Introducción
¿Inflamación, hinchazón y pesadez?
Encuentra tu dicha intestinal
(y la mía también)
“¿Por qué estoy tan hinchada?” es una pregunta que escucho casi a diario en el consultorio. Durante mi carrera como doctora, he pasado de ayudar cada semana a un puñado de mujeres con hinchazón, pesadez después de comer y estreñimiento, a sentir que me estoy enfrentando con una pandemia brutal. A muchas, los síntomas las afectan a diario, de forma implacable, y alteran su vida; aun cuando no son muy graves, siempre son molestos.
Las causas de la hinchazón varían mucho, y van de padecimientos benignos a enfermedades raras que ponen en riesgo la vida. Algunas pueden estar vinculadas con comportamientos que ni siquiera te imaginas. (¿Hablas con la boca llena? Porque entonces podrías estar tragando suficiente aire para subir una talla o dos.) Quizá hayas oído cosas, pero necesitas más información al respecto y no estás seguro de si debes preocuparte o no. (¿La celiaquía y la intolerancia al gluten son lo mismo?) Algunos datos te sorprenderán. (Tomar antiácidos para calmar el estómago puede provocar que tus pantalones no cierren.) Gracias a este libro aprenderás sobre estos problemas y muchos más, incluyendo cómo saber si tu hinchazón es grave o si sólo estás inflamada a más no poder.
Tu médico interior
La información contenida en este libro incorpora aspectos tanto de la medicina convencional como de la alternativa para acercarse de manera intuitiva y con sentido común al bienestar digestivo. El objetivo no es amedrentarte para que te sometas a una cirugía innecesaria o para que ingieras pastillas que no te hacen falta, sino más bien fomentar que explores las causas de tus síntomas e implementes algunas estrategias básicas y útiles, muchas de las cuales están al alcance de tu mano.
Estoy segura de que, oculto debajo de las profundidades de la sobrecarga de información que recibimos a diario en la publicidad, está nuestro sentido innato de lo que necesitamos para mejorar nuestra salud, al cual me gusta denominar “nuestro médico interior”. Este libro te ayudará a acceder a ese recóndito sentido interno; con él comprenderás muchas cosas al contar con información confiable sobre qué ayuda y qué entorpece tu salud digestiva.
Muchos problemas intestinales que hace una década creíamos que estaban “en la imaginación de quienes los padecían” sabemos hoy en día que son causados por auténticos trastornos gastrointestinales, como la sobrepoblación bacteriana y la intolerancia al gluten. Me niego a creer que millones de mujeres que sufren de hinchazón pero que no han sido diagnosticadas sólo están “locas” o “estresadas”. He visto con mucha frecuencia que, al pensar de forma poco convencional, somos capaces de encontrar tanto el problema como su remedio.
Quiero ayudarte a confiar en tu médico interior. Si crees que algo anda mal, es probable que así sea, de modo que deberás seguir buscando y buscando hasta encontrar a la persona indicada para descubrirlo. Quizá no siempre sea alguien con bata blanca y credenciales médicas. En lo personal, mucho de lo que sé lo he aprendido de mis pacientes, de nutriólogos, de especialistas en biorretroalimentación, de capacitadores en salud holística, de médicos naturópatas, de acupunturistas, de agricultores y hasta de mi instructora de yoga. Confío en que la información contenida en este libro servirá como guía para ayudarte a entender qué está pasando dentro de tu cuerpo y te ofrecerá soluciones reales.
Mi compromiso
Llevo mucho tiempo examinando el interior del tracto intestinal, observando qué sale mal y por qué. Este libro contiene la información que a mi juicio es más importante difundir; es decir, los capítulos más digeribles (si se me permite la ocurrencia). Cuando haya algo que no sepa, te lo diré de frente. También te diré sin tapujos si alguna práctica en particular me parece dudosa o sospechosa. Compartiré contigo toda la información que ha servido a mis pacientes para mejorar mucho su salud digestiva, incluyendo un plan exhaustivo de diez días para sanar de adentro hacia fuera, fundamentado en dos décadas de experiencias médicas. Éste ha ayudado a miles de mujeres a tener abdómenes planos y a poner fin a su incomodidad. Muchas también han afirmado haber experimentado una mayor energía y mejorías en el estado de ánimo. Esta estrategia integral y fácil de seguir para alcanzar el bienestar digestivo te ayudará a aniquilar la distensión abdominal, eliminar las toxinas y deshacerte de tus residuos intestinales de forma saludable.
Nuestro mundo sin duda puede ser un lugar intimidante. Nos preocupan las toxinas del medio ambiente, sabemos que los medicamentos pueden ser peligrosos, y hasta la Madre Naturaleza sería incapaz de identificar buena parte de lo que se vende en los supermercados. No obstante, si confiamos en los mecanismos del cuerpo humano, éste resulta ser una maravilla que tiene la capacidad de recuperarse y curarse de forma sorprendente, sobre todo cuando identificamos las prácticas dañinas y dejamos de incurrir en ellas. Tengo la franca esperanza de que serás capaz de utilizar la información de este libro para lograr una buena digestión y de que cuando tú y yo nos encontremos sea en el mercado o en una clase de yoga, no en mi consultorio.
En busca de la buena digestión
En 2004 decidí dejar los ceremoniosos pasillos de la academia para abrir mi propio consultorio. Mi primer empleo había sido en el hospital Georgetown, cuando terminé la escuela en Nueva York, en 1997; sin embargo, casi ocho años después, la medicina hospitalaria no parecía tener las respuestas que buscábamos mis pacientes y yo. Le debía mucho a la institución, pues ahí había florecido mi carrera: tenía un currículum de dieciséis páginas de publicaciones médicas, incluyendo artículos y capítulos de libro, y de conferencias a lo largo y ancho de Estados Unidos y Europa; había ayudado a formar a más de una treintena de gastroenterólogos; tenía colegas a quienes respetaba y admiraba, y disfrutaba mucho enseñar. Mi salario era más que cuantioso y mi vida profesional estaba llena de recompensas que debían hacerme feliz. Pero no lo era. Había perdido la fe.
Con el paso de los años, mis prioridades habían dejado de centrarse en los procedimientos de alta tecnología para diagnosticar y tratar las enfermedades, y comenzaban a enfocarse en las modificaciones no tecnológicas del estilo de vida que las evitan. Al dar conferencias y enseñar me estaba resultando difícil poner énfasis en el mensaje industrial de que la colonoscopía salva vidas (lo cual es cierto) sin darle igual importancia a mi creencia más reciente: que la dieta y el estilo de vida son más importantes para alcanzar y mantener la salud digestiva que cualquier procedimiento clínico que pudiera recomendar. En términos filosóficos, sentía que me estaba saliendo del rebaño, pues quería incorporar a mi mensaje un enfoque integral y holístico sobre las enfermedades digestivas, mientras que mis colegas parecían estar más interesados en las innovaciones técnicas. Su misión y su visión no habían cambiado, pero las mías sí.
La práctica de la gastroenterología también había cambiado, y se asemejaba cada vez más a una empresa en la que los pacientes eran los consumidores, y la endoscopía, el producto. Muchos gastroenterólogos poseían sus propios equipos de endoscopía, además de contar con infraestructura de laboratorio de patología para procesar las biopsias que tomaban de los pacientes. Aunque esto les permitía tener mayor control de la calidad y una colaboración más cercana con sus colegas, también era un fuerte incentivo para llevar a cabo más procedimientos clínicos y biopsias.
Los gastroenterólogos con quienes me relacionaba sin duda eran personas a quienes les importaban mucho sus pacientes, pero me daba la impresión de que muchos de ellos estaban demasiado interesados en realizar procedimientos clínicos. Yo quería dar a los pacientes información relevante para salvar su vida, como el hecho de que seguir una dieta a base de verduras puede reducir el riesgo de padecer cáncer de colon en 50%, o que el ejercicio y una dieta baja en grasas previenen la formación de piedras en la vesícula, no sólo llevar a cabo procedimientos.
Una colonoscopía tarda entre quince y treinta minutos. La ganancia que supone para el médico realizarla en un consultorio externo puede ser mucho mayor que la de una consulta, que dura más o menos la misma cantidad de tiempo. No es difícil hacer las cuentas para entender por qué la naturaleza de mi especialidad estaba cambiando, pues la economía no fomenta la resolución de problemas ni la exploración más allá del endoscopio.
Al tiempo que los gastroenterólogos se ven incentivados a hacer más procedimientos y a hablar menos con los pacientes, la naturaleza misma de las enfermedades digestivas también se está modificando. Cada vez vemos más padecimientos vinculados con la alimentación, el estilo de vida y los factores medioambientales, por lo que para diagnosticarlos y tratarlos se requiere más que una rápida endoscopía.
No todos los gastroenterólogos se enfocan sólo en las ganancias que reportan los procedimientos endoscópicos, como las colonoscopías. Muchos de ellos dan consultas que incorporan soluciones más integrales, educan a sus pacientes sobre la importancia de la intervención alimenticia y de otras medidas preventivas, y exploran diagnósticos alternativos, al tiempo que realizan endoscopías de forma responsable.
No obstante, el camino para proporcionar cuidados digestivos exhaustivos no siempre es sencillo ni directo, sino que requiere tiempo extra para sentarse y discutir con los pacientes sobre su alimentación y sus costumbres. Requiere también investigar asuntos con los que no estamos familiarizados, además de considerar la posibilidad de que quizá nuestros colegas que se dedican a la medicina alternativa saben una o dos cosas que nosotros desconocemos. Este tipo de cuidado requiere mucha educación adicional respecto a cosas que no nos enseñaron en la facultad de medicina y que no podemos tocar ni ver con el endoscopio.
Gracias a internet, algunos pacientes saben más sobre su trastorno digestivo que el gastroenterólogo, a pesar de que no cuenten con las herramientas ni con el contexto para enfrentarlo. Por lo tanto, buscan consejos médicos de su instructora de yoga, de su masajista, de su consejero de vida y de su red social. Las visitas a consultorios de especialistas en medicina alternativa superan en una proporción de cuatro a uno las consultas a los médicos alópatas, no obstante que por lo regular no las cubren los seguros médicos. Aunque la gastroenterología convencional está avanzando en el campo de los procedimientos avanzados y en la evaluación de poblaciones sanas, se está quedando corta en cuanto a proporcionarle a la gente lo que en verdad necesita: información confiable sobre cómo alcanzar y mantener el bienestar digestivo.
Sabía que éstos eran problemas de vital importancia y que debíamos abordarlos con los pacientes. No obstante, yo seguía pasando la mayor parte de mi tiempo realizando procedimientos y recetando medicamentos complejos con muchos efectos secundarios. Mi filosofía había cambiado, pero ahora debía modificar mi forma de trabajo.
Una solución integral
En 2004, cuando estaba embarazada de mi primer bebé y renovaba mi casa desde los cimientos, decidí abrir un consultorio que estuviera más en sintonía con el enfoque integral de las enfermedades digestivas. Además de ofrecer a los pacientes recursos sobre nutrición, disminución de estrés y ejercicio, había tres principios básicos que deseaba seguir:
- Destinar suficiente tiempo a mis pacientes para explorar los problemas a detalle.
- Apegarme a mi creencia de que la mayoría de la gente no está loca cuando sus síntomas parecen no tener sentido.
- Comprometerme a pensar de manera poco convencional.
Comuniqué mi renuncia al hospital, encontré una ubicación ideal, solicité mi cédula fiscal y abrí las puertas de mi nueva clínica, a la cual denominé Centro Digestivo para la Mujer, aunque resulta que las mujeres no son las únicas interesadas en encontrar soluciones integrales para sus problemas digestivos, pues cerca de 20% de nuestros pacientes son hombres. Continué siendo parte del profesorado de Georgetown como voluntaria, además de que seguí realizando procedimientos en el hospital, aunque muchos menos de los que hacía antes.
Los pacientes fueron llegando a la clínica, lentos pero seguros.
Muchos de ellos ya habían sido evaluados y diagnosticados por gastroenterólogos competentes, y no estaban ahí porque creyeran que yo era más inteligente que su anterior médico. Venían a dialogar y a obtener ideas y retroalimentación sobre lo que podían hacer para mejorar su salud intestinal. Conversamos a detalle sobre sus síntomas, los resultados de sus análisis, su nutrición, el estrés que enfrentaban y la posible relación entre todo lo anterior. No siempre sabía la respuesta, pero tenía una buena idea de dónde debía empezar a buscarla.
Conformé una clínica integral que dependía en gran medida de las excelentes habilidades de mis colaboradores: un especia lista en biorretroalimentación, nutriólogos integrales, fisiólogos del ejercicio y especialistas externos en psicoterapia, acupuntura y masajes.
Seguí viendo pacientes con problemas complejos relacionados con la enfermedad de Crohn y con la colitis ulcerosa, enfermedades en las que me especialicé durante mi estancia en Georgetown. Descubrí que estos pacientes también se beneficiaban sustancialmente de un tratamiento integral que incluía la intervención nutricional y la reducción de estrés.
Mi atención se trasladó de los artículos científicos publicados en revistas médicas y especializados en el papel de la endoscopía a textos de revistas para mujeres sobre yoga y salud, sobre el papel de la alimentación y el estilo de vida en la prevención y el tratamiento de las enfermedades digestivas. Mis conferencias en los congresos nacionales de gastroenterología comenzaron a versar sobre obesidad y el futuro de la gastroenterología, el cual incorporaría clases de cocina, biorretroalimentación, talleres de meditación y sesiones de ejercicio, en vez de sólo instalaciones para la realización de endoscopías.
Estaba agradecida por la oportunidad de fundir mis creencias personales con mi práctica profesional y de involucrar a un público más amplio en la que considero que es la verdad acerca de la salud digestiva. Decidí entonces escribir un libro para compartir lo que durante tantos años había aprendido sobre cómo tener un intestino dichoso, así que con entusiasmo me di a la tarea de hacer un borrador del manuscrito.
El último día que formé parte de la junta directiva de la Sociedad Norteamericana de Endoscopía Gastrointestinal (ASGE, por sus siglas en inglés), se me ocurrió la idea de hacer una organización sin fines de lucro llamada Gutrunners, la cual se enfocaría en educar al público sobre los beneficios de la nutrición y el ejercicio para mejorar la salud digestiva. Me sentí feliz de que la ASGE aceptara ser la primera y principal patrocinadora, pues en ese entonces me proporcionó un préstamo como capital inicial. Gutrunners se estableció como organización sin fines de lucro en el estado de Maryland, y entonces emprendí mi nueva carrera como directora ejecutiva, organizadora de las carreras y recaudadora de fondos, y me encargué de gestionar las carreras durante los congresos nacionales de gastroenterología y de reunirme con patrocinadores y participantes potenciales. Era una vida atareada, pero estaba llena del trabajo significativo que tanto amaba.
La pérdida de la dicha
Había visto con mis propios ojos cómo el desbalance entre vida y trabajo afectaba a mis pacientes, pero irónicamente fui incapaz de fijarme en las advertencias cuando se trató de mí. Aunque el trabajo de la clínica era muy satisfactorio, la disminución de procedimientos lucrativos en comparación con lo que había estado haciendo en Georgetown y el hecho de que el consultorio era sólo mío (y no había con quién compartir los gastos) significaron una reducción considerable de ingresos.
Mis días en el consultorio eran largos, y las noches las pasaba trabajando en el libro, escribiendo artículos e intentando impulsar Gutrunners. Era emocionante haber fundado una organización dedicada a los principios en los que creía, pero ahora me correspondía llevar las riendas y pagar la deuda con la ASGE en los cinco años siguientes.
Tenía un horario brutal de seis de la mañana a media noche que fue difícil de sostener durante mucho tiempo. No tardé en dejar de salir a correr y de hacer yoga. En ese momento no tenía tiempo más que para hacer uno que otro entrenamiento extenuante durante el fin de semana que me dejaba adolorida al día siguiente y no mejoraba en lo más mínimo mi condición física. Mi hija era lo que más feliz me hacía, pero nunca tenía suficiente tiempo para estar con ella.
Crecí comiendo a diario verduras frescas del rancho de mi abuelo y comida casera, así que en mi hogar quería seguir esas mismas costumbres. Pero en ese entonces casi siempre cenábamos comida a domicilio que no siempre era muy saludable. La mayoría de los días no me daba tiempo de almorzar y me atiborraba de comida azucarada y almidonada para obtener energía rápida. Había días en los que la mitad de las calorías que consumía provenían de una caja de galletas. Cuanta más azúcar comía, más la ansiaba, así que empecé a consumirla cada vez más y más. No tomo café, de modo que el azúcar se convirtió en mi cafeína. El azúcar me volvió voluble, además de que mis niveles de azúcar dejaron de ser estables, por lo que cada día me sentía más cansada.
También empecé a beber champaña en las noches, mientras trabajaba. Nunca bebí mucho en la preparatoria, en la universidad ni durante la especialidad. Pero, a medida que la vida se complicaba y se volvía más estresante, adquirí el hábito de beber una o dos copas después de la cena. Lo que me atraía era el azúcar que la bebida contenía, pues abría las puertas a más ansiedad, que por lo regular derivaba en el consumo de postres para acompañar la bebida. El desvelo y el exceso de azúcar me daban jaquecas al día siguiente, las cuales me dejaban exhausta y llena de lagañas.
Ahí estaba yo, recetándoles a mis pacientes una mejor alimentación, un estilo de vida más saludable, menos estrés y más ejercicio, mientras que yo no lograba hacer lo que tanto predicaba.
Fuera de equilibrio
Jamás había tenido problemas de salud serios, y mi única experiencia como paciente había sido durante el parto de mi hija, así que cuando llegó la mala salud me tomó desprevenida. Y, puesto que seguía creyendo que era una persona sana con buenos hábitos, me costó trabajo darme cuenta de lo que me ocurría.
Por primera vez en mi vida tenía distensión abdominal. Estaba estreñida. Pero eso no era todo: por las noches me daba una terrible comezón en el recto que me volvía loca. Al principio creí que se trataba de hemorroides, pero la inspección del médico descartó ese diagnóstico. Luego pensé que serían lombrices, pues la comezón es un síntoma característico, pero tampoco resultó ser eso.
Desarrollé otros síntomas, como rosácea (la cual suele ser diagnosticada erróneamente como acné), sinusitis crónica, fatiga, niebla cerebral, ojeras, caída del cabello, aumento de peso, intolerancia a ciertos alimentos (sobre todo a los lácteos y las nueces) y olor corporal intenso. Sé que este último es bastante subjetivo, pero es que antes, cuando corría cinco kilómetros o hacía yoga durante hora y media, sudaba mucho pero no apestaba.
Me veía y me sentía fatal. A pesar de todo mi conocimiento, o quizá debido a él (pues a veces los médicos solemos creer en el fondo que la enfermedad aqueja a otros y no a nosotros), tardé varios meses en llegar al diagnóstico. Tenía un desequilibrio bacteriano también conocido como disbiosis. Mi alimentación saturada de azúcares y almidones, el consumo frecuente de postres, el champaña de la cena, la falta de ejercicio y el estrés cada vez mayor habían alterado el delicado equilibrio entre bacterias “buenas” y “malas” en mi intestino, y éstas eran las consecuencias. La dieta y el estilo de vida poco saludables habían cambiado por completo mi química corporal, y los resultados se manifestaban tanto a nivel interno (con la hinchazón y el estreñimiento) como externo (con la rosácea y la caída del cabello). Después del atracón de azúcar, sentía que me ardía la cara, pues la rosácea se intensificaba, y la comezón en el recto se volvía insoportable a medida que se multiplicaban las levaduras en mi interior. El desagüe de la regadera siempre quedaba cubierto de mechones de cabello, y yo todo el tiempo me sentía exhausta.
Por variados y distintos que parezcan, todos estos síntomas eran resultado de la disbiosis, excepto por la niebla cerebral y los episodios de fatiga extrema, los cuales resultaron ser manifestaciones de intolerancia al gluten.
De cómo mejoré mi propia digestión
A pesar de lo desconcertante que era perder el control de mi propia salud, la experiencia resultó ser muy valiosa y significativa. Reafirmé algunas de las elecciones difíciles que había tomado con respecto al tipo de ejercicio de la medicina en el que creía y reiteré los muchos defectos de la práctica actual de la gastroenterología. La disbiosis no puede detectarse ni tratarse por medio de un procedimiento endoscópico, y es el tipo de diagnóstico que sólo puede hacerse gracias a una evaluación detallada del historial del paciente y a la capacidad del médico para reconocer la relación existente entre una serie de síntomas que en apariencia no están conectados. Se trata de un padecimiento que puede ser pasado por alto en estudios convencionales o que suele descartarse como mero estrés o ansiedad.
En este libro aprenderás mucho sobre la disbiosis y cómo reconocerla y enfrentarla. Al haberla vivido en carne propia me he impuesto un nuevo propósito. Cada día estoy más convencida de que el futuro de la medicina depende de la voluntad de los médicos para escuchar a los pacientes, para usar la alimentación y el ejercicio como herramientas para mejorar la salud, y para salir de la cuadratura de los típicos procedimientos y medicamentos. Los padecimientos relacionados con el estilo de vida, como la disbiosis, alteran de forma significativa la calidad de vida, pero por desgracia no son detectables a través de procedimientos estandarizados. Además, representan el nuevo tipo de enfermedad digestiva tan común en nuestros tiempos: la disbiosis, las alergias alimenticias, la permeabilidad intestinal, las infecciones parasitarias, la candidiasis, la intolerancia al gluten y muchos otros padecimientos pueden hacer que los pacientes no diagnosticados se sientan frustrados y duden de sí mismos mientras se tambalean en la oscuridad en busca de respuestas.
Incluso después de haber detectado la causa de mis síntomas, me llevó tiempo implementar los cambios necesarios para sentirme mejor. A pesar de tener una buena base alimenticia de frutas y verduras, la naturaleza adictiva de ciertos alimentos no tan sanos se había apoderado de mí y era difícil liberarme de ella. Más tarde experimenté con el consumo de gluten, dejándolo durante varios días y luego comiendo un panecillo para ver qué ocurría: la niebla cerebral y la fatiga reaparecían sin falta. Entre semana evitaba los postres y el alcohol, pero me daba permiso de consumir los los fines de semana, lo cual pagaba con creces con un aumento de síntomas y el aturdimiento de mi metabolismo.
La estrategia que en última instancia me funcionó fue eliminar por completo todos los alimentos que sabía que detonaban los síntomas y dañaban mi salud. No fue difícil identificarlos, pues me sentía fatal después de consumirlos y eran los mismos culpables de los problemas digestivos de muchos de mis pacientes. El cambio cuantitativo parecería no representar un reto, pero es difícil mantenerlo porque experimentar una mejoría sustancial de los síntomas toma tiempo, por lo que la gente suele darse por vencida con rapidez. Por la experiencia con mis pacientes sé que se necesitan más o menos diez días para experimentar los cambios físicos de la modificación alimenticia y para que se vuelva más fácil hacerse a la idea de mantenerla. Los síntomas de la abstinencia del azúcar y de otros carbohidratos son más fuertes durante la primera semana, después de la cual tienden a ser menos intensos. Sé de lo que hablo porque pasar por ese proceso de cambio de hábitos me ayudó a entender mejor a mis pacientes y a auxiliarlos para lograrlo.
Logré una buena digestión al deshacerme del GAS: gluten, alcohol y sustancias azucaradas. También le bajé al ritmo laboral y familiar, y redescubrí los hábitos saludables que antes me habían mantenido bien. Por las noches me hacían compañía los jugos verdes, en lugar del champaña, y mi nueva licencia eran unos cuantos trozos de chocolate oscuro. En las mañanas tenía más energía para salir a correr y para retomar el yoga, y mi hija se convirtió en mi sous chef cuando empezamos a disfrutar pasar tiempo juntas en la cocina preparando platillos saludables. Con la ayuda de un buen probiótico, de comer más col rizada que nunca, de hacer ejercicio regularmente y de eliminar el GAS, la disbiosis y todos sus síntomas mejoraron poco a poco, y volví a verme y a sentirme sana y fuerte. Hoy en día disfruto un postre, un croissant o una copa de champaña de vez en cuando, pero le presto mucha atención a cómo me nutro, por lo que mi dieta y mi tracto intestinal están balanceados y son dichosos.
El viaje continúa… a tu lado
La buena digestión es un verdadero viaje, no un destino, por lo que sigo explorando qué es lo mejor para mí y qué me da los mejores resultados. Sigo teniendo muchos pendientes, como especializarme más en yoga, hacer un triatlón “Ironman” completo, experimentar con el veganismo, trasladar mi consultorio a una granja y aprender a tocar la guitarra. Pero por ahora estoy agradecida con lo que tengo y con mi buena salud.
Vivimos de forma distinta pero sufrimos de manera similar. Tengo la franca esperanza de que, si sufres de distensión abdominal o de cualquier otro tipo de afección digestiva, entre las páginas de este libro encontrarás la receta para una buena digestión.
PRIMERA PARTE
Digestión para principiantes
1
¿Qué está pasando allá adentro?
El tracto digestivo (TD, también llamado gastrointestinal) es el motor del cuerpo entero, puesto que todas nuestras células dependen de los nutrientes que en él se extraen de los alimentos que comemos para tener energía, así como de otros ingredientes esenciales, como oxígeno y minerales necesarios para la supervivencia. Es un sistema sumamente complejo y especializado, en el que cada parte desempeña un papel crucial.
En esta supercarretera digestiva de hasta nueve metros hay muchos puntos en los que las cosas pueden salir mal. Por ejemplo, la hinchazón o distensión abdominal es uno de los primeros y más comunes indicadores de que hay algún problema. En este capítulo haremos un repaso breve del sistema digestivo y de algunas de las cosas que pueden fallar en el camino. Cuanto más familiarizado estés con tu TD, más fácil será determinar si diste alguna vuelta incorrecta o tomaste la salida equivocada.
Un viaje por la supercarretera digestiva
La incomodidad gastrointestinal puede empezar en cualquier parte del TD, que va desde la boca hasta el ano. El TD superior incluye la boca, el esófago, el estómago y la primera parte del intestino delgado, llamada duodeno. La digestión comienza en realidad en la boca, en donde las enzimas de la saliva comienzan a descomponer la comida. Luego las contracciones musculares y la gravedad ayudan al alimento a descender por el largo y tubular esófago, hasta llegar al estómago, donde el ácido clorhídrico proporciona a las enzimas como la peptina el pH óptimo para descomponer las proteínas y otras moléculas de la comida.
El alcohol, la cafeína, la nicotina, los alimentos grasosos y comer en exceso pueden provocar reflujo de ácido hacia el esófago, lugar al que no pertenece, lo cual te hará salir corriendo a comprar antiácidos (los cuales, a su vez, no son muy buenos que digamos). El ácido estomacal es parte crucial del proceso digestivo, por lo que disminuirlo con medicamentos puede derivar en problemas más graves, como una mala absorción de los nutrientes o un crecimiento excesivo de bacterias dañinas, las cuales son una de las principales causas de la distensión. También puedes sentirte hinchado si el vaciamiento estomacal es retardado, padecimiento poco diagnosticado que se asocia con náuseas y dolor abdominal y que puede provocar vómitos y pérdida de peso en casos graves.
Una vez que la comida semidigerida (llamada quimo) ha pasado por el estómago, la digestión continúa en el intestino delgado. Es ahí donde el cuerpo empieza a extraer los nutrientes de la comida. Cuando sale del estómago, el quimo es muy ácido, pero el intestino delgado secreta una hormona llamada colecistoquinina, la cual estimula a la vesícula para que libere bilis alcalina a los intestinos, con lo cual cambia el pH. La bilis ayuda a digerir las grasas, causando un efecto similar al de un detergente, lo cual emulsiona las grasas de modo que se disuelvan en líquido y se absorban con más facilida