Prólogo del autor a la primera edición
Este pequeño tratado de remedios curativos para la familia nace después de varias décadas de estudio, de investigación independiente y, sobre todo, de la observación y comprensión de este gran jardín medicinal que es la naturaleza. La madre naturaleza, como a mí me gusta denominarla, nos proporciona a todos sus hijos y criaturas lo necesario para desarrollar nuestras vidas de la mejor manera y en las condiciones más favorables.
El amor que ha ido creciendo en mí durante estos años de trabajo en la naturaleza hace que manifieste sin tapujos la urgencia de cuidar, respetar y proteger este patrimonio de la humanidad, la mayor y más importante herencia que nos ha sido dada.
El conocimiento y la aplicación (el uso curativo-medicinal de las especies vegetales) se remonta a más de 8.000 años en la India (el método ayurveda), 6.000 años en China (la medicina tradicional china), 4.000 años en Egipto (como lo demuestra el papiro Ebers del siglo XVI a. C.) y 2.500 años en Grecia (ya lo mencionaron en sus escritos Aristóteles, Hipócrates, Dioscórides, Galena, etc.).
En la actualidad el uso terapéutico de las especies vegetales medicinales recibe, en no pocas ocasiones, la denominación de pseudoterapia, y su conocimiento, pseudociencia. Sin embargo, negar los cuidados que nos ofrece la madre naturaleza, negar la creación vegetal, que ha sido fundamental para la existencia y el desarrollo de la especie humana, obviar o tildar de pseudofalso el conocimiento, la tradición y la experimentación empírica que las más importantes culturas han realizado a lo largo de los siglos, rechazar su legado (en el ámbito que tratamos) es negar la evidencia, es huir de lo que se ha manifestado de forma expresa durante miles de años en la historia del saber humano.
El cuidado y respeto hacia la madre naturaleza tiene que reflejarse en nuestros actos y en nuestro comportamiento cuando nos aproximamos y movemos en ella.
El propósito de este libro no es exclusivista y mucho menos excluyente de cualquier otra aplicación o tratamiento terapéutico. La palabra «terapeuta» deriva de la raíz «teo» (o sea, Dios, divino, creador) y «peuta» (el caminante), así que el que profesa es el que sigue la senda del creador, de la creación y de lo creado, y todo aquello que ayuda a mantener en buen estado la salud o facilita su recuperación cuando se enferma se encuentra en la senda descrita.
Las plantas curativas, como todo, también tienen un propósito. Son seres vivos y, por tanto, seres animados, es decir, seres vivos con alma, un alma que, como tal, experimenta sensaciones y responde a estímulos.[1] Esta realidad aporta un sentido mucho más veraz y valioso al propósito que tienen de ayudar, pues sus compuestos químicos, su desarrollo y su proceder alquímico interrelacionan con el ser humano —también con el reino animal y el fúngico— desde la consciencia de ese gran organismo que es la creación.
En estos tiempos en los que se percibe, se observa y se puede verificar la correlación entre estados anímicos anómalos, dolorosos, traumáticos y las enfermedades orgánicas, cobra una mayor relevancia la necesidad de estudiar y aplicar las plantas médico-curativas en la salud y el bienestar del ser humano y del reino animal.
Deseo manifestar mi gratitud a las plantas y a la madre natura por haberme permitido transitar por la senda de la comprensión de la esencia creadora para descubrir su para qué, esto es, su propósito.
Invito a quien se sumerja en estas páginas a que escuche la música de una planta y disfrute de la sinfonía que la unión de varias de ellas puede ofrecernos para nuestro bien.
Juan González Simonneau, Juan Plantas
Etnobotánico, psicólogo y pedagogo
Prólogo del autor a la reedición
En la presente reedición, que ha supuesto algunos cambios formales evidentes —título de la obra, portada, diseño de interior…—, he creído conveniente ampliar el contenido añadiendo información sobre algunas de las plantas mencionadas.
Por un lado, he tenido en cuenta el caso del propóleo por su gran particularidad, ya que, aunque no se trate de un vegetal propiamente dicho, sino de una sustancia elaborada por las abejas a partir de las yemas, la savia y la resina de algunos árboles y arbustos, resulta de gran ayuda para combatir bacterias, virus y hongos.
Otra aportación nueva es la del aloe vera, una especie con una amplitud de acción para los seres humanos en todo lo que es cotidiano, desde usos cosméticos hasta compuestos medicinales tópicos para afecciones de la piel o para aliviar el estreñimiento.
La tercera planta elegida para ampliar el contenido corresponde a una de las especies más excepcionales: el Viscum album, también conocido como muérdago, ya documentada desde antiguo en importantes libros de antropología y etnobotánica, y estudiada, sometida a investigación y experimentación por la ciencia moderna. En la edad media, se usaba su aceite para repeler a los lobos, y se le atribuían también propiedades mágicas, como la propia de la tradición celta, que la relaciona con la fertilidad y el amor.
Finalmente, la planta probablemente más universal, conocida en todos los continentes y considerada como sagrada por algunas culturas de la antigüedad, es la planta mediterránea más recreada y valorada por sus virtudes y aplicaciones para la salud y el bienestar humano: el Rosmarinus officinalis o romero.
Todas ellas, con una gran acción y eficacia para la sanación de diversas dolencias que afectan a la sociedad actual, son complementarias o alternativas de otras técnicas terapéuticas y poseen un acervo histórico, cultural, popular, antropológico y científico indiscutible. Han sido estudiadas, investigadas y experimentadas en centros de investigación de laboratorios por sus especialistas, y las virtudes que atesoran han sido verificadas y contrastadas. Para dar fe de ello, cito las fuentes más importantes y presento la información proporcionada de modo simplificado y abreviado, para centrarme en lo más importante en cada caso.
Encontraréis la información en el apartado «Anexos».
Prólogo a la edición de 2020
Cuando conocí a don Juan Plantas experimenté, con toda seguridad, la misma sensación que debió de tener Carlos Castaneda al conocer a su don Juan. Reconocí, con pleno amor, a un maestro. A veces me pregunto si son la misma persona, pero no, comparten el nombre y el camino del corazón, aquel que te lleva por el sendero del conocimiento hasta la pura conciencia. No son la misma persona, aunque, al mismo tiempo, en esencia son uno solo. Ahí, delante de mi maestro, volví a dame cuenta de que toda la titulitis universitaria servía de muy poco cuando vas a ponerte al servicio de un ser humano que sufre. Inspirada por este encuentro, ahondé en la reflexión sobre el tipo de práctica médica que realizamos los profesionales de la salud.
Actualmente la medicina más extendida en nuestro medio provee a los profesionales sanitarios de buenas estrategias de diagnóstico que nos permiten aproximarnos a una comprensión bastante exacta de cómo reconocer y predecir el comportamiento de una enfermedad en el cuerpo físico del ser humano. Sin embargo, a nivel terapéutico, padecemos un sesgo muy significativo en cuanto a los tratamientos que ofrecer a las personas que nos consultan. Alto y claro escribo, sin miedo, que los médicos no somos libres de prescribir lo que en ocasiones consideramos más adecuado para cada uno de nuestros pacientes. Ejemplarizante es el caso del cannabis: cualquier médico curioso y con pocos prejuicios sabe que su uso terapéutico ayuda a aliviar el sufrimiento en muchas circunstancias, pero no lo prescribimos, no podemos recetarlo. Como el cannabis, hay otros muchos ejemplos: la ruda, el muérdago, los hongos psilocibios... Muchas de estas especies han sido perseguidas por la más profunda y arrogante ignorancia y ahora están prácticamente desaparecidas. Durante la Inquisición, por ejemplo, al mismo tiempo que se asesinaba a miles de mujeres acusadas de brujería, cuando muchas de ellas eran mujeres de conocimiento, con su muerte también se quemaba todo su saber, se aniquilaban especies vegetales de gran interés etnobotánico, como la mandrágora, y se hacía desaparecer toda la tradición de su conocimiento y se demonizaba su uso. Aquello fue una barbarie en todos los sentidos, fueron actos malvados y crueles.
A lo largo de la historia de la humanidad, los seres humanos hemos aprendido de nuestra madre naturaleza un importante conocimiento sobre el uso terapéutico de las plantas y los hongos. Conocemos el tiempo y el lugar más idóneo para recogerlas, la manera adecuada para recolectarlas, procesarlas y almacenarlas. Podemos realizar diferentes preparaciones terapéuticas y combinar su uso para mejorar el tratamiento de cada afección, además de individualizarlo de acuerdo con las particularidades que cada caso pueda presentar. Este saber ha acompañado a los seres humanos durante toda nuestra aventura en este planeta y nos ha apoyado ante la adversidad, aliviado nuestros males, sanado la enfermedad.
Juan Plantas posee este conocimiento y, afortunadamente, también posee vocación de enseñanza. Desde la revolución farmacológica, que transformó los pequeños laboratorios en la poderosa industria farmacéutica neoliberal que representa hoy día, se ha producido, en paralelo, un desprestigio progresivo del uso de hongos y vegetales para el tratamiento de diversas enfermedades, a pesar de que es conocida su existencia desde hace milenios. Estas empresas sin alma que mercantilizan la salud, creyéndose legitimadas para comerciar con la medicina, ejercen el control sobre numerosos médicos a través de cursos formación y asistencia a congresos, cuyos costes —gastos de viajes, alojamiento y dietas—, corren a su cuenta en muchas ocasiones.
El truco que sostiene esta estructura se basa en que la elevadísima inversión económica que suponen estos eventos formativos es difícil de asumir entre los expertos con un sueldo como el suyo, una remuneración que, en España, además de ser una de las más bajas de Europa, decrece como el resto de los salarios. En mi opinión, esta gran industria ha ninguneado, rechazado y demonizado incluso el uso de plantas para ayudar en la mejora de la salud. El oscuro demonio de la codicia se cierne sobre nosotros sin generar sospecha alguna. Solo aquellos que puedan bucear a través de los actos y de la ciencia, hasta llegar a la verdadera intención que mueve a estas empresas, podrá observar lo huecas que están. En ellas no existe un ápice de bondad, generosidad o voluntad de servicio a la comunidad, únicamente hallaremos el deseo de dinero y de poder a cualquier precio, por encima de aquello que se interponga en su camino.
Detrás de esta actitud se encuentra el veneno que infecta el alma del ser humano: la codicia y la avaricia. Las plantas no se pueden patentar y no resultan tan beneficiosas económicamente como desarrollar una molécula de síntesis, a la que, como es tuya según la ley de propiedad intelectual, puedes ponerle el precio que desees. Y el que no te page, que muera, que sufra, que se suicide o que consiga el dinero como sea, como si a alguien esto le importase. El negocio con las plantas es ilegalizarlas y permitir un número muy limitado de licencias a precios desorbitados, solo asequibles para grandes empresas. La intención es mantener el control sobre la producción y posiblemente sobre el precio.
Aprendí con Juan Plantas lo que no queda plasmado en los libros. Nadie me había explicado antes cómo recoger plantas mostrando respeto y agradecimiento a ese ser vivo que se entrega para ayudarnos a aliviar nuestro mal. Dónde recogerlas, en qué momento de su ciclo vital hacerlo o cómo repoblar el daño causado al ecosistema. Después de un tiempo de estudio con Juan, decidimos ofrecer consulta médica y asesoramiento etnobotánico conjunto, momento en el cual empecé a observar el resultado de muchas de las fórmulas que ha recogido en este manual. Estas preparaciones magistrales ayudan desde tiempo a muchas personas a sanar las afecciones que padecemos a diario.
Juan me enseñó que la conciencia también puede entenderse como con-ciencia, siendo equivalente a con-conocimiento. Este conocimiento es universal y accesible para todos los seres humanos porque, de manera esencial, ya existe en cada uno de nosotros. Solo hay que encenderlo, reconocerlo y establecernos en él. Y mientras recorremos ese camino, algunos de nuestros maestros deciden hacer sencillo lo complicado, explicar con la intención de ser entendidos, transmitirnos su conocimiento de manera que cualquier individuo, en cualquier lugar, de cualquier cultura, sexo o edad, pueda comprender aquello que comparten con nosotros. Las plantitas y los honguitos, como nuestros maestros, nos acompañan y nos aportan su energía de sanación cuando la necesitamos.
Recuerdo la primera vez que escuché a don Juan afirmar: «No somos seres humanos en una aventura espiritual, somos seres espirituales en una aventura humana». Estaba hablando de la medicina del alma de la ruda. Hablaba de aquello que nos hace iguales, que forma parte de todos nosotros, de la voluntad de recuperar nuestro poder interno, de ser libres para experimentar esta aventura humana.
Sin ahondar en los motivos, parece que el poder de sanación que viene de serie con el ser humano se ha desplazado fuera de cada uno de nosotros, lo hemos depositado, sin saber muy bien por qué, en una figura externa, el médico. En mi opinión, este libro tiene la intención de devolver ese poder de autosanación a las personas, ese poder que en realidad reside en cada uno de nosotros. Solo hay que observarse, escucharse con atención, permitirse sentir el cuerpo para identificar adecuadamente los síntomas que presentamos, los tiempos en los que se desarrollan y las circunstancias que los afectan, tanto para aliviar como para empeorar. Sin juzgar, solo observar. Después, toca dejarse aconsejar por el sentido común y cultivar la prudencia.
Hay que saber que la aproximación de don Juan al mundo de las plantas no es solo científica. Sí, la tierra, la base, los cimientos de este libro son ciencia basada en la evidencia, en análisis de laboratorio y en ensayos clínicos. De forma simultánea, esta realidad científica encaja como un engranaje que pudiese ajustarse a la perfección con los antiguos conocimientos de diferentes tradiciones culturales, basados en la evidencia que genera un uso milenario de plantas y hongos. Cada una de estas fórmulas contiene un gran conocimiento científico y una pizca, solo una pizca, de la magia más poderosa del universo, la bondad del corazón, aquella que es transcultural, universal, y que, al hallarse presente en todos, podemos reconocerla solo con encender la luz.
Este libro es un manual que bien podrían utilizar los profesionales. Es una guía llena de riqueza, fórmulas magistrales, combinaciones de plantas específicas basadas en el conocimiento de toda una vida. Es un regalo. Para encender la luz en este manual, me permito hacer algunas recomendaciones que, espero, sean útiles al seleccionar una de estas pócimas para ti o para una persona que pueda solicitar tu ayuda. La clave es el sentido común, ese que está presente en todos nosotros.
En primer lugar, si el problema de salud indica gravedad por su rapidez de aparición, la intensidad de los síntomas u otras circunstancias, consulta con un profesional. Por favor, sé cauto y prudente. Reconocer cuándo necesitamos ayuda nos hace más fuertes y grandes, para nada nos debilita.
Este manual tiene la intención de ayudar, de aliviar y de restaurar la salud a través de medios que la naturaleza nos brinda de manera gratuita, pero en muchas ocasiones precisamos la ayuda de un profesional de la salud que nos oriente para entender mejor la afección que padecemos. Para poder ayudarnos, lo primero que debemos hacer es observarnos y reconocer los síntomas que presentamos. Si no disponemos de conocimiento suficiente para entender lo que nos sucede, la recomendación es no automedicarse. Las recetas que se proponen en este manual no están exentas de riesgos o interacciones con otras plantas, hongos o medicamentos sintéticos. Dependiendo de las diferencias individuales que cada uno de nosotros presentemos, pueden requerir ajustes, modificaciones o complementaciones. Por ese motivo, si existen dudas sobre su idoneidad, pide ayuda.
Si tu problema de salud es un viejo conocido, se trata de una afección leve, moderada o has recibido asesoramiento de un profesional sanitario que te orienta en la comprensión de tu afección, adelante, aventúrate a ser el hacedor de tu propia medicina. Este es el libro adecuado para guiarte en la metodología para realizar preparaciones medicinales seguras, efectivas y fáciles, sin necesidad de tener un laboratorio en casa. Es un recetario para la salud.
Esta gran obra es sencilla, práctica y accesible para todas aquellas personas que con honestidad se interesen en tener herramientas útiles para aliviar el sufrimiento. Al mismo tiempo, constituye una magnífica obra de vida, de compilación de bibliografía médica, farmacológica y mística; de elaboración y relación de diversas fuentes de contenido, una experimentación y vivencia del conocimiento. Finalmente, este manual manifiesta la intención de compartir, enseñar, trasmitir y divulgar un conocimiento que merece ser devuelto a la sociedad.
Muchas son las enseñanzas que he recibido de don Juan desde que lo cuento entre mis amigos, tan valiosas que no existe nada material que pueda compararse. Por ese motivo, solo puedo expresar agradecimiento por haberle conocido.
Me voy a permitir otra licencia, la de contar un cuento. Es a través de los cuentos, leyendas, fábulas que los seres humanos transmitimos enseñanzas. Este relato, que no es de mi invención, se viene contando de generación en generación desde hace milenios, y hoy, os lo voy a contar con mis palabras.
En un tiempo indeterminado y fuera del alcance de la mente humana, existía el mundo de los dioses. Esta historia comienza con dos hermanos, dos demonios llamados Egoísmo y Avaricia, que vivían en este mundo. Durante eones realizaron austeras y severas prácticas yóguicas de manera abnegada y perseverante, y generaron tanto calor con su esfuerzo y dedicación que, cuando acudieron a los pies del dios Bragma, este no pudo más que conceder la recompensa que solicitaban por su esfuerzo. Bragma no tenía posibilidad de negarse, ya que, según la ley del karma, tanta energía yóguica en forma de calor debía recompensarse porque, si no se hacía, se corría el peligro de que se quemara la estructura que sostenía todos los mundos, el universo entero. Los demonios solicitaron ser invencibles, por lo que Bragma accedió y les concedió la garantía celestial de que ningún hombre o dios podría vencerlos en combate.
En aquella época sin fecha, el mundo de los dioses se encontraba bastante corrompido. Sus valores se habían degradado y se dedicaban al placer y al poder. Las diosas ya no reinaban, eran meras consortes que por propia voluntad habían abandonado su poder y se lo habían entregado a los dioses, que reinaban en su nombre, mientras ellas empleaban su tiempo en entretener a sus esposos con fiestas y eventos. Algunas simplemente habían desaparecido, reabsorbiéndose en aquello que es todo y nada. Así que en este mundo decadente en el que las diosas ya no sabían luchar, eran un mero adorno, Egoísmo y Avaricia eran invencibles. Rápidamente tomaron el poder de los dioses y se autoproclamaron reyes supremos. Tomaron como propios todos los bienes divinos y sometieron a las diosas a la esclavitud, mientras que desterraron al exilio a los dioses, que recorrían los submundos vagabundeando en la más absoluta pobreza.
Al cabo de no se sabe cuánto tiempo, un sabio se apiadó de los dioses y se acercó a revelarles la grieta que presentaba la recompensa de Bragma: solo una mujer o una diosa podría acabar con los demonios. Egoísmo y Avaricia se habían convertido en los seres más poderosos del mundo de los dioses, tenían a sus órdenes a los ejércitos más grandes y destructores y a hordas de demonios menores a su servicio, por lo que tal hazaña parecía, en esos momentos, imposible de llevarse a cabo. Solo existía un ser en toda la creación capaz de tener éxito allí donde todos los demás seres fracasarían. Los dioses sabían quién era y que este no podría negarse si le pedían ayuda.
De este modo, emprendieron el camino hacia las montañas Vindhaya, donde moraba Durga, la gran diosa. Postrados ante la montaña invocaron a la que brilla, al poder y la conciencia que reside en la esencia de todo lo que existe para que se manifestase ante ellos, para que acudiese en ayuda de sus hijos. De pronto, la diosa apareció como Durga a lomos de un león, brillante y oscura al mismo tiempo, con su hermosa piel azulada y su melena negra al viento. Su belleza era tal que con solo mirarla de reojo inspiraba el amor más puro y sincero. Ella escuchó sus súplicas y accedió a socorrer a los dioses y a restablecer el equilibrio en el mundo.
Se puso en marcha a lomos de su león hasta las puertas del palacio de los demonios Egoísmo y Avaricia. Acariciaba despreocupadamente las flores a su paso y todo aquel que la miraba quedaba hechizado por su belleza. Los demonios se asomaron a la ventana y quedaron sorprendidos por la perfección de su hermosura. Tenían ante sí el ser más hermoso que habían contemplado jamás. Así que resolvieron que no podría tratarse de otra cosa más que del presente de algún importante dios que deseaba ganarse su simpatía mediante una ofrenda. Sin dudarlo aceptaron el bello regalo y enviaron a uno de sus mayordomos al encuentro con Durga para invitarla a unirse al resto de sus esposas. La diosa, tímida y recatada, contestó que ella pertenecía a una raza de guerreros y que solo podría entregarse en matrimonio a aquel que pudiese vencerla en combate. El mayordomo intentó convencerla para que cambiase de opinión, le dijo que estaba loca, que tanto los demonios como su ejército eran invencibles, que era una lástima que un ser tan bonito como ella pereciese de una manera tan irremediable. Con todo trasladó el mensaje de Durga a los demonios, los cuales, entre risas y cierta indignación, decidieron que un destacamento de bravos guerreros saliera a su encuentro y trajera por la fuerza a la bella doncella. Estos, al encontrarse con la joven, ordenaron que de manera inmediata se entregase y se sometiese a los deseos de sus amos, ya que, si no, tendrían que obligarla por la fuerza. Durga pestañeó suave y sensualmente, y las cabezas de todos los miembros del destacamento rodaron por los suelos.
La ira se apoderó de Egoísmo y Avaricia. Era del todo incomprensible para ellos que una sola mujer osase desafiarlos con ese desdén. Incapaces de ver ante quién se encontraban, enviaron a la batalla con la diosa a sus todos sus ejércitos. La lucha fue larga, repleta de numerosas aventuras, como cuando Durga abrió su tercer ojo, a través del cual aparecieron las principales diosas guerreras, ausentes de los mundos desde hacía mucho tiempo., Estas pusieron fin a la vida de todo aquel que se enfrentaba a ellas. Cuando los ejércitos fueron derrotados, las diosas se reabsorbieron en Durga y a los demonios no les quedó otro remedio que salir de su palacio para enfrentarse a ella. El primero en ser derrotado fue Avaricia. Cuando le tocó el turno a Egoísmo, este increpó a la diosa su falta de honestidad, pues ella había asegurado que se desposaría con aquel que lograse vencerla en combate, y que había recibido la ayuda de otras muchas diosas, gracias a lo cual había podido derrotar a sus guerreros.
Entonces la diosa se mostró en todo su esplender y explicó quién era ella en realidad. Ella es la madre que ha acudido a reestablecer el equilibrio al universo; ella es todas las diosas, todas ellas emergen de Durga y se reabsorben en ella. Ella es todo lo que existe y lo que no existe. Egoísmo, justo antes de morir, tomó consciencia de quién era la doncella en verdad y esbozó en su rostro una sonrisa, mientras pronunció Maa Durga y se entregó a la muerte, reabsorbiéndose en la dicha.
El arquetipo de Durga representa el poder interno que los seres humanos poseemos para luchar contra nuestros propios demonios. La lucha descrita en el cuento es en verdad la batalla interna en la que cada uno de nosotros estamos inmersos dentro de nuestro desarrollo personal y espiritual. Durga en este caso nos ofrece las armas que necesitamos en nuestro camino evolutivo a través de nuestra madre naturaleza, Gaia, Pachamama, llamada con múltiples nombres dependiendo de cada cultura; sin embargo, es la única y misma diosa para todos nosotros.
He seleccionado este cuento porque, aunque nunca ha sido relatado por don Juan, el mensaje que transmite bien podría tratarse de una de sus enseñanzas; cambiaría la forma del mensaje, pero mantendría el mismo contenido.
Nuestra madre nos está ofreciendo todo aquello que necesitamos para curar nuestras heridas del cuerpo y del alma, nos regala conocimiento y sanación. Solo tenemos que abrirnos a su gracia para aprender. Hemos de entender como sociedad y como especie que, a través de la contaminación del agua, el suelo, el aire y el alimento, dañamos nuestro planeta, a nuestra madre, a aquella que nos sostiene en la vida. Estamos envenenando nuestro mundo, que no es ajeno a nosotros, formamos parte de él y, por lo tanto, resulta evidente que, con nuestra actitud, nos estamos envenenando a nosotros mismos, siendo esta la causa última de las nuevas pandemias que sufre la humanidad. A través del maltrato a nuestra gran diosa estamos poniendo en peligro nuestra supervivencia en este planeta. Hemos de cuidarlo, de esa manera nos cuidamos a nosotros mismos como especie y nos damos una oportunidad de prosperar y evolucionar. La enseñanza final de don Juan está llena de esperanza: nuestra madre nos ofrece las herramientas que necesitamos para nuestra evolución y sanación, y nos recuerda que el conocimiento que necesitamos para esta tarea ya se encuentra dentro de nosotros.
Gracias, don Juan, por tu sabiduría, por tus enseñanzas y por recordamos que este conocimiento, que es transcultural, emerge desde lo más profundo de nosotros y solo está esperando a ser reconocido. Y mientras recorremos el camino, concedámonos la mejor de las compañías. El manual que sostienes en las manos viene cargado de amor y va a ser un gran compañero de viaje.
Ruth Velarde
Doctora en Medicina
Introducción
A continuación nos sumergiremos en el apasionante mundo de la aplicación práctica de las plantas medicinales y en cómo pueden mejorar nuestra salud. Espero que disfrutes con la lectura y con los consejos, basados en la ancestral experiencia acumulada por la humanidad.
Plantas medicinales. Plantas curativas
Son todas aquellas especies vegetales que, aplicadas adecuadamente, nos ayudan a mantener o recuperar la salud.
Ambas denominaciones son correctas, si bien la segunda se usa menos, aunque es más concreta y directa.
Plantas silvestres. Plantas cultivadas
Una planta silvestre es la que se encuentra en su entorno natural, esto es, nace y se desarrolla sin la intervención humana. Muchas plantas hoy silvestres proceden de otros continentes que en algún momento se implantaron, se adaptaron y se extendieron, y han logrado permanecer en estado silvestre aun después de la desaparición de los cultivos originales.
Las plantas cultivadas son aquellas especies sobre las que actúa la mano humana, es decir, se plantan y se cuida de ellas. Se trata de un proceso de «domesticación» que aproxima y facilita su uso. Desde tiempos remotos y en muy diversas culturas, los huertos y jardines medicinales estaban presentes en palacios, templos, monasterios y otros recintos de culto y conocimiento para cuidar de la salud.
Preparaciones simples y compuestas
La fitoterapia tradicional y la farmacopea oficial denominan:
• simples a las preparaciones y aplicaciones de una sola planta o una parte de esta.
• compuestas a la unión de varias plantas o remedios en una preparaci