La increíble historia de... - El papá bandido

David Walliams

Fragmento

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Esta de aquí es Rita, la madre de Frank.

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La tía Flip es la tía de papá. A veces cuida de Frank.

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El señor Grande es el jefe de una banda criminal, y es sorprendentemente pequeño. Ya sea de día o de noche, siempre va con su pijama de seda, su batín y unas zapatillas de terciopelo con el monograma «Señor G» bordado.

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El señor Grande tiene dos matones a sueldo, Manilargo y Pulgarzón.

Manilargo se llama así por sus dedos afilados, perfectos para robar carteras.

Pulgarzón tiene unos dedos enormes que usa para torturar a los enemigos del señor Grande.

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Tom y Jerry son los temibles sobrinos de Pulgarzón.

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Chang es el siniestro mayordomo del señor Grande.

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La madre Judith es la párroca del pueblo.

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El sargento Chasco es el policía del pueblo.

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El señor Peonza es tuerto y trabaja como celador en la cárcel.

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El juez Pilar es conocido por tener el corazón duro como una piedra.

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Raj es un quiosquero.

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¡BRRRUM!

¡BRRRUM!, rugió el coche de papá mientras corría a toda velocidad por la pista de tierra batida. El padre de Frank era piloto de carreras de coches de desguace. Un deporte peligroso. Los coches se estrellaban unos contra otros...

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...y pasaban zumbando, dando vueltas sin parar.

El padre de Frank iba al volante de un viejo Mini cuyo motor él mismo había trucado. Le había pintado la bandera del Reino Unido y lo había bautizado como «Reina» en honor a una señora a la que admiraba, Su Majestad la Reina de Inglaterra. El coche se había hecho tan famoso en los circuitos de carreras como su piloto. El motor de Reina sonaba de una manera inconfundible, como el rugido de un león: ¡BRRUM!

El padre de Frank era el rey del circuito, el mejor piloto de coches de desguace que habían visto nunca en el pueblo. La gente venía de todo el país para verlo correr. Tenía el récord de victorias consecutivas. Semana tras semana, mes tras mes, año tras año, Gilbert levantaba el trofeo mientras la multitud lo aclamaba y coreaba su nombre:

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imagenLa vida era una fiesta. Como el padre de Frank era el héroe local, todo el mundo quería ser su amigo. Siempre que lo llevaba a comer una empanada de carne, el dueño de la tienda les dejaba repetir y no consentía que le pagaran. Si Frank iba andando por la calle con su padre, la gente que pasaba en coche tocaba el claxon...

¡PIII! PIII!

... y lo saludaba con una sonrisa. Cada vez que eso ocurría, el chico se sentía muy orgulloso. Su profesor de mates hasta le subió la nota de un examen después de sacarse una foto con Gilbert en la imagenfiesta de padres de la escuela.

Pero el mayor fan de Gilbert era su propio hijo.

El chico adoraba a su padre. Lo veía como un héroe. Frank soñaba que algún día sería como su padre, un campeón de las carreras. Lo que más deseaba en el mundo era ponerse al volante de Reina.

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Como era de esperar, padre e hijo se parecían bastante físicamente. Ambos eran bajitos, rechonchos, y tenían orejas de soplillo. Era ver al chico y pensar que su padre había pasado por una máquina de encoger personas. Frank sabía que nunca sería el más alto, ni el más guapo, ni el más fuerte, ni el más listo, ni el más gracioso de la escuela. Pero había visto la imagen y el asombro que su padre inspiraba en los demás con su habilidad y valentía en el circuito de carreras. Esa sensación era lo que más deseaba experimentar en la vida.

Sin embargo, Gilbert había prohibido a Frank verlo competir. La carrera empezaba con veinte coches dando vueltas al circuito a toda pastilla, pero al final solo un coche quedaba entero. No era raro que los pilotos se hicieran mucho daño cuando los coches acababan amontonados unos sobre otros, y a veces hasta los salían malparados cuando los vehículos se estrellaban contra las gradas.

—Es peligroso, socio —decía Gilbert. Siempre le llamaba «socio». Eran padre e hijo, pero también grandes amigos.

—Pero, papá... —protestaba el chico mientras su padre lo arropaba en la cama.

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—Nada de peros, socio. No quiero que vengas a ver cómo me hago daño.

—¡Pero si eres el mejor! ¡Nunca te harás daño!

—He dicho que nada de peros. Venga, pórtate bien. Dame un achumaco[1] y a dormir.

Papá siempre lo besaba en la frente antes de salir a disputar una carrera. Frank cerraba los ojos y fingía quedarse dormido. Sin embargo, tan pronto oía que la puerta se cerraba, se leva

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