Más razones para odiarte (Bad Boy's Girl 2)

Blair Holden

Fragmento

cap-1

1

He empezado a desarrollar un odio casi caníbal hacia las pelirrojas

El tiempo es lo que tiene: que le importas un comino. Le da igual si estás destrozada y hundida en la miseria. Le da igual que estés llorando una pérdida tan inmensa que te duele literalmente el corazón cada vez que respiras. No, al tiempo todo eso le da igual. El tiempo sigue pasando inexorable, nunca se detiene. A ti te gustaría que permaneciera inmóvil, eterno, pero las cosas no funcionan así, ¿verdad? Al tiempo le da igual que tú no estés preparada para seguir con tu vida. No le importa que seas incapaz de hacer cosas solo porque toque hacerlas.

Le da igual que estés tan mal que tengas el cuerpo entumecido. Él va a la suya, marcando los segundos y esperando que le sigas el ritmo.

Y eso es lo que hago.

Aunque me cuesta mi tiempo, eso sí.

Una semana más tarde

Durante esta última semana, mi cama y yo hemos sido uña y carne. Por si te pica la curiosidad, no nos hemos separado ni un segundo. Esta era la semana en la que nos íbamos todos juntos de viaje. Megan, Alex, Beth, Travis, yo y... él.

Pues les he estropeado el plan.

Les dije que fueran ellos, que yo necesitaba tiempo para aclararme. Quería que pensaran que estaba bien, pero, claro, resulta que esta gente se preocupa de verdad por mí. Se dieron cuenta de cómo estaba y anularon el viaje. Lo peor de todo es que Megan y Alex acabaron discutiendo por mi culpa. Es lo malo de tener parejas dentro de tu mismo grupo de amigos. Cuando alguien rompe, se cuestionan las lealtades y la gente acaba posicionándose aunque no quiera.

El verbo «romper» merodea por mi cabeza hasta que consigo apartarlo, como siempre. Las lágrimas, que a estas alturas ya deberían haber aparecido, amenazan con hacer acto de presencia y yo ya estoy harta de llorar. Esta no es la persona que quiero ser, la chica que no sale de la cama en toda la semana. No quiero ser la que ahuyenta a cualquiera que se interesa por ella. No quiero que por mi culpa mis amigos manden al garete sus relaciones. No quiero pasarlo tan mal y menos por un chico.

Pero resulta que yo soy así.

Cuando Cole volvió a mi vida, me prometí que no cometería otra vez el mismo error, que no permitiría que un chico se convirtiera en el centro de mi mundo. La decisión tenía más que ver con Jay que con él. Nunca me planteé el poder que tenía sobre mis sentimientos, ni se me ocurrió pensar que podía triturarlos como lo hizo. Por eso me enamoré hasta las trancas. Y ahora él ya no está y yo sigo siendo la niñata que lo siente todo con demasiada intensidad.

Me cubro la cabeza con la colcha, aprieto los ojos y rezo para que llegue el sueño. Cuando duermo, sé que no me pasará nada malo, pero en cuanto me despierto vuelvo a sentir el dolor, más fuerte que nunca.

Dos semanas después

Me cuentan que viene a verme todos los días y que todos los días lo mandan de vuelta por donde ha venido. Beth dice que el primer día que se presentó en mi casa, Travis le puso un ojo morado, y la cosa podría haber sido mucho peor si ella no le hubiera parado los pies a mi hermano. También dice que él no se defendió, que se quedó ahí, inmóvil, y dejó que Travis hiciera con él lo que quisiera. Saber eso despierta algo en mi corazón, como un pellizquito. El sopor sigue siendo la sensación dominante, pero cuando esa imagen en particular se materializa en mi cabeza, sé que estoy sintiendo algo. Me deshago de ella cuanto antes. No me interesa.

Lo que Beth no sabe es que lo veo todos los días cuando se va. Da un portazo, como si quisiera avisarme, y es en ese momento cuando hago el esfuerzo de levantarme de la cama y asomarme a la ventana. Siempre se queda plantado en el mismo sitio durante unos diez segundos y luego se va. Una vez, muy al principio, vi que se desplomaba de rodillas en el suelo y su cuerpo se sacudía entre sollozos silenciosos. Aquello estuvo a punto de hacerme cambiar de opinión, pero luego me acordé del dolor, del dolor que me causó y que podría volver a infligirme.

Más que suficiente para que me esconda de nuevo.

Así pues, ahora tengo que fingir que nada de esto me afecta, pero estoy mintiendo y, peor aún, me estoy mintiendo a mí misma. La cuestión es que me odio por pensar en Cole. Está claro que a él no se le ocurrió pensar en mí cuando...

No.

No quiero revivirlo. Le he dado vueltas una y otra vez, pero se acabó. Necesito superarlo. Tengo que superarlo. No puedo detener mi vida por él. Todo el mundo dice que el amor adolescente es del que se supera, que nunca es tan serio como te lo parece a ti en tu cabeza. Estar tan deprimida por una relación que tampoco ha durado tanto parece ingenuo, una tontería, ¿verdad?

Pues lo siento pero no estoy de acuerdo. Lo que había entre Cole y yo era más, mucho más. Se parecía más a una relación para toda la vida que a un amor de juventud.

Nótese el uso del pretérito imperfecto.

¿Oyes eso? Exacto, es el sonido de mi corazón partiéndose por la mitad.

Esta es también la semana en la que Jay empieza a pasarse cada vez más a menudo por casa. Creo que por fin ha empezado a entender cómo me siento, a entenderlo y a tener algo de tacto al respecto. En su defensa debo decir que no se le pone cara de asco cuando me ve metida en la cama con pinta de vagabunda. Hace días que no me ducho y me puedo imaginar la pinta que tengo. Por si fuera poco, el pijama no es de Victoria’s Secret precisamente.

Durante un nanosegundo sus ojos se abren como platos, pero enseguida se controla y toma asiento en el sillón que hay a mi izquierda. Estoy mirando Sobrenatural; últimamente solo estoy de humor para ver sangre y violencia.

Permanecemos en silencio unos segundos hasta que él empieza a hablar. Si se le ocurre mencionar su nombre o hablar sobre lo que sucedió, aunque sea de pasada, le pediré a Travis que lo eche. Así de sencillo.

Sin embargo, me sorprende.

—¿Por qué temporada vas? Dejé de seguirla hará cosa de un año.

Los hermanos Stone; como siempre, haciendo añicos toda expectativa, ¿eh?

Tres semanas después

Las rupturas son buenas para un par de cosas. Cuando intentas superar la pena y el acoso incesante de los recuerdos, a cuál más doloroso, lo más normal es intentar encontrar distracciones. Al menos eso es lo que yo necesitaba desesperadamente, así que me puse manos a la obra. Faltaba poco para los exámenes finales y me había dejado la piel estudiando. Por lo general, cuando estás tan destrozada como yo, cuando ni siquiera existes para el resto del mundo, estudiar es lo último que te apetece, ¿verdad?

Falso.

Estudio y lo hago con más entrega que nunca. Creo que hasta Megan está empezando a ponerse nerviosa, y eso que ella es la que se prepara los finales con tres meses de antelación. Aun así, cuando por fin llegan los exámenes, es incapaz de dormir en toda la semana. Se instala en la biblioteca y subsiste a base de cafés hasta que está segura de que solo va a sacar sobresalientes.

Pues yo lo estoy llevando al siguiente nivel, así que, adelante, no te cortes y pon en duda mi cordura.

Dormir me hace soñar y, cuando me despierto, lo hago empapada en sudor. Los sueños son siempre parecidos. Erica y él besándose, toqueteándose, sus cuerpos enredados el uno en el otro. Por norma general, me despierto con las mejillas empapadas de lágrimas, así que al final he tenido que renunciar a dormir ocho horas del tirón. Ahora echo cabezaditas, de dos o tres horas como máximo.

El resto del tiempo estudio.

Y cuando por fin solo falta una semana para el primer examen, estoy a punto de derrumbarme porque sé que voy a verlo.

 

 

Un mes más tarde

En la actualidad

—Sí, mamá, se lo diré. No, no te prometo nada... Escucha... Vale, sí. Lo intentaré. Yo también te quiero, adiós.

Travis suspira y se desploma sobre uno de los taburetes de la cocina. Se nota que está cansado. No puedo evitar sentirme muy, muy culpable. Tiene que ocuparse de su novia, que está intentando superar la muerte de su madre, y además tiene que soportarme a mí, la psicótica inestable de su hermana. Y eso sin mencionar a nuestros padres.

Pero al menos siento... algo. Lo prefiero a la neblina de autocompasión en la que he vivido sumida este último mes. Un mes, treinta días escondida en mi habitación y recuperándome, como yo lo llamo. Pero ha llegado la hora de levantarse y dejar de ser tan patética; es lo que me dijo mi madre un día que llamó. No conoce todos los detalles, pero sí que hemos roto y que yo estoy de bajón, como ella dice.

No he vuelto a hablar con mi madre desde entonces.

De todas formas, no tiene derecho a decirme cómo vivir mi vida. Ella está por ahí, viviendo a costa de sus padres y haciendo vete a saber qué con hombres a los que dobla la edad. Se ha pasado meses sin preocuparse por Travis o por mí y ahora, de pronto, quiere volver a ser mi madre.

La verdad es que nada de todo esto me ha cogido por sorpresa. Al final, mi padre abrió los ojos y pidió el divorcio. Dijo que le daba igual lo que pudiera pensar la gente, que se avergonzaba de cómo se estaban burlando los dos de la «institución del Matrimonio». Aunque mi madre aún no ha firmado los papeles, mi padre ya ha empezado a salir con alguien. Por suerte, no es lo suficientemente joven como para que la gente la confunda con mi nueva hermana adoptiva, pero sí es más joven, la verdad.

Y mi madre se siente amenazada.

Ahora está intentando camelarse a Travis para que me convenza de que pase las vacaciones de verano con ella.

Como si mi vida no fuera ya deprimente de por sí.

—Deberías decirle que no tengo intención de ir.

—Lo haría si así me la quitara de encima, pero sé que eso no va a ocurrir. Seguirá insistiendo porque simplemente no quiere que te acerques a Daphne.

—Pero ¿qué le preocupa? Tampoco es que Daphne y yo vayamos a hacernos trencitas en el pelo la una a la otra. La situación es bastante incómoda entre las dos.

—Intenta decírselo a mamá.

Doy la conversación por terminada y casi puedo ver la decepción en los ojos de Travis. Me mata saber que yo soy el motivo de su preocupación, pero no hay nada que pueda hacer al respecto. Me he levantado de la cama, me he dejado la vista estudiando para los finales y hoy voy a clase. Sin embargo, nada de eso consigue enmascarar los cambios que él ve en mí. Me río menos y hablo menos, como si algo dentro de mí hubiera... muerto. Todo me supone un esfuerzo. Sonreír me resulta tan doloroso que no vale la pena. Cada vez se me hace más difícil volver a ser la persona que era.

—Estoy tan nerviosa que creo que voy a vomitar. ¿Y si se me olvida todo lo que empollé ayer?

Beth está en pleno ataque de pánico y es perfectamente comprensible. En los últimos dos meses, las clases no han sido exactamente una prioridad para ella y se ha ido quedando un poco rezagada. Hemos intentado ayudarla tanto como hemos podido y la verdad es que no tiene motivos para estar nerviosa, pero aun así no puede evitarlo. La miro mientras mi hermano intenta tranquilizarla, los miro a los dos y veo el amor que sienten el uno por el otro y que brilla con tanta intensidad en sus miradas. Debería alegrarme por ellos, es lo que haría una buena hermana y una buena amiga. En vez de eso, me sorprende el sentimiento de pérdida que me inunda.

Estoy tan absorta que ni siquiera me doy cuenta: el cuchillo con el que estoy cortando la fruta para hacerme un batido resbala sobre la piel de la naranja y me abre un tajo en la muñeca. Al principio, no siento el dolor, no noto absolutamente nada. Solo veo la sangre que brota de la herida; mis ojos están clavados en el líquido rojo, y mis pies, pegados al suelo.

Solo cuando empieza a darme vueltas la cabeza grito de dolor, lo cual capta la atención de las dos únicas personas que no deberían tener que ocuparse de mi cagada. Travis corre a mi lado y me sujeta antes de que me dé de bruces contra el suelo de la cocina.

—Mierda. Mierda, ¿qué te ha pasado, Tess?

Estoy muy mareada, el corazón me va a doscientos. Solo quiero cerrar los ojos e intentar contener las náuseas. Hay mucha sangre. Me corre por el brazo, cae al suelo de la cocina y está empapando la camiseta blanca de mi hermano.

—¡Tráeme el puñetero botiquín! —le grita Travis a una atónita Beth, que rápidamente se pone en movimiento.

Oigo sus pisadas subiendo las escaleras y dirigiéndose hacia el lavabo de la primera planta. Se me empieza a nublar la vista. Travis me acompaña hasta el suelo y luego me acuna sobre su regazo. Me siento como cuando tenía seis años, el día en que me hice un arañazo en la rodilla con el rosal de los vecinos y Travis cuidó de mí.

—Tranquila, Tess. No voy a dejar que te pase nada.

Se le ha acelerado la respiración y no deja de apretarme la parte interna del codo. Intenta detener el flujo de sangre, pero aun así sigue saliendo. El corte debe de ser profundo.

¿Por qué no paro de meter la pata?

De nada sirve luchar contra la oscuridad que empieza a nublarme la vista, fruto de la pérdida de sangre. De pronto, me doy cuenta de lo mal que estoy porque me alegro de mi nula habilidad con el cuchillo, y es que ahora al menos puedo tomarme un descanso de la realidad.

—¿Ha comido algo?

—Pues... intento que coma tres veces al día, pero se dedica a marear la comida por el plato. Dice que se le ha cerrado el estómago y que comer demasiado provoca arcadas.

—Bueno, eso explica lo de hoy. Está débil, se nota que ha perdido peso. Si a eso le sumamos la pérdida de sangre, era cuestión de tiempo que esto pasara.

Conozco la voz de esa mujer. Me resulta familiar, pero soy incapaz de visualizar su cara. La consciencia me empuja hacia ella, pero mi mente se niega a obedecer. No quiero despertarme, aquí estoy bien. Me rodea el silencio y todo está tranquilo. El ruido que retumba a todas horas en mi cerebro, el que me hace sentir cosas, ha desaparecido.

—¿Qué hago? Últimamente no hace otra cosa que estudiar para los finales, como si estuviera poseída. No duerme, no habla conmigo, es como si estuviera aquí y al mismo tiempo...

—No estuviera. Como si la persona en la que se ha convertido no fuera más que una sombra de lo que era. Cole está igual.

Me estremezco por dentro. Todo el mundo sabe que no deben pronunciar su nombre delante de mí. Quiero decirle a la mujer que está hablando que se marche, pero al mismo tiempo no puedo evitar la curiosidad. Está hablando de él; sabe cómo está Cole. Quiero saber si lo está pasando tan mal como yo.

—Señora Stone, le agradezco que haya venido a ver a mi hermana, pero no vuelva a mencionármelo. Todo esto es culpa suya. Mi hermana se niega a contarme lo que pasó, pero él es la razón por la que está tan... hundida. No se ofenda, pero me importa un comino lo que le pase a su hijo.

Un escalofrío me recorre el cuerpo. Es Cassandra. ¿Me odia? ¿Cree que soy responsable de hacer daño a sus dos hijos? Cualquier otra madre me culparía de haber roto su familia. Sin embargo, ella está aquí, ayudándome. Y Travis se está comportando como un borde con ella.

A mi madre le daría algo si lo viera. Lástima que no esté aquí.

Mantengo los ojos cerrados para escuchar el resto de la conversación.

—Mamá —interviene otra voz.

No tardo en identificar a quién pertenece. Solo dos personas llamarían mamá a Cassandra y, por suerte para mí, no es el que preferiría no ver el resto de mi vida.

—Tienes un mensaje del hospital. Creo que es una emergencia —dice Jay en voz baja.

Todos hablan en susurros como si tuvieran miedo de despertarme. Es curioso: después de lo mucho que he insistido para que no me trataran como si fuera de cristal, voy y me abro la muñeca.

Sin querer, claro está.

Cassandra suspira.

—Tengo que irme, pero, por favor, asegúrate de que bebe mucho líquido cuando se levante. Y que descanse, necesita descansar y que la hagas feliz. Cuanto mejor se sienta por dentro, más se reflejará por fuera. Sácala de casa, haz lo que sea para que siga con su vida.

Se le quiebra la voz en la última palabra y oigo el sonido de sus tacones dirigiéndose hacia mí.

—Recupérate pronto, mi niña.

De pronto, me rodea una nube de Chanel N.º 5, su perfume de siempre, y por poco no me vengo abajo. Últimamente, Cassandra es lo más parecido que tengo a una figura materna, y me muero de ganas de abrazarla y pedirle que me libere de este dolor. Ella me aparta el pelo a un lado y me da un beso en la frente.

—Llámame si necesitas cualquier cosa. Jason sabe cambiar los vendajes de la herida; puede explicarte todo lo que necesites saber al respecto. Y recuerda lo que te he dicho, haz que vuelva a sonreír.

¿Es eso posible?

Duermo a ratos. Una de las veces que me despierto, Beth aprovecha para darme un calmante y un vaso enorme de zumo de naranja recién exprimido, tras lo cual me quedo otra vez dormida. Llevo dos semanas durmiendo una media de tres horas diarias, así que todo esto es un alivio. La medicación se ocupa de que apenas sueñe.

Hasta que me despierta la peor de las pesadillas.

—Solo quiero verla una vez, nada más. Necesito saber que está bien.

—No puedo... Si alguien se entera de que te he dejado entrar... Travis nunca me lo perdonaría.

Megan, reconozco su voz. ¿Cuándo ha llegado? Normalmente viene a verme por las mañanas para estudiar juntas, y yo intento no preguntarle si Alex le ha contado algo de Cole. Ella también finge, como si no se muriera de ganas de contarme cosas que quizá aún no estoy preparada para escuchar.

Una relación muy sana, la nuestra.

Sin embargo, ahora mismo, en este preciso instante, lo que me apetece es estrangularla, retorcerle el cuello con esa melena pelirroja tan suya. Y es que últimamente he empezado a desarrollar un odio casi caníbal hacia las pelirrojas.

Se me acelera la respiración y el corazón me late a toda pastilla. Cole está aquí, muy cerca, al otro lado de la puerta. Es la primera vez que oigo su voz desde hace un mes; he borrado todos los mensajes del contestador y los de texto ni siquiera los he leído, aunque tampoco he sido capaz de borrarlos por si algún día decido hacerlo.

Aún no ha llegado ese día.

Y lo tengo a un par de metros de distancia.

Escucho la conversación y de verdad que ni siquiera respiro.

—Está durmiendo, ¿no? Entro y salgo en un segundo. Travis no se enterará. Me iré antes de que llegue.

Haz que se vaya, Megan, tú puedes. Por favor, que no entre. No creo que sea capaz de soportarlo. He tardado demasiado tiempo en pegar los pedacitos, aunque solo sea provisionalmente. Si le veo la cara, me haré añicos otra vez.

—No debería hacerlo... Alex no tendría que haberte dicho nada. Le has hecho daño, le has hecho mucho daño, y ahora pretendes que me olvide de todo y te deje estar con ella. No has visto lo que le has hecho...

Se le quiebra la voz. Megan está a punto de llorar y no puedo evitar sentirme culpable. ¿Tan mal he estado estas últimas cuatro semanas? ¿Cómo puede ser que no me haya dado cuenta del daño que les estoy haciendo a los que me quieren? Y, de repente, siento una ira incontrolable hacia él por haberlo mandado todo al garete. Justo cuando creía que mi vida empezaba a cambiar para mejor, va y me arranca la alfombra de debajo de los pies de un tirón.

Y ahora ¿por qué se preocupa por mí?

—La quiero, Megan. No sabes cuánto la quiero. ¿Crees que no me siento fatal, sabiendo el daño que le he hecho? ¿Crees que yo estoy mejor que ella? Tengo que verla... Necesito saber que está bien.

—¡No está bien! —grita Megan, pero baja el tono de voz antes de continuar—. No está bien y no sé si algún día se recuperará. Lo eras todo para ella. No sé qué le has hecho, pero, sea lo que sea, la has hundido.

—Y lo lamentaré siempre. He perdido a la chica con la que se supone que iba a pasar el resto de mi vida. Pero ahora estoy viviendo un infierno, Megan, solo necesito verla.

No lo escuches, está mintiendo. Si me quisiera tanto como dice, no me habría destrozado la vida de esta manera. Una lágrima se desliza por mi mejilla, seguida de cerca por otra. Todo lo que he hecho para taponar la herida ha sido en vano. Siento tal dolor que es como si sangrara por todos y cada uno de los poros de mi piel.

—Vale. Entra, pero solo tienes cinco minutos. No sé cuánto duran las sesiones de terapia de Beth, pero Travis querrá volver cuanto antes. Está dormida, no la despiertes. Tu madre dice que necesita descansar.

Mierda.

Pero de pronto decido que no voy a montar una escenita, que tengo que dejar de parecer tan afectada. La gente rompe continuamente. Los hombres ponen los cuernos, es lo que hacen siempre. Ahora depende de mí decidir si quiero pasarme el resto de la vida llorando la pérdida o si prefiero pasar página.

Sería mucho más fácil si no lo quisiera tantísimo.

Me pongo de lado, de espaldas a la puerta, y entierro la cabeza en la almohada con la esperanza de que no se me vea la cara, anegada en lágrimas. Luego intento relajarme para que sea más o menos creíble que estoy durmiendo. Por suerte, una manta me cubre buena parte del cuerpo, por lo que Cole no se dará cuenta de lo tensa que estoy ni de lo superficial de mi respiración.

La puerta se abre.

Toc. Toc. Toc.

¿Oirá lo fuerte que me late el corazón?

Pasos. Lo más probable es que nunca consiga olvidar el sonido de sus botas. En cierto momento, llegó a parecerme incluso reconfortante. Siempre lo asociaba con él, con el refugio en el que me sentía segura. Ahora solo me transmite un dolor infinito.

De pronto, mis sentidos despiertan al percibir su olor, ese aroma a cítricos y madera tan suyo. No me había dado cuenta de cuánto lo echaba de menos hasta ahora. Me debato entre gritarle reproches, pegarle y suplicarle que se tumbe a mi lado y me abrace muy fuerte. Qué débil, ¿verdad?

La cama se mueve, el colchón se hunde bajo su peso.

La mano que llevo vendada descansa junto a él; siento que me acaricia suavemente la muñeca con el dorso de la suya y estoy a punto de saltar de la cama. Necesito echar mano de toda mi fuerza de voluntad para quedarme quieta. Siento la rabia que hierve bajo la superficie porque me encanta que me toque, pero también el alivio porque está aquí. Es él, es real.

—Lo siento mucho —susurra.

Le tiembla la voz, le tiembla el cuerpo entero, y de nuevo consigo contenerme, lo cual es muestra más que suficiente de mi fuerza de voluntad. Se queda callado, pero entonces siento algo húmedo en el brazo que va a más. Oigo su respiración entrecortada y me doy cuenta de que está llorando.

Dios mío.

¡No puede! ¡No puede hacerlo! ¡No debería llorar! No tiene ningún derecho a hacerme sufrir por él. Se supone que tiene que dejarme en paz para que me olvide de su existencia. No puedo sentir esto por él. Por favor, basta; te lo suplico, no me hagas esto.

—Sabes que te querré siempre. Te esperaré; si algún día decides volver conmigo, te estaré esperando.

Sus labios me acarician la frente con el más suave de los besos. Apenas me roza, pero lo siento hasta la punta de los pies.

Y entonces se va, y yo me quedo otra vez rota.

cap-2

2

Ahora mismo tengo la autoestima de una ameba

—Así que es verdad, has intentado suicidarte porque Cole te ha dejado...

Clavo la mirada en la puerta de mi taquilla y observo el metal oxidado y la pintura que nunca deja de desconcharse. Parece fuerte, resistente incluso, a pesar del tiempo que tiene. Si me diera de cabezazos contra ella, algún daño me haría, ¿verdad? Quizá así convencería a la enfermera del instituto para que me diera un pase tipo «Está loca, que no entre en el edificio nunca más». Claro que si me pongo a calcular las veces que los «y si» se han convertido en realidad a lo largo de mi vida, me basta una sola mano y me sobran dedos.

Ajena a mis pensamientos suicidas, Stacie, una antigua esbirro de Nicole, sigue pinchándome. Me maldigo en silencio por no haberme deshecho del vendaje a tiempo. Por si no bastara con el hecho de que ahora mismo tengo la autoestima de una ameba, encima esta gente cree que me he cortado las venas porque me han roto el corazón. Al parecer, mi ruptura con Cole ha levantado un revuelo considerable y las teorías conspiratorias empiezan a salirse de madre.

La primera que tuve que desmentir fue que me había quedado embarazada. Para alguien como yo, que siempre había estado gorda, que mi aspecto induzca a la gente a creer que llevo a otro ser humano en mis entrañas, sobre todo cuando no es verdad, es como si me aplastaran la cabeza con un mazo de cincuenta kilos.

Doy media vuelta y me enfrento a la rubia que aún viste su uniforme de animadora, a pesar de que ya no quedan partidos en los que animar o competiciones para las que ensayar. Es el tipo de persona que deja que el uniforme la defina hasta el punto de que, sin él, estaría perdida. Siempre será una animadora.

Abro la boca para dar las explicaciones que hoy ya he repetido no sé cuántas veces, pero algo me detiene antes de que pueda pronunciar las palabras.

—Stacie, ¿no crees que debería preocuparte más que tu novio se esté cepillando a Melissa en el lavabo de chicas?

Lo normal sería que fuera Beth, siempre tan brutalmente protectora conmigo, pero alucino cuando veo a Nicole amenazadoramente cerca de Stacie, que se ha puesto colorada como un tomate.

Vaya, la gente nunca dejará de sorprenderme.

Stacie no consigue encontrar las palabras, balbucea y se atraganta con medias respuestas. Al final, cuando cree que tiene algo lo suficientemente bueno como para darle en la cara a Nicole, una sonrisa maligna se extiende por toda su cara y convierte sus rasgos angelicales de chica buena en los de una arpía de mucho cuidado.

—¿Qué es esto? ¿El Club De Las Abandonadas Por Los Hermanos Stone? Qué tierno. —Sonríe con malicia mientras nos señala a las dos—. ¿Dos ex mejores amigas unidas de nuevo porque sus novios no las creen lo suficientemente buenas para ellos? Pero qué tierno, por favor.

Me muero de vergüenza, preferiría estar en cualquier sitio menos aquí. Nicole, en cambio, parece extrañamente tranquila y compuesta. La mirada que le dedica a Stacie le helaría la sangre hasta al más fuerte de los hombres. Lo digo por experiencia: he sido víctima de esa mirada tantas veces que he perdido la cuenta.

—Bueno, al menos mientras ha durado hemos tenido el placer de disfrutar de sus cuerpos esculturales. Por lo que sé, ninguno de los dos te tocaría ni con un palo. ¿Para qué era exactamente esa analítica que te hiciste el mes pasado?

Touché.

Me alegro de no ser Stacie. Pobrecilla, si ahora mismo se desatara el mismísimo Armagedón, para ella sería un alivio. Pero vaya, se lo tiene merecido. Seguro que es uno de los miembros más destacados del escuadrón Tessa Ha Intentado Mandarse A Sí Misma Al Otro Barrio.

—¡Qué zorra eres! Me alegro de que Jay te diera la patada.

La cara de Stacie está adquiriendo un tono morado muy vivo y a una velocidad alarmante. Me preocupa que le dé un ataque. Nicole debería dejarlo ya, pero la pobre Stacie le está dando motivos de sobra. La va a pulverizar. El ridículo intento de devolvérsela que acabo de presenciar no es más que munición para alguien con las habilidades de Nicole.

—Por lo menos lo nuestro ha sido monogamia, cariño. Sinceramente, no sé cómo me sentaría que mi novio fuera más activo que un semental.

Cada vez que lanza un golpe, da en la diana. El asalto es para Nicole Andrea Bishop, o no, espera, de hecho se proclama vencedora del combate. Que alguien le haga entrega del cinturón de campeona, tan dorado y tan discreto. Miro a Stacie y siento miedo por ella. Tiene que largarse, salir corriendo de aquí antes de que sufra una crisis nerviosa. No es una chica especialmente lista, pero decide comportarse como tal: resopla, nos fulmina a las dos con la mirada y luego se aleja a toda prisa. Después de la que le acaba de caer, no me extrañaría que necesitara ir a terapia.

Me vuelvo hacia Nicole, que no aparta la mirada de su última víctima, e intento entender lo que acaba de pasar. ¿Por qué ha dado la cara por mí? ¿Es porque Cole y yo ya no estamos juntos? ¿Creerá que por fin tiene una oportunidad con él? ¿Piensa utilizarme otra vez?

La verdad es que no tengo ni idea, pero ni mi corazón ni mi cerebro están como para dedicarle ni un segundo de mi tiempo al tema. A saber qué plan retorcido se trae esta vez entre manos. Lo que sí sé es que, a partir de ahora, tengo que concentrarme en todo lo positivo que hay en mi vida. Me he pasado el último mes arrastrándome, ni siquiera me he recuperado del golpe que se ha llevado mi pobre corazón, pero tengo claro que no pienso hacer más daño a la gente que me rodea. Ha llegado la hora de ponerse las pilas, Tessa.

—¿Gracias? —le digo, y ella se limita a encogerse de hombros.

—Siempre quise decirle todo lo que le acabo de soltar. Y ha sido más divertido de lo que esperaba.

Me apoyo en mi taquilla y la observo detenidamente.

—¿Te pasas todo el día intentando encontrar la forma de hacer daño a la gente?

Se vuelve hacia mí, cruza los brazos y arquea una ceja.

—¿Así es como sueles dar las gracias a la gente que te echa un cable?

—No te he pedido que me ayudaras —replico resoplando—. Y no creas que se me ha olvidado que hace siete meses Stacie era yo.

Nicole silba haciéndose la humilde.

—Vale, la próxima vez que una de ellas se te tire a la yugular, pasaré de ayudarte.

De pronto, me siento culpable por haber sido tan estúpida con ella y la detengo cuando empieza a alejarse.

—Lo siento. Solo querías ayudarme, pero no estoy muy de acuerdo con tus métodos.

—¿Demasiado pronto?

—Demasiado pronto —repito, y ella asiente.

—Pero ¿puedo preguntarte una cosa?

Aquí viene. Me va a preguntar por la ruptura. Luego querrá saber si Cole está libre y si, ya que acabamos de firmar una tregua, puede robármelo con el mismo desparpajo del pasado.

La verdad es que ahora mismo mi relación con Cole es de amor-odio, sobre todo de odio, pero he de admitir que prefiero que se me incendie el pelo antes que verlos juntos o tan siquiera imaginar la idea.

—¿Qué? —le espeto, lista para sacar las uñas.

—Entiendo que estés afectada por lo que te ha pasado con Cole, sea lo que sea, pero, Tessa, ¿se puede saber qué te estás haciendo? Vas por ahí arrastrándote y dejas que la gente te pisotee. Es decir, si tuviste el valor de plantarme cara a mí, ese atajo de imbéciles debería ser pan comido para ti. ¿Cuándo piensas centrarte y controlar lo que te está pasando?

Me quedo muda. Estoy demasiado acostumbrada a que la gente vaya de puntillas conmigo, a que nunca pongan a prueba mi estabilidad emocional, así que las palabras de Nicole me caen encima como un jarro de agua fría. Me quedo encallada, no se me ocurre cuál podría ser la respuesta. No sé qué decir.

Y es porque tiene razón. Lo estoy haciendo otra vez, me he vuelto una débil, una pusilánime. La diferencia es que ahora no es Nicole la que me hace bullying, son mis propios sentimientos, mi propio y absurdo corazón, patético y ennegrecido. Quiere que me esconda en mi caparazón, que grite y llore. Es lo que hacía antes de Cole y ahora lo vuelvo a hacer, pero esta vez por su culpa. Madre mía, qué forma más retorcida de cerrar el círculo.

—Piensa en lo que acabo de decirte. No dejes que una mala experiencia te hunda. Si vuelves a ser quien eras a principios de año, todo lo que él ha hecho por ti no habrá servido de nada.

Sé a quién ser refiere, pero ahora mismo no es el argumento que quiero escuchar. No todo en esta vida gira alrededor de Cole, ya no, pero sí tiene razón en una cosa: no puedo volver a ser la de antes. Si lo hiciera, todo lo que me ha pasado este último año, todas las experiencias vitales, habrían sido una pérdida de tiempo y eso en ningún caso podría justificarlo.

—¿Te está molestando?

Últimamente, Jay se desvive por comportarse como mi caballero de brillante armadura. Pobrecillo. Nadie se atreve a hacerme preguntas ofensivas en su presencia, así que esta semana de exámenes finales ha adoptado el papel de guardaespaldas. Lo más importante es que mantiene a Cole a raya y así yo gano tiempo hasta que esté preparada para hablar con él.

Solo necesito poner un punto y final al asunto, eso es todo.

Cada vez que Cole ve a Jay cerca de mí es como si le dieran una patada en el estómago. Se nota que lo pasa mal, aunque no tiene ningún derecho. No puede hacerse el ofendido y ser la víctima en esta historia. A Jay la reacción de su hermano parece que no le afecta y siempre aparece allí donde esté yo. Ya ni me molesto en hablar con él. Siempre aparece en el peor momento, como por ejemplo hoy.

—Para el carro, Stone. Soy más que capaz de tener una conversación civilizada.

Es curioso que le llame Stone, la situación me da un poco de pena.

—Con ella no. Lo último que necesita es que la machaques.

Pongo los ojos en blanco y decido aclarar la situación.

—Jay, no pasa nada. Nicole solo intentaba ayudarme. He tenido un encontronazo con Stacie Dixon y ella ha intervenido.

Jay mira a Nicole con los ojos entornados, pero ella no se inmuta. Es rarísimo verlos así y más raro aún estar ahora mismo en mi situación. No tengo ni idea de cómo es su relación tras la ruptura. Por lo que he oído, se evitan el uno al otro como la peste, así que no es fácil verse en medio de este trance.

—Mantente alejada de ella. Suficiente daño has hecho ya; ahora no intentes ir de amiguita.

—¡Eh!

El cuerpo me pide darle una colleja por ser tan insensible, pero mis palabras caen en saco roto. Nicole está a punto de lanzársele a la yugular.

—¿Y tú no? Madre mía, ¿eres consciente de lo que le has hecho? ¡Tienes tanta culpa como yo! Deja de hacerte el todopoderoso, Jason. Siempre supiste a qué me dedicaba y por qué lo hacía.

No espero a oír la respuesta de Jay y los dejo en pleno debate. Si el odio que desprenden el uno por el otro es un indicador de cómo se sienten, he de decir que es un milagro que lo suyo durara tanto tiempo. Es posible que todas las relaciones están condenadas al fracaso. Las que me rodean son un buen ejemplo de ello, empezando por la de mis padres.

Me estremezco al pensar que algún día podría acabar como ellos, y luego me dirijo a hacer mi último examen final, el de cálculo. Si eso no es suficiente para hundir a cualquiera, ¿qué hace falta? Ah, espera, que tengo la respuesta perfecta.

La persona que se sienta a mi lado en todos y cada uno de los exámenes de esta semana.

Ignoro a Cole, me siento en mi mesa y empiezo a sacar lápices y bolígrafos de la bolsa como si me fuera la vida en ello

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