Amari 1 - Amari y los hermanos de la noche

B.B. Alston

Fragmento

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Estoy sentada en el despacho del director. Otra vez. En el pasillo, al otro lado de la puerta de cristal, el director Merritt está aguantando como puede la bronca de la madre de Emily Grant. Con tantos gestos exagerados, cualquiera diría que le he hecho a la princesita estirada de su hija algo más que darle un empujoncito de nada. Ha sido Emily quien ha empezado la pelea. Qué culpa tengo yo de que haya perdido el equilibrio y se haya caído al suelo delante de todo el mundo.

Emily está detrás de su madre, rodeada por su pandilla. Se tapan la boca con la mano y me miran a través del cristal de la puerta como si no pudieran esperar el momento de pillarme a solas. Me reclino en la silla para que no me vean. «Esta vez sí que la has liado, Amari».

Le echo un vistazo al retrato de un chico de piel oscura que cuelga de la pared, detrás de la mesa del director Merritt, y no puedo evitar fruncir el ceño. Quinton sostiene con orgullo el trofeo que ganó en el concurso estatal de mates. A mamá y a mí no se nos ve, pero estamos justo al lado del escenario, animándolo.

Ahora ya no hay muchos motivos para animar.

Se abre la puerta y la señora Grant entra hecha una furia, seguida de Emily. Ninguna de las dos establece contacto visual y se limitan a sentarse en las sillas más alejadas. La antipatía que les inspiro llena de repente todo el despacho. Arrugo la frente y cruzo los brazos: el sentimiento es mutuo.

Y entonces entra mamá, vestida con la bata azul del hospital. Una vez más, ha tenido que salir del trabajo por mi culpa. Me incorporo en mi silla para defenderme, pero ella me lanza una mirada asesina y las palabras se me atascan en la garganta.

El director Merritt se sienta en su sillón y, con una mirada cansada, nos observa alternativamente a todas.

—Ya sé que lo de estas dos niñas viene de hace tiempo, pero dado que hoy es el último día de clase...

—¡Quiero que le retiren la beca a esa niña! —explota la señora Grant—. ¡No pago lo que pago de matrícula para que a mi hija la agredan en los pasillos!

—¿Agredirla...? —empiezo a decir, pero mamá levanta una mano para interrumpirme.

—Amari sabe muy bien que no debe pegar a nadie —explica mamá—, pero esto se veía venir. Esas niñas no han hecho más que acosar a mi hija desde que puso los pies en este centro. Los mensajes que publicaban en sus muros de las redes sociales eran tan horribles que incluso nos planteamos cancelar las cuentas de Amari.

—Y nos ocupamos de esa cuestión en cuanto se nos informó de ello —dice el director Merritt—. Las cuatro alumnas recibieron una advertencia por escrito.

—Y las cosas que me dicen en persona, ¿qué? —digo, al tiempo que me inclino hacia delante con la cara ardiendo—. Me llaman Obra de Caridad y Muerta de Hambre y me recuerdan a la menor ocasión que las alumnas como yo no pintamos nada aquí.

—¡Porque es verdad! —dice Emily.

—¡Silencio! —le suelta la señora Grant a su hija, que hace un gesto de impaciencia.

La señora Grant se pone en pie y concentra toda su atención en mamá.

—Tendré una charla con mi hija acerca de su comportamiento, pero su hija la ha agredido físicamente... Podríamos denunciarlas, así que tiene usted suerte de que no quiera llevar esto más lejos.

Mamá está furiosa, pero se muerde la lengua. Me pregunto si será porque la madre de Emily tiene razón en lo de denunciarme. De hecho, casi todo el colegio lo ha visto.

—Levántate —le dice la señora Grant a su hija, tras lo cual se dirigen a la puerta. La señora Grant se detiene de golpe y se vuelve a mirarnos—. Espero recibir una notificación en el momento en que se cancele su beca. De lo contrario, la Asociación de Madres y Padres tendrá mucho que decir en la siguiente reunión.

Y salen dando un portazo.

Estoy tan furiosa que me cuesta seguir sentada. Es tan injusto... Las personas como Emily y la señora Grant jamás entenderán qué significa no tener dinero. Pueden hacer lo que les dé la gana sin que haya consecuencias, mientras que los demás tenemos que andarnos siempre con pies de plomo.

—¿De verdad le van a quitar la beca a Amari? —pregunta mamá con un hilo de voz.

El director Merritt baja la mirada.

—En lo que se refiere a las agresiones físicas, tenemos una política de tolerancia cero. Según las normas de la escuela, tendríamos que expulsarla. Retirarle la beca es el castigo más leve que puedo ofrecer.

—Entiendo... —dice mamá, al tiempo que se hunde en la silla.

Mi rabia se transforma en vergüenza. Mamá ya está triste por lo de Quinton, solo le falta que ahora yo le dé más problemas porque no soy capaz de lidiar con unas cuantas abusonas.

—Ya sé que las cosas no han sido... fáciles —me dice el director Merritt— desde la desaparición de Quinton. Era un chico excepcional con un futuro brillante de verdad. No hace falta ser ingeniero de la NASA para darse cuenta de que tus problemas de conducta empezaron justo después del incidente, Amari. Si te parece bien, puedo buscarte a un terapeuta que te visite sin cobrar...

—No necesito ningún terapeuta —lo interrumpo.

El director Merritt frunce el ceño.

—Deberías hablar con alguien acerca de tu rabia.

—¿Quiere saber por qué he empujado a Emily? Porque a ella le ha parecido divertido burlarse de mí y decir que mi hermano está muerto. Pero no lo está. Me da igual lo que puedan decir los demás. Está ahí fuera, en alguna parte. Y cuando lo encuentre, ¡todo el mundo tendrá que darme la razón!

Estoy temblando y me resbalan lágrimas por las mejillas. El director Merritt no dice nada. Mamá se pone en pie despacio y me abraza.

—Espérame en el coche, tesoro. Enseguida acabo aquí.

Volvemos a casa en silencio. Han pasado casi seis meses desde la desaparición de Quinton, pero no parece que sea tanto. Tengo la sensación de que fue ayer mismo cuando llamó al móvil de mamá para decir que pasaría las Navidades en casa. Y era toda una novedad, porque Quinton siempre estaba fuera desde que consiguió ese trabajo tan raro al terminar el instituto. La clase de trabajo en el que uno no puede decir a los demás a qué se dedica.

Yo solía jurar ante todo el que quisiera escucharme que Quinton era una especie de superagente secreto, rollo James Bond, pero él me dedicaba una sonrisita irónica y decía: «Te equivocas, aunque no del todo». Cada vez que intentaba sonsacarle información, él se echaba a reír y decía que ya me lo contaría cuando fuera mayor.

A ver, Quinton es muy pero que muy listo. Se graduó con las mejores notas en la Academia Jefferson y dos universidades de la Ivy League le ofrecieron beca completa. Él, sin embargo, las rechazó con el objetivo de seguir trabajando para quien estaba trabajando. Cuando d

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