BRUNOSPT - Las reglas del barrio

Bruno SPT
BrunoSPT

Fragmento

0. El barrio de la 27

0. El barrio de la 27

Si me preguntan quién soy, siempre digo lo mismo.

Mi nombre es Bruno, tengo trece años y soy de la 27.

No importa quién pregunte, dónde esté o a dónde vaya, ¡yo soy de mi barrio!

Lo digo orgulloso, hermano.

¡Soy de la 27 de toda la vida!

Todo el que vive aquí siente lo mismo. El que es de este barrio sabe de lo que hablo.

Al final, compartimos mucho más que un código postal. Lo compartimos todo: crecimos en el mismo parque, nuestros abuelos se juntan en los mismos bares, andamos por las mismas calles y compramos en las mismas tiendas.

Nos conocemos los unos a los otros, ya sea por un primo, por un amigo o vecino. Sabemos de qué palo va cada uno.

Incluso los que se mudan no tardan mucho en entender cómo funcionan las cosas en este rincón de la ciudad.

Entre los chavales suele haber muy buen rollo. Nos tiramos el día en el parque, en las canchas o por ahí con el patinete eléctrico. Cuando nos entra el hambre, pillamos algo en la tienda de chuches de Lin, que siempre está a mano. ¡Con todo lo que compramos tiene que estar montada en el dólar!

En la 27, la vida siempre ha sido así. Es como coger el bus: cada uno coge su línea, pero hay que saber buscársela.

La abuela Elena siempre decía que la 27 no es un barrio cualquiera. Y tenía razón: la 27 es mucho más.

O solía serlo.

Por desgracia, la abuela ya no está.

Hay carteles de búsqueda con su cara por todas partes. Desde que desapareció, nada ha vuelto a ser igual. La gente está rara: los bares cierran antes de tiempo, los niños no salen al parque y la gente se vuelve pronto a casa. Saben que algo pasa.

Pero nadie se atreve a averiguar el qué.

1. El sustituto

Está siendo una semana rarísima.

Es como vivir en el mundo al revés. La 27 parece la 72, de lo rara que está.

Será que los adultos se han emparanoiado un poco con el tema de la desaparición. Aunque me parece exagerado. No hay ningún secuestrador en el barrio ni nada por el estilo.

Y, a lo sumo, quiere abuelitas, no adolescentes como nosotros, ¿verdad?

La policía dice que la abuela se habrá desorientado y perdido, que ya está mayor. Nos aseguran que el barrio sigue siendo seguro, pero los adultos no se lo terminan de creer.

Lo que yo no me creo es lo de mi abuela: ¡ella sí que es de la 27 de toda la vida! ¡Se conoce cada calle y cada esquina! A mi abuela la conoce hasta el apuntador, así que todos nos andamos preguntando:

¿adónde puede haber ido?

¿Cuánto va a tardar en aparecer?

Porque va a aparecer, ¿no?

Se me encoge el corazón al pensar que es posible que no lo haga y…

El bus arranca y casi me caigo. Me agarro a una barra y me siento donde puedo.

Hoy, en el bus, a diferencia del resto de los días vamos la mitad de gente…, ¡pero el doble de lentos!

—¡Eh, jefe! —llamo al conductor—. Písale, ¡que no llegamos!

El conductor, que no ha hablado en todos los años que llevo cogiendo este bus, solo me gruñe.

Supongo que algunas cosas nunca cambian, ¿eh?

Miro por la ventana y descubro que hay un atasco frente al instituto. ¡¿Es que regalaban algo por venir hoy en coche?! Si aquí todo el mundo coge el bus y se las apaña.

¿Qué me he perdido?

Enfurruñado, bajo en cuanto llega a la parada. Me echo la mochila a la espalda y me dirijo a la entrada del instituto.

Llevo desde el jueves encerrado en casa con mamá, que está inconsolable. Ese jueves, fue a ver a la abuela y no la encontró. Intentamos buscar pistas...

pero nada.

Preguntamos a sus vecinos y a sus amigas del bingo, nadie recuerda haberla visto. Nadie sabe si cogió el bus o si se fue caminando. En casa están todas sus cosas, y no parece que alguien haya forzado la puerta. De hecho, sus llaves de emergencia siguen en la maceta.

Ese mismo jueves, mamá denunció su desaparición.

Pateo una piedra camino al insti. Paso la mano por la valla y escucho el ruido que hace para distraerme.

La semana pasada hubiera vendido mi alma por una semana entera en mi casa, tirado en el sofá jugando a la Play y sin acordarme de si al día siguiente había examen de mates o de historia. Pero la semana pasada, mi abuela seguía aquí y yo podía ir a verla cuando quisiera.

Ahora solo quedan los carteles con su cara por todo el barrio.

Ilustración de Bruno caminando por la calle. Los muros de las casas y las farolas exhiben carteles donde se avisa de la desaparición de una mujer mayor y se muestra su retrato para poder ser reconocida: pelo corto peinado hacia atrás y gafas de pasta. Una calle donde se ve a gente caminar, una farmacia y el bar Paco, con un cliente sentado en la terraza, un viandante pasa frente al local con una gabardina y una enorme melena afro. El viento arrastra por las aceras los carteles con el rostro de la abuela desaparecida.

Por primera vez en la vida, me siento en mi silla antes de que suene el timbre, así que aprovecho para ir sacando mis cosas de la mochila.

Necesito que empiecen las clases para poder distraerme o me voy a volver loco. Necesito que el profesor Domingo, el viejete afable de Historia, entre por la puerta con su camisa y su corbata y salude como lo hace todas las mañanas.

¡Eso es! Necesito un día normal, y ya.

Por ahí llega uno de mis mejores amigos, Ochoa, tan alto como una torre y tan tonto como un… En fin, que viene acelerado porque ya ha sonado el timbre. Tira su mochila sobre el escritorio, arrastrando consigo mi estuche y desparramando todo su contenido por el suelo.

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