Un día en el Imperio Romano (Un día en...)

Pedro Pérez (el cubil de peter)

Fragmento

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¡Hola! Me presento: soy Marcelo, hijo menor del honorable Marco Fabio Rutilo, ilustre habitante de la ciudad de Asturica Augusta. Antes de nada, para que no te pille desprevenido, debo decirte que soy un loco de todo lo que tiene que ver con nuestro ejército romano.

¿Sabes por qué? Pues porque una de las cosas que más me gustan es que mi padre me cuente sus experiencias apasionantes sirviendo en las legiones del Imperio. En ellas nos cuenta siempre lo duro pero increíble que es ser legionario. No hay mayor honor para un soldado que servir al emperador… ¡y llevar a Roma a la gloria empuñando su gladius contra los bárbaros!

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Después de veinticinco años de servicio, tal y como establece la ley, nuestro padre se ha licenciado y retirado con honores para disfrutar de una vida mucho más tranquila dedicada al campo en nuestra domus familiar, una «casita» que tenemos a las afueras de la ciudad. Ahora es mi hermano mayor, Aurelio, quien sigue sus pasos. ¡Y, cuando cumpla 16 años, por fin me tocará a mí!

Sueño con pertenecer algún día a la Legio VII Gemina por dos motivos. Primero, por ser el lugar donde sirvió nuestro padre y donde ahora lo hace mi hermano. Y, segundo, por ser una de las más prestigiosas legiones hispanas que existen desde que se creó, hace ya varias décadas, por deseo expreso del emperador Galba.

¿Que qué es una legión? Pues, de forma resumida, una legión es la unidad militar básica de infantería pesada dentro del ejército del Imperio Romano.

Son comandadas por el legatus o legado, que ostenta el cargo de general, y están compuestas por varios miles de soldados divididos en diez cohortes, de 960 hombres la primera y 480 las otras nueve. Cada una de estas cohortes está dividida en seis centurias de 80 legionarios cada una, a cuyo mando se sitúa un centurión.

Mi hermano, cuando nos visita durante alguno de sus permisos, siempre cuenta muchas anécdotas sobre el centurión que está al mando de la suya. Dice que es uno de los soldados más respetados y curtidos del campamento, pero, al mismo tiempo, infunde miedo por ser muy estricto y malhumorado. Según él, hay que tener mucho cuidado y no meter la pata porque, si lo haces, puedes pasar unos cuantos días encerrado en los calabozos o, mucho peor…, ¡limpiando las letrinas! ¡PUAJ!

¿Por dónde iba? ¡Ah, sí! Junto a la infantería, que es mayoritaria, sirve un pequeño contingente de caballería ligera, de unos 120 jinetes, que suele realizar labores de mensajería y exploración. Y, junto a ellos, va un grupo de unos 60 soldados más que se encarga de las increíbles y potentes armas de artillería que se usan, si es necesario, en las batallas.

¿Conoces alguna de estas armas? Si no es así, te cuento, porque son fascinantes. Está la balista, un artefacto que lanza con fuerza flechas de grandes dimensiones a larga distancia. Luego tenemos el escorpión, que tiene una forma que recuerda al cuerpo del peligroso bicho y que sirve también para disparar proyectiles de madera, aunque, eso sí, más pequeños. Y mi favorita, el onagro, que es un mecanismo parecido a una catapulta que lanza muy lejos piedras enormes. Se llama así porque su estructura y fortaleza recuerdan mucho a los asnos salvajes, ya sabes, porque pueden hacerte «volar» de una coz si te entrometes en sus asuntos...

Ah, y esto es muy importante: a las legiones se unen como apoyo táctico los llamados auxilia o tropas auxiliares. Son unidades formadas por soldados que, a pesar de no tener la ciudadanía romana, sirven con honor en favor de los intereses del Imperio. Aparte de actuar como infantería, también desempeñan puestos especializados como arqueros, lanceros, honderos o jinetes de caballería. Algunas legiones, en zonas especialmente duras, pueden llegar a sumar algunos miles de soldados más gracias a los auxilia.

Aunque, a día de hoy, los soldados y auxilia nacidos en Hispania ya no tienen ese problema. Desde hace unos cuantos años, por orden directa del emperador Vespasiano, que gobernó Roma durante una década, todos los que viven en esta región son ya ciudadanos de pleno derecho dentro del Imperio.

¿Has visto ya a algún legionario? Me apostaría mi colección de canicas a que sí. ¿Y quieres ver un uniforme de cerca? Pues acompáñame a casa, que allí mi padre guarda el suyo con mucho mimo. Es una auténtica gozada. Yo me he pasado horas mirándolo con cara de tonto. Tanto que alguna vez mi madre me ha dicho que si me iba a casar con él… ¡No te rías! Bien… ¿Qué te parece? Impresionante, ¿verdad?

Empezando por la cabeza, tenemos el clásico casco gálico imperial o, simplemente, gálea. Sin embargo, este no es uno cualquiera: es único y especial. ¿Por qué? Pues porque fue un regalo de su centurión. Mi padre le salvó la vida mientras luchaban en el norte. En agradecimiento por su acto de valor, le entregó este que ves. ¿No te encantan esos detalles tan llamativos que lleva tallados? A mí, mucho. Sí… Lo sé, lo sé, se nota.

Para proteger hombros, pecho y espalda, usan una armadura muy robusta, conocida como lorica segmentata por su división en varias placas metálicas. Normalmente son de hierro y se mantienen unidas porque van clavadas a una coraza interior hecha de cuero. Estarás pensando que tiene que pesar un montón, ¿verdad? Pues sí, te lo confirmo. Cuando era pequeño, aprovechando que mi padre estaba despistado, me la puse a duras penas y, al rato, acabé tirado y agotado en el suelo sin poder levantarme. Cuando llegó y me vio así, estuvo riéndose de mí varios días.

Debajo de ella, para proteger el cuerpo de las rozaduras, llevan puesta una simple túnica hecha de lana. Para ceñirla a la cintura y sujetar parte del armamento, se usa un cinturón llamado cingulum militare, que está fabricado en cuero. Como ves, el de mi padre está decorado además con varias plaquitas metálicas y tachones de hierro, a los que se suman los pteruges (que en griego significa «plumas»), que son las piezas que sirven para proteger las zonas delicadas. Ya me entiendes.

En cuanto a los pies, todos los soldados usan las llamadas cáligas, unas sandalias de cuero que van amarradas al tobillo con una cinta. Para hacerlas más resistentes al desgaste, pues los legionarios suelen recorrer largas distancias a pie, se clavan en su suela pequeños tachones de metal. Algo que permite usarlas también como un arma… ¡Para dar patadas!

Además de prendas, como resulta lógico, los legionarios también portan un equipo básico de combate. Te gusta la gladius, ¿eh? Pues… ¿sabías que el origen de esta espada está en las que usaban los antiguos pueblos hispanos, como los celtíberos? ¿A que no? Luego, los romanos la hemos ido adaptando a nuestras necesidades. El primer modelo de gladius que se usó se conoció como hispaniensis, un apellido puesto en honor a su lugar de origen. Sin embargo, esta que usó mi padre es otra versión que se llama pompeii, y es más corta, ligera y precisa.

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