El libro de la lactancia

Dr. José María Paricio

Fragmento

Introducción
Introducción

Ya se han contado todos.

No me contéis más cuentos.

LEÓN FELIPE (1884-1968)

Escribir un libro sobre lactancia, otro más, es un reto, posiblemente complicado y difícil de superar.

Actualmente hay varias decenas de libros en el mercado editorial que hablan de lactancia, y muchos son muy buenos. Abarcan un amplio espectro en cuanto a la autoría (persona o institución experta, médico, enfermera, matrona, psicóloga, madre...), en el estilo y contenido (didáctico, divulgativo, esquemático, de autoayuda, de compartir una historia, bonita o dura...) y en el tipo de público al que se dirigen (profesionales sanitarios, profesionales de la lactancia, madres, docentes e incluso niños).

Hasta yo mismo tengo ya escrito un libro, Tú eres la mejor madre del mundo, en el que una quinta parte de sus algo más de trescientas páginas habla de lactancia, así que os preguntaréis en qué líos me meto, qué más tengo que decir y para qué quiero contar nada más.

Existe una amplia tradición de escribir libros sobre lactancia que se remonta a muchos siglos atrás. Desde la clásica descripción acerca de cómo elegir una nodriza de Sorano de Éfeso en el siglo II d. C., retomada por el médico francés Ambroise Paré en el siglo XVI y por su discípula, la matrona Louise Bourgeois, en el XVII, pasando por muchos textos escritos por médicos, filósofos y moralistas que se ocuparon más de convencer a las madres de su inexorable deber de amamantar que de otra cosa, hasta llegar a los siglos XIX y XX, en los que se escribieron infinidad de tratados y manuales sobre lactancia dirigidos a madres, explicando por vez primera la técnica de la misma.

No deja de ser curioso —o más bien inquietante— que no sea hasta la invención de fórmulas sustitutorias de la leche materna a finales del siglo XIX cuando los médicos y científicos empiecen a explicar en sus tratados la técnica detallada de la lactancia materna a las madres. Hasta entonces no hay descripciones pormenorizadas de la misma. Era un tema, una sabiduría, que se comentaba y transmitía entre mujeres, y anteriormente nunca meritó la escritura de un tratado.

Sorprendentemente, los médicos, muchos de ellos profesores y catedráticos universitarios, y todos hombres, que escriben sobre lactancia desde finales del siglo XIX y a lo largo del XX, muestran un profundo desconocimiento de esa técnica ancestral de las mujeres; quizá no la han observado nunca, más preocupados por sus modificaciones de la leche de vaca como sustituto de la leche materna, y no se molestaron en preguntar, ni siquiera a sus propias madres, cómo hicieron para amamantar y qué mañas tenían para resolver algún problema que se les pudiera plantear. Las mujeres no cuentan en ese relato fantasioso de la lactancia descrita por los hombres de ciencia.

La alimentación infantil, al igual que el parto y la crianza, fueron medicalizados a lo largo del siglo XX. La sabiduría atesorada por mujeres pasó a ser ciencia elaborada por hombres, que excluyeron a las mujeres de la comprensión de la misma.

Lo que en esos textos de puericultura se dice de la alimentación es un trasunto de la ciencia del biberón, que poco o nada tiene que ver con la de la lactancia. Esta cultura, la del biberón, tenía en ese momento un recorrido de apenas cincuenta años, es un producto construido por la medicina y la puericultura de la época, y en ella todo está muy pautado y medido, alejado por tanto de la lactancia, y, lo que es peor, de ella emanan una inseguridad y un menosprecio hacia el poder nutricio de las madres y el alto valor biológico de la lactancia, llegando a considerar tan satisfactoria la reciente invención basada en modificaciones de la leche de vaca que no contempla solventar ningún posible problema de la lactancia: la solución habitual pasa por la sustitución por la fórmula láctea científica.

Realmente, con las instrucciones de esos manuales de puericultura del siglo XX no se puede amamantar; seguirlas aboca a un fracaso a corto plazo.

Tuvo que ser un libro escrito por mujeres que amamantaban el que trastocara por completo el paradigma erróneo transmitido por la ciencia médica; se trata de El arte femenino de amamantar, escrito en 1958 por un grupo de madres lactantes que dos años antes habían fundado en Illinois el que hoy es el grupo de apoyo a la lactancia de mujer a mujer más importante del mundo: La Leche League International, La Liga de la Leche, para entendernos.

A partir de este texto, que desmedicaliza la lactancia, los libros que se escriben sobre el tema mejoran de manera clara, pues lo que ahora se narra deja de entrar en conflicto manifiesto con las mejores prácticas para que una lactancia sea posible y satisfactoria para una madre y su bebé.

Pero la lactancia natural es como un verso suelto, una anomalía, dentro del sistema económico, sanitario y social actuales; es libre, no depende más que de la madre y del bebé y, si todo queda entre ellos, entre mujeres y niños, ¿quién más se puede beneficiar de ella? Esto supone un reto en un sistema socioeconómico que tiende a buscar ciegamente la rentabilidad monetaria o de poder de cualquier actividad.

Hoy existe de nuevo un exceso de celo, tanto en la medicina como en otras disciplinas, en profesionales de muy diversos ámbitos, incluso entre aquellos que jamás se habían interesado por la lactancia y ahora ven en ella un interés, ya sea de tipo altruista o de filón comercial. Quizá con la mejor de las intenciones se la intenta aprehender, a ella, a la madre y al lactante, indicando la necesidad de seguir un control, las posibles enfermedades y problemas, reales o inventados, y vendiendo posibles tratamientos, contrastados, humo o soluciones que nunca fueron probadas como efectivas. La lactancia vuelve a ser medicalizada.

La ciencia, y con ella la ciencia médica, avanzan a una velocidad vertiginosa. Continuamente hay nuevos descubrimientos, matices, detalles; todos los días se publican en el mundo científico miles de artículos, decenas de ellos sobre lactancia y, en no pocas ocasiones, los hay que van por delante de la prudencia y la confirmación experimental, sacando conclusiones peregrinas e ideando aplicaciones extraídas por los pelos de estas publicaciones.

La desaparición de la tribu comunitaria y de la familia extensa, así como el recelo que las nuevas generaciones puedan tener hacia la anterior en cuanto a sus conocimientos y estilo de crianza, agravado por la inexperiencia casi total de esas anteriores generaciones en el tema de la lactancia, hacen que muchas mujeres y sus parejas dependan o crean depender para el éxito de su lactancia y de su crianza de la lectura de libros, blogs, opiniones de conferenciantes, expertos y gurús, que pueden venderles desde aspectos sensatos y probados hasta teorías fantásticas, tan inútiles como peligrosas o molestas.

He elegido ese subtítulo, «Todo lo que las madres y la ciencia nos han enseñado sobre la lactancia», para orientarme en la escritura de este libro. Lo que voy a contar es eso: lo que sabemos, no lo que nos imaginamos; lo que está probado, no las ocurrencias de unos u otras. «Sabemos» de «saber», sabiduría, lo que emana del conocimiento profundo, ojo, no exclusivamente de la ciencia: las mujeres atesoran un conocimiento ancestral profundo que es preciso poner por delante para no perder el tino. Expondré también lo que nos queda por saber y advertiré sobre lo prudentes que hemos de ser para no provocar daños derivados de experimentos no comprobados.

Aunque es difícil para mí, viniendo del mundo de la pediatría y siendo hombre, no concebir y describir la lactancia en términos de beneficios y riesgos para la salud, de resolución de sus posibles problemas, y no evaluar la leche materna como un producto aparte de la lactancia, separado de la mujer, con propiedades medicinales e inmunológicas propias, las madres me han enseñado que la lactancia es mucho más que eso. Es simplemente algo que madres y bebés hacen de forma natural desde el principio de los tiempos, un fenómeno suyo que trasciende el conocimiento científico y entra dentro del territorio de lo emocional, de lo cultural; un fenómeno del que, en general, disfrutaron y que siempre formó parte de la vida cotidiana, pública y privada (hoy más bien limitada al ámbito de lo privado). Los médicos llegamos más tarde y no siempre para bien.

Y aunque leerán en este libro que «el pecho funciona como una fábrica», nunca debemos olvidar que la lactancia es una práctica biológica ancestral en la que intervienen el comportamiento y el cuerpo de la madre, la demanda y las habilidades innatas y aprendidas del bebé, el amor y pasión de ambos, y los factores sociales.

El tono va a ser divulgativo y ameno, comprensible y útil para todos, desde madres y familias hasta profesionales. Madres que sepan lo básico y quieran saber más. Los profesionales encontrarán todo lo elemental que deben saber y citas bibliográficas si desean profundizar en el tema. Para contar una historia de modo entretenido y didáctico, es preciso haber empleado mucho tiempo en entenderla uno mismo lo mejor posible y, además, sentir pasión por ella. Ah, y la historia debe ser buena, claro (y la de la lactancia lo es, y mucho). No hay muchos más secretos en las historias bien contadas.

Y como se la quiero contar bien, empezaré en un primer capítulo con la apasionante historia de la lactancia; seguiré hablando del funcionamiento del pecho materno, de la composición y propiedades de la leche, de las técnicas para amamantar aprendidas de las mujeres, y de cómo la misoginia ha influido negativamente en la cultura de la lactancia y en los modelos sanitarios de asistencia materno-infantil.

Describiré las posibles dificultades y problemas tanto médicos como sociolaborales y sus mejores soluciones, así como los falsos problemas, las malas soluciones y las falsas creencias. Comentaré aspectos de la tecnificación y medicalización de la lactancia y los diversos retos derivados de amamantar en una sociedad compleja.

Acabaré explicando cómo la lactancia, un acto tan íntimo entre madres e hijos, ha dado lugar a una ingente cantidad de manifestaciones culturales y mitos sorprendentes en prácticamente todas las culturas de la humanidad, algo que resulta fascinante.

Que ustedes lo disfruten.

JOSÉ MARÍA PARICIO TALAYERO

12 de mayo de 2020

1. Conociendo nuestros orígenes
1 Conociendo nuestros orígenes

La lactancia materna es el fenómeno biocultural por excelencia. En los humanos, además de un proceso biológico, la lactancia es un comportamiento determinado por la cultura.

STUART-MACADAM, P. y K. A. DETTWYLER, Breastfeeding, Biocultural Perspectives,

Nueva York, Routledge, 1995

La lactancia nos define como clase dentro del reino animal. Somos los mamíferos, los portadores de mamas, una de nuestras características específicas principales, aunque no la única: además, tenemos pelo, cuatro cámaras cardíacas, sangre caliente, un solo hueso en el maxilar inferior provisto de dientes y tres huesecillos en el oído medio.

El nombre, «mamífero» (del latín «el que lleva mamas»), no nos lo pusieron ni el Dios de la Biblia ni Aristóteles. Es un término reciente ideado por Linneo en 1758, y la elección del mismo entre nuestras otras propiedades no es casual ni sorprendente en pleno siglo XVIII, cuando hay un interés moral y político por la lactancia como medio de subrayar el papel de la mujer en la familia y la sociedad, su rol maternal y su capacidad de amamantar.

Somos (quedamos) unas 5.400 especies diferentes de mamíferos en la Tierra, todas ellas preparadas para el amamantamiento viviendo en cualquier medio (tierra, mar y aire) y alcanzando los más diversos hábitats del planeta. Los mamíferos llevamos algo más de 200 millones de años sobre la Tierra, los humanos actuales, como especie (Homo sapiens sapiens), algo menos de medio millón de años.

Desde la aparición de los mamíferos en el Triásico, hace unos 220 millones de años, todas sus crías han mamado la leche de sus madres. Nosotros, los humanos, también hasta los últimos ciento cincuenta años.

Un complejo sistema neuroendocrino prepara a las hembras de mamífero para la maternidad durante la gestación y desencadena inicialmente, tras el parto, la conducta materna. A partir de ahí son las crías las que se encargan de mantener dicha conducta estimulando a la madre. Si el contacto se interrumpe, la conducta materna desaparece.

En condiciones normales, entre mamíferos no humanos, no son muy frecuentes los rechazos maternos de la cría ni los casos en que una hembra amamanta a la de otra madre, y se observa esporádicamente amamantamiento de crías de una especie diferente. Nosotros hemos sido capaces de llevar a cabo las tres situaciones descritas e incluso de normalizar las dos últimas (el sistema de nodrizas y la alimentación de bebés humanos con derivados de la leche de vaca).

1.1. Aproximación a la historia de la lactancia. Las nodrizas

«¿Quieres que yo vaya y llame una nodriza de entre las hebreas para que te críe este niño?» «Ve», le contestó la hija de Faraón. Fue, pues, la joven y llamó a la madre del niño. Y la hija de Faraón le dijo: «Toma este niño y críamelo que yo te pagaré».

La Biblia. Éxodo 2: 7-9 (siglo IX a. C.)

Como el resto de la Historia con mayúsculas, la historia de la lactancia ha sido escrita mayoritariamente por hombres. Es por tanto difícil encontrar voces de mujer, de mujeres, que nos dejen oír sus opiniones y sentimientos sobre el amamantamiento.

El hecho de que sean hombres los que han redactado esta historia hace aún más difícil saber qué pensaban las mujeres de sus lactancias, sus maternidades, sus hijos y sus emociones.

Pero además, la Historia ha sido escrita por representantes de las clases dominantes en cada sociedad, lo que explica que la mayor parte de lo que conocemos sobre la lactancia sea la historia de las nodrizas, ya que existen numerosos textos históricos que demuestran que, en muchas civilizaciones, hubo mujeres de clases sociales pudientes que no amamantaron ni criaron a sus hijos, sino que confiaron su crianza y primera alimentación a otras madres de estatus socioeconómico inferior, las llamadas nodrizas o amas de cría, durante los primeros años de su vida. Esto obligó a disponer de un complejo sistema legislativo que regulase la actividad, que podía ser ejercida por esclavas o mediante pago. Es lo que conocemos como «lactancia mercenaria».

No es entonces casualidad que encontremos la primera referencia histórica acerca de la lactancia en un texto legal de los babilonios de hace unos 3.800 años, que, entre 282 leyes, dedica una a regular la actividad de la lactancia mercenaria:

Si un hombre confía su hijo a una nodriza y ese hijo muere mientras lo cuida la nodriza [...] por haberse procurado otro niño sin saberlo el padre y la madre, que le corten un pecho.

Código de Hammurabi, ley 194 (1750 años a. C.)

Hay, pues, referencias antiquísimas al sistema de amas de cría: otro código babilónico de la cultura paleosemítica de la antigua Mesopotamia, unos treinta años anterior al de Hammurabi, el del Código de Ešnunna (final del siglo XIX a. C.), estipula el pago debido a la nodriza.

El hebreo Jeremías se lamenta en 600 a. C. de que las mujeres de la época «sean peores que chacales» por no amamantar a sus hijos y confiarlos a nodrizas, y se pueden encontrar hasta diez referencias en nueve libros diferentes del Antiguo Testamento y una en el Nuevo Testamento sobre las amas de cría.

Las nodrizas eran muy comunes en la Grecia clásica, exceptuando Esparta, donde existían leyes que obligaban a todas las mujeres, independientemente de su clase social, a amamantar a sus hijos. La mayoría de las mujeres nobles del Imperio romano recurrían a nodrizas para amamantar a sus hijos. Pese a ello, a la que se consideraba una buena madre en la Roma imperial era a aquella que amamantaba a sus hijos. Sorano de Éfeso, médico grecorromano (98-138 d. C.), en Gynecia, tratado de referencia de la ginecología y la obstetricia durante más de mil quinientos años, describe minuciosamente las condiciones de elección de una buena nodriza, su dieta, régimen de vida y formas de lactar. Estas condiciones son trasuntadas casi sin cambios en la mayoría de los textos médicos de los siguientes dieciocho siglos e incluso en anuncios solicitando nodriza en periódicos de los siglos XIX y XX.

A partir del siglo VII podemos encontrar referencias al sistema de amas de cría hasta en tres suras distintas del Corán, y en España, en las Partidas de Alfonso X el Sabio (1221-1284) se recogen las condiciones que deben reunir las nodrizas reales.

En Florencia, hacia 1300 se extiende la costumbre de enviar a los niños de las clases noble y media urbanas con una balia o nodriza al campo durante un promedio de dos años. En Francia, desde los siglos XIII al XIX las mujeres de clases media y alta no amamantan a sus hijos, sino que los confían a nodrizas contratadas. Ambroise Paré (1509-1590), el médico francés más famoso de su época, y una discípula suya, la matrona Louise Bourgeois (1563-1636), publican sendos libros de obstetricia con un capítulo entero dedicado a las nodrizas.

La lactancia mercenaria se extiende de tal manera durante el Renacimiento en Europa, pero sobre todo en Francia e Italia, que la mayoría de las mujeres (las de la clase humilde) amamantaban a más de una criatura a la vez: la suya propia y la dejada a su cuidado. Teniendo en cuenta el efecto anticonceptivo de la lactancia, las clases populares tenían una fecundidad limitada por término medio a un nacimiento bianual, lo que pudo constituir un efectivo control de natalidad entre las masas campesinas de la Europa preindustrial. Por el contrario, la fecundidad no controlada por lactancia entre las clases acomodadas hizo que la descendencia pudiera ascender a quince o veinte hijos, pero a expensas de una terrible mortalidad.

En Francia, lo que en el siglo XVI era una práctica exclusiva de la aristocracia, se extiende en el XVII a la burguesía y alcanza en el XVIII a las clases populares; unas y otras mujeres dependen de la leche de pago: las de clase baja, para poder trabajar, y las de clase alta, para atender sus numerosas obligaciones sociales. En 1780, de 21.000 niños nacidos en París, 1.801 son amamantados por sus madres, 19.000, por una nodriza en el domicilio familiar, nourrice sur lieu, o en la inclusa, y 199, en casa de una nodriza, generalmente en el campo.

En ese país el sistema de nodrizas alcanza enormes proporciones, siendo el más destacado de Europa por reglamentar oficialmente la lactancia mercenaria y se conoce legislación al respecto desde 1284. En el siglo XVIII se desarrollan disposiciones para proteger a los niños amamantados por nodrizas y garantizar la remuneración de las mismas, y en 1769 se crea en París el Bureau des Nourrices (Oficina de Nodrizas), dependiente del gobierno y que, entre 1770 y 1776, recluta a 15.000 amas de cría, y constituye una próspera industria que persiste hasta finales del siglo XIX.

En Inglaterra, en 1700, menos del 50 % de los niños eran criados a pecho por sus madres, y existe una precisa denominación en inglés para las nodrizas que lactan (wet nurse, «nodriza mojada») y para las que no (dry nurse, «nodriza seca»).

En los siglos XVI y XVII, los Países Bajos suponen la excepción al fenómeno de lactancia mercenaria del resto de Europa: una moral hogareña y reivindicadora de lo natural promovida por los poderes públicos presenta a la buena madre como aquella que amamanta a sus hijos; se cree por ello que hay menos nodrizas y menor mortalidad infantil que en los países vecinos durante ese período.

En pleno siglo XVIII, en los periódicos españoles, a la vez que se advierte de los peligros que acarrea el empleo de amas de leche, aparecen abundantes anuncios de ofertas de nodrizas, que constituyen más de la cuarta parte de los anuncios de puestos de trabajo.

En el siglo XIX en Rusia, a excepción de la nobleza, que sigue las costumbres francesas, la mayoría de los niños son amamantados por sus madres. También en Norteamérica y, desde el siglo XVII, la mayoría de las mujeres lactaba a sus hijos, pues no era frecuente el sistema de crianza por nodriza, mientras que en Alemania todavía en el siglo XIX era generalizado el empleo de amas de cría y resultaba raro que una madre cuidase por sí misma a sus hijos.

Brasil fue uno de los países de América que más esclavos africanos «importó». Los hijos de familias pudientes eran amamantados mayoritariamente por esclavas negras en el siglo XIX, mientras los médicos creían que su leche era de inferior condición tanto nutricional como moral y causa de gran mortalidad, con lo que buscaban en la abolición de la esclavitud un final para dicha práctica.

A partir de 1890, el desarrollo de diversas mejoras para la fabricación y conservación de leche artificial y los descubrimientos de Louis Pasteur (1822-1895) van desplazando poco a poco este sistema de crianza. El modelo persistió aisladamente mucho tiempo después: en 1910 se contratan nodrizas en un hospital para el primer banco de leche que existió, y hasta 1950 se encuentran partidas para gastos de nodrizas en el presupuesto de clínicas suecas y francesas (véase el punto «4.10. Los bancos de leche humana»).

La mortalidad infantil bajo el sistema de nodrizas era muy elevada: en el siglo XVIII la tasa de mortalidad infantil (muertos menores de un año por cada mil nacidos vivos) era de 100 entre los amamantados por la propia madre, 170 en los amamantados por nodriza en domicilio, 381 cuando la nodriza se los llevaba a su casa para amamantarlos y de 500 a 910 en los alimentados por nodrizas en la inclusa.

Los argumentos sin fundamento científico acerca de características físicas y espirituales que creían transmitidas por la leche, junto con las alarmantes cifras de mortalidad descritas, son la causa de que médicos, humanistas, filósofos, escritores, sacerdotes, moralistas, científicos y políticos de toda Europa hayan clamado desde hace siglos en contra de la lactancia mercenaria.

En Francia surge la principal y más influyente campaña contra la lactancia mercenaria de la mano del filósofo Jean-Jacques Rousseau (1712-1778), quien, pese a la contradicción de haber abandonado a sus cinco hijos en un hospicio, en Émile ou De l’éducation, de 1762, afirma que la lactancia materna une con firmeza a madres e hijos, cohesiona la familia y proporciona los fundamentos para la regeneración social.

La pasión que Rousseau inspiró por la lactancia traspasó barreras sociales y políticas, así como fronteras nacionales: bajo su influencia, en Francia y Alemania se promulgaron a finales del siglo XVIII leyes y ayudas económicas en pro del amamantamiento de los propios hijos.

A pesar de la opinión de tantos pensadores, médicos o no, que desde la Antigüedad clásica han urgido a las madres a amamantar a sus hijos, toda una serie de creencias populares, costumbres y teorías erróneas, muchas de ellas sustentadas por los mismos que ensalzaban la lactancia materna, además de una serie de factores socioeconómicos y religiosos, modas y estilos de vida, contribuyeron a un rechazo de la lactancia materna entre las clases medias y altas de muchos países de la Europa de entre los siglos XV y XIX.

Algunas de estas creencias y costumbres eran:

• Considerar que la leche del pecho es una modificación de la sangre menstrual del útero, que llega allí mediante conexiones internas entre ambos órganos (Hipócrates, s. V a. C.). Durante dos o tres años (período usual de lactancia), la leche materna sigue formando al nuevo ser, ya fuera de la madre. Esta idea es recogida por Aristóteles (s. IV a. C.), fijada por Sorano de Éfeso (s. II d. C.) y transmitida por Galeno (s. II d. C.) y Avicena (s. XI) hasta la Edad Moderna, y justifica la idea de los hermanos de leche.

• Proscribir las relaciones sexuales durante el período de lactancia (habitualmente, mínimo dos años) por creer que se podía corromper la leche (Galeno, s. II d. C.) debido a las conexiones descritas en el punto anterior.

• Afirmar que la lactancia debilita a las madres y puede ser peligrosa para su salud, especialmente durante el primer mes (Sorano, s. II d. C.).

• Purgar a la madre o nodriza si el lactante está enfermo.

• El canon de belleza imperante en los siglos XVI-XVIII, que exige a las mujeres unos pechos pequeños y unos vestidos muy ajustados, con corsés ceñidísimos.

Todas estas ideas contribuían a crear una opinión social negativa del amamantamiento, que se consideraba indigno, vergonzoso, propio de clases inferiores o de animales. Además, como tantas otras cosas, la decisión de si los hijos serían o no amamantados por la madre era prerrogativa del marido, quien, por mor de alguno de los puntos enunciados, solía oponerse. De esta manera, en la Europa de estos siglos se pone de moda la lactancia mercenaria por medio de nodrizas o madres de leche, siendo las mujeres del pueblo llano las únicas que amamantan a sus hijos y, mediante transacción económica, a los hijos de las clases acomodadas.

En la lactancia asalariada todos salen perdiendo: la madre biológica, que no está con sus hijos; el ama de cría, que muchas veces renuncia a los suyos propios; el amamantado de pago, que, si sobrevive, disocia su amor entre las dos madres, y el hijo muchas veces destetado de la nodriza, que corre gran riesgo de morir. No se puede obviar que la miseria era la principal causa de que las mujeres buscaran este tipo de trabajo.

La lactancia mercenaria se ha dado en todas las civilizaciones casi sin excepción y en todos los tiempos hasta alcanzar la actualidad, e incluso persiste aún en determinadas sociedades. Ha afectado progresivamente a la mayoría de las capas sociales, desde la realeza y la nobleza, pasando por la burguesía y las clases medias, hasta llegar a las madres asalariadas del siglo XIX, que, en la miseria y con unas condiciones de trabajo infernales, se ven obligadas a dejar a sus hijos en manos de mujeres todavía más pobres que ellas. Desde el punto de vista de las nodrizas, ha constituido también una solución laboral que ha salvado muchos pobres patrimonios en zonas deprimidas económicamente. Ha sido legislada y exhaustivamente regulada desde el tiempo babilónico hasta finales del siglo XIX, en que es desplazada en Occidente por la alimentación con fórmulas modificadas de leche de vaca.

La legislación sobre las nodrizas alcanzó su máximo desarrollo en la sociedad francesa de los siglos XVIII y XIX. Sin embargo, no se pudieron evitar abusos que se traducían por una mortalidad infantil de dos a cuatro veces superior a la que presentaban los lactantes criados por sus madres.

El éxito de la lactancia mercenaria está relacionado con numerosos factores. La jerarquización, la acumulación de riqueza y la subsiguiente desigualdad que existe desde el Neolítico, el deseo y control de la descendencia (a más lactancia, menor frecuencia de fecundación) y de la sexualidad femenina (prohibición de las relaciones sexuales mientras dure la lactancia), la comodidad, el deseo del hombre de dar prioridad a sus genes frente a los de la madre biológica, que, suspendiendo la lactancia, deja de contribuir biológicamente a la formación del hijo (creencia muy extendida), la ambigüedad-envidia del padre respecto al seno materno, el deseo materno de no implicarse afectivamente ante la terrible mortalidad infantil de muchas épocas, la idea en algunas sociedades del siglo XVIII de que la lactancia es un fenómeno muy animal para las damas de alta alcurnia, de que la lactancia afea los pechos, etc.

En cualquier caso, es significativo saber que los numerosos contratos de nodrizas que se conservan aparecen firmados por hombres: los maridos respectivos de la madre y de la nodriza.

El hecho de que la leche materna fuera considerada un producto de la sangre menstrual, materia impura para las tres religiones del libro, explica el ancestral tabú del calostro. Veremos más adelante (véase el punto «2.4.2. Calostro y leche de transición. Lactogénesis I y II») como esa primera leche, el calostro, tiene un color amarillo naranja-rojizo que puede recordar a la sangre. Según este tabú, hasta que la leche no fluye blanca, está contaminada por la sangre menstrual. La mujer debe desecharla durante unos días (o semanas) en los que al recién nacido se le ofrecen mezclas de diversas sustancias: agua, leche de animal, grasa, manteca, miel o, en el mejor de los casos, leche de otra mujer. Esta ha sido una práctica ancestral y generalizada en casi todas las sociedades desde la Antigüedad, que alcanzó el siglo XIX en general y que persiste hoy día en India, Pakistán, algunas zonas de Turquía, varios países de África y muchas comunidades indígenas asiáticas y americanas. Debido a la mortalidad que origina, es un motivo de preocupación para la Organización Mundial de la Salud (OMS). La práctica común aplicada hasta hace poco en hospitales de nuestro entorno de ofrecer inicialmente suero glucosado a los recién nacidos se podría considerar una deriva pseudocientífica del tabú del calostro.

1.2. Duración de la lactancia

Hijo, ten compasión de mí que te llevé en el seno por nueve meses, te amamanté por tres años y te crie y eduqué hasta la edad que tienes.

La Biblia, Segundo libro de los Macabeos, 7: 27 (124 a. C.)

La duración media de la lactancia entre nosotros, los mamíferos, varía de cinco días en algún pequeño roedor y alguna musaraña a más de novecientos en grandes simios (chimpancés y orangutanes) y humanos.

En general, salvo escasas excepciones, el tiempo de lactancia guarda una relación directa con la masa corporal de los individuos de la especie. Los tiempos de lactancia superiores a quinientos días son comunes en especies con grandes cuerpos y con una sola cría por gestación, como canguros, grandes simios, morsas, ballenas, sirenios, elefantes y rinocerontes.

El tiempo de lactancia ocupa en casi todos los mamíferos entre el 40% y el 60% del total del tiempo de inversión materna en la cría, tiempo de flujo de masa y energía de una a otra y que se extiende desde la concepción hasta el destete (embarazo más lactancia), de tal manera que los tiempos de embarazo son similares a los de lactancia en la mayoría de los mamíferos. La excepción está en los marsupiales, cuyo tiempo de lactancia es el 90% del total del tiempo invertido por la madre en la cría.

Sabemos también que el crecimiento del cerebro está en relación directa con la duración total de los períodos de gestación y lactancia. Las especies con cerebros más grandes respecto a su masa corporal tienen mayor tiempo de inversión materna en las crías (embarazos y lactancias más prolongados).

Existen numerosas fuentes para documentarse acerca de la duración de la lactancia a lo largo de la historia de la humanidad y aproximarse a su duración media en distintas civilizaciones y sociedades de la cultura occidental de los últimos ciento cincuenta años.

Las disciplina fundamental para estudiar la duración de la lactancia materna es la antropología, pero esta recurre a otras como la etnografía, la etología, el estudio radioquímico de huesos y dientes de individuos de la Antigüedad y, cómo no, a datos dispersos en tratados históricos, en obras literarias y objetos artísticos: pinturas, esculturas, etc.

Con base en diversos patrones de primates no humanos, la edad de destete natural correspondiente a los humanos estaría entre los dos años y medio y los cinco años. Muchos grandes mamíferos, incluidos los grandes primates, destetan cuando la cría alcanza el cuádruple de su peso al nacer (24 a 30 meses en humanos), cuando alcanzan el tercio del peso de un adulto (4 a 7 años en humanos), en función del peso de una hembra adulta (2,8 a 3,7 años en humanos), seis veces el período de gestación (4,5 años en humanos) o con la erupción de los primeros molares permanentes (5,5 a 6 años).

Por datos históricos y literarios se sabe que el tiempo de lactancia en los humanos hasta hace menos de cien años, e incluso hasta hoy en algunas regiones del mundo, ha permanecido estabilizado entre los dieciocho meses y los tres años de vida, y desde tiempos históricos muy antiguos, con introducción de otros alimentos, entre los seis y los veinticuatro meses según culturas.

En la Mesopotamia del segundo milenio a. C., el Código de Ešnunna establece un contrato de tres años con la nodriza, en la India del período Ayurvédico (1800 a 1500 a. C.) se recomienda una lactancia exclusiva durante un año con destete progresivo hasta los tres años, y en los papiros egipcios se podía leer: «cuando naciste ella te llevó a su cuello y durante tres años te amamantó». Similar tiempo se recoge en la Grecia del siglo IV a. C. y en el Imperio romano en las cuatro primeras centurias de nuestra era.

Pero había duraciones superiores de la lactancia materna: Porfirio nos dice que su maestro Plotino, filósofo grecorromano del siglo III d. C., se sintió muy avergonzado al sorprenderle lactando cuando ya iba a la escuela de gramática, hacia los ocho años.

La cita introductoria de este apartado hace pensar que entre los judíos del siglo II a. C no sería rara una lactancia de tres años, y en el Talmud se recomienda una duración de 24 meses. Desde el siglo VII el islam prescribe un amamantamiento de dos años «completos», lo que recomienda el médico persa Avicena (Ibn Sina, 980-1037) cuatro siglos después.

Hay testimonios literarios en toda Europa desde los siglos VIII al XIX que nos hablan de duraciones de lactancia materna entre los dieciocho meses y los tres años. En el sur de Francia en el siglo IX, en las familias campesinas se destetaba a los niños a los dos años y a las niñas, al año.

En todas las clases sociales la lactancia se complementaba a menudo y pronto con papillas de pan y leche de animales o agua. En las clases altas, el destete solía ser brusco, mientras que entre el campesinado o clases bajas era progresivo y la lactancia se prolongaba más tiempo.

El desarrollo de la dentición ha sido un factor decisivo tanto en la introducción de alimentos distintos de la leche materna como en el destete definitivo, que en muchas sociedades han venido condicionados, respectivamente, por la aparición de los primeros dientes en el segundo semestre y su erupción total hacia los dos años y medio.

A lo largo del siglo XX se han conocido prácticas de crianza de diversos pueblos que históricamente han mantenido poco contacto con la civilización predominante, y gracias a la literatura etnográfica podemos saber que la duración media de amamantamiento es de tres a cuatro años en sociedades tradicionales en las que no se ha diseminado el uso de fórmulas artificiales de leche; la edad del destete total va desde los cuatro meses de los hotentotes africanos, pasando por el año de pueblos de Samoa, uno o dos años de tribus armenias, dos o tres años de aborígenes australianos, tres o cuatro años de habitantes de Groenlandia, cinco años en pueblos hawaianos y hasta siete años en ciertas poblaciones esquimales.

1.3. Los últimos ciento cincuenta años. Alimentación con fórmulas modificadas de leche de vaca

Una loba sedienta de los montes cercanos se desvió hacia el llanto de los niños y, con mansedumbre, se inclinó sobre ellos y les ofreció sus mamas.

TITO LIVIO (s. I a. C.) Ab Urbe condita

(Historia de Roma desde su fundación)

Desde los albores de la humanidad y hasta casi 1900 todos los niños eran alimentados con leche de mujer (madre o nodriza), ya que los intentos que se habían hecho de hacerlo con leche de otros mamíferos acababan muy temprano con la vida de los lactantes, debido a la diferente distribución porcentual de los componentes orgánicos e inorgánicos de las mismas.

Durante la mayor parte de la historia del género humano, no ha habido sustituto eficaz para la leche materna. En el papiro egipcio encontrado en Tebas por Ebers, perteneciente al principio de la XVIII Dinastía (1587-1328 a. C.), se describen métodos para estimular el flujo de leche en mujeres lactantes y para saber si la leche es buena o mala.

En el siglo XVIII se descubre por qué los lactantes humanos no sobreviven con leche de otros animales. La leche de cada especie animal se adapta a sus características propias de crecimiento. El lactante humano tarda entre 90 y 140 días en duplicar su peso al nacer, un ternero lo hace en unos 50 días y cánidos, como la loba, doblan el peso en algo menos de 10 días. En la siguiente tabla puede verse cómo la concentración de proteínas es mayor cuanto más rápido es el crecimiento de las crías de diferentes mamíferos.

Composición cuantitativa por 100 ml de leche de mujer y de diversas mamíferas

Adaptado de Rezaei et al. 2016 y Landete et al. 2000.

Así pues, la leche de vaca contiene tres veces más proteínas y sales que la leche de mujer, y eso no lo tolera el riñón de bebés menores de tres o cuatro meses. La leche de cánidos como la loba contiene unas diez veces más proteínas y unas cinco veces más minerales que la de mujer, lo que supone una carga renal de solutos aún más insoportable que la de la leche de vaca para la supervivencia del lactante humano. Muy probablemente, el mito de Rómulo y Remo no sea más que eso: un mito. El mismo Tito Livio, que fija por escrito esta historia, cree que es una leyenda originada por el equívoco nombre latino de la profesión a que se dedicaba la mujer del pastor que los recogió (lupa, loba = prostituta).

No se conocen textos médicos que describan la alimentación infantil desde los tiempos antiguos hasta el Renacimiento. Se creía que la leche de animales (al igual que la de la nodriza) podía transmitir al niño los caracteres de estos, por lo que no se consideraba tolerable.

En el siglo XVIII se inician experimentos en hospicios sobrecargados de lactantes abandonados con el fin de disminuir los enormes costes derivados de contratar las nodrizas que los amamantan, buscando fórmulas alimenticias que puedan sustituirlas. Estas prácticas se saldaron con terribles fracasos, originando una gran mortandad, cercana muchas veces al 100 %, en cualquier caso, dos o tres veces superior a la conseguida con la alimentación por nodrizas. En inclusas francesas en las que se criaba a los niños con mezclas artificiales de leche y sopas de pan, panade, morían entre cinco y ocho de cada diez niños, mientras que en las que habitualmente eran amamantados por nodrizas, la cifra era de tres de cada diez. En el hospicio de Rouen, entre 1763 y 1765 solo sobrevivieron cinco niños de un total de 132 internados. En hospicios de Nueva York, la mortalidad con leche artificial era cercana al 100%.

Son precisos varios descubrimientos y avances científicos para conseguir un producto que no mate directamente o a corto plazo a los lactantes pequeños.

El médico francés Jean Charles Des-Essartz, en su Tratado de la alimentación de los niños de 1760, expone la diferente composición de la leche de mujer y de diversos animales (vaca, oveja, cabra, yegua y asna).

El británico Underwood en 1799 y el alemán Simon en 1838 llevan a cabo sendos análisis químicos detallados de la leche. Hay que tener en cuenta que hasta entonces la única aproximación a las características o composición de la leche de mujer consistía en el clásico y absolutamente carente de rigor científico test de la uña, primeramente descrito por Sorano en el siglo II d. C.: una gota de leche se depositaba sobre la uña del dedo pulgar para, al mover el dedo, ver cómo de rápido se desplazaba por la uña, muy aprisa o muy despacio, con lo que se consideraba poco o muy espesa respectivamente. Una leche de buena calidad se movía en la uña ni muy aprisa ni muy despacio.

En 1822, el francés Nicolas Appert logra evaporar el agua de la leche, y en 1835 el inglés William Newton patenta la leche evaporada azucarada.

A partir de 1865 hay nuevos avances para la conservación de productos alimenticios, como la pasteurización. Se abren numerosos establecimientos provenientes de Francia, llamados Gotas de Leche, en los que se distribuye leche de vaca en condiciones higiénicas y seguras para niños de clase humilde. Tras este pretendido buen hacer hay un olvido y desprecio total de la cultura de la lactancia materna.

En 1865, el químico Justus von Liebig desarrolla, patenta y comercializa un producto, primero en forma líquida y luego en polvo, que es una mezcla de leche de vaca diluida, harina de trigo, malta y bicarbonato potásico. Se denominó «fórmula Liebig» y constituye la primera fórmula láctea para alimentación infantil. Dos años después, el boticario suizo Henri Nestlé toma la idea para fabricar su harina lacteada.

Apenas veinte años más tarde, ya había en el mundo 27 fórmulas para alimentación infantil patentadas. Esta industria, de la alimentación en general y de la infantil en particular, es hoy una de las más poderosas y boyantes del planeta, y ha contribuido en gran manera a través de una desmedida promoción publicitaria a la destrucción de la cultura de la lactancia materna a lo largo del siglo XX en prácticamente todas las sociedades humanas, generando una elevada morbilidad y mortalidad. Como dato: Nestlé, la principal industria de alimentación infantil, se cuenta desde hace años entre las veinte empresas más grandes del mundo.

[...] al doblar el siglo se habían puesto los cimientos para la alimentación sistemática de lactantes con leche distinta de la humana [...] La alimentación artificial temprana de los lactantes constituye el más vasto experimento sin controles del mundo.

Profesor Bo VAHLQUIST (OMS), 1981

Desde finales del siglo XIX y a lo largo de todo el XX se desarrolla el mayor experimento a gran escala en una especie animal y sin comprobaciones previas de los posibles resultados: a la especie humana se le cambia su forma de alimentación inicial y centenares de miles de niños pasan a ser alimentados con leche modificada de una especie distinta, la vaca. Las consecuencias, que no se previeron, han sido desastrosas en el mundo expoliado (miles de muertos por infecciones y desnutrición), muy graves y posiblemente no del todo conocidas a largo plazo en las sociedades enriquecidas de la tierra: aumento de enfermedades infecciosas e inmunitarias, de consultas médicas y de hospitalizaciones, entre otras (véase el punto «2.5. Riesgos de la alimentación con fórmulas modificadas de leche de vaca»).

Además del desarrollo de conocimientos científicos que permiten modificar la leche de vaca para acercarla químicamente a la de mujer, fueron precisos los cambios sociológicos propios de la era moderna de la sociedad industrial que se dieron a lo largo de los siglos XIX y XX:

• La incorporación de la mujer al trabajo asalariado hace que se vea el amamantamiento como un problema, con lo que se deriva inicialmente (siglo XIX) hacia la lactancia mercenaria y posteriormente (siglo XX) hacia la lactancia artificial.

• Parte del pensamiento feminista considera la lactancia materna una carga inasumible y la artificial, una liberación.

• Enormes intereses económicos de la industria de alimentación infantil.

• Una ideología dominante que ensalzaba el progreso y la tecnología preconizaba la «maternidad científica», uno de cuyos paradigmas era la lactancia artificial. La ciencia de la nutrición desarrolla tal dependencia del cálculo y la medición que lleva a la falsa creencia entre la población y los profesionales de que lo industrial es más perfecto que lo natural porque se puede medir, pesar y calcular «científicamente».

• A lo largo del siglo XX, los profesionales sanitarios, fundamentalmente médicos, se mueven entre el desinterés, la fascinación por esta nueva ciencia, el interés pecuniario que les brinda la propia industria de la alimentación y una prepotencia que niega cualquier posibilidad de intervención válida de las propias mujeres en su parto y en la crianza y alimentación de sus hijos.

• Hace cientos de miles de años, en especies de la familia a la que pertenecemos (homínidos), aparece una modificación evolutiva de la cadera que los conducirá de la condición de cuadrúpedo a la bipedestación, con liberación de las patas anteriores. Lo que en términos adaptativos globales supone una mejora para la supervivencia hace que el parto, de poca dificultad en los primates, suela necesitar asistencia en los humanos, y se convierte así en una actividad social, acompañada, más que en un acto solitario. Esa asistencia, a lo largo del último siglo y según los países, se presta en hospitales coincidiendo con la implantación de la maternidad científica y el predominio de la alimentación artificial: una serie de rutinas erróneas que difunden los profesionales sanitarios contribuye a dificultar enormemente la lactancia materna.

Aun queriendo y con más conocimientos, no es fácil enmendar el yerro producido; en efecto, más de una generación de mujeres no ha amamantado a sus hijos, interrumpiéndose así la transmisión de conocimientos intergeneracional y perdiéndose una cultura, un saber hacer transmitido.

Si en la lactancia todo fuese cuestión de instinto, no habría mayor problema, pero este no es el caso. Existe un componente instintivo, fundamentalmente por parte del recién nacido (reflejos de búsqueda y succión-deglución), junto con unos reflejos neuroendocrinos sumamente eficaces en la madre —la estimulación del pezón provoca aumento de las hormonas prolactina y oxitocina (véase el punto «2.3. Cómo funciona el pecho. La fisiología»)—, pero también un importante componente cultural transmitido: la técnica o arte femenino de amamantar, transferido sabiamente de madres a hijas y que formaba parte del acervo cultural de la humanidad sin que los sanitarios tuviésemos que intervenir. Pues bien, eso es lo que se ha perdido: la cultura del amamantamiento, de la crianza natural, y posiblemente se haya dificultado o complicado el vínculo afectivo natural entre madres e hijos.

Así, la lactancia materna (por madre o nodriza), que era el modo absoluto de alimentación antes de 1860, pasó a ser progresivamente minoritaria en favor de la alimentación con fórmulas artificiales. Los años de más baja frecuencia se sitúan en torno a 1950-1960.

En el momento actual estamos en manos de una poderosa industria que nos dicta cómo alimentarnos, nos convence de lo que es sano y lo que no, y por medio de sutiles campañas de concienciación y compra de voluntades políticas y científicas, se erige en defensora de la salud y, sin saberlo, comemos y bebemos lo que a los propietarios y accionistas de esa i

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