Corro a toda pastilla por la acera, paso por delante de boutiques de marca, tiendas de lujo y una elegante galería de arte. Unas cuantas manzanas más allá se encuentra el inmenso campus de la Academia Whitman. El exterior de cristal del edificio principal resplandece bajo la luz de la mañana y una larga hilera de coches rodea la enorme fuente situada en la entrada. De los vehículos bajan alumnos que, a diferencia de mí, quizá lleguen a clase antes de que suene el último timbre, a las ocho y cuarto.
Tarde o no, el colegio es adonde debería ir yo también.
Pero en lugar de eso me detengo delante de una especie de casucha ruinosa que parece encajada entre dos edificios mucho más altos y bonitos. El desteñido cartel de la entrada reza «Autoservicio Marco».
Después de tomarme unos segundos para recobrar el aliento, cojo el móvil y escucho de nuevo el mensaje de voz.
Mensaje de voz de Elsie
«Ven a la tienda de Marco antes de clase.
¡Tenemos una emergencia!».
Si he aprendido algo de Elsie Rodriguez durante nuestro primer año como compañeras de clase, es que es un pelín exagerada. Cuando yo digo que tenemos una emergencia, es porque ha pasado algo grave. Pero cuando lo dice Elsie es otra historia: es capaz de usar la palabra «emergencia» para referirse a que no ha llegado el repartidor que le trae las piezas de robot para su último proyecto de ciencias.
Pero, en fin, ser mejores amigas significa que tienes que ir cuando la otra te necesita, pase lo que pase. Aunque eso suponga cargarme mi impecable récord de asistencia. Que, todo sea dicho, debería haber conseguido el viernes pasado y que todavía no tengo porque debemos recuperar el día de enero en que no hubo clase por culpa de una nevada.
Entro en la tienda. Si el exterior del edificio es siniestro, por dentro es aún peor. La escasa iluminación muestra rincones de las paredes en los que ha saltado la pintura y poco más. Se supone que esto es una tienda de alimentación donde venden bebidas y aperitivos, pero todas las veces que he comprado algo estaba caducado. No creo que la nevera de refrescos haya funcionado jamás.
Ah, ¿y he mencionado que la tienda siempre huele a huevos podridos? Siempre, lo juro.
Arrugo la nariz y atajo por el pasillo de las chuches. Un poco más allá, veo a un pobre chico que parece bastante decepcionado por la escasa variedad de bolsas de patatas fritas. «Qué me vas a contar», pienso. Paso corriendo junto a él y me dirijo a la caja.
Detrás del mostrador hay un culturista enorme y calvo que luce una camiseta con el lema «Menos cultura y más musculatura». Me observa con los ojos entornados cuando me acerco.
Le devuelvo la mirada con los ojos también entornados y, de repente, le aparecen mechones de pelo rojísimo en la cabeza y en el cuello, y le salen dos colmillos curvados de la mandíbula.
Pero entonces parpadeo y vuelve a parecer humano. Esa es la ventaja de la purpurina más cara: ni siquiera mis gotas de Visión Real consiguen funcionar más de unos segundos antes de que el hechizo de disfraz se vuelva a activar. Está claro que el que lleva este tipo debe de ser de la línea juvenil de camuflaje urbano de Vivi LaZang.
Carraspeo y pregunto educadamente:
—¿Me dejas usar el baño, por favor?
El tipo cruza sus brazos musculosos y me mira.
—¿Y por qué debería dejarte? —gruñe.
Sonrío y pongo los ojos en blanco.
—Vamos, Tiny, que ya llego tarde al cole.
En el rostro de Tiny va apareciendo una sonrisa que enseguida se convierte en una ruidosa carcajada.
—Ni «hola» ni «¿qué tal estás?»... Solo «dame la llave».
—Porfiii...
—Vale, vale. Lo que sea por una compañera humana.
Me inclino hacia él y bajo la voz para hablar en un susurro.
—Solo para que lo sepas, no solemos llamarnos humanos entre nosotros.
Tiny se rasca la calva, perplejo, y capto un destello amarillo en sus ojos antes de que vuelvan a cambiar.
—Pero ¿por qué? Sois humanos, ¿no?
Asiento.
—Lo que pasa es que... damos por hecho que todas las personas con las que nos encontramos son humanas, así que no hace falta especificarlo.
Deja caer los hombros con un gesto teatral.
—Hay que recordar demasiadas cosas para encajar en el mundo de los humanos.
Le doy una palmadita en el brazo para animarlo.
—Ya le irás pillando el truco.
Tiny asiente y busca algo detrás del mostrador. Acerco una mano y me deja caer en la palma la llave del lavabo.
—Ejem, disculpa —dice el tipo de antes, que acaba de asomarse tras el expositor de las patatas fritas—. Antes te he preguntado por el lavabo y me has dicho que estaba fuera de servicio.
Tiny frunce el ceño.
—Fuera de servicio para ti. Para ella funciona la mar de bien. ¿Alguna pregunta?
El tipo parece dispuesto a protestar, pero cambia de idea al escuchar el inhumano gruñido de Tiny.
—Ten cuidado —me dice Tiny bajando a voz—. Ese tío tiene pinta de vigilante.
Me muerdo el labio. Los vigilantes son personas que están convencidas de que en el mundo hay más cosas de las que se ven a simple vista. Según ellos, existe una gigantesca conspiración mundial para que no se sepa que las criaturas sobrenaturales de los mitos y las leyendas son reales y viven ocultas entre nosotros.
Esa gente tiene páginas web, foros y seguidores en todo el mundo. Se dedican a buscar pruebas para demostrar que tienen razón. Lo cual, probablemente, sea el motivo de que don vigilante ande merodeando ahora mismo por una tienda de alimentación que no es exactamente una tienda de alimentación.
Muchas personas creen que los vigilantes son en realidad teóricos de la conspiración y no les hacen mucho caso. Yo, en cambio, tengo que tomármelos en serio no solo porque tienen razón, sino también porque formo parte de una organización, la Agencia de Asuntos Sobrenaturales, que se dedica precisamente a impedir que los vigilantes encuentren esa prueba que tanto se esfuerzan por buscar.
Como era de esperar, al darme la vuelta veo que el vigilante tiene la mirada clavada en mí. Rebusca algo en el bolsillo, saca un teléfono... ¡y tiene el morro de ponerse a grabarnos!
—¿Puedes distraerlo? —le susurro a Tiny.
Sonríe y sale de detrás del mostrador.
—Eso está hecho. —Abre los brazos y empieza a gritar—: ¡Felicidades, amigo! ¡Has ganado el premio!
El hombre frunce el ceño cuando Tiny le pasa un enorme brazo por los hombros y lo lleva hacia el mostrador.
—Pe... pero si no he participado en ningún concurso...
El pobre hombre gira desesperadamente la cabeza a uno y otro lado, buscándome, pero yo ya me he escabullido por el pasillo de las chuches hacia el lavabo, que está al fondo de la tienda.
No le hago ni caso al enorme cartel de «Fuera de servicio» que cuelga de la puerta y meto la llave en la cerradura. Luego me vuelvo a mirar por encima del hombro una vez más para asegurarme de que el camino está despejado.
El vigilante mira a Tiny y frunce el ceño.
—¿Dices que he ganado... un cubo de fregar?
—Un cubo de fregar de la mejor calidad —responde Tiny—. Se ha usado muchas veces y no pierde ni una gota.
Sonrío y giro el pomo.
El verdadero Autoservicio Marco, el que está detrás de esta puerta, es como quien dice otro mundo. Postres Deliciosos Marco solo abre para la comunidad sobrenatural de la ciudad —lo cual significa que no hacen falta disfraces ni purpurina— y tiene los mejores dulces mágicos de todo Atlanta. Batidos Midas, que te dejan los dientes dorados; Panecillos Polvo de Estrellas, que te vuelven la piel luminosa, y hasta el Mejor Peor Café del Mundo, que tiene un sabor tan horrible que cuando lo pruebas te despiertas de golpe. Nada más entrar, se me cuela por la nariz un olor dulce y de inmediato me pongo de buen humor.
Paso como puedo entre dos arpías, con cuidado de no tocarles las alas. Un enorme yeti que lleva un gorro de cocinero me recibe con un ladrido, literalmente, y yo lo saludo con la mano.
—¡Hola, Marco!
Me distraigo y estoy a punto de tropezar con un boggart, que frunce su ganchuda nariz y murmura no sé qué de «humanos maleducados» antes de alejarse con sus andares de pato.
Veo a Elsie sentada a una mesa con otra chica de la Agencia, Julia Farsight, que tiene una pestañas tan gruesas que siempre parece estar medio dormida. Corro hacia ellas.
—Bueno —digo mientras me siento en una silla delante de ellas—, ¿qué es tan importante para que tengamos que vernos aquí antes del cole?
Elsie frunce el ceño.
—Creo que no he usado la palabra «importante».
—Has dicho literalmente que teníamos una emergencia.
—No —dice—. He dicho que teníamos una «eminencia». —Sonríe con picardía—. ¡Porque, cuando veas lo que tengo para ti, comprenderás que soy una eminencia!
Julia se ríe.
—Els... esto me va a costar el certificado de asistencia perfecta. Y sabes lo mucho que a mi madre le importan esas cosas. Si hasta ha elegido el sitio donde lo va a colgar.
—No te preocupes. Oso va a traer el transportador que le sobra a su padre y así podremos llegar al cole en un momento. Mientras no se nos escape el autocar para ir al Acuario de Georgia, el señor Ames no nos pondrá falta.
—¿Teletransportarse al cole está permitido?
—Puede que «permitido» no sea exactamente la palabra —dice Elsie.
—Por lo que yo sé, no está no permitido... —añade Julia con su voz cantarina.
Hago una mueca.
—Tengo muchas ganas de empezar el campamento de verano, así que estaría bien que no nos echaran antes de la Agencia.
Elsie sonríe y teclea algo en su teléfono.
—¿Echarían a alguien que consigue titulares así? —Gira el teléfono y me enseña todos los resultados que aparecen después de buscar mi nombre en otranet, la parte protegida de internet que se usa en el mundo sobrenatural—. Y son artículos positivos.
—Hasta en Gnomos y Jardín hablan de ti —dice Julia—. En nuestra finca tenemos una colonia de gnomos y es dificilísimo conseguir que hablen de algo que no sean las flores, así que es todo un logro. Eres casi famosa.
—Es verdad —dice Elsie—. Mira a tu alrededor.
No me hace falta, porque sé que tiene razón. Los seres sobrenaturales de la tienda de dulces no han hecho más que mirarme y señalarme desde que me he sentado. Me he dado cuenta de que algunos hasta me hacen fotos que acabarán publicadas en Eurgphmthilthmsphlthm —Eurg para abreviar—, la red social más popular en el mundo sobrenatural.
Aun así, le cojo el teléfono a Elsie y clico en el primer enlace.
AMARI PETERS: ¿LA MAGA BUENA?
La controvertida adolescente vuelve este verano a la Agencia
Los magos son célebres por dos cosas: por tener asombrosos niveles de magia y por su larga historia como malos más malos del mundo. A pesar de ello, esta joven de tan solo trece años parece decidida a demostrar que los magos no tienen por qué ser malos. Ya ha salvado nuestro mundo una vez, gracias a lo cual tiene admiradores por todo el planeta. Pero ni siquiera eso ha impedido que los críticos pongan en duda sus verdaderos motivos. ¿Qué más puede conseguir esta asombrosa joven en pro del bien? Una cosa está clara: ¡todo el mundo sobrenatural está pendiente de ella!
Frunzo el ceño al leer la palabra «malos». Los Hermanos de la Noche —Vladimir y Moreau— siguen siendo las primeras personas en las que piensa el mundo sobrenatural cada vez que se menciona a los magos. Y no sin motivo: los Hermanos de la Noche no solo empezaron la Antigua Guerra, sino que Moreau consiguió sobrevivir y se dedicó a cometer espantosos crímenes durante setecientos años... hasta el verano pasado, cuando su protegido, el mago Dylan van Helsing, lo traicionó. El mismo Dylan al que yo consideraba mi amigo. Dylan consiguió robar por encargo de Moreau un poderoso libro de conjuros, pero luego traicionó a su mentor y se lo quedó. Me ofreció ser su nueva compañera, pero me negué. Nos enfrentamos con nuestros poderes mágicos y gané yo, aunque por los pelos.
Se suponía que todo el asunto era confidencial, pero por algún motivo trascendió y los medios del mundo sobrenatural empezaron a hacer preguntas. Finalmente, la Agencia hizo pública la grabación de nuestra batalla y el mundo sobrenatural vio a una maga que había decidido no ser mala. El vídeo enseguida se hizo viral en otranet. Incluso hay memes en los que aparezco yo vestida con armadura, alzando una mano para invocar un rayo.
Le devuelvo el teléfono a Elsie.
—Un vídeo viral no te convierte en famosa.
Elsie arquea una ceja.
—¿Has mirado últimamente cuántos seguidores tienes?
Cojo mi teléfono, entro en Instagram y señalo mis veintitrés seguidores, dos de los cuales están sentados a esta mesa.
—Tampoco es para tanto.
Elsie pone cara de impaciencia y deja su teléfono sobre la mesa.
—Ya sabes a qué me refiero.
Abre mi perfil de Eurg.
@Amari_Peters
1,73 millones de seguidores
—No sabía que tuvieras tantos —dice Julia—. Hasta estás verificada.
—La página «Expulsemos a los magos» tiene el doble de seguidores —dice una voz gruñona por encima de mi hombro.
Uf. Oso.
Le pusieron ese apodo porque es el chico más alto del cole y también el más abusón. También es el cuarto miembro, y único de segundo de secundaria, de nuestro Club del Sobre (abreviatura de Club SOBREnatural). Es un club formado por chicos y chicas de la Agencia que conocen la existencia del mundo sobrenatural. Los hay en muchas escuelas e institutos, a veces incluso salen en la guía del estudiante. Por suerte para nosotros, quienes no pertenecen a la Agencia tienen cero interés en dedicar la hora del patio a un club en el que creen que se van a dedicar a escribir cartas. Por lo del sobre, claro.
—Oso —dice Julia haciéndole un gesto con el dedo—. Pórtate bien.
Oso se deja caer en la silla de al lado, pero con la precaución de apartarse de mí lo máximo posible. Aunque el mundo sobrenatural ha empezado a aceptar a los magos a lo largo de este último año, siempre habrá gente que me odie por ser como los Hermanos de la Noche. Da igual lo que yo haga.
—Pues ya estamos todos —gruñe Oso—. ¿De qué va esta tontería de reunión?
Elsie fulmina a Oso con la mirada antes de sentarse más erguida.
—Bueno... quería deciros que me ha gustado mucho ser la presidenta del Club del Sobre de la Academia Whitman. Y he pensado que podíamos reunirnos los cuatro por última vez antes de marcharnos al campamento. ¡Tengo un regalo para vosotros!
Julia aplaude.
—¡Me encantan los regalos!
Hasta Oso se anima un poco.
Sin embargo, conozco esa mirada en los ojos de Elsie: está tramando algo.
—¿Qué has hecho?
Elsie le hace un gesto a Marco y cuatro platos llegan flotando hasta nuestra mesa.
—He comprado galletas de la fortuna. De las de verdad.
Me quedo boquiabierta mientras contemplo los platos que aterrizan suavemente en la mesa delante de cada uno de nosotros.
—Pero esas galletas no solo te dicen la fortuna... También cuestan una fortuna.
Elsie asiente.
—Pero solo porque son muy difíciles de hacer. Hay que dejar reposar la masa con hojas de té usadas en una predicción acertada, en la habitación tiene que haber una bola 8 mágica, las estrellas deben estar convenientemente alineadas, la fogata en la que las hornees tiene que haber arrojado al menos tres visiones en el último año... Y esos solo son los requisitos que recuerdo. Me he gastado todo lo que gané en la feria de ciencias, pero resulta que en mi opinión os lo merecéis.
Julia sonríe, abre su galleta, saca la tira de papel y la deja sobre la mesa. Está en blanco, pero Julia cierra los ojos y murmura algo para sus adentros antes de llevarse un trozo de galleta a la boca.
De repente, en el papel aparecen unas letras rojas.
—¿Qué dice? —le pregunta Elsie.
Julia coge el papel para que lo veamos.
«La hierba no siempre es más verde al otro lado».
—Le he preguntado a la galleta si este verano me convenía cambiar de departamento —dice Julia—. Supongo que es mejor que me quede en el Departamento de los Muertos. Ser médium me convierte en un buen fichaje.
Recuerdo cuando Julia subió al escenario durante la ceremonia de bienvenida del verano pasado para tocar la Bola de Cristal: obtener la capacidad de hablar con los fantasmas era, al parecer, lo último que esperaba. Pero la Bola de Cristal es así de simpática: nunca sabes cuál de tus talentos va a potenciar a capacidad sobrenatural. Podría ser algo completamente obvio, por ejemplo convertir a mi supercreativa mejor amiga en maestra inventora, o algo que ni siquiera imaginas.
En mi caso, la Bola de Cristal despertó la magia que había permanecido inactiva dentro de mí durante toda mi vida. Lo raro es que se supone que los humanos no poseen magia hasta después de entrar en la Agencia. Cada miembro recibe una pequeña dosis —un diez por ciento— en la ceremonia de bienvenida, lo suficiente para obtener una capacidad sobrenatural. Pero, como yo ya tenía magia (y mucha, como un cien por cien de magicalidad), me calificaron directamente como maga. Y los magos pueden usar su magia para lograr hazañas aparentemente imposibles.
No es que les sentara muy bien. A los cargos más altos de la Agencia les entró el pánico y algunos de ellos incluso propusieron borrarme los recuerdos o meterme en un laboratorio para estudiarme como si fuera un conejillo de Indias. Por suerte, me dieron la oportunidad de demostrar que merecía estar allí.
Oso es el siguiente en abrir su galleta. Frunce el ceño cuando en su tira de papel aparece la frase:
«A veces el verdadero enemigo está en el espejo».
Cruza los brazos y nos da la espalda. Está claro que no nos va a decir qué ha preguntado.
Elsie es la siguiente, pero yo ya sé cuál va a ser su pregunta. Elsie es una mujer dragón, aunque hasta ahora no ha conseguido transformarse por completo. Lo máximo que ha logrado de momento es escupir fuego unas cuantas veces. Por sus libros y su madre adoptiva, que es una experta en dragones, lo único que sabe es que para transformarse por primera vez tiene que protagonizar un acto de gran valentía. Como última de su especie, sé que es algo que le preocupa de verdad.
Mi mejor amiga cierra los ojos y se mete la galleta en la boca. Contiene la respiración mientras las letras empiezan a aparecer en el papel.
«Tu esfuerzo se verá recompensado».
Elsie grita tan alto que el local entero tiembla.
—¿Eso significa...? —empiezo a decir.
—Creo que sí. —Se le ilumina el rostro—. ¡Puede que este verano me transforme en dragón! Por fin. Bueno, las galletas solo aciertan un setenta por ciento de las veces, pero ahora me siento mucho mejor.
—¡Qué pasada! —digo—. Me alegro mucho por ti.
¡Me toca! Rompo mi galleta. Solo hay una respuesta que me interese conocer.
El verdadero motivo de que el año pasado entrara en la Agencia fue descubrir qué le había ocurrido a mi hermano Quinton, que había desaparecido después de llevar allí muchos años trabajando como agente en la lucha contra el crimen sobrenatural. Al final lo encontré, pero no antes de que Moreau le lanzara una maldición espantosa de la que aún no se ha liberado.
Al principio me resultaba fácil creer que se pondría bien. Que cualquier día volvería a casa conmigo y con mamá y que todo volvería a ser como antes. Pero eso no llegó a ocurrir y, ahora, cada día me resulta un poco más difícil conservar la esperanza. Quinton se ha pasado los dos últimos meses en Sídney, en Australia, en manos de rompemaldiciones que han probado tratamientos experimentales, pero ni siquiera eso ha funcionado.
Pienso una y otra vez si debo preguntarlo o no. Porque... ¿qué ocurre si la respuesta es no? ¿Seré capaz de aceptarlo?
Farfullo las palabras antes de que me falte valor.
—¿Despertará mi hermano algún día?
Elsie me coge de la muñeca antes de que me dé tiempo a comerme la galleta.
—Perdona... dos cosas. No puedes formular la pregunta en voz alta. Y, ejem, para que funcione tiene que ser sobre ti.
—Ah —digo, desanimada.
No sé qué más preguntar, así que me meto la galleta en la boca y pienso. Segundos más tarde, me encojo de hombros y pregunto: «¿Hay algo importante que deba saber?».
Oigo exclamaciones en la mesa y leo mi fortuna en el papel.
«Ten cuidado con los peligros invisibles».
Cuando finalmente llegamos a la Academia Whitman, Elsie y yo esperamos en el aparcamiento lateral con los demás alumnos que se han apuntado a la famosa excursión que siempre organiza el señor Ames el último día de clase. Lo cual suena un poco raro, pero es que la Academia Whitman se enorgullece de que todos los días aprendamos algo, así que teníamos dos opciones: o una visita al Acuario de Georgia o ir al auditorio del colegio para asistir al quinto día de lectura dramatizada de las obras de Shakespeare a cargo de la señora Laurel.
Por difícil que resulte de creer, no era una decisión fácil. A la profesora Laurel le gusta tanto sobreactuar que hasta Romeo y Julieta parece una comedia.
Elsie me da un golpecito con el codo.
—¿Aún estás preocupada por lo de la galleta de la fortuna?
—¿Tan obvio es? —le pregunto.
Asiente.
—Tu aura es muy amarilla.
Leer auras es una de las ventajas de ser una mujer dragón. Las emociones desprenden ciertos colores, que se llaman auras, y Elsie puede verlos. A veces se me olvida, y eso que ya hace un año que somos amigas.
—A vosotros os han dado un consejo —digo—. A mí, una advertencia.
Un relámpago entre los nubarrones negros del cielo me obliga a mirar hacia arriba. Durante apenas un segundo, regreso mentalmente a mi batalla con Dylan. Mi magia me permite crear ilusiones, así que aún no consigo entender qué hice para conseguir que lo alcanzara un rayo de verdad.
—Puede que esos «peligros» solo sean las cosas normales a las que tienen que enfrentarse los agentes júnior todos los veranos —dice Elsie—. Todo el mundo sabe que Investigaciones Sobrenaturales es la especialidad más peligrosa de toda la Agencia. Vamos, que te vas a enfrentar a los malos. Literalmente.
—Eso tiene sentido —digo—. Pero ¿por qué hablaba de peligros «invisibles»?
Elsie frunce el ceño y me doy cuenta de que se está estrujando su cerebro de genio para decir algo que me anime. Finalmente se encoge de hombros.
—Estarás rodeada de cientos de agentes cuando ese peligro decida volverse visible, así que no te preocupes, ¿vale?
—Pero...
¡PIIIIII!
El sonido del silbato del señor Ames, el profesor de biología, obliga a todo el mundo a taparse los oídos, pero al parecer él no se da cuenta.
—¡Son las nueve en punto! ¡Todos al autocar!
Oso nos aparta de un empujón.
—¡Dejad paso a los de segundo!
Elsie y yo damos media vuelta y lo seguimos hasta la puerta del autocar, donde el señor Ames está pasando lista.
—¿A qué viene esa cara tan larga, señorita Peters? —me pregunta el señor Ames—. ¡Hoy va a ser un día muy divertido!
—Ya lo sé, es que... —digo tragando saliva.
¡BRUUUUUUM! Un trueno me hace pegar un salto y, de repente, empieza a llover a mares.
Elsie y yo subimos corriendo los escalones del autocar y nos sentamos hacia el fondo. A través de la ventanilla veo a los demás peleándose por subir.
—Vale, no voy a decir que tu fortuna se vaya a cumplir —dice Elsie preocupada—, pero admito que esta tormenta me da un poco de mal rollo.
Me muerdo el labio y observo, entre la lluvia, los nubarrones negros. Por algún motivo, el cielo parece —o, mejor dicho, se «siente»— amenazador, como la tormenta de aquella peli de miedo que Quinton y yo vimos hace mil años, justo antes de que apareciera el tipo que tenía motosierras en lugar de manos.
Puede que le esté dando demasiadas vueltas al tema.
Después de veinte minutos de nervios, ocurre algo que por fin hace que me olvide de esa absurda galleta de la fortuna: Elsie bosteza.
Que tampoco es que sea para tanto, pero sí es el motivo de que ahora yo esté completamente inmóvil en el asiento del autocar, sin hacer ni un solo ruido. Después de dos meses enteros, por fin voy a ganar la apuesta.
O no.
A ver, Elsie ha estado «a punto» de quedarse dormida varias veces. Se le escapa un ruidoso bostezo y luego empieza a cerrar lentamente los párpados. Pero es justo entonces cuando se me acaba la suerte y se despierta porque el autocar pilla un bache en la carretera o porque le suena el teléfono a alguien o porque los chicos del asiento de delante empiezan una discusión a gritos que no deja dormir a nadie que tenga oídos. La última vez ha sido sobre quién ganaría un concurso de pulsos entre una gárgola y el hombre más fuerte del mundo. ¿Quién se pregunta esas cosas?
Además, es obvio que ganaría la gárgola: le bastaría con transformar su brazo en piedra y reírse a carcajadas hasta que alguien declarara un empate. Las gárgolas son muy bromistas: les encanta esconderse en los edificios viejos y hacer muecas a la gente cuando no las miran.
Esta vez, sin embargo, Elsie cierra los ojos y así los deja. Y cuando el autocar gira unos segundos más tarde y ella, medio roncando, apoya la cabeza en mi hombro, no puedo evitar sonreír. Esto va a ser increíble, mejor aún que la foto que Elsie me hizo cuando me quedé dormida durante un espectáculo de animadoras, hace un par de meses. Con la cabeza caída, la boca abierta... Aún no sé cómo lo hizo. Juro que solo me dormí un segundo.
Más tarde, a la hora de comer, se apostó conmigo a que no sería capaz de pillarla a ella. Acepté la apuesta e incluso la subí: quien pierda verá su foto publicada en el Eurg de la ganadora y participará en el reto #PilladxsDurmiendo.
Con mucho cuidado, me meto la mano en el bolsillo, cojo el teléfono y lo coloco para hacer un selfi perfecto. Espero hasta que está justo en mitad de un ronquido, pongo la cara más tonta que se me ocurre mientras acerco el dedo al botón...
—¡ESTUPENDO! —grita el señor Ames de repente al tiempo que se pone en pie de un salto.
El autocar toma en ese momento una amplia curva, y el señor Ames se tambalea y se agarra al respaldo de un asiento para no perder el equilibrio. Creo que nunca lo había visto tan contento. Sonríe como si le acabara de tocar la lotería de Georgia o algo así.
Elsie abre los ojos de golpe y en cuanto ve el teléfono una sonrisa le ilumina el rostro.
—¿Me acabas de pillar?
—Casi —me lamento—. Tu profe favorito de biología te ha salvado.
El señor Ames se acerca en ese momento por el pasillo mientras inspecciona los asientos. En cuanto nos ve, se pone en cuclillas y le muestra a Elsie su teléfono.
—¡Grandes noticias, señorita Rodriguez! Te han aceptado: el decano me acaba de reenviar el correo.
Al principio, Elsie no entiende de qué está hablando el señor Ames, pero luego abre mucho los ojos.
—Un momento, ¿quiere decir Oxford?
—¡Exacto! —responde él—. Has bordado el examen de acceso y te ofrecen una plaza en su programa de especialización para niños con altas capacidades. ¡Vas a estudiar con las mentes más brillantes del mundo entero!
Elsie se lo queda mirando.
—¿De verdad voy a estudiar ciencias y matemáticas en la Universidad de Oxford... en Inglaterra?
El señor Ames asiente con entusiasmo.
—¡De primero de secundaria a Oxford! Estoy muy orgulloso de ti. ¡Es un gran logro!
Elsie grita de emoción y se vuelve hacia mí. Intento ofrecerle mi mejor sonrisa, de verdad que lo intento. Es la persona más brillante que conozco, pero, aunque me alegro mucho por ella, no puedo evitar tener la triste sensación de que estoy a punto de perder a mi mejor amiga. Que este último año en la Academia Whitman haya sido el mejor de mi vida se debe, sobre todo, a que he podido compartirlo con ella.
A Elsie le tiembla la sonrisa cuando se vuelve de nuevo hacia el señor Ames. El profesor resopla y se quita las gafas para secarse los ojos.
—¿Está llorando? —le pregunta Elsie incómoda.
—Es que para mí ha sido tan especial darte clase —dice—. La alumna más brillante que he tenido jamás. —Dirige la mirada hacia mí—. Aquí tu amiga va a hacer cosas increíbles, ¿verdad, señorita Peters?
—Sí —asiento—. Cosas increíbles.
Se pone de nuevo en pie y le dedica a Elsie otra gran sonrisa antes de volver a su asiento.
Yo también intento sonreír, pero no sé si me sale muy bien. No puedo dejar de pensar en lo que significará para nosotras que Elsie se marche. ¿Seguiremos siendo amigas?
Elsie se retuerce las manos en un gesto nervioso y pasan largos segundos antes de que se vuelva otra vez a mirarme.
—Bueno, ¿qué piensas?
—Me alegro mucho por ti —me apresu