Minecraft: La isla (Novelas de Minecraft 1)

Max Brooks

Fragmento

cap-2

1

Nunca te rindas

«¡Me ahogo!»

Me desperté bajo el agua, a mucha profundidad, y ese fue mi primer pensamiento consciente. Frío. Oscuridad. ¿Dónde estaba la superficie? Agité las piernas a la desesperada, mientras intentaba hallar el camino hacia arriba. Me giré y, entonces, la vi: una luz. Tenue, pálida y lejana.

Instintivamente, fui hacia ella lo más rápido que pude y enseguida me di cuenta de que el agua que me rodeaba se volvía más brillante. Eso tenía que ser la superficie, el sol.

Pero ¿cómo era posible que el sol fuera... cuadrado? Debía de estar alucinando. Quizá fuera una ilusión óptica del mar.

«¡Y eso qué más da! ¿Cuánto aire me queda? Céntrate en esto. ¡Nada!»

Se me hincharon los pulmones y unas burbujitas que se me escaparon de los labios se alejaron de mí dirigiéndose a toda velocidad hacia la luz distante. Pateé y arañé el agua como si fuera un animal enjaulado. Ahora podía verlo, un techo de olas que se aproximaba con cada una de mis desesperadas brazadas. Pese a que estaba más cerca, aún me hallaba lejos. Me dolía todo el cuerpo, los pulmones me iban a estallar.

«¡Nada! ¡¡Nada!!»

¡Crac!

Me retorcí al sentir una súbita oleada de dolor que me recorrió desde la cabeza a los pies. Abrí la boca para lanzar un grito ahogado. Intenté alcanzar ese brillo, para tomar aire, para aferrarme a la vida.

Irrumpí en un aire frío y limpio.

Tosí. Me atraganté. Jadeé. Me reí.

Respiré.

Por un momento, gocé de la sensación; cerré los ojos y dejé que el sol me acariciara el rostro. Pero cuando los volví a abrir, no pude creerme lo que estaba viendo. ¡El sol era cuadrado! Parpadeé sin parar. ¿Y las nubes también? En vez de ser unas bolas de algodón hinchadas, eran unos objetos rectangulares y finos que flotaban perezosamente sobre mí.

«Sigues alucinando —pensé—. Te has golpeado la cabeza cuando te has caído del bote y ahora estás un poco aturdido.»

Pero ¿de verdad me había caído de un bote? No lo podía recordar. De hecho, no podía recordar nada; ni cómo había llegado hasta ahí, ni siquiera dónde era «aquí».

—¡Socorro! —grité, a la vez que escrutaba el horizonte en busca de un barco, un avión o incluso una mota de tierra—. ¡Por favor, que alguien me ayude! ¡Quien sea! ¡¡Socorro!!

Pero la única respuesta que recibí fue el silencio. Lo único que podía ver era el mar y el cielo.

Estaba solo.

Bueno, casi.

Algo chapoteó a unos centímetros de mi cara, una visión fugaz compuesta de tentáculos y una cabeza gruesa, negra y grisácea.

Solté un alarido y, agitando las piernas, retrocedí. Aunque se parecía a un calamar, era cuadrado como todo lo demás en este extraño lugar. Volvió sus tentáculos hacia mí y los separó ampliamente. Clavé la mirada en una boca roja y enormemente abierta, rodeada de unos dientes blancos y afilados.

—¡Lárgate de aquí! —chillé. Tenía la boca pastosa y el pulso acelerado. Me alejé de la criatura chapoteando con torpeza, pero podría haberme ahorrado el esfuerzo, ya que, en ese momento, el calamar volvió a juntar los tentáculos y se fue a toda velocidad en dirección contraria.

Me quedé flotando ahí, paralizado, pataleando en el agua unos segundos, hasta que el animal desapareció en las profundidades. Fue entonces cuando lancé un «aghhh» largo y gutural para liberar la tensión acumulada.

Respiré hondo una vez más y luego otra vez, y después muchas veces más. Por fin, recuperé unas pulsaciones normales, dejé de temblar y, por primera vez desde que había despertado, me puse a pensar.

—Vale —dije en voz alta—. Estás en un lago u océano o lo que sea, lejos de la orilla. No va a venir nadie a salvarte y no puedes nadar eternamente.

Giré muy despacio trescientos sesenta grados, con la esperanza de poder ver a lo lejos la costa que no había divisado antes. Nada. Desesperado, intenté escrutar el cielo una última vez. No había ningún avión, ni siquiera una fina estela blanca. ¿En qué cielo no hay ninguna estela de esas? En uno con un sol cuadrado y unas nubes rectangulares.

Las nubes.

Me di cuenta de que todas se movían a un ritmo constante en una dirección, distanciándose de ese sol que se elevaba. Iban hacia el oeste.

—Es una dirección tan buena como cualquier otra —dije, dando otro profundo suspiro y, a continuación, nadé lentamente hacia el oeste.

Aunque no lo veía nada claro, supuse que el viento podría ayudarme un poco a avanzar, o al menos no me ralentizaría. Y si iba al norte o al sur, la brisa podría lentamente obligarme a trazar un arco, de tal modo que acabaría nadando en círculos. No sé si estaba en lo cierto o no. Y sigo sin saberlo. O sea, venga ya, acababa de recuperar la consciencia en el fondo del océano, a pesar de que casi seguro tenía una herida grave en la cabeza, y estaba intentando con todas, todas mis fuerzas no volver a acabar ahí abajo.

«Tú sigue —me dije a mí mismo—. Céntrate en lo que tienes delante.» Entonces me fijé en lo raro que estaba «nadando»; no seguía la cadencia normal de brazada, pausa, brazada, sino que tenía la sensación de deslizarme sobre el agua mientras mis extremidades se dejaban llevar.

«Tengo una lesión en la cabeza», deduje, intentando no pensar en lo grave que podría ser.

Aunque me di cuenta de algo muy positivo: al parecer, no me estaba cansando. ¿No se supone que nadar es agotador? ¿Que los músculos te duelen y se rinden pasado un tiempo? «Será cosa de la adrenalina», pensé, e intenté apartar de mi mente la idea de que esa reserva de energía de emergencia pudiera agotarse.

Pero se agotaría. Tarde o temprano, me fatigaría, me darían calambres, pasaría de nadar a intentar patalear en el agua y de patalear en el agua a mantenerme a flote. Y, sí, intentaría descansar, por supuesto, limitándome a bambolearme para guardar fuerzas, pero ¿cuánto tiempo podría estar así? ¿Cuánto tardarían las frías aguas en vencerme al fin? ¿Cuánto tardaría en volver a hundirme por fin en la oscuridad, con los dientes castañeteando y temblando de arriba abajo?

—¡Aún no! —exclamé—. ¡Aún no voy a rendirme!

Me bastó con gritar a pleno pulmón para espabilarme.

—¡Mantén la concentración! ¡Sigue avanzando!

Y eso hice. Continué nadando con todas mis fuerzas. También procuré prestar mucha atención a todo lo que me rodeaba. Con suerte, divisaría el mástil de un barco o la sombra de un helicóptero. No confiaba demasiado en ello, pero al menos ¡me distraería y no pensaría en el grave apuro en que estaba!

Me fijé en que reinaba la calma en el mar, y eso me dio una razón para sentirme bien. Si no había olas, no tendría que esforzarme tanto, lo cual significaba que podría llegar más lejos nadando, ¿no? También reparé en que el agua era dulce, no salada, lo cual quería decir que tenía que estar en un lago y no en un océano, y los lagos son mucho más pequeños que los océanos. Vale, un lago grande es tan peligroso como un océano, pero venga ya, ¿te parece mal que intentara ver las cosas con cierto optimismo?

Además, me di cuenta de que podía ver el fondo. A pesar de que era profundo (no me malinterpretes, ahí abajo se podría haber hu

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