¿De dónde ha salido esto? Los inventos que cambiaron la Historia

José Antonio Lucero

Fragmento

cap-1

Déjame que intente adivinar algunas cosas sobre ti. La primera es muy sencilla: ahora mismo tienes este libro entre las manos. Antes de empezar a leerlo, lo has abierto para curiosear entre sus páginas, quizá para leer algún párrafo o maravillarte con sus ilustraciones, ¿a que sí? Y tal vez lo has olido, porque los libros nuevos tienen un olor especial que no tiene ninguna otra cosa en el mundo.

Ahora, piensa en el día de hoy. Esta mañana tal vez te haya despertado el sonido de un despertador. Para desayunar, quizá hayas calentado leche en un microondas y tostado un par de rebanadas de pan en una tostadora. Si hoy te ha tocado ir al cole o al instituto, te habrás vestido y tal vez hayas ido en bicicleta o en autobús con una mochila en la que probablemente hayas mezclado libros de texto con un dispositivo electrónico, como una tablet. Luego, al llegar a casa y reponer fuerzas con una suculenta comida, quizá te hayas entretenido un poco viendo la televisión, jugando a un videojuego o leyendo un cómic (pero, ojo, no te pases mucho con eso, que a lo mejor tienes que hacer algo de tareas escolares, ¿no?).

Es probable que pienses que tu vida es un poco monótona, es decir, que siempre pasa lo mismo. Pero piensa una cosa: si le diésemos la oportunidad de viajar hasta nuestro tiempo a un chico o una chica como tú de hace 200 000 años, no te puedes imaginar qué cara de asombro pondría. Bueno, sí, la de este emoji:

Porque 200 000 años son muchos años, ¿eh? Tantos que, si te pones a contar con los dedos desde el uno, tardarías más de 60 horas en completar la cuenta (pero espera un momento, no te pongas a contar ahora, anda, que tu tiempo es muy valioso para eso). Aunque, ojo, si en esa máquina del tiempo nos trajéramos al presente a un chico o una chica de hace 5 000 años, 1 000 años o tan solo 200 años, también se llevarían una sorpresa mayúscula. ¿Por qué? Porque a lo largo de la historia, y gracias a multitud de descubrimientos e inventos que muchas personas han ido haciendo, nuestras vidas han cambiado mucho.

Este libro va precisamente de eso: de inventos y de grandes descubrimientos que cambiaron el mundo. Cuando hablamos de inventos, hablamos de objetos que han sido creados, diseñados y producidos; desde cosas aparentemente tan simples como la rueda hasta grandes hitos de la ciencia como la vacuna contra el coronavirus. En algunos casos, imaginaremos la vida de sus inventores, pues conocemos poco o nada sobre ellos. Lo que sí sabemos es que, una vez desarrollaron sus invenciones, nuestras vidas ya no fueron iguales.

Cuando yo tenía tu edad, fantaseaba a menudo con poder viajar en el tiempo para conocer épocas pasadas, y atiborraba a mis padres a preguntas sobre muchas de las cosas que me rodeaban. Y tú, ¿nunca te has preguntado cómo se han inventado muchas de esas cosas y qué importancia han tenido en la historia? Sigue leyendo para averiguarlo.

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¿Sabes qué es una navaja suiza? Es probable que tus padres tengan una por casa. Es un curioso instrumento que en su interior guarda un buen número de pequeñas herramientas, como un cuchillo, un destornillador, unas tijeras o, por ejemplo, un abrebotellas; todo ello en un tamaño tan pequeño que te cabe en la palma de la mano. Te podrás imaginar que, en algunas circunstancias, la navaja suiza te saca de algún que otro apuro.

Pero, en realidad, no es sobre este invento sobre lo que yo querría hablarte ahora. De lo que quiero hablarte es del primer invento que los seres humanos hicimos... ¿Sabes qué es un bifaz? Pues nada más y nada menos que la navaja suiza de la prehistoria. Para conocerlo mejor, permíteme que te presente a nuestra amiga Kiala, de doce años.

Kiala es pequeña y tiene el cuerpo cubierto de pelo. Ni ella ni ningún miembro de su clan sabe que, dos millones de años después, los llamaremos Homo habilis, es decir, los «homínidos hábiles». Cuando hablamos de homínidos, nos referimos a todas las especies emparentadas con la nuestra que surgieron desde un ancestro común, que llamamos australopiteco. Tú y yo somos los sapiens, ¿lo sabías? Pues Kiala es como nuestra abuela lejana. Kiala vivió hace dos millones de años en el valle del Rift, donde se encuentra buena parte del origen de nuestra familia.

Kiala vivía en un clan formado por una veintena de individuos que se encargaban de múltiples tareas: algunos cazaban, otros recolectaban frutos, otros fabricaban cabañas para mantenerse al abrigo de los vientos, otros se encargaban del cuidado de los más pequeños o de los ancianos, y otros simplemente lideraban al clan con su astucia o determinación.

El padre de Kiala, Pri, era el líder de su clan. Junto con otros machos y hembras, salía todas las mañanas a buscar comida, como frutos, pequeños animales o incluso cadáveres de recién fallecidos (sí, da un poco de asco, pero ¿qué podían hacer si no?). Para ayudarse en la caza, usaban palos o piedras que encontraban en el suelo y con los que golpeaban a las presas. Además, con esos palos o piedras, intentaban ahuyentar a depredadores como el tigre dientes de sable u otros animales salvajes, que solían abundar por el valle. Por ejemplo, uno de los peligros más grandes que acechaban al clan de Kiala eran aquellas bocas repletas de dientes que los atacaban cuando se acercaban a las orillas del gran río (aquel animal que, más adelante, nosotros llamaremos «cocodrilo»).

Una tarde, Pri y varios miembros del clan volvieron a las cabañas donde se encontraban los niños y los ancianos portando el cadáver de uno de esos animales de boca enorme. Estaban exultantes, pues sabían que con su carne podían alimentar al clan durante muchos días sin necesidad de salir a cazar. Pero se encontraron con un problema cuando intentaron comerse la carne del cocodrilo: era muy dura y, por mucho que intentasen morderla o golpearla con un palo o una piedra, no podían rasgarla.

Hasta que, de repente, Kiala gritó para que todos le hicieran caso, pues había tenido una idea. Aquello le había recordado a algo que le había pasado algunos días atrás: caminaba por el valle tras haber recolectado algunos frutos cuando, accidentalmente, pisó una piedra afilada y se cortó en la planta del pie. Le dolió mucho y, de hecho, aún le seguía doliendo días después.

Kiala de pronto comenzó a pensar: si la piedra afilada le había cortado el pie, tal vez podría cortar también la carne de ese animal de piel dura y boca repleta de dientes. Buscó una piedra y le pidió a su padre que la arrojase con fuerza sobre otra piedra mayor, a fin de poder afilarla. Pri, el jefe del clan, protestó un poco, pero finalmente accedió a la petición de su hija: cogió la piedra y, tras un par de intentos, logró romperla por la mitad al hacerla chocar. Luego, Kiala se apresuró a coger la piedra cortada y se ace

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