Destinare

Judith Jaso

Fragmento

AL34155_Destinare55-1.html

CAPÍTULO 1

—Gaia, ¿tú entiendes bien esto del contexto filosófico de Kant?

Mi amiga estaba tumbada en la cama. Al ver que no me respondía, giré la cabeza y me di cuenta de que estaba meneando la melena rubia al ritmo de una música que solo ella escuchaba.

—¿Gaia? —insistí.

—¿Eh? —respondió ella, por fin.

Le dio un tironcito al cable que disimulaba en el pelo, y luego guardó a toda prisa algo rectangular debajo del cojín en el que tenía apoyado el libro de Filosofía.

Música y móvil.

Los dos elementos prohibidos en nuestra sesión de estudio.

—¡Gaia! ¡Que habíamos dicho que nada de teléfono ni Spotify mientras repasábamos! —le dije, enfadada.

Ella me miró con sus grandes ojos color café y cara de niña buena.

—Ay, Sofi, ya lo sé. Pero es que a mí las movidas del Kant este no me entran en la cabeza y me aburro… —se defendió ella—. Además, si tú hubieras visto lo mismo que yo, también estarías despistada…

—No me líes, que te conozco.

—Es la última foto de Alexis —insistió ella, levantando las cejas con expresión traviesa.

—¿Alexis? —dije yo, que había empujado sin darme cuenta las ruedas de la silla giratoria para ponerme a su lado.

—Mira.

Gaia acababa de abrir el perfil de Instagram de nuestro influencer, modelo y vlogger favorito. En la pantalla se veía una toma aérea de la ciudad de Nueva York, grabada desde un helicóptero. El vídeo estaba tan bien hecho que hasta daba vértigo. Casi podía notar las ráfagas que levantaban las hélices al volar sobre el Empire State Building. Traté de imaginar lo que se sentiría viviendo aventuras así.

Gaia me leyó el pensamiento.

—¿Ves cómo tú tampoco tenías tantas ganas de estudiar? —me dijo, divertida.

Yo me puse seria y aparté la silla de la cama como si quemara.

—Gaia, esto es importante: ¡dentro de dos semanas tenemos todos los finales juntos! Y, como no nos pongamos las pilas y entreguemos el trabajo que nos ha pedido el de Filo, ¡no nos va a dar la media para selectividad!

—Silictividid, silictividid… —se burló ella—. ¿Me puedes explicar quién es este muermo de tía y qué narices ha hecho con mi amiga? —me dijo ella, incorporándose en la cama—. Me niego a aceptar que lo más emocionante del año vaya a ser hacer la selectividad, Sofi. Yo quiero vivir aventuras.

Vivir aventuras.

Ya estaba otra vez con eso. Llevaba contándome historias de aventuras desde el día en que nos conocimos, el verano antes de empezar el instituto.

—Tú y yo tenemos estamos conectadas porque las dos tenemos nombres griegos —se atrevió a decirme un día, desde el bordillo de la piscina.

—Mi nombre no es griego.

—Sí que lo es. En griego, Sofía significa «sabiduría».

—¿Y eso cómo lo sabes?

—Porque mis padres se conocieron en Grecia mientras daban la vuelta al mundo —me contó—. Se han recorrido todo el planeta Tierra. Por eso yo me llamo Gaia, que significa «tierra» en griego.

Y así fue como nos hicimos amigas: Gaia me atrapó con sus historias. Bueno, no eran suyas del todo, pero la verdad es que era imposible que no te engancharan. A ella se las contaban sus padres, que habían recorrido juntos los lugares más exóticos del mundo. Cuando supieron que iban a tener a Gaia, pensaron que la vida de trotamundos no era la mejor para un bebé. Decidieron instalarse en un lugar pequeño, para que su hija pudiera echar raíces. Pero no pudieron impedir que Gaia heredara su vena aventurera. El pueblo diminuto y aburrido en el que vivíamos le daba mucha, muchísima pereza.

Una pereza que, a base de historias sobre viajes y experiencias alucinantes, con el paso de los años se me había ido contagiando también a mí.

—Y yo también quiero vivir aventuras, Gaia —dije—. Pero ¿sabes cuál es el mejor pasaporte para salir de este pueblo?

Puso los ojos en blanco, porque ya sabía lo que le iba a decir.

—Sí, sí. Sacar buena nota en selectividad, y luego mudarnos a la ciudad, y luego ir a la universidad, y luego… ¡seguir estudiando! —protestó—. ¡Menudo aventurón!

Yo no pude evitar reírme. Tenía razón, pero era lo que había. Yo tenía los pies mucho más cerca del suelo, pero ella… Como no la sujetaras al suelo, mi amiga era capaz de pasarse la vida en las nubes… y suspender todos los exámenes.

Se levantó de la cama con el móvil en la mano y se sentó en la mesa del escritorio. Los pies le colgaban en el aire mientras deslizaba el dedo por la pantalla de su móvil.

—¡Aventuras son las que vive Alexis! Mira: aquí está haciendo paracaidismo en Sídney, y aquí buceando en Tahití, y aquí está en el festival de los faroles flotantes de Tailandia, y aquí en el carnaval de Nueva Orleans y…

—¿Y podrías explicarme cómo pretendes correr esas pedazo de aventuras? ¡Si vivimos en un pueblo en el que tenemos que dar gracias por tener un cine y una bolera! —le pregunté.

—¡Pues saliendo de aquí, claramente! —contestó ella.

—¿Ves? Si es que al final me acabas dando la razón —dije, recogiendo el libro de Filosofía de la mesa de su escritorio. Le di un golpe cariñoso con él en la cabeza—. Como veo que no tienes ninguna intención de estudiar, me voy a ir a casa, a ver si adelanto.

—¿No quieres quedarte a escuchar conmigo lo último de Rai? —intentó tentarme. Me tendió uno de los cascos del cable enganchado a su móvil—. Es la banda sonora perfecta para planear aventuras.

Qué lista es, cómo me conoce. Por algo Gaia es mi mejor amiga. Alexis me gustaba muchísimo, pero mi verdadera debilidad era Rai Vila, el mejor cantante que había habido desde… Bueno, para mí nunca había habido ningún cantante mejor que él.

—No, en serio, me voy a casa —dije, mirando el reloj—. Es tarde, y quiero avanzar un poco más.

—Oye, tía muermo, no estarás preparando el terreno para decirme que mañana no vienes a la bolera, ¿verdad? —me preguntó Gaia con el ceño fruncido.

Intenté disimular, pero… con Gaia era imposible. Me había pillado.

—La verdad es que estoy un poco agobiada, y hoy no nos ha cundido nada… —empecé a excusarme.

No le mentía. Estaba agobiadísima. Últimamente mi vida se resumía en libros, trabajos, libros, trabajos y, si me quedaba algo de tiempo libre, más libros y más trabajos. En cuanto vio que estaba a punto de darle plantón, a Gaia se le llenaron los ojos de lágrimas. Me miró con tristeza mientras la barbilla le temblaba exageradamente, como si fuera a echarse a llorar.

—Por favor, no me hagas eso… Mañana es domingo, y llevo todo el sábado estudiando. Hacer un pleno va a ser lo más emocionante de la semana…

—No me hagas chantaje… —le dije, justo antes de salir de su cuarto.

—¿Eso es que nos vemos mañana? —me preguntó, contenta otra vez, mientras yo cerra

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos