El Club de los Valientes 1 - Nadie es invisible

María Menéndez-Ponte

Fragmento

cap-1

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La jungla

Kavinchi experimenta una sensación de vértigo mientras llena de dibujos los márgenes del cuaderno de Matemáticas.  

Faltan unos minutos para que suene la música que anuncia el recreo y los muchachos salgan al patio en tromba.  

Apenas llevan dos semanas de curso y todos sus compañeros se han hecho ya un lugar en ese microcosmos que es el aula que les ha correspondido, han encontrado el grupo en el que quieren estar.  

A él le sorprende la facilidad y la rapidez con que se han hecho amigos, como si la gente llevase etiquetas en la frente que indicaran con quién debería juntarse.  

Igual es un proceso instintivo, algo parecido a lo que les sucede a los perros, que se olfatean nada más encontrarse para saber si se gustan o no.  

Tal vez él carece de ese olfato, de ese instinto que otorga la naturaleza.  

Sin embargo, un gesto que acaba de hacer Mario le hace pensar que esa prisa para hacer amigos podría deberse al miedo a quedarse solo. Como ocurre en el juego de las sillas, en el que te lanzas como un poseso a la primera que ves libre para que no te eliminen.  

Sea como fuere, el caso es que todos ellos parecen cómodos; no como él, que es...  

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Pero si hay algo que no tiene Kavinchi es miedo a estar solo.  

Su mundo interior es rico, lleno de matices, como un cuadro en el que siempre hay detalles que atrapan y provocan emociones.  

Desde muy pequeño podía pasarse horas DIBUJANDO o haciendo formas con un pedazo de barro que le daba su padre, que es escultor.  

De hecho, debe su apodo a su pintor favorito, Leonardo da Vinci.  

Cuando todavía hablaba con lengua de trapo, su padre le mostró un dibujo del gran genio y él declaró: «Pablo pinta como Kavinchi».  

A él le hizo mucha gracia, y con ese nombre se ha quedado, incluso oficialmente.

La contundente voz de la profesora de Mates lo sobresalta y desconcierta al mismo tiempo.

—¡Lucía Temprano, no por mucho mirar el reloj amanece más temprano!  

La aludida siente como si la pretendida gracia de la profesora le hubiera restregado los sentimientos con papel de lija. Si ya le caía mal...  

Es tan cortante como un cuchillo afilado.  

Y borde. Muy borde.  

¿Qué le pasa? ¿Por qué es tan antipática?  

Tiene toda la pinta de haber salido así de fábrica, pero además entrena cada día. Y no les da respiro, por eso la llaman «la Machine».  

Ya es mala suerte que justo imparta la única asignatura que se le atraganta.  

¡Pues claro que mira el reloj! Está deseando que se termine la CLASE. imagen

Tiene que morderse la lengua para no soltárselo.  

—Te has equivocado, profe —la corrige Logan, un repetidor que se ha erigido en cabecilla del curso y presume de matón y graciosillo—. El refrán es «No por mucho madrugar amanece más temprano».  

Todos se ríen, excepto Lu. Odia que hagan bromas con su apellido o alusiones a él.  

La Machine le clava la mirada y suelta otra sentencia repleta de sarcasmo:  

—«El maestro Ciruela no sabía leer y puso escuela».  

Los chavales redoblan las CARCAJADAS.  

—No lo dirás por mí, ¿verdad, profe? Porque yo sí sé leer —replica él, mosqueado.  

—No, claro que no, ¡pero si eres una eminencia en cuestión de refranes! —exclama ella con retintín.  

Él se pone muy hueco porque no capta la ironía, aunque las sonrisas que ve asomar en la cara de sus compañeros le dicen que se le ha escapado algún matiz.  

Pero en ese momento escuchan los primeros acordes de «Otoño», de Las cuatro estaciones de Vivaldi, y todos se ponen de pie haciendo un ruido infernal con las sillas.  

—¡Volved a sentaros inmediatamente! —La voz de la Machine suena como el restallido de un látigo—. Pensé que estaba en una clase de primero de ESO, pero ya veo que estoy en la jungla rodeada de chimpancés.  

Si hay algo que les fastidia a los chicos es que se produzca el menor RETRASO en el único momento de esparcimiento que tienen a lo largo de la mañana.  

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Además, están muertos de hambre, deseando hincarle el diente al bocata que se han traído de casa o que compran en el bar.  

—Profe, me crujen las tripas —protesta Logan.  

—Y a mí todavía me pitan los oídos del estruendo que habéis armado —replica ella.  

Todos se callan, hasta Logan.  

Su mirada furibunda expresa claramente que no le temblará el pulso en dejarlos sin recreo.  

Tras unos segundos de un silencio amenazador que a los alumnos les parecen horas, la Machine declara:  

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Ellos obedecen sin rechistar.  

La penetrante mirada de la profesora no da lugar a bromas.  

Pero, en cuanto salen de su órbita, se relajan y fluyen los comentarios.  

—¡El moco que le ha clavado a Logan, chaval! —exclama Nico.  

El aludido lo oye y siente como si una espada le hubiese atravesado el mismísimo centro de su AUTOESTIMA.  

De inmediato nota un malestar que le sube por el cuerpo y necesita revolverse contra alguien para resarcirse de ello.  

Sin embargo, no lo hace contra Nico, el autor del comentario, sino contra su interlocutor, Adam, un chico de aspecto infantil, inocente y retraído.  

imagen —¡Eh, chaval, te voy a borrar esa sonrisita de una colleja! —exclama mientras ejecuta la amenaza—. Nadie se ríe de Logan, ¿me oyes?  

El pobre Adam lo mira con los ojos muy abiertos, sin entender a qué viene el ataque.  

—Yo no me he reído de ti —replica con toda su inocencia.  

—¿Encima me tomas por imagen —replica él, creciéndose.  

Necesita descargar su rabia contra alguien, y Adam es la víctima perfecta.  

Nico sale en su defensa:  

—Déjalo en paz, Logan. Entiendo que te haya fastidiado lo que te ha dicho la Machine, pero no la tomes con él. Venga, tío, te reto a ver quién encesta más canastas.  

Logan acepta su propuesta, aunque continúa pillado por el comentario y se queda con las ganas de volver a hostigar a Adam.  

Es la única manera que tiene de quitarse la espinita que se le ha quedado clavada, pagándola con los más débiles.  

Ahora se da cuenta de que todos se han reído porque han captado la ironía de la Machine, cosa que él no ha hecho.  

 

 

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