Este es el momento más importante de mi vida.
No solo porque estoy en mitad de un campo de fútbol jugando uno de los partidos que pueden cambiar mi carrera como futbolista, no.
Sino porque la persona que más admiro en el universo me está mirando desde la grada.
Mi padre. Lorenzo Fuertes.
Uno de los mejores futbolistas del mundo. Jugador del mejor club del año, delantero centro, nominado al Balón de Oro en tres ocasiones.
No lo ha ganado ninguna vez.
Y ahora no puedo fallarle. Ni a él ni a mi equipo.
© 2023, Sandra Díaz Revilla
Este es el partido que decidirá si el equipo Villar de los Balones representa a nuestra ciudad en la Copa Centella para convertirnos en campeones nacionales. O si, por el contrario, nos quedamos en casa a las puertas de conseguirlo y nuestros rivales, el Centro C. F., se hacen con esta oportunidad.
Yo estoy dispuesta a evitar a toda costa la segunda opción, a pesar de que mi vida sea un chiste y yo haga honor a mi nombre atrayendo todos los balones del mundo a mi cara. Como un imán.
Ah, claro, que no te lo he contado.
Me llamo Dolores.
En efecto, mi nombre es Dolores Fuertes (aunque todo el mundo me llama Lola).
Sí, el día que mis padres me pusieron el nombre estaban graciosos.
Pero lo importante ahora no es cómo me llamo, sino lo que está ocurriendo en el campo.
Estoy haciendo honor a mi nombre, como te he contado, porque estoy teniendo los dolores más fuertes posibles en las piernas. Corro como un guepardo para tratar de recibir el balón que Aarón, nuestro centrocampista, debe pasarme.
Si hubiera alguien que tuviera que ganar el Balón de Oro de nuestro equipo, sería él. Pero lleva fatal los golpes. Yo, al menos, estoy acostumbrada. Tengo más tiritas en la cara que trofeos en mi casa (todos de mi padre, claro).
Y con lo mucho que estoy sudando, se me despegan todas.
Me tiemblan las rodillas.
Llevo tanto tiempo preparándome para este partido que no me creo que por fin haya llegado.
Soy delantera y recae en mí la responsabilidad más importante de todas: marcar el gol que nos llevará a la victoria. Al torneo de nuestras vidas.
O esa es la idea, claro, porque de momento estamos empatados y en los últimos minutos del partido.
Aarón chuta, hace el pase perfecto para que llegue hasta mí.
© 2023, Sandra Díaz Revilla
El balón siente el imán que tengo en la cara, está decidido a llegar hasta ella.
Y yo estoy preparada para utilizar mi don para dirigirlo hacia la portería. Aunque me rompa la nariz y me cambie el rostro para siempre.
En mi cabeza está todo pensado.
Después de esto, conseguiremos clasificarnos. Jugaremos el torneo más importante de nuestra categoría. Nos podremos convertir en la ciudad ganadora.
Seré yo quien levante la Copa Centella.
Y mi padre le hará un hueco junto a sus trofeos en la vitrina de casa. Se sentirá orgulloso de tener una hija delantera, como él.
Pero en contra de todo pronóstico… el balón no llega a mi cara. Ni a mis pies ni a ningún lugar del cuerpo que pueda ayudarme a marcar un gol.
Salma se interpone en mi camino.
Salma también es delantera. Yo aprieto los puños con fuerza.
Es buena jugadora, sí. Vamos, tiene un talento increíble (o eso dice siempre mi padre cuando la ve jugar), pero nada de disciplina.
© 2023, Sandra Díaz Revilla
La primera vez que le escuché decir eso, no lo entendí. Ahora lo tengo casi tatuado a fuego.
Básicamente, no tener disciplina significa que hace lo que le da la gana. O, dicho de otra manera, que nos mete en problemas a todos y a mí me arde el cuerpo de rabia c