INTRODUCCIÓN
Hola, soy Julia Menú, y quiero contaros una historia muy especial: la lucha contra la infertilidad que ha marcado mi vida. Necesito compartirla con todos los que os acerquéis a estas páginas. He atravesado un largo camino, pero al final he recibido la recompensa más valiosa: mis mellizas, Meredit y Emily. Sí, lo desvelo ahora, es una historia con final feliz, pero lo valioso es el recorrido…
Sin embargo, antes de comenzar, para mí es importante mandar desde aquí un fuerte abrazo a todas las parejas que ahora mismo están pasando por esto. Me gustaría que esta historia no solo os sirviera para continuar luchando, sino para aprender durante el trayecto. Lo sé, soy consciente de que a veces no podemos más, pero dejadme que os diga que todas tenemos a una guerrera en nuestro interior y que podemos con esto y con más. A veces no veremos la luz al final del túnel, pero haremos todo lo posible para que así sea, porque podemos y porque queremos. La infertilidad no va a poder con nosotros… Y, sí, perderemos muchas batallas, pero ganaremos la guerra.
También es justo que sepáis que hay parejas que no pueden cumplir el sueño de convertirse en papás. En la infertilidad, como en cualquier enfermedad, hay casos y casos, y por desgracia a veces hay que hacerse a la idea de que no se puede. En esta lucha hay que saber también que antes están vuestras vidas que ser madres a toda costa. Por favor, tenedlo en cuenta. Puede llegar el momento, no de tirar la toalla, sino de buscar otras formas de ejercer la maternidad.
La vida me puso frente a la maldita infertilidad con tan solo dieciocho años. Sí, desde esa edad temprana tuve que lidiar con ella. Durante todo el proceso que emprendí, supe que mientras tuviese cartuchos que gastar, iba a seguir adelante. La noticia tuvo tal impacto en mí, que durante un tiempo me sentí perdida. No entendía nada, pues nunca había escuchado esa palabra, ni siquiera sabía que existía. En mi familia jamás se había hablado de ese tema. Nadie la había sufrido hasta que llegué yo.
Fueron años de angustia, porque de la infertilidad no se habla mucho. Es un tema tabú. Yo misma ocultaba mi problema, porque no sabía cómo gestionar esa situación. Es cierto que tenía dieciocho años y ya era mayor de edad, pero todavía no tenía las herramientas necesarias para afrontar esta prueba que me había puesto la vida.
En todo esto, siempre fui de la mano de mi pareja, Fran. Los dos teníamos el mismo desconocimiento. Él tampoco había escuchado nunca esa palabra. Así que aprendimos a batallar juntos. Tuvimos que caminar solos durante años.
En un principio, no nos atrevíamos a hablar de lo que nos estaba pasando, ni nos desahogábamos con nadie. Tal vez era un sentimiento de vergüenza, pero todavía no me explico por qué no contábamos nada. Siempre me arrepentiré de no haber roto antes la barrera del silencio, porque nos podríamos haber evitado mucho sufrimiento. Si nos hubiéramos atrevido antes a hablar claramente de lo que estábamos pasando, nos hubiésemos librado de toda esa cantidad de comentarios que sin querer se cuelan en cualquier conversación y que no se mide el daño que causan si van dirigidos a una pareja que no puede tener hijos: «Qué, ¿para cuándo un bebé?»; «Bueno, el bebé ya está en camino, ¿verdad?»; «Ya es hora, ¿no?»… y otras frases similares.
Sí, pasamos por distintas fases. A veces, fingíamos que no queríamos tener hijos y me veía diciendo palabras como estas: «Somos muy jóvenes, queremos disfrutar de la vida». Pero, en realidad, por dentro estaba rota en mil pedazos. O hubo un periodo en que estaba tan obsesionada con todo esto, que me hacía muchos test de embarazo al mes, aunque tuviese la regla. Quise conformarme en un principio con un «Bueno, si viene, bien; y si no, pues no pasa nada». Pero no era cierto, me estaba engañando. Mi problema llegó a convertirse en una obsesión y, después, en trece años de batalla.
Un momento de liberación y de victoria fue cuando decidí compartir con todos mis seguidores en redes sociales que tenía problemas de fertilidad. Esa decisión ha sido lo mejor que he podido hacer en mi vida. Los que me conocéis sabéis que desde 2018 he contado mi día a día en TikTok, así que dar ese paso me vino bien. A partir de ese instante, tanto Fran como yo recibimos muchas muestras de cariño, nos sentimos muy acompañados y además nos dimos cuenta de que no estábamos solos en esta guerra.
Por eso también me hace ilusión escribir este libro, porque soy consciente de que puedo aportar más sobre este tema y así poner sobre la mesa, con naturalidad, que la infertilidad existe y que hay que visibilizar este problema, buscar soluciones y ponerlas al alcance de todas esas parejas que se enfrentan cada día a esta enfermedad.
Por suerte, hoy en día la infertilidad tiene más visibilidad, pero me gustaría contribuir con mi experiencia y desde estas páginas abrir una ventana. Me encantaría que ya no fuese nunca más un tabú o un asunto que silenciar. No os podéis hacer una idea de la cantidad de parejas que sufren en silencio. Y no es más que otra enfermedad, de la que hay que tener un buen diagnóstico, hacerse las pruebas adecuadas, seguir tratamientos hasta dar con el correcto, y donde se necesita, como en las demás, investigación y avances.
Nada desearía más que ser útil, porque si a mí de pequeña me hubiesen hablado de manera natural sobre la infertilidad, eso me habría ahorrado mucho dolor. A veces, todo consiste en hablar, en compartir una experiencia, en contar una vida… y de ahí pueden surgir las herramientas para afrontar cualquier reto. Por eso, quiero ofreceros el contenido de este libro y contribuir con algo que sé hacer: comunicar. Deseo compartir mis sentimientos, reflexiones, emociones y transmitir los momentos de lágrimas y también de risas.
Espero que mi historia os ayude para seguir adelante en este duro camino, pero no olvidéis que la fecha está escrita. Solo tenemos que ser fuertes y seguir luchando hasta que llegue ese día. Pase lo que pase, siempre hay una meta. Bienvenidos al diario de una guerrera.
1
Crónica de una infertilidad no anunciada
Como toda historia que se cuente, mi larga lucha contra la infertilidad tiene una casilla de salida. El año clave fue 2008. Estaba empezando mi historia de amor con Fran y al poco tiempo me di cuenta de un pequeño problema. Cada vez que teníamos relaciones sexuales, a los pocos días sufría una infección de orina muy fuerte, con todos los síntomas que acarreaba y un agotamiento mortal. Así que decidí ir al médico para que me informase sobre qué me podía estar produciendo esas infecciones.
El resultado de las pruebas fue sorprendente. Era alérgica al látex. Por aquel entonces, usábamos protección. El método que nos parecía más seguro era el preservativo, pero después de esta consulta vimos que a mí me perjudicaba.
Ninguno de los dos teníamos en mente convertirnos en papás, éramos muy jóvenes. Podríamos haber probado otros métodos, como la píldora, pero yo tenía miedo a los efectos secundarios. Así que decidimos seguir otro camino. Me puse frente a Fran y le dije: «A partir de hoy, no habrá ningún tipo de cuidado entre nosotros».
Así que como íbamos realmente en serio y yo tenía claro que era el hombre de mi vida, decidimos mantener relaciones sin ningún tipo de protección. Lo que sin duda supuso una sorpresa enorme fue darme cuenta de que a partir de ese momento y de esa decisión que tomamos en pareja, poco a poco comenzarían, de una manera natural, mis ganas de ser mamá.
¡Los dos éramos tan jóvenes! Yo solo tenía dieciocho años y Fran apenas había cumplido los veintitrés. Llevábamos tan solo seis meses saliendo y un mes viviendo juntos. La lista de obstáculos no era pequeña: todavía no teníamos casa propia; además yo no tenía un puesto fijo, porque trabajaba en un almacén de verduras y no se sabía cuántos meses iba a durar cada campaña; y, bueno, me acompañaban un montón de dudas. No estaba segura de estar preparada para ser mamá, porque prácticamente acababa de salir del cascarón de mis padres. Sí, os lo confieso, tenía miedo de quedarme embarazada tan joven.
Pero lo que es la juventud, esa fuerza arrolladora ante la vida, me di cuenta de que ese era el camino que habíamos decidido y que así estaba bien. Si me quedaba embarazada, no nos iba a importar, porque de una manera u otra, Fran y yo íbamos a salir adelante.
FALSA ALARMA
Después de dos meses y medio sin usar medios anticonceptivos, tuve un retraso de cuatro días. Menudo susto me pegué. Tenía pánico a hacerme un test de embarazo y que me saliese positivo. A pesar de que sabía que si no usábamos métodos anticonceptivos, lo normal era que me quedase embarazada muy pronto; ante la evidencia fui consciente de que no estaba preparada. ¡No sabía qué hacer! Y eso que me había intentado convencer una y otra vez de que saldríamos adelante pasara lo que pasase. Me planteé si contarle enseguida mis miedos y dudas a Fran o si esperar unos días más para comprobar si eran mis nervios los que no dejaban que me bajase la regla. Aunque esto último me pareció muy raro, pues yo era muy regular y la regla la tenía supercontrolada.
Con todo ese agobio, me dispuse a ir al trabajo. Cuando llegué, mi jefa se percató de la mala cara que tenía. Y ella no dudó ni un segundo, se preocupó por mí y fue directa: «¿