La llamada del crepúsculo

Sarah Lark

Fragmento

Capítulo 1

1

—¿En serio, no te importa?

Viola suspiró. Era ya la quinta vez que su madre se lo preguntaba ese día. En total, estaba segura de que había respondido que no al menos cien veces y, de todos modos, era demasiado tarde para cambiar de opinión. Acababa de facturar el equipaje y el avión que volaba a Dublín estaba listo para el embarque.

Además, esa no era la pregunta adecuada. Al fin y al cabo, ¿qué era lo que no había de importarle a Viola? ¿Marcharse un par de meses a Irlanda? Al contrario, se alegraba de ello. Siempre había querido estudiar en el extranjero y el idioma no suponía ningún obstáculo. A fin de cuentas era mitad irlandesa y, naturalmente, desde pequeña había hablado inglés con su padre y alemán con su madre.

¿Separarse de su madre, entonces? En los meses anteriores Viola y su madre habían estado muy unidas. A veces demasiado. Sobre todo en el último período su madre apenas la había perdido de vista, algo que, en el fondo, era una carga para Viola. Seguro que resultaba positivo poner punto final a eso.

Le quedaba por delante una temporada con la nueva familia de su padre y ahí sí que no las tenía todas consigo. Viola estaba segura de que no aguantaría a la nueva esposa de papá. Y encima había un hermanastro en camino... Aunque, por otra parte, tal vez todo ello la ayudara al menos a comprender un poco a su padre.

La cuestión era que Viola estaba resuelta a tomarse el viaje como una aventura. Cualquier cosa sería mejor que seguir con su madre, las dos apesadumbradas y sin salir de una casa que se les antojaba vacía.

—¡Claro que no! —contestó una vez más a su madre, al tiempo que le daba un beso de despedida en la mejilla—. Al contrario, me lo pasaré bien. Venga, no te preocupes más por mí y disfruta de Boston. Tienes un trabajo estupendo en una compañía puntera y cuando regreses dirigirás la filial más importante de Alemania. Te estás promocionando y se lo refregaré cada día a papá cuando él esté limpiando los váteres del camping de su querida Ainné.

En el rostro de la madre de Viola se dibujó una sonrisa algo triste, pero también un poco maliciosa. En Braunschweig, donde vivían, el padre de Viola había trabajado en una agencia de viajes. Su habilidad manual era limitada; en realidad, cada vez que intentaba clavar un clavo en la pared se machacaba los dedos. Así pues, la que hasta ese momento había sido su familia no alcanzaba a imaginárselo haciendo de «chico para todo» en un camping perdido en Irlanda. Aunque, por supuesto, él no había descrito así su nuevo trabajo. Según sus propias palabras ocuparía el cargo de «administrador». Frente a esto, Viola y su madre solo podían esbozar una sonrisa. Hasta la fecha, la nueva esposa y el padre de esta habían dirigido sin esfuerzo alguno la empresa, con apenas uno o dos ayudantes durante la temporada alta. Seguro que el negocio no contaba con muchos puestos directivos.

Viola aprovechó ese raro instante de relajación para ahorrarse las lágrimas de despedida. Dio un breve abrazo a su madre, cogió el equipaje de mano y cruzó la barrera. Durante los controles de seguridad, la saludó de nuevo y salió airosa del trance. La madre se dio media vuelta, demostrando así que era capaz de aguantar hasta el final.

Viola suspiró de alivio. Ese día no habría soportado un mar de lágrimas, ya los había sufrido suficientes veces en las semanas que siguieron a la partida de su padre. Por entonces su madre lloraba casi cada día, mientras que Viola, sometida a una especie de pasmo, no lograba entender nada. Todo había sucedido de forma demasiado repentina, con objeto de dejar el asunto zanjado cuanto antes.

Viola se deslizó entre los mostradores del duty free y recordó una vez más esas horribles semanas transcurridas medio año atrás.

Justo ahí, en el aeropuerto de Hannover, habían despedido a su padre, que iba a ausentarse por una semana para asistir a un congreso en Galay. Viola, su madre y su padre se habían reído, se habían abrazado y él había dicho que el siguiente viaje a Irlanda iba a ser de vacaciones con la familia. Tal vez remontaran el Shannon en una barca o simplemente dieran una vuelta a la isla en un vehículo alquilado. La madre se había burlado un poco de su esposo sugiriendo que también podían alquilar un carro de chatarrero, de tinker como se conocía en Irlanda a ese pueblo errante, tirado por un caballo, pues sabía que a su marido esos animales le daban miedo desde que de niño le había pisado uno. El padre había bromeado con las hadas y duendes de su país natal. Eran todavía días felices. Sin embargo, la noche siguiente la madre ya había empezado a preocuparse. Cuando el padre estaba de viaje llamaba prácticamente a diario, pero en esa ocasión el teléfono permanecía mudo y él había desconectado el móvil. Durante toda la semana, Viola y su madre solo habían logrado hablar con él una vez y lo notaron extraño, solo respondía con monosílabos. Al final recibieron un SMS con el que les avisaba de que permanecería fuera tres días más. Y luego llegó la sorprendente explicación: cuando por fin regresó, durante el trayecto del aeropuerto a casa les habló de Ainné, su amor de juventud. Se había topado inesperadamente con ella en Galway y, según sus declaraciones, enseguida «saltó la chispa». Ainné lo había cautivado —«embrujado», según lo expresó la madre más tarde— y él se había enamorado como nunca antes. Ainné O’Kelley y Alan McNamara estaban hechos el uno para el otro, de eso el padre estaba convencido.

Esa noche, Alan McNamara eligió unas amables palabras para expresar el mero hecho de que su familia se había convertido de repente en un obstáculo. Viola y su madre no debían tomárselo como algo personal, ni mucho menos, pero había otras muchas más cosas entre el cielo y la tierra, justamente...

El padre flotaba en las nubes y las esperanzas de la hija de que tal vez bajara de ahí antes de divorciarse no se cumplieron. Luego resultó que además Ainné se había quedado embarazada. Los recién enamorados habían aprovechado bien la primera semana del reencuentro.

En ese momento anunciaron el vuelo y la muchacha se dejó arrastrar por la corriente de viajeros, sobre todo adultos, viajantes de negocios y turistas fuera de temporada. En Hannover la escuela volvía a empezar el lunes siguiente y en Irlanda, una semana más tarde. Viola estaba nerviosa ante la perspectiva de asistir al instituto de Roundwood, el pueblo donde vivía su padre. Seguiría el noveno curso de enseñanza secundaria durante un semestre, tal vez un año si se sentía a gusto con su padre y Ainné. En cualquier caso, su madre pasaría seis meses en Boston, en la sede principal de la gran empresa estadounidense de informática para la que trabajaba. Eso representaba un salto considerable en su carrera, al menos no dependería económicamente de su exmarido. Si bien solo se trataba de un pequeño consuelo, eso le había levantado los ánimos tras la separación. Al menos en la empresa sabían valorarla y l

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