos, Tintabel! —le dije a mi pulpita, que dormía profundamente sobre mi almohada de esponja de mar—. ¡Es hora de levantarse para ir al cole!

A Tintabel no le gusta nada despertarse para eso.

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Le di un toquecito con el dedo, pero se acurrucó aún más, así que dejé que durmiera otro rato. Salí nadando por el pasillo, decorado de conchas, para ir al baño. De camino, me encontré con Delfina.

—¡Esmeralda! —exclamó—. ¡Buenos días!

Luego abrió completamente los brazos y supe que iba a abrazarme. Delfina es una sirena muy cariñosa. Me parecía un poquito pesada cuando me mudé al palacio hace unos meses, pero ya me estoy acostumbrando a ella.

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—¡A ver quién llega antes! —gritó y se fue moviendo la cola entre burbujas.

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—¡Llegas tarde! —dijo mamá cuando conseguí por fin bajar al gran salón comedor, con Tintabel nadando detrás de mí.

—¡Lo siento! —contesté—. ¡Es que Tintabel no quería levantarse!

Tintabel, enfadada, me dio un toquecito con uno de sus tentáculos e hizo un puchero con la boca.

—¡Vaaale! —le dije mientras me sentaba junto a Delfina, que ya estaba zampándose sus cereales marinos.

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Cogí una tostada de sirena y la unté con una gruesa capa de mantequilla de algas de color verde clarito.

—¡Hemos estado hablando de la Fiesta del Océano! —dijo Delfina muy nerviosa—. ¡Qué ganas tengo de que llegue!

Inmediatamente, sentí un hormigueo de emoción. ¡Me ENCANTA esa fiesta! Se hace todos los años para celebrar la llegada del verano, y he ido desde pequeñita. Hay un montón de comida riquísima, música y baile. ¡Y lo que más me gusta es que todos nos vestimos de manera especial para la ocasión! Además, unas carrozas muy bonitas desfilan por las calles de Ciudad Ostra, incluida la carroza real.

El año pasado estuve en el desfile con mis amigos del colegio ¡y fue el mejor día de mi vida! Nos vestimos con brillos y lentejuelas, comimos algas crujientes y algodón dulce de flores marinas, y bailamos mientras las carrozas desfilaban. Sonreí al recordarlo.

—¡Yo también tengo muchísimas ganas! —exclamé.

Delfina me sonrió contenta.

—¿Qué clase de corona llevarás, Esmeralda?

—Pues… El año pasado mis amigos y yo compramos coronas de flores de mar y…

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—¡Me refería a qué corona REAL vas a elegir! —dijo Delfina—. Este año vendrás en la carroza real, ¿recuerdas? ¡En nuestra familia es tradición llevar coronas grandes y elegantes!

Puse mala cara y miré a mamá y a Óster, pero ellos solo sonrieron, asintiendo con la cabeza.

—¡Será tu primer desfile en la carroza real! —dijo mamá—. Qué emocionante, ¿verdad?

—Pues… —murmuré. No había pensado que tendría que montar en la carroza real durante el desfile. Parecía que debía hacerlo, pues me había convertido en una PRINCESA sirena.

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Iba a tener que acostumbrarme a muchas cosas.

—Pero la carroza real pasa por el centro de Ciudad Ostra y luego regresa al palacio —dije—. ¡No nos dará tiempo a divertirnos!

—Habrá una fiesta especial a la vuelta, aquí en el palacio —explicó Óster sonriendo—. ¡Con comida de lujo!

Volví a pensar en las algas crujientes y el algodón dulce de flores marinas que había comprado en un puesto el año pasado. Me extrañaría que sirvieran algo así en palacio. «Creo que en el fondo no estoy hecha para ser una princesa de verdad», pensé desanimada.

No tenía el aspecto de una princesa.

No me gustaba comer lo que come una princesa.

Y desde luego, ¡no me SENTÍA como una princesa

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