El Club de las Zapatillas Rojas 10 - Nueva York, Let's Go

Ana Punset
Paula González
Paula González

Fragmento

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Lucía revisó la lista que se había preparado para asegurarse de que lo tenía todo. En efecto, las tropecientas líneas estaban ya tachadas. Nunca se había hecho una lista antes de empezar un viaje, pero sus amigas, las mejores del mundo, le habían insistido en que para saltar el gran charco, le hacía falta una con tal de que no se olvidara algunas cosas importantes (como el cargador del móvil o los adaptadores para los enchufes). Y es que... ¡El Club de las Zapatillas Rojas al completo cogería al día siguiente un avión hacia la ciudad más famosa, moderna, chic y fabulosa del mundo...

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Hacía más o menos un mes que su profe-ángel y tutora, Flora, había llegado una mañana a clase con una propuesta inesperada: se iba a poner en marcha por primera vez en la historia del colegio una beca para que cinco chicas y chicos de cada curso de ESO pasaran quince días internos en varios colegios de Nueva York, Londres e Irlanda... ¡con todos los gastos cubiertos!

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Según parecía, ese año le había tocado a su colegio una de las tres becas que una fundación sorteaba desde hacía años entre todos los colegios del país. Su intención era fomentar el inglés así como el intercambio de culturas entre los distintos países, pues dicha fundación también tenía ramificaciones en otros países como Francia, Italia, Alemania... En resumen, que cada año mandaban a unos cuantos alumnos de habla no inglesa a colegios anglófonos y, a cambio, algunos alumnos anglófonos hacían intercambios lingüísticos en distintos puntos de Europa. Así pues, un total de veinte chicas y chicos, procedentes de esos mismos colegios de habla inglesa, viajarían a Barcelona, asistirían a sus clases y se sentarían a sus mesas. Las alumnas no tendrían que pagar nada, solo mostrarse interesadas en un colegio determinado y hacer una pequeña prueba de idioma para valorar su preparación.

Lucía se sentó en la cama y sonrió al recordar la cara de Frida tras escuchar el notición: los ojos desorbitados, la boca tan abierta que casi le tocaba el suelo. Parecía que, en cualquier momento, la cabeza le iba a comenzar a dar vueltas, como si fuera un dibujo animado.

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Ella era la que estaba más convencida de que sería una experiencia auténtica total. Su nuevo papel como capitana del equipo de vóley del colegio le había hecho coger más gustillo todavía a eso de dirigir y dar órdenes. Así que en cuanto Flora compartió con ellas aquella posibilidad, Frida escribió un whatsapp en el grupo ZR4E!:

—Ese viaje tiene que ser nuestro.

Bea y Raquel, que estaban en otra clase y no se enteraban de nada, reaccionaron con tropecientos interrogantes seguidos, pero Frida resumió lo importante con cuatro palabras:

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Le siguió una ristra de caritas, corazones y globos de fiesta que hicieron preguntar a Lucía si realmente estaba preparada para algo así. ¿Podría pasar quince días en Estados Unidos, sin Mario, sin el baile, sin su familia, sin sus cosas...? Entonces visualizó a sus amigas a su lado, yendo a clase, durmiendo juntas, visitando sitios nuevos... Y la respuesta fue un gran SÍ.

Cuando salieron al recreo y Frida las pilló a todas por banda, les estuvo dando la chapa hasta que convenció a las que todavía permanecían dudosas (como Bea, la más paradita, que al principio no lo veía claro porque debía ensayar cada día violín y asistir a clases en el Liceo) de que aquel viaje iba a ser lo más de lo más. El Club de las Zapatillas Rojas dejaría huella en Nueva York. Solo tenían que conseguir ser las cinco chicas elegidas de su curso y escoger la gran ciudad como destino, claro... ¡No era moco de pavo! Flora les había dicho que todo el proceso debía resolverse bastante rápido porque el viaje se realizaría a principios de mayo, y les quedaba menos de un mes para hacer todo el papeleo (que no era poco), así que la prueba de inglés sería esa misma semana.

—Ya puedes empezar a ver pelis y series en inglés —le advirtió Frida a Lucía, que sabía bien de su poca destreza en lenguas varias.

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Para estar a tope, intentaron pasarse esa semana hablando en inglés entre ellas. Ninguna era un hacha en el tema, pero con esfuerzo y tesón seguro que por lo menos tendrían una oportunidad. Además, tenían a Marta, que hablaba inglés y alemán, y les podía echar una mano. Al principio, a Lucía le supo un poco mal pedirle ayuda... ¿no sería como restregarle por la cara que quizá se iban todas a Nueva York sin ella? Pero cuando se enteraron de que su colegio en Berlín también participaba de esa misma beca y que tal vez Marta las podría acompañar, las clases de inglés empezaron a practicarse ipso facto a pesar de los miles de kilómetros de distancia. Todos los días quedaban un rato por la noche para hacer una videollamada grupal por Skype las seis... ¡en inglés! Era de lo más raro escuchar a Marta o a las demás decir cosas como: «How was your day?», o «I’ve been working hard for an exam» o «I miss you», aunque esta última sí que la entendían todas. Pero lo más complicado era responder sin sonar ridícula. A Lucía le daba vergüenza escucharse a sí misma pronunciando palabras que no solía utilizar y al principio se quedaba callada escuchando a sus amigas hablar en inglés. Fue Frida la que la obligó a olvidarse de sus temores con una regañina de las suyas:

—¿Qué prefieres: hacer el ridículo o pasártelo pipa en Nueva York con todas nosotras? A no ser que quieras ser la única que se quede aquí, claro...

Noooooo, ni de broma Lucía se iba a perder una juerga como esa. Sería un infierno recibir whatsapps con imágenes y comentarios supergraciosos de todo lo que hacían sus amigas mientras ella no salía de su rutina. ¿Infierno? No, sería el AVERNO, que en algún sitio había oído que era todavía peor.

El día de la prueba estaba como un flan, pero cuando le tocó la parte de charla, ya fuese porque Flora estaba en el jurado, o porque se había pasado la noche bebiendo tilas y al fin le hacían efecto, se le pasaron todos los nervios y consiguió mantener una conversación que, al menos, a ella le sonó bastante digna, dentro de lo posible. Los nombres de las chicas que recibirían la beca fueron publicados en el tablón de anuncios pocos días después, y en la lista estaban tanto ella como sus amigas. ¡Los gritos de alegría que soltaron las cinco debieron de escucharse hasta en los antípodas del planeta!

Al final, no era que hubieran sido las mejores candidatas, sino las únicas. En efecto. No se había presentado nadie más de su curso... ¡Ni siquiera Marisa! ¡Eso sí que era raro! Desde el principio habían dado por hecho que esa presumida y sus seguidoras, las Pitiminís, serían las primeras en querer visitar la Gran Manzana. Más tarde Marisa se encargó de sacarla de dudas: les restregó por la cara con gusto que el intercambio a Nueva York coincidía con un viaje que iba a realizar con sus padres a Los Ángeles, para visitar Hollywood y conocer a gente famosa de verdad. Dormiría en cama con dosel y desayunaría de bufet todas las mañanas, mientras ellas se las apañaban en un internado con literas y comida cutre. Aun así, a pesar de los esfuerzos de Marisa por chafarles la emoción, las chicas seguían eufóricas: contaban los días para el viaje que realizarían, por primera vez, las seis juntas. O eso esperaban, porque Marta todavía no había realizado su prueba. Total, que ese fin de semana tocó noche en la buhardilla y lo celebraron como solo ellas sabían: pizza, peli y bolsa de chuches.

Resultó que los ánimos de cruzar el Atlántico estaban por las nubes en Berlín, no como en Barcelona. Y muchos chicos y chicas de la clase de Marta se presentaron a la prueba para obtener la beca. Ninguno de sus amigos (Viveka y Kellen) ni tampoco su novio Kay, que ya conocía la ciudad, pero sí varias docenas de alumnos. Y en la lista final... para conmoción de todas, el nombre de Marta no apareció. Nadie lo comprendía, su amiga tenía un nivel altísimo en inglés.

—Esto es del todo injusto —repetía Lucía una y otra vez la noche en que Marta se lo contó a todas por Skype. El plan era viajar todo el Club, unido.

Alguien le dijo que el motivo por el que no había salido elegida tenía más que ver con su antigüedad en aquel colegio que con su nivel.

—¡Menuda estafa, tía! —exclamó Raquel.

La siguió Frida:

—Y si los elegidos no entienden ni papa de inglés ¿qué más da que lleven diez años en ese colegio de...? —comenzó a despotricar Frida, pero Marta la frenó con la mano antes de que soltara una barbaridad.

Se apartó un mechón de su pelo rubio casi blanco mientras decía con su perenne sonrisa:

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—No te preocupes. Disfrutaré leyendo vuestros mensajes.

Marta, el ser más optimista del planeta. La más afectada por el revés de los acontecimientos y la que animaba a las demás... No importaba que ella admitiera la derrota, para las chicas estaba descartado aceptar que un miembro del Club no se uniera a aquella aventura. ¡NO IBAN A PERMITIRLO!

Se pasaron las siguiente semanas poniéndoles velas a todos los santos de todas las iglesias de Barcelona, pues la madre de Bea les había asegurado que ella era lo que hacía cada vez que Bea tenía un examen en el Liceo y que siempre funcionaba. Así que después de santa María, san Miguel, san Pablo, santa Cecilia y san Jaime... para sorpresa de todas, su suerte acabó cambiando. Cuatro días antes del viaje, Marta escribió a través del WhatsApp excitadísima porque le habían dicho que uno de los chavales que iba a ir a Nueva York se había puesto malo. Según parecía, la siguiente en la lista era ella, así que... Marta ocuparía su puesto si todavía lo deseaba.

«Of course!!!!!!», les dijo Marta, que ya había respondido a la directora del colegio.

Sus padres y el colegio tramitaron los papeles lo más rápido posible y el deseo de las chicas se hizo realidad...

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Lucía estaba deseando que El Club de las Zapatillas Rojas estuviera al completo otra vez. Tenía la sensación de que hacía mil años que eso no sucedía. Aquel viaje, como había dicho Frida, iba a ser lo más de lo más. Estaba convencida.

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El sol ya se había escondido en el horizonte cuando Lucía terminó de hacer su maleta. Se sentó en ella y tiró de la cremallera porque, de otro modo, era IMPOSIBLE que se cerrara. Al final, tuvo que sentarse ella y tres tomos de la enciclopedia que le había regalado su madre años atrás y que permanecía intacta (aunque sin polvo porque su madre era MUY limpia) en una de las baldas de su habitación, para conseguir que la maleta aceptara cerrarse. Y es que la lista de cosas que había completado era... bueno, de varias páginas, con eso se dice todo.<

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