A Lucía se le cerraban los ojos por momentos. Tenía que concentrarse en abrirlos cada vez que notaba que se cernía la oscuridad para que no la pillara Morticia. Como mucho, dejaba que permaneciesen cerrados unos segundos antes de frotárselos y abrirlos casi pestaña a pestaña. ¡Cómo le estaba costando mantenerse despierta! Y es que... era como si hubiera pasado una eternidad desde las vacaciones de Navidad. Al menos desde la última parte (una vez acabada la fase del comedor social y de vuelta de Berlín), cuando no tenía que madrugar y remoloneaba en la cama hasta las once, incluso, momento en el que su madre entraba en la habitación para asegurarse de que seguía respirando.
—¿Cómo puedes dormir tanto? ¡Casi doce horas! —exclamaba María mientras levantaba las persianas de manera ruidosa.
A veces ni por esas conseguía sacarla de la cama. Pero es que se estaba tan a gusto así, sin prisas... Y se merecía el descanso, después de haberse pasado una semana trabajando sin parar en plenas vacaciones...
La voz de Morticia la devolvió al presente. Contuvo un bostezo y se frotó la cara entera con las manos. ¡Uf! ¡Qué sacrificio! ¡Parecía mentira que el colegio hubiese empezado ese mismo lunes! De hecho... ¡no llevaba ni una hora entera de clase! ¿Cómo podía ser? La mente le jugaba malas pasadas...
—Bien... Para finalizar, os hablaré de un nuevo proyecto —anunció Morticia de pronto con esa manera de hablar tan pausada al tiempo que sacudía su oscura y larga melena.
Lucía apenas había escuchado la voz meliflua de la tutora en toda la hora. Pero las palabras
«nuevo proyecto»
le entraron por los oídos y fueron directas al sistema de alarma central de su cabeza pelirroja, de forma que se irguió rápidamente. Sus ojos dejaron de intentar cerrarse para siempre (al menos esa mañana). Cada vez que Morticia anunciaba una novedad, podía temblar la Tierra entera...
—Vaya... Veo que he captado vuestra atención. Al fin —dijo Morticia con los ojos clavados en Lucía. Sus cejas arqueadas le resultaban amenazantes. A continuación, se puso a buscar unos papeles por su mesa.
Lucía tragó saliva: sus cabezadas debían de haber sido más largas de lo que a ella le parecía. Miró a Frida, que se encontraba al otro lado de la clase y se burló de ella haciendo que estaba dormida: cerró los ojos, apoyó la cabeza en las manos y se puso a roncar. Con lo alta que era, no pasaba desapercibida, pero le daba igual. Después, Lucía desvió la vista unas sillas más al centro, hasta Susana, con el pelo negro corto revuelto de tanto reírse abiertamente mientras señalaba a Frida, que seguía haciendo el payaso, para variar. Lucía tampoco pudo aguantarse y acabó por escapársele la risa.
—Parece que os hace gracia la idea. ¡Estupendo! Espero que os apliquéis, entonces... —soltó la tutora e hizo una mueca con la boca que daba miedo.
Lucía borró su sonrisa.
—No era por eso, profe. Es que... —comenzó a disculparse Lucía, pero Morticia la interrumpió levantando la mano.
—No me interesa.
Lucía decidió que era mejor callarse y se enderezó en la silla. Morticia ya había demostrado tenerla bastante cruzada, no quería darle más motivos para fastidiarla lo que quedaba de curso. Con un poco de suerte, en tercero de ESO ya no les tocaría de tutora... ni de profesora. Cruzó los dedos por debajo del pupitre.
—El proyecto que os comento consiste en hacer un blog de vuestro curso. Os dividiréis en grupos y cada uno se encargará de una sección. En secreto. NADIE puede saber qué sección hace cada grupo. La más visitada será la ganadora y recibirá un premio.
La noticia fue seguida de un suspiro general de la clase.
—¿Qué tipo de premio? —quiso saber Luis, el skater que siempre que acababa un examen se dedicaba a preguntar las respuestas a toda la clase.
—También es secreto. Os lo diré cuando termine el concurso —resolvió Morticia sin más explicaciones.
Los cuchicheos entre los alumnos no tardaron en llegar.
—¿Y cuenta para nota? —preguntó Charlie, el chico con el que Raquel había empezado a tontear durante la semana de esquí y con el que todavía no había nada seguro.
—La profesora de lengua os hablará de ello, pero algo sí... El proyecto del blog durará un mes, así que en esta primera parte de la evaluación se valorará vuestra redacción, entre otras cosas. Aunque sea en grupo, cada componente debe enviar a mi correo electrónico, todos los viernes, un texto, que yo me encargaré de revisar y de colgar en el blog. Y aparecerá el lunes.
Lucía se fijó en que Marisa, la Reina de las Pitiminís y su enemiga acérrima, sonreía satisfecha con la noticia. Incluso levantó la mano para preguntar con esa voz de gata diabólica:
—¿Podremos escribir sobre lo que queramos?
—No exactamente, Marisa... —Dejó una pausa como para aumentar la intriga—. Los temas finales se seleccionarán mediante un sorteo. Así que ahora necesito que apuntéis en un papel el tema que os interesa a cada uno. Y también el grupo del que formaréis parte. Yo los valoraré, elegiré los más adecuados y haré un sorteo entre los distintos grupos.
Lucía volvió la vista de nuevo hacia sus amigas, que asentían tan satisfechas como ella: después de todo, el proyecto no pintaba tan mal. Mientras les tocara una sección chula, todo iría bien, porque El Club de las Zapatillas Rojas trabajaría unido. Empezaba a entusiasmarle la idea. ¿Por qué no?
Por primera vez, el timbre de las diez en punto no provocó el efecto habitual en los alumnos. Lucía no se movió de su sitio. Tampoco los demás compañeros, que empezaron a hacer preguntas a Morticia sobre el blog que iban a preparar. Toni el Musculitos quiso saber si también podrían hablar de deportes. Luis preguntó, concretamente, por el mundo del skater. Y a Charlie le interesaba si se podía hablar de cine.
—Sí, elegid los temas que queráis —respondió Morticia—. También puede haber literatura, música, cine, historia...
Mientras los demás compañeros cuchicheaban para formar los grupos y elegir los temas, Lucía preparó el boli y arrancó un trozo de papel de su libreta. De los temas que había sugerido Morticia, no había ni uno que le interesara. Música, quizá... Pero le parecía demasiado común; cualquiera podía hablar de eso. Ella elegiría más bien moda, por ejemplo. Eso se le daba bien y podía dar buenos consejos. O arte, porque le gustaba mucho dibujar y sabía reconocer un buen cuadro cuando lo veía. O incluso podía quedarse con familia, porque con unos padres divorciados había acabado por convertirse en una experta y también se le ocurrían mil cosas de las que hablar.
—Cada alumno puede elegir solo un tema —anunció Morticia, como si supiera exactamente lo que estaba pensando Lucía.
Miró a su profesora para asegurarse de que no tenía rayos X ni nada parecido.
«Está bien —se dijo—. Elijo moda.» Ese tema le parecía el más guay de todos.
Morticia cogió un bote de cristal de la estantería y fue pasando mesa por mesa para recoger los papelitos que contenían los temas que cada alumno había seleccionado. Lucía estaba emocionadísima con la idea de hablar de moda. Aunque para el resto del grupo no fuera el tema más apetecible, ella las ayudaría a confeccionar buenos textos. ¡Sería mucho más divertido que hacerlo sobre cualquier otra cosa! Estaba segura de que las demás acabarían por agradecérselo. Y es que a Lucía le encantaba leer revistas y estar al día sobre los outfits más actuales. Con cuatro trapitos podía hacer auténticas maravillas: lo de combinar colores era un don, al menos eso le habían repetido Frida y sus amigas miles de veces. Si se esforzaban y sus amigas y ella se hacían con el premio a final de ese mes, su madre alucinaría. Seguro que el premio era algo impresionante, si no, no lo mantendrían en secreto. Cuando Morticia llegó a su mesa y le tendió el tarro de cristal para que metiera dentro el papel, Lucía escuchó a la tutora proporcionar la última información sobre el blog:
—Ah, por cierto... El tema que hayáis elegido puede tocaros o no, claro. Yo misma me encargaré de adjudicar el más adecuado para cada grupo. Y recordad, es secreto...
Lucía habría jurado que Morticia la miraba fijamente al pronunciar la palabra «grupo». De repente, lo que parecía un proyecto atractivo y en el que estaba deseando participar se convirtió en la posibilidad de una pesadilla ultraterrible... Morticia la odiaba, de eso no le cabía ninguna duda. Sobre lo que sí le cabían dudas era qué tema era el que más odiaba ella, pues estaba segura de que ese sería exactamente el que les adjudicaría la profesora.
La segunda hora de la mañana no había sido mejor que la primera para Lucía. Ya no solo porque la asignatura que tocaba fuera la que más detestaba de todas (mates, of course), sino porque había sido incapaz de borrar de su mente los ojos de Morticia apuntándola directamente mientras recogía el dichoso papelito. Por eso cuando el Papudo, el profe, le pidió que repitiera las propiedades de las proporciones que les acababa de explicar, Lucía tuvo que fingir que le entraban ganas de vomitar. Se llevó la mano a la boca y, con todo el dramatismo de que fue capaz, apretó los labios y tensó el abdomen como si sintiera náuseas. El Papudo al principio no supo cómo reaccionar: la miró con sus ojos redondos de pez y su cara inflada y temblorosa, esperando que volviera a la normalidad. Pero al ver que ella seguía con el numerito no le quedó más remedio que permitirle salir corriendo de clase para que fuera al lavabo.
Una vez encerrada en el inodoro, respiró hondo y trató de relajarse: todo iba bien, el Papudo se lo había tragado. Y es que ella había hecho lo que tenía que hacer para evitar otro fracaso más ese primer día posvacaciones. Ya contaba con que Morticia haría todo lo posible para arruinarle el concurso del blog, no quería tener que lidiar también con un negativo en matemáticas por no haber prestado atención a la lección de ese día. Lucía regresó a clase cuando faltaban unos pocos minutos para que terminara. El Papudo había pasado la pregunta a otro alumno y dejó a Lucía en paz el tiempo que restaba.
En cuanto salieron al patio, las chicas se abalanzaron preocupadas sobre ella. Frida, a pesar de toda su frialdad, fue la primera:
—Nena, ¿estás bien? Menudo susto nos has dado... —La cogió del brazo mientras caminaban ya en dirección al olivo de siempre. Como le sacaba varias cabezas, casi parecía que Lucía fuera colgada de ella.
—Sí, sí, estaba fingiendo... —confesó antes de meterse un trozo de magdalena en la boca.
—¿Fingido el qué? —preguntó Bea.
Aceleró el paso para alcanzarlas y, curiosa, miró a Lucía y a Frida con esos ojos verde esmeralda. Ni ella ni Raquel habían presenciado la mejor actuación dramática de la historia, porque iban a clases distintas.
Lucía les contó lo sucedido y las demás no daban crédito.
—¿Acabas de convencer al profe de que estabas enferma para librarte de una pregunta? —preguntó Raquel.
Cuando Lucía asintió un poco avergonzada por sus artimañas, la otra respondió sorprendiéndola totalmente:
—Tía, eres mi heroína.
Las demás empezaron a bromear con el asunto: que si Lucía era una exagerada, que si por poco le provocaba un infarto al pobre Papudo, que si hubiera sido menos arriesgado fingir que tenía la regla... Para cuando se sentaron debajo del olivo, todas se estaban tronchando de la risa. Lucía prometió enseñarles esas dotes escénicas que no sabía muy bien de dónde había sacado. Quizá algún día les resultaran útiles.
Después sacaron la cuestión del blog. La buena noticia era que Morticia había dado vía libre a que el Club de las Zapatillas Rojas trabajara para una misma sección, a pesar de que sus miembros estaban en clases distintas. La otra cuestión era qué tema había elegido cada una. Bea había tenido clase con Morticia justo después que ellas y entre todas se encargaron de informar a Raquel del nuevo proyecto.
—Yo, deporte, claro. Pero eso no es ninguna sorpresa —respondió Frida antes de mordisquear su bocadillo de atún.
—Yo también lo elegiré también esta tarde, que me toca Morticia —respondió Raquel, como capitana del equipo de vóley en el que jugaba Frida.
—Yo he elegido música. Poco original también —respondió Bea, sonriente.
Lucía ya se lo había imaginado: con la de horas que dedicaba a tocar el violín, al solfeo, al coro, a la armonía... en el Liceo, Bea podría hablar m