¡Han robado el cuadro de Lisa! (El pequeño Leo Da Vinci 2)

Christian Gálvez

Fragmento

Índice

Portadilla

Índice

Personajes

Mapa

1. Por un examen de dibujo

2. El robo del siglo

3. Papi chungo

4. Una novia para el tío Francesco

5. Leo detective

6. Siguiendo el rastro

7. En la casa del monstruo

8. Bienvenidos a Pisa

9. ¡Estamos atrapados!

10. La pista clave

11. Roleo y Liseta

12. Esto huele a chamusquina

13. Volare, oh, oh…

14. Ataque megatotal

15. ¡Sobresaliente!

Ahora te toca a ti

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Créditos

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Tres, dos, uno, cero… ¡Lanzamiento! Envueltos en una nube de humo y con mucha tos, el intrépido grupo formado por Miguel Ángel, Lisa, Boti y el capitán Leo da Vinci partía en un cohete rumbo a la luna. Era un momento histórico… y también un poco histérico, porque a la luna no se va todos los días. Esto me dio la oportunidad de probar algunos inventos como la vincifandra —para respirar en lugares sin oxígeno—, los zapatileos —para que nuestros pies se pegaran al suelo ante la ausencia de gravedad— o el tapavinci, un traje de lana fabricado por mi abuela con el que es absolutamente imposible pasar frío… y que me encasqueta las noches de invierno para dormir. Y pica. Ya te digo que si pica.

Contábamos con los últimos adelantos tecnológicos, así que no fue difícil aterrizar nuestra nave. Al instante planté en la superficie lunar la bandera de mi pueblo, Vinci, mientras transmitía a grito pelado a la Tierra:

—Este es un pequeño paso para un niño de Vinci, ¡pero un pasote para la humanidad!

Y cuando más felices estábamos, apareció un extraño ser verde, lleno de tentáculos blancos y extraños bigotes que pegaba saltos y echaba escupitajos por la boca mientras me gritaba:

—¿Dónde está usted, señor Da Vinci?

—¿Yooo? Pues, eh… —la verdad es que me pareció un poco obvia la pregunta, pero mi educación me obligaba a contestar—. ¿En la luna?

—¡Exacto! ¡En la luna, como siempre! Y, ahora, ¿sería tan amable de bajar al planeta Tierra y continuar con su examen?

Y… ¡zooom!, de golpe y porrazo las risotadas de mis compañeros de clase me bajaron de la estratosfera hasta mi pupitre, donde, efectivamente, estaba haciendo un examen. De dibujo.

Qué desilusión. Ni luna, ni cohete, ni ná… Lo único real era el tipo feo y monstruoso que acababa de bajarme a la Tierra. O sea, don Pepperoni, que señalaba mi caballete de pintura con sus bigotes.

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—Quedan exactamente diez segundos para que acabe el examen. Porque habrá terminado usted su trabajo, ¿verdad, señor Da Vinci? —dijo, poniéndose de puntillas para ver mi dibujo.

—Oh, sí, sí —le contesté—, lo estoy acabando en este instante.

—¡Mentira podrida! —dijo Maqui—. No tiene nad… Mmm… mmm —y no pudo terminar la frase porque mi amigo Miguel Ángel le metió una magdalena en la boca.

—Gracias, colega.

—Di niente, pero, tío, ¡pon el turbo, que no llegas!

Y para cuando dijo aquello… ¡ya solo quedaban seis segundos! De verdad, ¡qué estrés! Con tantos exámenes, los niños ya no podemos ni soñar. Así que agarré el pincel, localicé mi modelo y, ¡zas, zas! ¡Pintado!

Menos mal. Porque enseguida sonó —¡pííí!— el silbato de don Pepperoni, dejándonos a todos medio turulatos.

—Bien —dijo el profesor—, ha llegado el momento de ver vuestros dibujos —y, al instante, los bigotes se le enroscaron alrededor de los ojos como si fueran lentes de aumento. Con ellas comenzó a recorrer los cuadros, observándolos detenidamente, mientras se rascaba la barbilla con los dedos índice y pulgar de la mano derecha—. Comencemos por usted, señor Botticelli. ¿Qué tenemos aquí?

—Esto es… es… —contestó nervioso mi amigo—: El nacimiento de Venus.

—¿Perdóóón? —exclamó don Pepperoni mientras sus bigotes adoptaban una forma tan puntiaguda que parecían las púas de un erizo.

—Sí, Venus, la diosa

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