Pepa Pistas y su hermano Bebito esperaban a Maxi Casos sentados en la recepción de la clínica veterinaria de la señora Pistas. Junto a ellos había un joven con una pecera y una señora visiblemente nerviosa que hablaba por los codos.
–Mi Cochi está malita. –La señora señaló el consultorio de «Casos graves»–. Su corazón hace priiiii priiii…
El joven de la pecera y Bebito la observaron sorprendidos. Pepa, en cambio, continuó absorta en la noticia del periódico.
–¡Pst! ¿Queréis? –interrumpió la recepcionista mostrando dos palos de caramelo.
Bebito saltó de su asiento y se dirigió hacia el mostrador, pero antes de que pudiera alcanzar los dulces, la señora alargó la mano y se hizo con ellos.
–¡Muy amable! –dijo y, ante la atenta mirada del niño, los desenvolvió y se los metió en la boca–. ¡Abi dibtraigo lob nerviob!
En ese mismo instante, la puerta de la clínica se abrió y apareció un hombre encorvado. Llevaba un abrigo enorme y un pequeño saco de rafia en la espalda.
–Buenas… –saludó mientras abría el saco.
–¿Qué desea? –preguntó la recepcionista.
–He traído a Quesito y Melindra para la operación. –El hombre dejó sobre el mostrador dos ratas enormes.
La recepcionista, asustada, reclinó su silla hacia atrás:
–¿Qué… qué operación?
–La de desratización. –El hombre rebuscó en su bolsillo y sacó una tarjeta de presentación.
–Creo que no le hemos llamado, pero iré a comprobarlo. –Dicho esto, la joven fue a preguntar a la señora Pistas.
Pomelo Rotte aprovechó para sentarse. Melindra y Quesito no quitaban ojo al interior de la pecera.
–¿Qué le ocurre? –Rotte señaló al pez mientras le ofrecía una de sus tarjetas.
–Nada –respondió el joven, temeroso de que Quesito y Melindra se zamparan a su mascota.
Al darse cuenta de que era parco en palabras, Pomelo Rotte se volvió hacia Pepa y se dedicó a releer el periódico por encima de su hombro.
–La flautista Hamelin… psé psé psé... flauta de cristal… psé psé psé… –leía Rotte para sí–. ¿Flauta… hechizada? Vaya, ¡qué interesante!
Pepa levantó la vista y le tendió el periódico:
–Tome, ya lo he leído.
–¡Eres muy maja! –respondió el señor–. ¿Quieres una de mis tarjetas? Nunca se sabe…
&nb