La elección de Alexia (Saga Alexia 3)

Susana Rubio

Fragmento

cap-2

1

Veintitrés días antes...

—¿Vas a ir a la disco o no, petarda?

Miré a Lea con cara de fastidio y afirmé con la cabeza.

Era el primer miércoles después de Semana Santa y al día siguiente habían organizado otra de aquellas megafiestas en Magic.

—¿A santo de qué hacen esa party ahora? —le pregunté observando a Adam mientras servía las bebidas a un par de chicas con una enorme sonrisa en su cara.

Los alumnos de cuarto de casi todas las facultades se habían ido de viaje durante las vacaciones de Semana Santa, así que no tenía sentido montar otra fiesta para recaudar dinero.

—Es para una causa benéfica o algo así...

—¡Qué bonito! —le dije con desdén.

—Alexia. —Lea me miró avisándome de que me estaba pasando de borde.

—Lo siento, lo siento. No tengo el día.

—Hace semanas que no tienes el día.

A la que podía me sacaba el tema, sabiendo que no resultaría.

—¿Podemos no hablar del mentiroso? ¿Te parece bien?

—Si quieres te bailo el agua.

Lea y yo nos miramos con el rostro serio, algo inhabitual entre nosotras.

—No hace falta, pero tampoco quiero hablar de lo mismo otra vez. Borrón y cuenta nueva. No me lo pongas más difícil.

Lea insistía en que yo seguía enamorada de... de Thiago.

—Es que no lo soporto, Alexia. Te estás jodiendo la vida por una... por una tontería.

La miré con gravedad. Ella no sabía la verdad. Nadie la sabía, claro.

—¿Puedes respetarlo?

—Puedo.

—Pues ya está.

Solíamos acabar igual cuando hablábamos de Thiago. Era lógico que Lea creyera que mi reacción era algo exagerada: había asegurado que no quería nada con él nunca más.

«Mi hermano, joder. Mi puto hermano.»

El 21 de enero, un día después de mi cumpleaños, era una fecha que no iba a olvidar en la vida. Maldito día.

Aquella noche la pasé con Thiago, hicimos el amor, dormimos abrazados y al día siguiente fue cuando me enteré de que él era D. G. A. Por supuesto pillé un rebote de los míos, pero Thiago, que empezaba a conocerme, dejó que me marchara de su casa para reflexionar. Hablaríamos más tarde. Pero... cuando llegué al dúplex y leí la carta de mi madre donde decía que Thiago era mi hermano, no pude ni plantearme la posibilidad de hablar con él.

Tenía mil sentimientos encontrados.

¿Me había acostado con mi propio hermano? ¿Me había enamorado de mi hermano? Joder, no podía asimilarlo. Thiago era fruto de la pasión que ya existía años atrás entre mi madre y su padre. Dios. ¿Y mi padre? No, no entendía a mi madre. Si antes la odiaba y la repudiaba, en ese momento la hubiera matado con mis propias manos.

... Necesito que nos veamos donde siempre y hablemos de mi embarazo. Este niño será fruto de nuestro amor, pero los dos sabemos que no podemos estar juntos.

Tuya,

Álex

Guardé el papel en el sobre, lo doblé y miré a mi alrededor pensando dónde podía esconderlo. Joder... Me temblaba todo el puto cuerpo y, si no me daba prisa, me iba a desmayar con aquello en las manos.

El pequeño neceser que me había regalado Lea podía ser un buen escondite. A veces las cosas que dejabas más a la vista eran las que pasaban más desapercibidas. De todos modos, nadie tenía que buscar esa carta y yo me iba a deshacer de ella en cuanto entendiera qué cojones ponía allí, porque no quería ni pensarlo.

¿Hermanos? ¡¡¡No!!! ¡¡¡Hostia, no!!!

Hermanos... No, no, la madre que me parió...

Cerré el neceser y lo escondí en el fondo de mi cajón. Me dejé caer en el suelo y coloqué la cabeza entre las piernas. Lloré durante una hora seguida hasta que me obligué a analizar esas palabras.

Mi madre engañaba a mi padre con el padre de Thiago y se había quedado embarazada de él. Según ese papel ella creía que podía ser hija de Joaquín, pero... ¿y si estaba equivocada?

Si estaba en lo cierto..., ¿me había acostado con mi hermano?

Se me cerró la garganta y sentí que me costaba respirar. Mierda. No podía ser cierto. Aquello era una puta pesadilla.

¿Y mi padre? ¿No era mi padre? Sí, lo era. Él me había criado, pero...Joder, no, no podía ser. No quería creérmelo.

Me pasé aquella hora dándole vueltas a lo mismo y sintiéndome víctima de una mentira. Odiaba a mi madre con todas mis fuerzas. Me había jodido la vida y había roto lo mío con Thiago... Pero, si sabía que él era mi hermano, ¿por qué no había sido más dura con ese tema? ¿Tan hija de puta era? Quizá no lo tenía claro..., yo tenía rasgos de mi padre, ¿verdad?

Empecé a llorar de nuevo pensando que tal vez mi padre no era mi padre... ¿Cómo iba a poder vivir con eso? ¿Cómo iba a mirarlo a la cara cuando lo viera? ¿Qué iba a decirle? «Creo que no soy tu hija... Mamá te engañaba con otro hombre...»

Pero solo fui capaz de sacar cuatro piezas de ropa del armario para colocarlas en mi pequeña maleta, coger el billete de avión que me había regalado Marco e irme a Londres con él.

—Alexia...

Salí de golpe de mis pensamientos y, por el tono de Lea, comprendí que allí había alguien a quien no quería ver.

Sus ojos verdes se cruzaron con los míos y retiré la mirada con desprecio. Era mi única arma, joder. Despreciarlo, aborrecerlo y rechazarlo una y otra vez. ¿Cuántas veces le había dicho ya que era un mentiroso de mierda? Y cada vez que lo hacía mi corazón se rompía y uno de sus trozos caía al vacío en un pozo que empezaba a pesarme. Pero no podía contarle la verdad: «¿Sabes, Thiago? Realmente te dejé porque somos hermanos. ¿Cuándo me vas a presentar a una cuñadita?».

—¿Alexia? ¿Vas a llorar? —Lea me devolvió a la realidad.

Tragué saliva intentando que esas lágrimas no llegaran a salir.

—No —respondí más bien seca.

—Joder... —Lea resopló cruzándose de brazos.

Escondí mis ojos en el móvil. No quería cruzar la mirada con Thiago. Entendía que él podía hacer lo que quisiera, pero no me entraba en la cabeza que siguiera yendo a El Rincón sabiendo que yo estaría allí y sabiendo que no quería verlo ni en pintura.

Abrí Instagram y fui mirando algunas Stories. Evidentemente había eliminado el perfil de D. G. A. y todas nuestras conversaciones. Thiago había intentado explicarme más de una vez que aquel mismo día me lo iba a contar todo, que había quedado con su tía, la pelirroja, para decírmelo...

Al principio no contesté a sus llamadas, así que cuando volví a pisar el campus tras aquella semana en Londres, Thiago me esperaba.

—Alexia...

—¡Ni me nombres!

—Joder, nena...

Lo miré furibunda. Debía mostrar que estaba muy enfadada y debía cortar por lo sano cualquier relación con él. Era mi hermano, vale, pero para mí ya no era nadie.

—Te lo voy a decir solo una vez, Thiago. No quiero saber nada de ti.

—Pero..., Alexia, vamos a hablar, por favor.

—¡No!

Seguí mi camino y lo ignoré. Sentí el peso de su mirada y supe que aquello no iba a acabar ahí.

Discutimos muchas veces tras aquel primer contacto. Thiago quería explicarse y yo no le dejaba. Al final nos gritamos como dos locos en la sala de estudio. Él no entendía nada y yo estaba desquiciada: que el chico del que estás enamorada no tire la toalla, que ese mismo chico sea de tu sangre... es para volverse loca.

—¡¡¡Hostia puta, Alexia!!! ¿Me mentiste o qué cojones te pasa?

—¡Tú mentiste!

—No fue queriendo y te lo iba a contar.

—¿Después de meses?

—¡Joder, no fueron meses!

Nos quedamos mirando echando fuego por los ojos porque el deseo entre nosotros seguía latente.

—¿Sabes qué creo? Que has jugado conmigo.

Cerré los ojos unos segundos al oír sus palabras. Yo, en su lugar, hubiera pensado lo mismo. Realmente lo de D. G. A. había sido una cagada, pero no era para tanto... al menos no tanto como para odiarlo de ese modo.

—Follamos y ya tuviste bastante, ¿es eso?

No quise responder porque me daba miedo ponerme a llorar.

—¡Hostia, Alexia! ¡Sé sincera! ¡Dime la verdad!

—La verdad es la que es y no quieres oírla. Es simple, no quiero verte ni saber nada de ti.

Lo dije con calma, con una frialdad que incluso a mí me asustó.

Me miró incrédulo y alcé la barbilla para asegurarme de que me sentía orgullosa de aquellas palabras. En parte quería que me odiara y que dejara de perseguirme por los pasillos.

Thiago se fue con los ojos acuosos y yo me apoyé en una de las paredes negando con la cabeza. Con muchas más disputas como aquella iba a terminar bien jodida.

Yo todavía lo quería. Pero no podía quererlo.

Me pasé varias noches llorando, una tras otra. Las pesadillas regresaron con más fuerza. Aparecía Antxon ensangrentado, aparecía mi padre renegando de mí una y otra vez, y a veces aparecía Thiago rogándome una oportunidad que jamás le daba.

—Novata, dame solo un minuto... —me decía.

—No puedo.

—¿Por qué, pequeña?

—No me llames así.

—¿Por qué? Siempre serás mi pequeña.

—No... no...

—Sé que me quieres. Veo cómo me miras.

—No, Thiago, no podemos estar juntos.

—¿Por qué dices eso? ¿Hay algo que no me cuentas? Es eso...

Y entonces yo empezaba a correr como una desesperada, pero no llegaba a ningún lado y me pasaba la noche sudando y llorando.

—Alexia, te suena el móvil.

Miré a Lea y seguidamente a mi teléfono. Joder, últimamente no daba pie con bola.

—¿Hola?

—Muñeca, soy yo.

—Marco...

Lea me miró alzando las cejas y yo me levanté para salir de El Rincón.

—¿Qué tal? —acerté a preguntar.

—Yo igual de buenorro, ¿y tú?

—Yo igual de agilipollada —respondí medio sonriendo.

Vi de reojo a Thiago, que estaba sentado solo en una mesa leyendo un libro, y me obligué a no mirarlo más de la cuenta.

«Es tu hermanito mayor.»

—Te llamaba para saber si haces algo esta noche.

—Eh..., pues hay una fiesta en Magic y pensaba ir con las chicas.

—Es verdad, algo me ha dicho Gregorio. Quizá nos veamos allí —dijo tanteando el terreno.

—Entonces me tocará invitarte a mí, te debo unos chupitos.

Nos reímos al recordar la noche en que nos bebimos casi una docena de chupitos de tequila entre los dos. Fue el segundo día que pasé en Londres y salimos de aquel pub inglés con una peana que no podíamos con ella. Yo estaba destrozada, no podía explicarle a nadie el porqué de mi desdicha y Marco resultó ser un buen hombro en el que apoyarme. Se portó genial conmigo porque sabía que algo me ocurría, pero en ningún momento me agobió ni tampoco intentó meterme la lengua en la garganta.

Había aparecido en su loft de repente y me abrió la puerta como si fuera lo más natural. Supuse que mi mirada, mis ojos rojos y mis pocas ganas de nada lo dijeron todo. Marco se convirtió en ese momento en mi ancla para no irme a la deriva, algo que no olvidaría nunca y que explicaba que entre él y yo se hubiese creado un fuerte vínculo que nadie entendió cuando regresé a Madrid. Se especuló incluso con que había dejado a Thiago para estar con mi jefe. Me dio absolutamente igual. Había vivido toda mi vida ignorando las opiniones de los demás. Yo era más fuerte que todo eso.

Pero ¿era lo suficientemente fuerte como para dejar de amar a Thiago? De eso no estaba tan segura.

cap-3

2

—Cariño, siempre puedes elegir... —me había dicho mi padre.

—No, papá. No es tan sencillo.

—Pero la historia con ese chico, ¿no se puede solucionar?

—No, es imposible.

—¿Quieres hablar de ello?

—Prefiero no darle más vueltas, papá —le había contestado.

¿Cómo iba a decirle a mi padre la verdad? Joder, estaba rodeada de mentiras, y lo más jodido era que yo llevaba el peso de todas ellas.

Mentía a mi padre, a Lea, a Thiago... Pero tampoco tenía otra alternativa. Me creía lo suficientemente fuerte como para poder soportarlo. De momento.

Había aprovechado aquella escapada a Londres para ir a ver a mi padre, por supuesto. Lo llamé y nos vimos inmediatamente porque se asustó al saber que estaba en la ciudad. Le dije una verdad a medias, como a todo el mundo. Tenía muy claro que el secreto de mi madre se iría conmigo a la tumba. ¿Qué necesidad tenía de hacer daño a más gente? Mi padre siempre sería mi padre. Y en cuanto a Thiago..., era complicado porque toda su familia podía verse involucrada. ¿Cómo iba a decirle que compartíamos padre? ¿Quién era yo para romperlo todo? Bastante tenía con lo mío.

Había pasado del asco a la pena y de la pena a la rabia. Me sentía enfadada con el mundo muy a menudo. Me había enamorado de un chico por primera vez y resultaba que era un imposible gracias a mi madre. Una madre a la que yo le importaba bien poco.

—Alexia, ¿sales otra vez?

Miré a mi madre por encima del hombro y pasé de responder a su pregunta. Desde que había leído aquella carta las cosas entre nosotras habían empeorado muchísimo.

Primero porque yo me había ido a Londres sin decir nada. Después porque mi comportamiento con ella no era nada agradable. Lógicamente toda mi rabia acababa recayendo en ella. Sus mentiras me habían jodido la vida y para mí era la única culpable de todo lo que me sucedía. Ella había elegido putearme y yo no tenía más opción que odiarla.

—Adiós, Snoopy, que te sea leve la compañía —le dije al gato de mi madre para que viera que me importaba más aquel animal que ella.

—Muy bien, Alexia. Sigue así y acabarás como tu abuelo. Bebiéndose el dinero y rodeado de putas.

No le hice caso y cerré la puerta de golpe.

«A ver si le cae el dúplex encima de esa estúpida cabeza.»

Los pensamientos de irme de allí cada vez eran más frecuentes; había llegado a un punto en que su sola presencia me molestaba. Para mí era la culpable de todos mis males. Había tomado la decisión de quejarme menos y empezar a mover ficha. Ya tenía diecinueve años y había mucha gente de mi edad que se espabilaba sola. Podía empezar a mirar pisos y eso mismo fue lo que hice aquella mañana.

—Vaya, ¿alguien busca piso? —Thiago se sentó a mi lado con su habitual descaro.

Todo era más fácil cuando estábamos enfadados, pero no podía actuar como una niña de diez años, huyendo cada vez que él aparecía. Yo estaba con Adri y Lea, así que tuve que aguantarme.

—Alexia busca piso —respondió Adri con rapidez.

Thiago me miró y yo me hice la sueca.

—¿Y eso? —Su tono de preocupación me llegó al corazón.

Él sabía cuál era la situación con mi madre.

—Ya me toca, ¿no? No voy a estar siempre tras las faldas de mi madre. —Mi tono era irónico y Thiago supo que lo decía por él.

Sonrió a medias y chasqueó la lengua en un gesto chulesco.

—Pero ¿lo pagarás tú?

Lo miré fijamente y sus ojos verdes me traspasaron. Leí en ellos deseo, cariño y amor, todo a la vez.

—Eso no es cosa tuya —respondí sin querer darle más explicaciones.

No éramos amigos. No éramos nada.

—Oye, pues podríamos compartir piso, ¿no? —dijo con desparpajo.

—¿Y si nos vamos los cuatro? —añadió Adri, divertido.

—¿Has bebido de buena mañana? —le preguntó Lea alzando las cejas ante la salida de su chico.

—A ver, Lea, estos dos acabarán...

No terminó la frase y lo miramos esperando el final.

—Bueno, pues eso —dijo sin saber cómo salir del lío en el que él solo se había metido.

—Adri, si no te importa, prefiero vivir sola.

—Pero aceptarás visitas, ¿verdad? —me preguntó Thiago.

—No, será un piso no apto para mentirosos.

—¡Ah! Entonces podré ir...

—Ni lo sueñes.

Volvimos a mirarnos del mismo modo. ¿No se daba por enterado? Adri y Lea nos observaban alternativamente.

—¿Puedes decirle a tu amigo que me olvide? —le pedí a Adri mientras me recostaba en la silla.

—Amigo, olvídala —le dijo Adri, y me hizo reír.

—Amigo, no puedo —contestó Thiago.

Un escalofrío me subió por la espalda hasta la cabeza. Era aquella maldita sensación que me recordaba que yo seguía colada por él.

—Dice que no puede —me informó Adri sonriendo.

—Dile que lo intente —insistí.

—Amigo, inténtalo.

—Dile que estoy enamorado de ella.

Joder... Cerré los ojos unos segundos al oír sus palabras, pero no dije nada. Cogí mi móvil y los ignoré a los tres. Al momento recibí un mensaje en el móvil.

Él le dijo que estaba enamorado de ella. Ella no respondió.

Volví la vista hacia Thiago y vi que estaba trasteando con su móvil, pero no me miró.

Ella ya se lo había dicho todo.

Él no la creía. No le preguntes el porqué.

La vida es complicada.

Lo sabía.

Mierda..., ya había hablado más de la cuenta. Thiago no era un tío lelo que no pillara nada, al contrario, era demasiado listo.

No la líes más.

Parece que no me conozcas. Soy más terco que tú. Lo descubriré.

No hay nada que descubrir.

Él seguía sin creerla porque sabía leer en sus preciosos ojos.

Leí aquella frase varias veces, Thiago era duro de pelar y sabía qué decir en cada momento. No podía flojear, no podía.

Ella sabía que con el tiempo él acabaría creyéndola.

Te quiero, nena.

Se me resbaló el móvil de las manos y se me cayó al suelo.

—Joder —murmuré por lo bajo recogiéndolo.

Afortunadamente seguía intacto.

—¿Todo bien, Alexia? —me preguntó Thiago con su tono chulesco.

—Perfecto —le dije pensando que me iba a volver loca con esos cambios de actitud.

En el móvil se desnudaba ante mí y charlando con Lea y Adri parecía el chulo del barrio.

¿Y no me encantaba eso?

Aquel jueves llegamos a Magic pasadas las doce de la noche porque a Natalia se le había antojado ir a cenar a un japonés donde había demasiada gente. De todos modos, había valido la pena ver a Lea pelearse con los palillos para coger el sushi.

—Ya te digo yo que esos japoneses no tienen ni idea.

Natalia y yo nos reímos porque ella seguía en sus trece de que aquello era un atraso.

—Eso es como si yo dijera que prefiero hacer señales de humo a hablar con el móvil. Claro que sí.

—¿Lo de siempre? —les pregunté acercándome a la barra.

Las dos respondieron afirmativamente y le pedí al camarero tres gin-tonics. El chico me los sirvió con una mirada sensual ante la cual no puse los ojos en blanco para no parecer una antipática, pero últimamente me fastidiaba que el género masculino quisiera algo conmigo. No estaba nada receptiva, era verdad. Pero era normal porque yo seguía enamorada de Thiago.

«Qué mala suerte la mía...»

A veces pensaba que si hubiese estado Antxon a mi lado todo habría sido más sencillo. ¿Qué me hubiera dicho? Thiago no era para ti, simplemente. No, no, estaba segura de que me habría consolado, habría intentado animarme e incluso habría bromeado con el tema. Algo como lo que hacía Lea, aunque ella no sabía toda la verdad. Podía habérselo explicado, pero me moría de la vergüenza. Por mi madre, por mi padre y por mí. Era... era muy fuerte. Y no quería que ella se comiera ese marrón.

—Aquí tienes, preciosa.

—Gracias.

Le di el dinero, pero me devolvió el billete con un gesto de negación.

—Estáis invitadas —comentó alzando las cejas.

—¿Eh? No, no, gracias —respondí pensando que no quería que el camarero acabara pidiéndome el número de teléfono.

—Ha sido el chico aquel —dijo señalando hacia uno de los lados de la barra.

¿Qué chico? Me volví hacia donde me indicaba el camarero. ¡Joder! Era Thiago... Genial.

—Lea, ¿qué coño hace Thiago aquí? —le pregunté de malas maneras cuando le di la copa.

Ella me miró arrugando la frente.

—Petarda, tranquila. A mí no me mires. Estamos en una fiesta de la universidad, no sé por qué te extraña tanto, y Adri está fuera, ¿recuerdas?

Sí, lo recordaba perfectamente. Adrián se había ido aquel fin de semana con sus padres a visitar Barcelona. Lea me había explicado todo el recorrido que su chico quería hacer por la ciudad mientras yo pensaba que tenía en la mesilla el regalo de Thiago: dos billetes de avión para ir a Barcelona... junto a esa pulsera rosa que me había regalado donde se podía leer AQUÍ EMPIEZA NUESTRA HISTORIA, A&T. Qué lejos quedaba ya todo y qué poco había durado esa historia, joder.

—¿Está Thiago aquí? —preguntó Natalia, preocupada, sacándome de mis pensamientos repetitivos.

—Nos acaba de invitar a estos gin-tonics —respondí con una sonrisa bien falsa.

Ambas lo buscaron con la mirada.

—Ni se os ocurra decirle nada —les ordené de inmediato, y las dos se volvieron de repente.

—Joder, Alexia, estás un poco sosa, ¿no?

—Lea, yo no me vendo por una copa.

—Alexia, él solo quiere acercarse a ti —comentó Natalia con más suavidad.

—¿Tengo que decírselo en ruso? Ya sabe que no quiero nada con él.

¿Es que no tenía orgullo? Joder. Me dirigí hacia él como un rayo, sin pensar qué le iba a decir.

Estaba solo, apoyado en la barra y con una copa en la mano. En cuanto me vio la dejó con parsimonia a un lado y se cruzó de brazos.

—De nada —dijo al ver que a mí no me salían las palabras.

Verlo de cerca, tenerlo tan a mano, sentir su aroma, disfrutar de esos ojos verdes... todavía me resultaba difícil.

—Oye, Thiago, no necesito que me invites a nada.

—Ya sé que siempre quieres pagar a medias. Más tarde me invitas tú a una.

—¿Qué es lo que no entiendes? No quiero cruzar ni media palabra contigo.

—Por eso has venido —comentó con una sincera sonrisa.

Yo sabía que estaba dolido, tanto o más que yo. Pero a veces parecía que todo aquello le divertía, y a mí me exasperaba.

—He venido porque estoy hasta los ovarios de tener que repetirte lo mismo una y otra vez. Que pareces...

—¿Tonto? —preguntó alzando las cejas—. Probablemente lo parecería si no supiera que sientes lo mismo que yo siento por ti. Yo en lugar de tonto prefiero creer que soy un luchador. ¿Qué hay de ti? ¿Rencorosa? ¿Orgullosa? ¿Perfecta? A veces creo que piensas que tú no la cagas nunca, y estás muy equivocada. Te perdoné lo del sobre aquel porque para mí eras más importante tú que tus cagadas.

Lo miré con gravedad sabiendo que tenía razón en todo lo que decía, pero él no sabía que éramos... éramos hermanos. Tragué saliva al pensarlo. Me costaba hacerme a la idea y lo miré detenidamente para observar cualquier detalle que me confirmara que nos parecíamos. Siempre me había dado la impresión de que Thiago tenía un aire a su madre, pero ahora... ahora ya no sabía nada.

—Alexia..., nena... En serio, ¿no vas a perdonarme?

Su tono lastimero y su mirada transparente me llegaron al alma. El corazón me pedía abrazarlo, acunarlo en mis brazos y colmarlo de besos, pero mi cabeza sabía que aquello no era posible.

«Incesto.»

Di un paso atrás y le dije que no con la cabeza.

—Jamás —le respondí con rabia antes de irme de allí.

Thiago creía que esa rabia era por lo de D. G. A., pero la realidad era otra. Esa rabia afloraba ante lo impotente que me sentía en aquella situación. Una lágrima quiso brotar de mis ojos, pero me obligué a no llorar.

—¿Qué? —me preguntaron Lea y Natalia al regresar junto a ellas.

—Nada. ¿Bailamos?

Las arrastré hacia la pista, copa en mano, y fingí pasármelo bien. No quise saber nada de él, pero cuando vi a Lea mirando más de la cuenta hacia donde estaba Thiago, no pude evitar querer saber qué carajos le interesaba tanto a mi amiga.

Thiago estaba con una tía. La tipa coqueteaba descaradamente con él. Se reían, se toqueteaban mutuamente y hablaban muy cerca el uno del otro. Estaba claro el final.

Retiré la mirada. Lo único que iba a lograr era hacerme más daño y ya tenía suficiente. Debía rechazar al chico que amaba y que seguía insistiendo en que le diera una oportunidad después de haberlo mandado a la mierda mil veces y de mil maneras. Para bajarse de la vida...

Seguí intentando disimular ante mis amigas todo lo que pude, no quería salpicarlas más con esa historia. Al regresar de Londres tanto Lea como Natalia se habían volcado en mí y en mis lloreras. No entendían mi decisión, pero me apoyaron en todo momento. Una vez más, habían demostrado que eran las mejores amigas que podía tener.

—¡Genteeeeee! —El disc jockey bajó la música y empezó a hablar por el micrófono—. La gente del campus Madrid On os quiere dar las gracias por todo vuestro apoyo y por ser tan generosos con vuestras aportaciones. Por eso mismo los organizadores han querido daros una sorpresa...

El disc jockey empezó a nombrar las distintas facultades que participaban y a nombrar a gente para que subieran a la tarima. Nosotras mirábamos hacia allí con una sonrisa. ¿Qué iban a hacer? En Magic podía ocurrir de todo.

—Alexia Suil, de Traducción e Interpretación...

—¡Tía! —gritó Lea riendo—. ¡Aquí! ¡Está aquí!

La madre que la parió.

—Señorita Suil, vaya subiendo —dijo el disc jockey mirándome directamente.

No me quedó más remedio, claro.

—Y que también se acerque Thiago Varela, de Traducción e Interpretación.

«No, no...»

Quise escapar, pero la mano de uno de los organizadores estaba cogiendo la mía para ayudarme a subir aquellas escaleras.

De puta madre.

Busqué con mis ojos a Lea y Natalia y vi que estaban tan alucinadas como yo. Aunque cuando me crucé con esos ojazos verdes tuve clarísimo que aquello era una encerrona. Allí no había ninguna casualidad; Thiago se las había ingeniado para que ambos subiéramos allí arriba.

—¡Muy bien, chicos! Esto es muy sencillo. Nosotros ponemos música y vosotros bailáis la canción en representación de vuestra facultad. La pareja ganadora tendrá un pase vip para Magic y, además, conseguirá para su facultad las ganancias totales de la entrada de la próxima fiesta que organicéis con ¡¡¡nosoootros!!!

La gente empezó a silbar, a dar saltitos y a gritar de alegría.

Muy bien, me tocaba bailar con él y encima debía ponerle ganas. Mandaba huevos la cosa.

—¡¡¡Vamos, Alexia!!! ¡Que no se digaaaaaa...! —Esa era Lea, por supuesto.

Thiago se colocó frente a mí y yo sentí unas tremendas ganas de huir. Pero ¿qué iba a parecer? ¿Que era gilipollas? Eso como mínimo.

Vale, iban a ser como mucho cinco minutos. Podría soportarlo.

cap-4

3

Empezó a sonar «With or Whithout You» de U2 y no me lo pude creer. Dios...

Thiago comenzó a chasquear los dedos de su mano mientras se acercaba a mí en plan John Travolta. Me reí por dentro, sí, porque era todo un personaje, pero no le mostré en ningún momento que me parecía muy graciosa su manera de moverse. Thiago bailaba bien y sabía contonearse al ritmo de la música, pero yo seguí mostrándome más bien fría.

«Contigo o sin ti, contigo o sin ti. A través de la tormenta alcanzamos la orilla. Tú lo das todo, pero yo quiero más...»

—Y te estoy esperando...

Thiago clavó sus ojos en los míos y noté que me derretía un poco. Sabía que estar cerca de él era contraproducente para mi salud mental porque me costaba controlar lo que me hacía sentir, a pesar de que supiera quién era realmente. Yo me había enamorado de Thiago Varela, independientemente de todo lo demás.

Por suerte cambiaron de canción, aunque no sé qué fue peor porque sonó «Sin pijama» de Becky G.

«Si tú me llamas nos vamos pa’ tu casa, nos quedamos en la cama. Sin pijama, sin pijama...»

Había otras parejas bailando allí arriba, pero a mí me daba la impresión de que todos los ojos estaban puestos en nosotros dos. La gente nos animó con esta canción y Thiago se vino arriba al cogerme de la cintura. Empezó a bailarla con sensualidad y provocó más vítores, sobre todo femeninos.

Tenía dos opciones: o parecer una panoli o bailar con el mismo entusiasmo que él. Y yo siempre había destacado por ser una chica con dos pares.

«A bailar, Alexia...»

Me dejé llevar por el ritmo y no quise pensar en todos los malos rollos que arrastraba últimamente. Por unos segundos fui Alexia, la chica de diecinueve años que era feliz, que disfrutaba de la vida y que bailaba con el chico más guapo del mundo.

Thiago me sonrió y yo le devolví el gesto antes de mirar hacia otro lado. No era necesario mantener el contacto visual durante tanto tiempo.

Seguidamente sonó «Shake It Off» de Taylor Swift y nos separamos para bailarla.

«Los rompecorazones van a romper, romper, romper...»

Nos miramos durante unos segundos, más serios, y yo recé para que Thiago no dijera una palabra porque entonces saldría corriendo. Pero, por lo visto, me conocía bastante bien y no dijo ni mu.

—¡Última canción y elegimos a los ganadores! ¡¡¡Vamooos!!!

Sonó entonces «Maquillaje» de Mecano y la gente gritó entusiasmada. Yo me quedé bloqueada y mis pies se detuvieron de repente.

«No me mires, no me mires. No me, no me, no me mires. No me mires, déjalo ya...»

Thiago me agarró de la mano y sentí la presión de sus dedos, pero yo estaba en mi mundo. Pensando en Antxon, pensando en que él adoraba a ese grupo y pensando que no podía bailar aquello.

Mi compañero de baile acercó su cuerpo al mío, me abrazó y yo me dejé querer.

—Alexia, ¿estás bien?

No pude responder y me quedé absorta en mis pensamientos hasta que me di cuenta de que Thiago estaba tocándome demasiado.

—Perfectamente. Que corra el aire —le dije apartándome de su cuerpo mirándolo con asco.

Me dolía comportarme así con él, pero no tenía elección.

—Mientes —afirmó con seguridad.

—Tú qué sabrás... —le espeté mosqueada.

—Te conozco.

—No me conoces una mierda —le repliqué cada vez más cabreada.

—Esa parejaaa... ¡Vamos, chicos, que es la última! —El disc jockey nos llamó la atención y entonces me di cuenta de que no era plan de montar un numerito allí arriba.

Thiago me volvió a coger, obviando mi mal humor, y empezó a bailar con tantas ganas que me vi obligada a seguirlo. Al final de la canción me acercó a su cuerpo con un movimiento rápido y nos miramos fijamente.

«... y mírate y mírate»

—No dejaré de hacerlo. De mirarte...

Su tono sensual se coló en mi cabeza y por unos momentos deseé besarlo. Sentir sus labios junto a los míos, mordisquear su piel o recorrer con mi lengua la suya...

Me separé de él una vez más y de forma brusca. Quise irme de allí, pero el disc jockey se había propuesto fastidiarme la noche, sin saberlo, claro.

—¡¡¡Nuestra pareja ganadora es... Thiago Varela y Alexia Suil!!! ¡Chicos, nos ha encantado vuestra interpretación en esta última canción! ¡¡¡Esa pelea simulada ha sido lo mááás!!!

Madre mía... ¿No parecía un chiste?

Nos aplaudieron y gritaron nuestros nombres mientras el disc jockey nos pedía nuestros datos. Habíamos ganado por goleada y no lo entendía porque yo no había puesto mis cinco sentidos en bailar con Thiago. Supuse que esa conexión especial que teníamos seguía ahí, quisiera o no.

Al bajar de la escalera sentí su respiración muy cerca de mí, pero lo ignoré y me dirigí hacia donde estaban mis amigas, que me habían animado como unas auténticas hooligans. Pero Thiago era más cabezota que yo y volvió a coger mi mano para detenerme. Ese simple contacto hizo que una descarga eléctrica recorriera mi columna, pero debía mantener el juicio en todo aquel asunto: no podíamos estar juntos, punto.

—Alexia.

Me volví hacia él.

—¿No me has castigado ya bastante?

Thiago seguía pensando que mi enfado era un arrebato de los míos y yo ya no sabía cómo hacérselo entender.

De reojo vi a Marco.

¿Y si...? No, no. No estaba para tonterías. Si Thiago no me creía, allá él. No iba a liarme con Marco para que él abriera los ojos. No iba a jugar con nadie y menos de esa manera. Siempre había presumido de ser honesta y no quería empezar a parecerme a las amigas del ojazos.

—Thiago, hemos terminado. Esto no es una pausa ni un berrinche ni nada que vaya a tener una continuidad.

—Pero ¿por qué?

Me dolía ver que en algunos momentos dejaba a un lado todo su orgullo para intentar entenderme. Al principio pensé que en un par de semanas se le iría pasando. Era un tío de veintiún años rodeado de tías buenas y creí que no tardaría demasiado en olvidarse de una chica que actuaba como una cría. Pero me equivoqué de largo, lo que significaba que Thiago tenía sentimientos verdaderos. Como yo por él.

—Porque las cosas son así. Yo no quiero estar con un mentiroso.

—¡Joder, Alexia! Te lo he dicho un millón de veces... Cuando me enteré de que eras la chica de Instagram, tú y yo apenas nos hablábamos...

—Y tuviste los santos cojones de seguir jugando conmigo.

—Salías con Nacho —dijo en un tono más seco.

—Y tonteaba con Apolo. Lo sé perfectamente. ¿Ves? Yo tampoco soy de fiar.

Me daba igual echar mierda sobre mí. Era la verdad, pero además pensaba que así Thiago vería que yo no era la chica ideal.

—Apenas tonteabas, Alexia —dijo cansado—. Era yo quien siempre te buscaba las cosquillas.

Nos miramos unos segundos en silencio. Me encantaba Apolo, amaba a Thiago y de un plumazo me había quedado sin ninguno de ellos. Menuda mierda.

—¿Qué quieres que te diga? ¿Quieres que te perdone? Vale, ya está. Ahora cada uno sigue su camino y lo dejamos así. No voy a volver contigo porque no podría confiar en ti. Tú mismo dijiste que la confianza es algo fundamental en una pareja. Lo nuestro está acabado y yo no quiero empezar una relación con alguien... así.

—No te entiendo. —Se pasó la mano por el pelo, nervioso.

—No es necesario. Cuídate —le dije esperando que fuera nuestra última conversación.

Pero nunca lo era. Thiago era perseverante y cuando se le metía algo entre ceja y ceja era complicado que cambiara de opinión. Solo podía confiar en el tiempo, esperaba que con el paso de los días se diera cuenta de que yo iba muy en serio. Lo deseaba con todas mis fuerzas porque para mí era el doble de difícil que para él. Lo quería, lo deseaba, lo echaba de menos y encima me veía obligada a rechazarlo, me veía obligada a recordarme demasiado a menudo que era mi hermano y que no podía quererlo de esa forma.

En cuanto regresé con mis amigas, Lea me sometió a un interrogatorio de los suyos: ¿Qué te ha dicho? ¿Qué quería? ¿Por qué no os sentáis y habláis tranquilos?

Ella tampoco me comprendía. Lógico, pero mientras yo tuviera claro por qué lo hacía era suficiente. En algún momento había estado a punto de decírselo, pero era algo demasiado grave para contárselo. Conocía muy bien a Lea y, así como yo era capaz de mantener el tipo, ella no. Ella era transparente, le costaba un mundo fingir y sabía que Adri o incluso Thiago acabarían notando que Lea estaba demasiado distinta. No era necesario poner en esa situación a mi mejor amiga por una pifiada de mi madre.

No era la primera vez que le omitía información. Toda la historia de Antxon me costó meses soltarla y ella tuvo la paciencia de un santo conmigo. En estos momentos Lea pensaba que mi actitud no estaba siendo normal, pero yo no podía soltar prenda ni darle la más mínima pista de que escondía algo. Mi versión siempre era la misma y así no había fallo alguno: Thiago me ha mentido, me ha engañado, se ha burlado y ha ido recabando información sobre mí de una forma muy rastrera.

Mentira.

No pensaba eso. Sí era cierto que cuando me enteré de que él y D. G. A. resultaron ser la misma persona me enfadé muchísimo, pero poco a poco me di cuenta de que Thiago había usado algunas cosas para acercarse más a mí, sin malicia. Yo hubiera hecho lo mismo. La verdad era que aquella cuestión era fácilmente perdonable, pero al descubrir el secreto de mi madre no tuve más remedio que usar la estrategia de hacer creer a todo el mundo que no podía disculpar esa pequeña pifiada. Y todo el mundo lo aceptó, excepto Lea. Y Thiago, claro.

—Mira, Alexia, tú no has visto cómo bailabais ni cómo os mirabais. Yo solo te digo eso.

—Sí, muy bien.

—Joder, que al principio estuvieras cabreada como una mona era lo normal, pero ahora... No sé qué te pasa. —El tono cariñoso de Lea me llegó al corazón y suspiré maldiciendo a mi madre.

—Lea, solo te pido una cosa: que estés a mi lado.

Nos miramos con intensidad, como si con esa mirada nos dijéramos muchas más cosas que hablando.

—Lo estoy y lo estaré, lo sabes.

Le di un abrazo repentino porque, si ella me fallaba..., ¿qué me quedaba? Nada..., joder, absolutamente nada.

—Y, sea lo que sea, cuando quieras me lo cuentas —susurró en mi oído.

Dios, Lea me conocía más de lo que pensaba...

No respondí, pero quien calla otorga.

—¿Esto qué es? ¿Un dos por uno? —Marco nos abrazó a Lea y a mí rodeándonos con sus brazos musculosos, y mi amiga y yo nos reímos—. ¡Oh, Dios! Esto es la puta gloria. Yo quiero morir así, con un par de tías buenas bien cerquita.

Lea le dio un codazo y Marco fingió que lo había doblegado en dos.

—Puedes partir nueces con ese codo, rubia.

—Mientras solo sean nueces. Cuidadito conmigo que tengo novio —le dijo ella bromeando.

—¿Ese novio XXL?

Marco siempre se metía con Lea y a ella le encantaba picarse con él. Desde que yo había estado con mi jefe en Londres entre nosotros tres había muy buen rollo y Marco se había convertido en un amigo con quien solía hacer planes. Durante aquellos días que me escapé a Londres fue un gran apoyo y su regalo me vino que ni pintado. Pude huir de Thiago y de mi madre, y además pude ver a mi padre casi cada día, lo que me llenó de energía y me ayudó a pensar con un poco más de claridad sobre ese nuevo bache en mi vida.

—Qué mala es la envidia, bombero —respondió Lea riendo.

—¿Bailas, muñeca? —me preguntó Marco atrapando mi cintura con su habitual descaro.

—A ver quién te dice que no —le respondí con una sonrisa sincera.

Agradecía tener a alguien a mi alrededor que no me recordara constantemente a Thiago.

—Tengo que afianzar mi amistad contigo, ahora que tienes un pase vip de Magic —comentó alzando las cejas.

Me reí por esa bobada. Marco tenía ese pase desde hacía mucho tiempo porque era amigo de un amigo del hijo del jefe o algo así.

—¿Te has presentado voluntaria o los dioses griegos han jugado contigo? —preguntó más serio.

—Más bien lo segundo. No me preguntes si ha sido casualidad porque lo dudo mucho.

—Mañana es viernes, ¿lo sabías? —Marco cambió de tema porque intuyó que prefería no hablar del ojazos y yo me reí por su absurda pregunta.

—Todavía no chocheo.

—Lo digo porque el sábado podríamos ir a Londres, ¿qué te parece?

Lo miré con los ojos bien abiertos.

—Nos vamos el sábado a primera hora y volvemos el domingo por la noche. Hay mucha gente que lo hace para visitar el Big Ben, tú puedes darle una sorpresa a tu padre.

—Pero...

—Tengo que viajar a Londres

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