—¡Mira, Mandarino! ¡Mi girasol está empezando a crecer!
Kitty observó la planta en su macetita marrón. Estaba sentada en la azotea, sobre su dormitorio, mientras las estrellas salían en el cielo nocturno.
—¡Ya tiene dos hojas! —dijo Mandarino, un regordete gatito anaranjado de grandes ojos azules.
Kitty tocó el grueso tallo del girasol y sus hojas puntiagudas.
—Voy a poner girasoles en mi proyecto para el nuevo jardín del cole. A ver si se me ocurre alguna idea más… —Arrugó la frente, pensativa.
Kitty estaba muy emocionada con el concurso que habían organizado para diseñar un jardín nuevo en el cole.
Solo había que dibujar una propuesta en una hoja de papel y colorearla con mucho cuidado.
Su profe les había dicho que podían intentar plantar algo antes del concurso. Kitty había elegido un girasol porque le encantaba lo redondas que eran sus corolas y por sus pétalos como llamitas. Lo miró e intentó imaginarse el nuevo jardín del cole. Le costaba decidir por dónde empezar.
A Kitty le encantaba estar bajo la luz de la luna. Tenía superpoderes felinos, así que para ella era facilísimo subirse a los tejados y mantener el equilibrio sobre ellos. Su visión nocturna le permitía ver en la oscuridad y su superoído captaba sonidos a una distancia enorme.
Allí arriba estaba muy a gusto y, cuando salía la luna, el mundo se convertía en un lugar mágico y resplandeciente. Le encantaba compartir aquel mundo tan especial con Mandarino, el gatito al que había rescatado de la torre del reloj hacía ya muchas semanas.
Kitty se inclinó para observar el girasol más de cerca. En la azotea soplaba una suave brisa nocturna que movía sus hojas. Oyó el suave ruido de unas almohadillas moviéndose sobre las tejas. Kitty escuchó con atención.
—Misi, ¿eres tú?
—¡Lo has adivinado! —Una esponjosa gatita blanca de ojos verdes salió desde detrás de una chimenea. Su blanco pelaje brillaba a la luz de la luna—. ¿Cómo lo has sabido?
—¡Gracias a mi superoído! Tus pasos suenan más flojitos que los de Fígaro, y más rápidos que los de Katsumi o Cleo.
Kitty sonrió. Tenía un montón de amigos entre los gatos de Hallam, y quedar con ellos en los tejados de la ciudad era una de las cosas que más le gustaban.
—¡Hola, Misi! —Mandarino corrió hacia la gata blanca y rozaron sus naricillas—. ¿Has venido a jugar con nosotros?
—Sí, estaba buscando entretenimiento —reconoció Misi—. Me apetecía vivir aventuras, así que he pensado: ¿quién es la mejor compañera de aventuras?
¡¡Kitty!!
Kitty se rio.
—¡Qué maja eres! Estoy pensando en mi propuesta para el nuevo jardín del cole. Me encantaría ganar el concurso, pero no sé qué dibujar.
Misi parpadeó y meneó su colita, blanca como la nieve.
—Pues he oído que hay un sitio en la ciudad que tiene un jardín increíble en la azotea. Lo conocen un montón de gatos, pero nadie se atreve a visitarlo porque el viejo gato que lo vigila tiene muy malas pulgas. Podríamos colarnos. Quizá te dé ideas para el jardín de tu cole.
—¿Y si nos pilla el gato viejo? —A Mandarino le temblaron los bigotes.
—Tendremos que ir con cuidado y no hacer nada de ruido. ¡Solo así será una aventura! —Misi saltó a la chimenea, con los ojos verdes relucientes de emoción—. ¡No está lejos! ¡Podríamos llegar en un meneo de bigotes!
—¡Me encantaría! —Kit