El Club de las Zapatillas Rojas 18 - ¡Together lo conseguiremos!

Ana Punset
Paula González
Paula González

Fragmento

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Lucía cogió aire y luego lo expulsó del todo mientras se hacía hueco en el autobús aquella mañana de mediados de abril. Por fin había acabado el segundo trimestre y era la primera vez en mucho tiempo que se pasaba el viaje hacia el colegio sin repasar ningún apunte. Había pasado una Semana Santa tranquila con su padre, Lorena y los niños, disfrutando de la paz de saber que había superado aquellos meses de trabajo continuo con bastantes buenas notas, a pesar de los momentos de estrés tan difíciles que había vivido. Pero eso ya formaba parte del pasado...

Ahora empezaba una época nueva, los últimos meses antes de las vacaciones de verano, y pensar en eso le daba fuerzas para lo que le quedaba de curso. Lucía cerró los ojos y se dedicó a escuchar música en los cascos mientras miraba por la ventana cogida a la barra, de pie, porque a esas horas era imposible encontrar un sitio vacío en el autobús. Estaba escuchando A dónde vamos y se dejó llevar por esas notas vivas y alegres de su canción preferida de Morat. La embargó la incertidumbre de lo que vendría, de qué haría durante los siguientes días de ese descanso hasta que volviera a tener que hincar los codos como una loca para terminar el último trimestre de la ESO, porque sí..., el año siguiente empezaría primero de bachillerato, nada más y nada menos. Aquellos cuatro años habían pasado volando, parecía que fue ayer cuando dejaba atrás la primaria para empezar esa primera fase de la secundaria, y ahora ya la estaba acabando... Sentía las cosquillas de la ilusión acariciándole la tripa. Aquel iba a ser un buen día, lo presentía...

Ya en la calle, a unos pocos pasos del colegio, vio que Frida iba justo delante de ella. La distinguió por su estatura, claro, y le pegó un grito que hizo que se volviera. Al reconocerla, la esperó en la esquina para que acabaran de hacer el camino juntas.

—¿Cómo sienta la libertad? —le preguntó Frida con una sonrisa muy amplia.

—Dímelo tú —le respondió ella con un codazo.

—Ah, pues yo te lo digo encantada... ¡Superbién! Es como cuando ves que alguien se va a tirar al agua desde un acantilado y hay un montón de rocas por todos lados que sobresalen. Y esperas a que ese loco toque el agua con la adrenalina saliéndote por las orejas y hasta que no lo hace no respiras... Pues yo ahora estoy como cuando entra en el agua: respiro de maravilla. Mira. —Frida comenzó a hacer inspiraciones y espiraciones mientras Lucía se reía feliz.

—¿A Leo le gustan mucho los acantilados? —le preguntó Lucía sobre su novio, con el que Frida tenía una relación más de compañeros de equipo que otra cosa. A los dos les encantaba el deporte y se dedicaban a probarlos absolutamente todos.

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—Calla, calla. Que ya me está diciendo que este verano tenemos que probar a hacer puenting...

Lucía se la quedó mirando con los ojos muy abiertos, asustada, y Frida le quitó importancia hablándole de todas las protecciones y lo seguro que era.

Enseguida vieron a las demás chicas en la entrada del colegio y se unieron a ellas. Todas estaban relajadas y felices después de las vacaciones, y todavía podían prolongar unos días más esa sensación de desahogo, de libertad, al menos durante un tiempo, aunque fuera breve, hasta que volviera la locura, el remate final. Y es que en ese impasse que había descrito Frida se estaba de maravilla, desde luego.

Era martes y la vida les sonreía. Además, la primavera reclamaba su presencia con fuerza y el sol brillaba sobre sus cabezas recordándoles que los colores y el calor eran las constantes en la época del año favorita de Lucía. Ya ninguna llevaba abrigo, con la chaqueta encima del uniforme les bastaba cuando corría el aire. Y los bastos leotardos del invierno también habían dado paso a unas medias mucho más finas que estilizaban las piernas y mejoraban el outfit de las chicas, cosa que Lucía agradecía.

Flora las recibió en la clase con una sonrisa. Ella, que era la viva imagen de la primavera, que con todos esos colores que adornaban su vestido incluso parecía una alumna más, les dio los buenos días como si fueran el mejor regalo.

—¡Buenos días, chicos y chicas! ¡Bienvenidos y bienvenidas! ¿Cómo os habéis levantado hoy? Seguro que fenomenal, ¿a que sí?

—Bueno, todo sería mejor si continuara siendo Semana Santa... —bromeó Frida mientras las chicas tomaban asiento donde siempre.

—Venga, Frida, ¡con lo bonito que es vernos todos otra vez! —exclamó Flora con los brazos abiertos.

—A unos más que a otros —soltó Marisa con la mirada clavada en las chicas, y Sam le dio la razón con una carcajada.

Lucía hizo una mueca de disgusto que medio tapó con su flequillo pelirrojo al agachar la cabeza para sentarse, pero Frida, que no se callaba una, sí que respondió a su insulto:

—Pues oye, si no te gusta, ya sabes lo que dicen..., ¡no mires!

—Haya paz, chicas, venga, relajaos, que ya sé que la primavera os altera, pero tengo algo que contaros y os va a gustar...

La intriga surtió efecto y toda la clase tomó asiento dispuesta a escuchar eso tan importante que Flora tenía que decirles. Cuando se hizo el silencio, la tutora comenzó su discurso:

—Como ya sabéis, hace unas semanas hicimos una votación para elegir el destino del viaje de final de curso de este año.

El murmullo generalizado no tardó en llegar.

—Pues bien, ya tenemos el resultado de la votación y el destino ganador es...

Flora simuló un redoble de tambores y Lucía casi pudo escucharlo. Miró a las chicas con la boca apretada, todas estaban nerviosas. Los destinos propuestos habían sido muy variados y esperaba de verdad que saliera el que ella y las chicas habían votado. Por favor, por favor... El viaje era en julio, así que lo suyo era ir a un sito con buenas playas y opciones para bailar y pasarlo bien disfrutando del veranito y de las amigas, sin obligaciones, sin padres... Estarían ellas y la sensación de saberse libres. Solo de pensarlo ya se lo podía imaginar todo con detalle... Eso le apetecía mucho más que ir a una ciudad a machacarse las piernas caminando y escuchando historia bajo un sol de justicia. Justo cuando pensaba que la espera se estaba haciendo insoportable, Flora anunció por fin:

—Ibiza.

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Lucía no pudo evitar ponerse de pie de la alegría que la invadió en ese momento, pero no fue la única; la iniciativa la siguieron todos los que habían votado lo mismo, que fueron muchos. Celia, Frida, Susana y Lucía se abrazaron y gritaron entusiasmadas, tanto como los demás. Marisa seguía sentada; ella había elegido playa, pero, como Ibiza la tenía muy vista, había hecho una propuesta bastante inalcanzable que les habría costado un riñón y parte del otro... El Caribe no era un destino de viaje escolar, pero a ella eso le daba igual, y había luchado con uñas y dientes por incluirlo entre las opciones. Por la cara que se le había quedado, no le había sentado nada bien que no hubiera resultado ser el destino ganador. Así que Lucía no pudo evitar disfrutar todavía más de ese momento de triunfo. Y es que nunca se acabaría esa especie de guerra que se había instaurado entre ellas el primer año de ESO, cuando Marisa quiso fastidiarles el viaje a Berlín y provocó que Frida se hiciera un esguince en el tobillo. Después de eso, habían sucedido varios conflictos más, y ahí seguían... Lo que la llevaba a pensar...: ¿continuarían igual también en bachillerato?

—Muy bien, chicos y chicas, veo que a la mayoría os entusiasma la idea. Ahora sentaos, que tengo que daros alguna buena noticia más.

No hizo falta decir más para que todos regresaran a sus asientos y abrieran bien las orejas para seguir escuchando.

—Lo que estamos organizando ahora es el viaje en sí. El colegio ha hablado con varias agencias de viajes y nos han hecho algunas ofertas interesantes, pero hemos elegido una especialmente buena. Esta noche os enviaremos a todos un correo con los números cuadrados para saber a cuánto saldrá el viaje. Ahora, como sabéis, debéis organizaros para recaudar ese dinero y echar una mano a vuestras familias para pagarlo, porque eso es lo bonito de todo esto: que trabajéis juntos para ver cumplidos vuestros deseos, con esfuerzo e ilusión. Y, para incentivaros un poquito más, la dirección del colegio y yo hemos pensado que podríamos montar una especie de concurso.

De nuevo se oyó aquel murmullo que estallaba cada vez que se anunciaba algo inesperado, algo que los ponía a todos supernerviosos.

—A ver, tranquilos... Será un concurso con buenas vibraciones. La principal idea es que forméis grupos y hagáis cosas juntos, como os he dicho, para ganar el dinero necesario. Pero, además, el grupo que recaude más dinero realizará una actividad extra en el destino en cuestión. La agencia nos ha hablado de hacer una sesión de esnórquel en una zona increíblemente bella...

La exclamación fue generalizada. Lucía miró a Frida, a Celia y a Susana... Todas sonreían soñadoras ante aquella posibilidad. Bucear en aguas cristalinas viendo peces de colores... Sí, Lucía lo deseaba, y las demás también. Sintió unas mariposas en la tripa que la hicieron removerse inquieta, nerviosa; tenía tantas ganas de vivir algo así... Los compañeros empezaron a hablar entre ellos, cada vez más emocionados también, deseosos de llevarse el premio. Todo el mundo quería vivir esa experiencia, eso estaba claro, pero ¿el inconveniente? Que solo un grupo de todos los que componían las distintas clases de cuarto de ESO lo conseguiría... De repente, daba la sensación de que todos estaban calentando motores para, en un momento u otro, salir quemando rueda y a toda velocidad para llegar los primeros a la meta. Y en cierta manera era exactamente así...

—Bah, eso es pan comido, ya verás... —soltó Marisa a Sam con un aire intrigante, a un volumen suficientemente alto como para hacerse oír...

Aunque no quería caer en la trampa, Lucía la tenía tan cerca (solo un par de mesas más adelante) que no tuvo más remedio que oír lo que decía y casi reaccionó exactamente como Marisa pretendía: pinchándola. Estuvo a punto de decirle «¡NO!» a voz en grito, porque estaba harta de que siempre intentara fastidiar sus planes, de que su única intención fuera amargarles la vida. Así que desvió su mirada furiosa hacia Frida, Celia y Susana para averiguar si habían oído lo mismo que ella. Marisa debía de haber urdido ya un plan para convertirse en la ganadora, y seguro que la clase de esnórquel le daba igual, solo pensaba en fastidiar... ¡Si ni siquiera quería ir a Ibiza!

A juzgar por sus reacciones, parecía que sí, que sus amigas también la habían oído desde sus respectivos sitios. Frida negó con la cabeza dando a entender que Marisa podía decir misa: si sus amigas se ponían las pilas, no había quien pudiera con ellas. A pesar de que no hubo intercambio de palabras, el mensaje quedó claro. «Telepatía», lo llamaban algunos; ellas, «amor de amigas». Susana y Celia asintieron a la vez que Lucía, la habían entendido perfectamente.

—Que empiece la fiesta —susurró Frida con una sonrisa traviesa, y por la mirada que les dirigió Marisa supieron no solo que estaría vigilándolas, sino que no se lo pondría fácil.

Ahora solo podían prepararse para ser las mejores, para darlo todo y así llevarse el premio.

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—Un mercadillo —propuso Bea bajo el olivo de siempre. Al fin había llegado el descanso del desayuno y estaban todas en el patio tratando de encontrar la mejor idea para conseguir dinero y ser las que más recaudasen para ganar (especialmente, a Marisa) y disfrutar de una sesión de esnórquel por la cara.

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—Eso ya lo hicimos hace años para el campamento de verano —les recordó Lucía con una sonrisa, mientras daba un bocado a su magdalena.

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Las chicas le contaron a Celia aquella aventura, porque en aquel entonces todavía no la conocían. Fue un mercadillo de lo más divertido, disfrazadas y deshaciéndose de todas aquellas cosas que no necesitaban. Pensaron que llovería e incluso hicieron una danza de la lluvia «a la inversa» para evitarlo... Sí, aquellos fueron muy buenos tiempos. Y Lucía pensó que sería una manera de revivir todas esas sensaciones otra vez: la ilusión por conseguir algo especial, la adrenalina de la carrera... Empezaba a recordar todas aquellas emociones y le gustaba.

—También paseamos perros —les recordó Frida.

Todas estallaron en una carcajada y se preguntaron qué sería de la señora Bosco y de sus tres perros, y de Mateo, el señor que les hizo la pérgola con tanto cariño y que pareció congeniar tan bien con la citada señora Bosco.

—Seguro que siguen «en contacto» —dijo Raquel entrecomillando las palabras, y se rieron a gusto.

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—Pues sí que habéis hecho cosas juntas —les reconoció Celia con una sonrisa, y todas estuvieron de acuerdo. Los cuatro años de la ESO habían dado mucho de sí, eso estaba claro. El Club de las Zapatillas Rojas había crecido, y las chicas también.

—¿Y si vendemos galletas o magdalenas? —propuso Bea, de nuevo con voz tímida.

—A mí es que la cocina... —se lamentó Frida, y todas acordaron que ninguna era una experta cocinera.

—Yo la última vez que cogí una sartén quemé una tortilla —dijo Lucía, dando por frustrada aquella propuesta.

—Tenemos que pensar algo nuevo, algo que lo pete —propuso Raquel al tiempo que se daba toquecitos en la barbilla con el índice.

Pasaron un ratito en silencio mientras las cabezas de las chicas no paraban de maquinar posibilidades. «Algo que lo pete», se repetían, tratando de responder a las expectativas con la mejor idea, la que les permitiera conseguir la victoria y derrotar a Marisa. Porque eso era lo único que querían: ganar a Marisa y hacer la sesión de esnórquel.

—¿Y un concierto? —preguntó de pronto Susana con cautela, mirándolas a todas una a una para ver su reacción.

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—Pero si nosotras... —Lucía quería decir que, a excepción de Bea, ninguna tocaba ningún instrumento, pero Susana se le adelantó.

—Me refiero a que toque el grupo de mi hermano, no nosotras. Seguro que le apetece —puntualizó Susana.

—La última vez que contratamos un grupo tuvimos problemas... —Frida les recordó lo que todas guardaban en su memoria: la fiesta de Navidad que organizaron para recaudar dinero para cau

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