PRÓLOGO
Mi hijo Theo tenía un mes de vida y ya había navegado en góndola. Minutos antes de posar ante decenas de fotógrafos en el Festival de Cine de Venecia, estuve en un sillón cercano, rodeada de artistas, maquilladores y técnicos inmersos en lo que allí acontecía... Lo que me diferenciaba del resto es que yo lo hacía con la teta fuera. Mientras un maquillador me daba los últimos retoques, mi bebé comía ajeno a todo aquel barullo lleno de lentejuelas... Y ojalá pudiera recordar los pensamientos exactos que me invadieron frente a las cámaras, pero a grandes rasgos eran algo así como «Vamos a hacer esto rápido, que necesito ir a ver cómo está mi niño».
Se había quedado en brazos de Marta, mi jefa de prensa, mi amiga... Sabía que lo perdería de vista solo unos minutos, pero yo estaba ante aquellas personas, con una sonrisa tímida y el corazón roto... Deseando que aquello terminara para poder correr a abrazarlo.
Yo. Que era de esas que, antes de ser madre, pensaba que tener un bebé podía compatibilizarse al cien por cien con una carrera profesional y que el mero hecho de parir no haría que quisiera frenar... Me había costado mucho esfuerzo hacerme un hueco en mi industria, y tener un hijo no podía ser la excusa que utilizáramos todos para que el teléfono dejara de sonar. Pero claro, como os decía, esto lo pensaba sin ser madre.
Por eso, cerré varios compromisos profesionales durante mi embarazo... Me avalaba la inexperiencia.
Dos meses más tarde, me recuerdo en el aeropuerto de Madrid, a punto de romper a llorar, aterrada, pensando cosas como «¿Por qué compro tantas papeletas para que pase algo malo?». Iba a rodar una película en Uruguay... Esta vez, nos acompañaba mi madre (parte fundamental de mis dos pospartos), que había pedido vacaciones en su trabajo para que yo pudiera hacer el mío y así no tuviera que renunciar a la lactancia...
Tres años después, escribo estas líneas en un tren, camino a Barcelona para enfrentarme al siguiente rodaje. Llevo una mochila con un guion, dos libros, un par de bolis y el sacaleches.
Ahora mi hijo pequeño, Piero, tiene dieciséis meses y he vuelto a tropezar en todas las piedras. Desde coger todos los trabajos para demostrar al mundo que ser madre no me hace menos profesional (y que para mí mi trabajo sigue siendo importante), pasando por querer dar la teta a demanda a pesar de las jornadas interminables y los viajes, hasta haber iniciado un destete que aún no ha fraguado, porque la realidad de todo esto es que ni mi hijo ni yo queremos que esta etapa termine todavía.
¿Y cuál es el denominador común de toda esta historia? La autora de esta maravilla que tienes entre las manos. Alba, nunca podré estarte lo suficientemente agradecida por tu acompañamiento, tu trabajo, tus libros y toda la información que me has brindado... Has sido mi luz y mi guía en este proceso, en el que, aparte de mucho amor y felicidad, ha habido mucha amargura con nombres como «mastitis», «cirugía de frenillo», «destete», «conciliación...».
Creo que el sistema y la sociedad aún no están preparados para que las mujeres tengamos hijos sin que haya consecuencias en nuestra carrera profesional o en nuestra crianza. Sobre todo, si quieres amamantar... A todo esto se suma nuestra creencia de que no somos productivas si no estamos generando ingresos, si no podemos demostrar que cotizamos... Cuando realmente no hay nada más productivo, difícil e increíble que construir a una persona desde cero. Así que mientras buscamos la forma de hacérselo saber a quienes manejan el cotarro, para que construyan políticas que favorezcan una conciliación real, podemos rodearnos de mujeres profesionales y entregadas como Alba, para que el camino no solo sea más dulce, sino viable.
Termino este prólogo compartiendo con vosotras que alguien me dijo alguna vez que «el posparto dura toda la vida». Y, después de estos tres años, os diré que me lo estoy empezando a creer...
SARA SÁLAMO
LA SOPA DE MAMÁ OSA ESTÁ FRÍA
Creo que esto nunca lo he contado. Antes de esta vida, antes de ser IBCLC (International Board Certified Lactation Consultant), antes de cocrear una app, antes de escribir libros, antes de hacer stories mañaneras como una religión, antes de hablar de tetas todo el día..., yo era una chica de veintitrés años, estudiante de cuarto curso de Escritura Dramática en el Institut del Teatre de Barcelona y autónoma en un negocio familiar.
Con mi marido, solo un año atrás, y con la ayuda de mis padres, nos habíamos aventurado a montar un bar-restaurante. Yo en esa época era un poco chica para todo: cocinaba, estaba en la barra, limpiaba, atendía a los clientes con terror (y mucha vergüenza) y, por la tarde, estudiaba. Cuando me quedé embarazada, creí que nada cambiaría. ¡Bendita ingenuidad!
Con María hice una «pseudobaja» de cuatro meses; si eres autónoma y no trabajas, no cobras, pero al ser el negocio familiar, pude dejar un poco de lado el trajín de la cocina y centrarme en la crianza de la niña. Aún creía que podía con todo y que podría volver a mi antigua vida sin tener que renunciar a nada. Cuando María cumplió cuatro meses el peso de la realidad cayó sobre mí y la pregunta más repetida a la que no tenía solución era «¿Qué harás?». En algún momento, antes de quedarme embarazada, estaba segura de que podría hacerlo todo. Que todas las madres lo conseguían y que, por supuesto, a mí me pasaría igual. Todo era mentira, no podía hacerlo todo ni seguir con mi vida anterior, y aquí irremediablemente empezaron las renuncias. Renuncié a estudiar, quizá era muy joven y eso sin duda no ayudó.
María se crio en El Racó de l’Alba, que era nuestro restaurante, y en el supermercado, con los clientes que nos ayudaban cuando tenía sueño y el local estaba lleno hasta la bandera... Creo que en el fondo puedo decir que fue una suerte (yo lo siento así, no sé ella), pero fue la manera de no separarnos hasta los dieciocho meses, cuando empezó la escuela infantil. Muchas otras madres no tienen la oportunidad de poder trabajar con sus hijos a cuestas. Y no, no es fácil, ni quiero romantizar esos meses de locura, pero lo hicimos. Y nuestra pequeña tribu de clientes demostró que en realidad cuidar de una niña no es algo que una mujer pueda hacer completamente sola: en compañía todo es mejor y a veces más fácil. Cuando nació Abril la cosa fue parecida, pero me reincorporé al trabajo a los quince días. Su día a día era el mío: dejar a su hermana en la escuela, planificar la comida en el restaurante, comprar, cocinar e irme para casa hasta las cinco, hora a la que aparecía María. Esa era mi vida. No me daba para más. ¿Cuántas de vosotras habéis vivido la misma mentira? Hay que renunciar siempre a algo. Cuando te conviertes por primera vez en madre, es quizá el momento en el que te das cuenta de qué va todo, de cómo está montado y de lo que puede significar para una mujer ser madre.
NOSOTRAS: HIJAS, MADRES Y ABUELAS
¿Pensaste que tu vida cambiaría tanto? Al menos con el primero, que con el segundo ya tienes cierta experiencia. Pero con el nacimiento de tu primer hijo el mundo se da la vuelta como un calcetín. Todo cambia: las prioridades, los miedos, tu cuerpo, lo que creías que sabías, tus emociones, lo que tenías como algo seguro..., y sí, muchas veces esto llevará también a que tu trabajo cambie.
Cuando era pequeña mi abuela repetía una frase que yo no entendía, y la decía mucho. Hasta que no fui madre por primera vez no la comprendí. Y es que no me la decía solo a mí, sino a sus tres nietas. Era una frase recurrente cuando estábamos juntas, lo que ocurría únicamente en las vacaciones escolares, cuando ella y mi abuelo se hacían cargo de nosotras. Entonces, mientras nos miraba jugar, aseguraba como una letanía: «Cómo me gusta tener nietas, pero hubiera preferido que fuerais niños».
Esa frase que tantas veces escuché en mi infancia, esa que yo entendía como un desprecio a lo que éramos y que no podía enmarcarla en ningún otro contexto, cobró todo su sentido cuando me convertí en madre.
Mi abuela materna era maestra. Cuando era muy pequeña su madre murió y se crio en un internado de monjas. Me atrevo a aventurar que esta circunstancia, un sentimiento de pérdida y rechazo enormes, pues su padre se volvió a casar y tuvo un hijo al que no apartaron de la familia como a ella, le forjó un carácter duro y muy seco. Si además a todo eso le sumas una guerra civil de por medio, mi abuela era la rectitud, el trabajo duro y la entrega a la familia personalizadas. Fue maestra durante la Guerra Civil y trabajó en diversas colonias textiles instruyendo a los pequeños. Cuando se casó, dejó de trabajar, que también me atrevo a afirmar que era su pasión, para dedicarse a cuidar de su marido y de sus hijas. Mi abuela contaba con la presencia de una mujer que la ayudaba en las tareas del hogar y junto con mi bisabuela (la madre de mi abuelo) las tres se dedicaban a la familia. Mi abuelo, que era médico, no tenía nada que hacer cuando llegaba a casa más que sentarse a la mesa y comer. No lo recuerdo haciendo nada en casa, nada de nada, ni lo más mínimo. Él aportaba el dinero y el prestigio a la familia y ella se ocupaba de todo lo demás, que evidentemente no tenía ningún reconocimiento. Era su obligación, lo que se esperaba de ella.
Y, por otro lado, también tenía el ejemplo de mi abuela paterna, que no trabajó nunca. Poseía una posición social más acomodada y varias sirvientas en casa se encargaban de todo mientras ella se ocupaba de sus dos hijos. Mi abuelo paterno trabajaba en la importación de algodón y textiles y procedía de una estirpe de banqueros; y tampoco lo recuerdo (que por edad no es raro, pues murió cuando yo era muy pequeña y él en ese momento ya estaba muy enfermo) ocupándose de nada que tuviera que ver con la casa o con sus hijos. Mi abuela vivía para cuidar y agradar. Era una mujer afable de ojos azules, no recuerdo que tuviera aficiones o intereses más allá de quedar con las amigas, cocinar de vez en cuando y atender a sus hijos que, por cierto, se llevaban quince años de diferencia, lo que hizo que mi tía fuera en parte una segunda madre para mi padre.
Mis dos abuelas eran muy diferentes, pero las dos se dedicaban y vivían para atender a sus maridos e hijos. Mi abuela quería tener nietos, ella sabía algo que yo no y que no conseguía o no quería explicar. Hasta que con veintitrés años no me convertí en madre no pude comprender las dimensiones de su deseo. Y creo que esto a muchas de las que estáis leyendo este libro os habrá pasado algo similar. Estoy segura de que cada una de vosotras podría contar las historias de sus abuelas y madres, relatos de crianza, renuncia y de mucho sacrificio ante realidades muy complejas. Escuchar estos testimonios es crucial para comprender y valorar la evolución de los roles de género a lo largo del tiempo, así como para reconocer las luchas y los logros en la búsqueda de la igualdad de género. Estas historias proporcionan una perspectiva universal e invaluable sobre cómo ha cambiado la sociedad y cómo las mujeres han enfrentado desafíos y han contribuido al progreso.
En primer lugar, nos permiten contextualizar su realidad y apreciar cómo las mujeres han desempeñado roles multifacéticos a lo largo de las generaciones. Las narrativas de madres y abuelas revelan las responsabilidades tradicionales de la crianza, que a menudo incluían la atención a la familia y al hogar. Al escuchar estas experiencias, podemos entender cómo estas mujeres compaginaron (o no) sus compromisos familiares con sus aspiraciones personales y profesionales.
Además, conocer las historias de trabajo remunerado y las renuncias que hicieron nuestras madres y abuelas nos ayuda a valorar los avances en la igualdad de género y a respetar los sacrificios que realizaron. Muchas mujeres afrontaron discriminación en el ámbito laboral y se vieron obligadas a renunciar a sus ambiciones debido a normas sociales restrictivas. Al aprender estas narrativas, podemos apreciar el esfuerzo que ha sido necesario para superar estas barreras y luchar por la igualdad y la equidad en el trabajo y en otros aspectos de la vida.
Además, esto también fomenta la empatía y la conexión intergeneracional. Comprender los desafíos a los que se enfrentaron nuestras madres y abuelas nos ayuda a valorar las oportunidades que tenemos hoy en día y a honrar su legado abogando por un mundo más igualitario. Sus experiencias nos inspiran a continuar trabajando por la eliminación de estereotipos de género, roles rígidos y desigualdades, para que las futuras generaciones puedan disfrutar de mayores posibilidades y opciones. Y esto no es solo algo que debemos escuchar y leer las mujeres, sino algo que debe llegar también a los hombres, porque por desgracia aún este mundo está dirigido por los hombres y a pequeña escala encontramos en nuestro trabajo estas desigualdades. Espacios públicos y privados pensados por y para hombres, donde las necesidades de mujeres y niños pocas veces se tienen en cuenta. Las políticas de empresa y las leyes de protección a la maternidad no ponen al más vulnerable en el centro, no priorizan el cuidado y la atención, sino la productividad, y eso afecta de lleno a las mujeres y a sus hijos/as.
CUANDO TE CONVIERTES EN MADRE
Cuando te conviertes en madre se despliega un mundo paralelo en el que se espera de ti una serie de cosas, en el que te van a caer muchas responsabilidades que hasta el momento no tenías en tu vida. Y, a veces, las expectativas versus la realidad que te ofrece tu pareja pueden cambiar, sorprender o decepcionar, como veremos más adelante.
La realidad de las mujeres al convertirse en madres es una experiencia profundamente compleja y variada que abarca una amplia gama de emociones, desafíos y cambios en la vida. Ser madre es un viaje que implica alegrías inmensas, pero también impone presiones y expectativas, tanto internas como externas. Y es que desde la concepción hasta el parto y más allá, las mujeres se enfrentan a una serie de desafíos y realidades que a menudo son subestimados, mal comprendidos y de los que se habla poco.
El embarazo es un momento de transformación física y emocional. Las mujeres experimentamos cambios en nuestro cuerpo que pueden ir acompañados de una gran variedad de síntomas como náuseas, fatiga y alteraciones en el estado de ánimo, pero esto no es todo. Las sensaciones, las ilusiones, los miedos, las expectativas, la proyección de cómo será nuestro bebé y nuestra maternidad están muy presentes a lo largo de los nueve meses. Todas fantaseamos en algún momento, pero de la fantasía a la realidad hay un trecho. Además, el proceso puede resultar abrumador en términos de responsabilidad y cuidado. Las decisiones sobre la salud del bebé y el parto son solo algunas de las preocupaciones que nos pueden generar estrés y ansiedad. Y sí, ya veis que no hablo de lactancia, pues la mayoría de las mujeres en esta etapa aún no tenemos en cuenta la lactancia.
Llegamos al parto, que en sí mismo es un evento único y desafiante. Lo que debería ser siempre y sin excusas una experiencia hermosa, en muchos casos se torna traumática y dolorosa. Es aquí donde en ocasiones las expectativas y la realidad pueden no coincidir, lo que lleva a sentimientos de decepción o fracaso si las cosas no salen como se habían planeado.
Una vez que la maternidad comienza oficialmente, las mujeres a menudo se enfrentan a otros desafíos en su salud mental. La «depresión posparto» es un término que ha ganado reconocimiento en los últimos años, pero la realidad es que las mujeres pueden experimentar una variedad de problemas de salud mental después de dar a luz. La ansiedad, el agotamiento y las dudas sobre la capacidad para criar a un hijo pueden ser muy reales y debilitantes. La presión social de ser una «madre perfecta» y la comparación constante en las redes sociales pueden exacerbar estos sentimientos y hacer que las mujeres sientan que están fallando en su papel de madres.
EL MOTIVO: LA VUELTA AL TRABAJO
Cuando las mujeres abandonan la lactancia y se les pregunta las razones por las que la han dejado, las causas esgrimidas principalmente son tres: el dolor, la falta de leche (o la percepción de falta de leche) y la vuelta al trabajo.
Hay una cosa de la que no hemos hablado y es la concepción que tenemos sobre la lactancia materna como algo muy breve que sabemos que suele durar poco; días, quizá meses, pues se han encargado de decirnos que lo normal es, en algún momento, dejar la lactancia y empezar con la fórmula. Yo misma pensaba esto, estaba segura de que había un momento en el que era necesario dejar la lactancia, no me preguntes la razón, pero lo tenía muy asumido, tanto que tardé meses en darme cuenta de que no era así. Y eso que la lactancia con mi primera hija fue perfecta, por lo que dejarla no pasó nunca por mi mente. Literalmente el único problema que tenía era que me sentía sola. Y otra dificultad fue no saber nada sobre el crecimiento ni las necesidades de un bebé. Te prometo que pensaba que a los cuatro meses venía a ser como un niño de diez años que más o menos se podía apañar solo en la vida.
La vuelta al trabajo después del parto es otro aspecto de la realidad que puede ser desafiante. Las mujeres a menudo luchan por encontrar un equilibrio entre sus responsabilidades laborales y las necesidades de sus hijos. La falta de políticas de permiso por maternidad adecuadas y el estigma asociado con las pausas en la carrera profesional pueden hacer que se sientan presionadas para volver al trabajo antes de estar emocional o físicamente preparadas. Además, la falta de apoyo adecuado en el lugar de trabajo puede dificultar transitar entre las nuevas demandas de la maternidad mientras se cumplen las responsabilidades laborales.
«Me reincorporé a trabajar con mi bebé de siete meses; aun así, la veo tan pequeña que no entiendo cómo en tantos años esta baja no se ha ampliado para favorecer no solo la lactancia, sino también el desarrollo integral de los pequeños. Nos vemos obligadas a dejar la teta durante el día. Sí, obligadas. Seguiremos con ella por la noche lo que nos dure, lo que lo podamos mantener».
Alejandra Alvarado
Aún pesa mucho la división tradicional de roles en la crianza de los hijos[1], que tiene un impacto en la realidad, en el día a día y en la carga mental de las mujeres como madres. A menudo, se espera que las mujeres asuman la mayor parte de las responsabilidades del cuidado de los peques, lo que puede limitar sus oportunidades de desarrollo profesional y personal. Esto además provoca sentimientos de aislamiento, agotamiento y falta de reconocimiento por el trabajo que realizan. Y a la par, no podemos olvidar la sensación de incredulidad cuando te das cuenta de qué va esto. Habitualmente la vida de los padres/pareja cambia poco, pero es que la de las madres suele dar en la mayoría de los casos un giro de ciento ochenta grados. Nunca en tan pocas horas tu vida presente y futura va a cambiar de manera tan drástica. Con el primero crees que va a ser todo lo mismo, que podrás seguir con tus rutinas, que el bebé se adaptará a tu realidad, que como duermen, hacen caca, comen y vuelven a dormir vas a tener tiempo de todo. Y cuando estás en ello te das cuenta de que no dispones de ni un segundo para respirar. El día pasa sin que hayas hecho nada especial, aparte de mantener a un humano vivo, que de por sí y, aunque no lo parezca, es un trabajazo.
Y ahí empiezan las renuncias y los cambios de planes.
LAS RENUNCIAS DE LAS MUJERES
¿Cuántas de vosotras habéis vivido la misma mentira? Hay que renunciar siempre a algo. Las renuncias forman parte de nuestras vidas desde ese momento. Y no vienen solas, sino de la mano de la culpa. La culpa es un elemento de flagelación pensado al detalle. Hagas lo que hagas, renuncies a lo que renuncies, aparecerá; y si no renuncias a nada, también lo hará, y te aseguro que sin renuncia hay algo a lo que no podrás llegar de manera completa.
Nos han metido en la cabeza que tenemos que ser supermujeres y que podemos con todo: la vida familiar, la crianza y el trabajo (y si eres estudiante, suma una cosa más). Los malabares no son nada fáciles y siempre hay una pelota que se cae y termina todo el espectáculo. Tener que hacerlo todo, y no solo eso, hacerlo de manera perfecta, es una gran falacia. Cuando te conviertes en madre no te salen dos brazos extras ni tus días suman horas. Sentir que no llegas y que no haces nada importante en todo el día forma parte de tu realidad. Y esto empieza ya en el embarazo. Corre un vídeo por redes de una cómica argentina que es reprendida por su pareja cuando esta llega a casa y él le pregunta: «¿No has hecho nada en todo el día?». Y ella, con un par de ovarios, le responde: «Yo he estado haciendo un bebé. He estado haciendo manitas, piececitos... y, ¿tú? ¿Una tabla de Excel?». El embarazo es de por sí un tsunami en nuestros cuerpos y debemos seguir acudiendo al trabajo hasta el final del embarazo. Hay embarazos plácidos, pero también durísimos. Y aun siendo un embarazo sencillo o relativamente sencillo, los cambios que experimentamos en nuestro cuerpo, en nuestra mente y en nuestras prioridades nos hacen modificar los puntos de vista.
La maternidad nos lleva a las mujeres a hacer muchas renuncias en relación con el trabajo, pero no solo esto, sino también en nuestra vida en general. Estas pueden variar según las circunstancias individuales y culturales, pero podemos reconocer muchas de ellas.
Una de las renuncias más comunes es en términos de carrera profesional. Algunas mujeres pueden decidir reducir sus horas de trabajo, aceptar empleos a tiempo parcial o incluso pausar sus carreras profesionales para cuidar a sus hijos. Esta elección puede tener un impacto en el avance profesional, limitar las oportunidades de ascenso y desarrollo, y además cambiar su poder adquisitivo. Sí, la estabilidad financiera también puede verse afectada. Al reducir las horas de trabajo o dejar temporalmente el empleo, nos enfrentamos a una disminución de los ingresos. Y, todo esto, sin olvidar que la persistente brecha salarial de género es susceptible de ampliarse debido a estas decisiones.
«Cuando volví a trabajar, tuve que reducir mi jornada a cinco horas, es decir, para poder compaginar a mi hija y mi trabajo tuve que renunciar a parte de mi sueldo».
Jennifer
Y sin olvidar en este punto que muchas mujeres renuncian a ser madres por no dejar sus carreras profesionales, y que, si en algún momento se replantean quedarse embarazadas, es probable que su fertilidad haya mermado y tengan que verse envueltas en costosos (y no hablo solo de dinero) tratamientos de fertilidad.
El equilibrio entre el trabajo y la vida personal también puede convertirse en un desafío. La combinación de las responsabilidades laborales y el cuidado de los hijos es agotadora y estresante. La falta de políticas laborales flexibles y de apoyo empeoran esta situación. Cuando el niño enferma en la guardería o en la escuela, ¿a quién llaman? Pues en primer lugar a las madres y, ¿quién deja su trabajo para ir a buscarlos y cuidarlos? Pues las madres. En un estudio hecho hace unos años se contrastaba cómo las mujeres eran las que se suponían encargadas de sus hijos ante estas situaciones, lo que denota de nuevo que el cuidado es esencialmente femenino y que implica hacer renuncias o malabares, o todo a la vez.
Otro aspecto que hay que tener en cuenta es la autorrealización personal, que a veces también se ve afectada. Podemos disponer de menos tiempo para dedicarnos a actividades que nos interesan o a nuestro desarrollo personal debido a las demandas de la maternidad. ¿Cuántas habéis tenido que renunciar a actividades o aficiones? Y seguramente algunas estaréis encantadas con esas renuncias, pero seguro que no todas. No es sano ni justo no tener tiempo para dedicarnos a lo que nos gusta, sea lo que sea: leer, ir al gimnasio, bailar, salir con las amigas, nadar, asistir al teatro o al cine o ¡estudiar!
En términos de relaciones sociales, algunas veces se reducen a medida que se dedica más tiempo a la crianza de los hijos y se tiene menos para realizar otras actividades con amigos y otros círculos sociales. Es cierto que en ocasiones estas amistades cambian y vas a necesitar mantener contacto con otras mujeres que estén en situaciones similares a la tuya. Esta e