Prólogo
Lo que empezó siendo el relato de las desventuras de una chica insegura y desesperada por conseguir el amor y la atención de un chico cualquiera ha acabado siendo una historia de amor digna de pasar a la posteridad, ¿verdad? ¿Cómo iba a saber yo que adorar a Jason Stone desde la soledad de mi habitación me llevaría hasta aquí, tan lejos?
En algún lugar, un reloj marca la hora y mi corazón se acelera como si estuvieran sincronizados. Algo está a punto de ocurrir, se lo veo en la mirada. Pero Cole, la persona con la que sé que estoy destinada a pasar el resto de mis días, tiene una expresión ilegible en la cara. Últimamente lo hace mucho: pretender que adivine lo que está pensando. Antes creía que Cole era como un libro abierto para mí, que siempre sabía qué le pasaba por la cabeza. No te voy a mentir: estos últimos dos meses, las aguas han estado un poco... revueltas. Quizá es culpa de la distancia, sobre todo después de haber sido uña y carne en la universidad. Ahora, en cambio, estamos tan ocupados construyendo el resto de nuestras vidas que nos cuesta encontrar un rato libre. Pero eso de que la distancia es un rollo tampoco es nada nuevo.
Lo que sí es nuevo es la forma en que me mira, lo esquivo que está desde que he vuelto. Mira el reloj y a mí se me revuelve el estómago. Es la misma sensación que cuando se acerca una entrega y sé que es imposible que me dé tiempo. Me asalta una sensación desagradable, una especie de premonición, y tengo que controlarme para no levantarme y salir corriendo. ¿Qué pasaría si me levantara de la mesa en medio de la comida, atravesara a la carrera el restaurante, cogiera un taxi y me encerrara en casa? Pero no, sería muy mala idea, como todas las que se me ocurren esta noche. Cole ha tenido el detalle de pedirse unos días libres en el bufete de abogados donde hace las prácticas de verano para coger un avión y venir a verme en mi primera semana de vuelta a mi puesto de trabajo. Es un gesto precioso por su parte y por eso estoy decidida a salvar este extraño abismo que nos separa. Hemos tenido mucho espacio y mucho tiempo para pensar, largas noches al teléfono, hablando simplemente, sin que la distancia física nos impidiera comunicarnos.
Así soy yo, conquistando la vida y la madurez, todo de golpe.
Me he pasado medio año viviendo en Londres con una compañera de piso de todo menos amigable, a la que le encantaba acaparar hasta el último centímetro cuadrado del minúsculo piso de dos habitaciones que compartíamos. He lidiado con Leila después de sus juergas nocturnas y por las mañanas, entre amenazas contra mi integridad física si se me ocurría entrar en el lavabo para ducharme mientras ella vomitaba el escaso contenido de su estómago. Siento que la convivencia con ella ha sido como un curso intensivo sobre la madurez mucho más útil que todo lo que viví en la universidad.
No debería estar asustada, lo sé, pero no puedo evitarlo.
Porque no alcanzo a interpretar la expresión a Cole.
Está guapísimo con sus vaqueros ajustados y su camisa negra, y huele tan bien que me ha costado lo mío no arrastrarlo de vuelta al piso y encerrarme allí con él el resto de este fin de semana de cuatro días. Pero al final he conseguido controlarme, y es que el pobre había reservado mesa en uno de los restaurantes más exclusivos de la ciudad y yo nunca le digo que no a una cena en condiciones, aunque mi novio pueda rivalizar perfectamente con el mejor menú degustación.
—Tessie, te veo nerviosa.
Lo dice con una voz áspera y extraña, y mi cuerpo reacciona al momento. Siento un escalofrío, pero no tiene nada que ver con el aire acondicionado del edificio. Cuando llegué de Londres y me encontré a Cole esperándome en el aeropuerto, lo primero que hice fue refugiarme entre sus brazos y descubrir que, a pesar del tiempo que habíamos estado separados, nos sentíamos tan cómodos como siempre. Volvíamos a ser los mismos de antes, puede que incluso mejores gracias a los meses en que solo habíamos podido hablar, escuchar y hacernos cada vez más fuertes. Pero de eso hace ya un par de semanas y, desde entonces, Cole y yo nos hemos centrado en nuestras respectivas rutinas, por aburrido que suene. Él ha retomado las prácticas y yo me estoy adaptando poco a poco a mi vida de antes, aunque esta vez, por suerte, sin Leila.
Pero ahora Cole está aquí, haciéndome ojitos e intentando provocarme un infarto al mismo tiempo. Su actitud parece normal, pero no para de echarme miraditas y desnudarme con los ojos. Eso es bueno, ¿no? Benditos sean los vestidos ajustados de escote pronunciado y los sujetadores push-up.
—No estoy nerviosa. —Hecha un lío, quizá, pero nerviosa no. Hundo el tenedor en el plato de pasta y me llevo un par de bocados a la boca con aire ausente—. Pero ¿estás seguro de que no quieres contarme algo? No sé, ¿ahora mismo, por ejemplo? Esto ya lo hablamos, ¿recuerdas? Sinceridad total.
Cole traga saliva. Por primera vez en toda la noche, se le ve inseguro y no puedo evitar volver a sentir la extraña sensación de antes. La última vez que me ocultó algo y se dedicó a hacer de héroe en secreto, las cosas se pusieron tan feas que es normal que esté un poco mosqueada.
—Sinceridad, sí. Tienes razón.
—Eso mismo pienso yo, así que ¿te importa decirme en qué estás pensando?
Cole se apoya en el respaldo de su silla y me mira fijamente. Una parte de mí siente unas ganas horribles de coger el bolso y salir corriendo de aquí, mientras que la otra se muere de ganas de oír lo que tenga que decirme, como si llevara toda la vida esperando este momento.
—¿Recuerdas cuando te dije que había estado pensando en algo?
—Y yo te dije que eso sonaba muy genérico y hasta un poco siniestro.
Se ríe.
—Justo lo que cualquier tío quiere oír de su novia.
Me encojo de hombros.
—Seguro que te has dado cuenta de que he estado todo el rato asustada mientras aquel buen hombre de allí nos servía la cena.
Señalo con la cabeza hacia el camarero, que se ha mostrado bastante afectado después de rallar parmesano sobre mi plato de pasta y ver que yo no reaccionaba debidamente.
—¿Y por qué no me lo has dicho antes, bizcochito? Dios, no llevo aquí ni medio día y ya la estoy cagando.
Le doy una patadita juguetona por debajo de la mesa.
—No seas tan duro contigo mismo, Stone, que la noche es joven y aún puedes hacerlo mucho peor.
Pone los ojos en blanco, pero extiende la mano por encima de la mesa para coger la mía y respira hondo como si se estuviera preparando para decir algo importante.
«Corre, Tessa, corre», me grita mi cerebro, pero yo le digo que se vaya a freír espárragos.
—Quería esperar hasta después de la cena y endulzarlo con un poco de tarta de queso y Nutella, pero supongo que ninguno de los dos quiere esperar más.
Arqueo una ceja y me muerdo la lengua para no decirle que, pase lo que pase, antes de que acabe la noche va a tener que invitarme a un buen trozo de tarta de queso.
—¿Recuerdas lo que te dije en la boda de Travis y Beth? Lo decía en serio, hasta la última coma.
Se me para el corazón y creo que hasta he dejado de respirar porque la cabeza me da vueltas. De repente, los recuerdos de aquel día me acribillan como un millón de mariposas revoloteando en mi estómago. Aquel día dijimos muchas cosas, aunque entonces lo atribuí a los meses que llevábamos sin vernos y a la cantidad ingente de vino que habíamos bebido, y aunque suscribo todo lo que le dije y más, no creí que Cole volviera a sacar el tema tan pronto.
—Claro, claro que lo recuerdo.
—Lo decía en serio, de la primera a la última palabra.
—Pero... ¿cómo? Es imposible que funcione, al menos de momento.
—Y si te digo que estoy harto, que a la mierda con todo. ¿Qué me dirías?
Es absurdo, una irresponsabilidad total y absoluta, y encima supondría saltarse nuestro plan quinquenal. La idea, lo que me está proponiendo, es lo contrario a todo lo que estoy intentando ser ahora mismo: estable, madura, responsable, sin perder el control sobre mi futuro.
Pero Cole, el amor de mi vida y la persona por la que seguramente haría cualquier cosa, ahora me dice que mande al traste todo lo que había planeado con tanto mimo y me prepare para la próxima aventura.
¿Soy capaz de hacerlo? ¿Me atrevo?
Cole me coge de la mano.
—Jamás te pediría que hicieras algo que pudiera hacerte infeliz, Tessie. Ya sé que acabas de aterrizar y que ahora mismo lo que menos necesitas es que te ponga palos en las ruedas, y precisamente por eso quiero proponerte algo, una especie de enmienda al plan original.
—Deja de hablarme como si fuera una de tus clientas, vas a conseguir que me maree aún más.
Cole sonríe.
—Agárrate fuerte, bizcochito, porque estoy a punto de poner tu mundo patas arriba.
1
Es una verdad universalmente reconocida que los héroes victorianos eran lo peor
Cuatro meses más tarde
Cole
Me pregunto si alguien habrá escrito un manual sobre cómo recuperar a tu novia después de cagarla tanto que la pobre no tiene más remedio que irse del país. Seguro que sí, sobre todo teniendo en cuenta que antes o después todos los tíos la liamos parda. En cuanto llegue a casa, lo busco.
A casa. Se me hace raro hablar así del lugar en el que crecí. Hacía tiempo que no pasaba más que un par de días seguidos aquí y, la verdad, estas dos últimas semanas viviendo con mi padre y con mi madrastra han sido un auténtico calvario. Lo entiendo, solo quieren lo mejor para mí, pero a medida que vas creciendo te das cuenta de que los adultos tienen tan poca idea del mundo como tú y al final llegas a la conclusión de que, sea cual sea la situación, nadie sabe qué es eso de «lo mejor». Estamos siempre improvisando, dando palos de ciego y cruzando los dedos como si nos fuera la vida en ello. Mi familia no tiene la respuesta mágica al misterio de la vida, al menos no más que yo, y aunque al final acabe siguiendo un camino opuesto al que ellos habían trazado para mí, estoy convencido de que tampoco me irá tan mal.
Dicho esto, pienso en todo lo que quiero decirle a Tessa y de lo que la tengo que convencer. Mis padres no estarán de acuerdo, seguro. Cassandra se pondrá hecha una furia y la sola idea de tener que lidiar con ella ya me da pereza. No sé qué problema tiene con mi novia. He intentado limar asperezas con ella, más que nada porque Tessa me ha obligado. Teniendo en cuenta cómo la trata Cassandra, es un milagro que no me haya hecho elegir entre las dos. La verdad, no sé qué ha podido ocurrir para que Cassandra haya pasado de preocuparse por Tessa a machacarla cada vez que se le presenta la ocasión. Mi padre, que es consciente de la tensión que hay entre los dos, está intentando hacerle entender que no puede tratar como una mierda a mi novia, pero el daño ya está hecho. Tessa ha sufrido a demasiada gente cuestionándole su valía para ahora tener que aguantar a otra más. Quizá la decisión de mudarse a otro continente viene de ahí, al menos en parte, y yo no puedo evitar culpar a Cassandra de ello. Tampoco soy tan tonto para pensar que Tessa se ha marchado solo por eso; una parte importante de la culpa la tengo yo y la mierda en la que me metí en mis dos primeros meses en Chicago.
—Cole, ¿eres tú?
Mi abuela, también conocida como la abu Stone, está en su sitio favorito: la mecedora que hay en el porche. Solo le falta una escopeta en el regazo para que la estampa sea perfecta. Se vino a vivir con mi padre cuando este empezó a tener problemas de salud, y es que nada como una madre octogenaria para meterte el miedo en el cuerpo y que empieces a cuidarte como Dios manda. La abu Stone es como un regalo caído del cielo y, aunque a veces consigue ponerme de los nervios, otras es capaz de dar los mejores consejos, que es lo que necesito urgentemente.
—Hola, abu. ¿Has visto algo interesante hoy?
Me mira y aparta los prismáticos a un lado.
—¿Por qué crees que me largué de aquí? Lo más emocionante que he visto en todo el día es a la vecina de enfrente intentando ligar con el chico que viene a limpiar la piscina cuando su marido no la ve.
Se me escapa una sonrisa, y es que mi abuela suele ser lo mejor del día. La verdad es que vale la pena vivir con mis padres, aunque solo sea para no perderme estos momentos.
—¿Te refieres a la señora Henderson? Sabes que tiene dos hijos mayores que yo, ¿verdad? ¿Y el chaval de la piscina qué tiene? ¿Dieciséis años?
Ella asiente.
—Lo mejor de la jornada ha sido verla revolotear alrededor de ese pobre chico. Pero deberías ver al marido rondando a la canguro.
—Por Dios, abu, estás demasiado involucrada en la historia.
Me siento en la silla que hay junto a mi abuela y, por un momento, tengo la tentación de cogerle los prismáticos, pero no he venido a pasar las vacaciones de primavera aquí para perder el tiempo, cuando podría estar en Londres dándole una sorpresa a Tessie. Nos hemos pasado el otoño y el invierno yendo de aquí para allá, sorprendiéndonos el uno al otro, y mira lo que hemos conseguido. Yo soy el espontáneo de los dos y sí, reconozco que habría valido la pena el viaje solo para verle la cara, pero Tessie está intratable con lo del espacio y tampoco quiere que me gaste una fortuna en billetes de avión.
Por eso estoy aquí con la esperanza de recibir los consejos vitales que tanto necesito.
—Algo tengo que hacer para pasar el rato. Mi hijo y mi nuera están demasiado ocupados salvando el mundo para hacerme un poco de caso, y el único de mis nietos que me cae bien resulta que no para de regodearse en su propia miseria.
—¡Eh! —protesto—. Yo no me regodeo en nada. ¿Cuándo me has visto regodeándome?
—Desde el día que llegaste a casa con cara de corderito degollado. ¿Eso es lo que te ha enseñado tu abuela? —Levanta mucho la cabeza y resopla—. En esta familia no solucionamos los problemas lloriqueando por las esquinas, jovencito. ¿Me entiendes?
Me siento como cuando tenía cinco años y mi abuela me reñía, pero tratándose de ella al menos sé que tiene razón. Cuando no estudio ni hago trabajos ni intento hablar por FaceTime con Tessa a horas intempestivas, ¿es posible que me dedique a... lloriquear por las esquinas? Suspiro.
—He estado un poco pensativo, eso es todo.
—Vas por ahí como si llevaras el peso del mundo sobre los hombros y no lo compartes con nadie. Yo no voy a estar aquí para siempre, Cole, así que si necesitas mi ayuda, este es tan buen momento como cualquier otro.
La abu Stone no suele ponerse seria, más bien es de esas personas a las que les gusta bromear en los momentos más inoportunos, como aquella vez que una de las ex de Jay tuvo un retraso y ella consideró que era el momento perfecto para comentar que una vez lo sorprendió en el lavabo con los pantalones bajados, tras lo cual añadió lo mucho que se alegraba de que por fin hubiera encontrado a alguien que no fuera su mano. Qué tiempos. Me estremezco al recordarlo y choco el hombro con cuidado contra el de mi abuela en un gesto de camaradería.
—Aún te queda mucha tela que cortar, abu. Los dos sabemos que eres demasiado tozuda para morirte.
Ella entorna los ojos y luego los pone en blanco.
—Igualito que tu abuelo. Siempre tienes que convertirlo todo en un chiste, ¿no?
Me encojo de hombros.
—Aprendí del mejor.
Mi abuelo era la única persona con la que podía ser yo mismo. Siempre me decía que era igualito a él cuando tenía mi edad y ya entonces me parecía que llevaba mucha razón porque, joder, es evidente que no he salido a mi padre. Saber de dónde me venía la vena salvaje me ayudó a sentirme más seguro y a dejar de preguntarme si era adoptado. Estaba claro que había salido a mi abuelo, que era la persona más divertida que conocía.
—Eso está claro. Menuda decepción se llevaría si te viera comportándote como un blandengue.
Se me escapa la tos. Tirando a matar, como siempre.
—Madre mía, abu, tú sí que sabes cómo hincharle el ego a un hombre, ¿eh?
—Me niego a llenarte la cabeza de tonterías como ha hecho Cassandra últimamente. Has dejado que tu chica se marchara y estás tan cagado que no sabes cómo arreglarlo.
La abu Stone sabe hasta qué punto metí la pata con lo de Mel y me ha leído la cartilla unas cuantas veces. Yo solo pretendía ayudar a alguien que lo necesitaba, pero la verdad es que no me di cuenta de que me estaba pasando tres pueblos ni de que, en el proceso, estaba alejando a Tessa de mí. Ella no me lo dice, pero yo sé lo que parece visto desde fuera: que sufro una especie de síndrome del salvador y que lo que me atrae de una mujer es que me necesite desesperadamente.
Sé que Tessa está preocupada por lo que pueda estar pasándoseme por la cabeza, que se pregunta si estoy con ella solo para salvarla, pero nada más lejos de la realidad. Tessa no necesita que la salven, nunca lo ha necesitado ni lo necesitará. Yo no me colé un buen día en su vida e hice desaparecer todos sus problemas, qué va. Eso lo hizo ella solita. Mi chica no necesita un héroe que la rescate, es una mujer fuerte, capaz de librar todas sus batallas, y si yo puedo apoyarla, ¿por qué no iba a hacerlo?
Sé que le fallé, que la mantuve al margen y que seguramente le hice daño, aunque no era mi intención. Ahora el destino ha resuelto que merezco ser castigado, y por eso Tessa ha decidido aceptar un trabajo en otro país.
El destino, siempre tan cabrón y tan voluble.
—Ya sé que la jod... que metí la pata, abu, pero Tessa me ha dicho mil veces que es cosa del pasado y que quiere que sigamos adelante.
—¿Y tú te lo crees?
En un gesto de frustración, me paso una mano por el pelo, que ya llevo un poco largo. Estas últimas semanas me he abandonado un poco; tengo el tiempo justo para comer, dormir y estudiar. Entre las clases, los parciales, los grupos de estudio y las prácticas que espero conseguir para el verano, no me ha quedado mucho tiempo libre que digamos y, cuando llega el fin de semana, siempre ando liado preparando una clase que me lleva de cabeza. Tessa también está muy ocupada, siempre de aquí para allá, con entregas pendientes y trabajando día y noche por cortesía de su jefa. A veces me parece que no llega, entre la presión de tener que adaptarse a un sitio nuevo y las exigencias de su puesto, pero lo está dando todo.
Por eso apenas tenemos tiempo para hablar largo y tendido, y mucho menos para sincerarnos. Alguna vez me he planteado la posibilidad de comunicarme con ella por correo electrónico, pero la idea de escribir otro texto largo, además de los trabajos que ya tengo que hacer para clase, no me resulta demasiado apetecible que digamos.
—No puedo presionarla más o al final acabará petando, abu. Ella dice que me ha perdonado y que quiere que pasemos página, y yo no puedo estar toda la vida dándole vueltas a lo mismo.
—Ajá.
—¿Y eso qué quiere decir?
—Quiere decir que esa chica te quiere tanto que está dispuesta a olvidar hasta qué punto llegaste a meter la pata, por no hablar de que pusiste tu vida en peligro.
Chasquea la lengua y yo gruño a modo de protesta.
—A ver cuándo dejas de recordármelo.
—Lo sabrás cuando tengas hijos y tus hijos tengan hijos, Cole Grayson —responde, y me pellizca la mejilla.
—La cuestión es que está bien, que los dos estamos bien, pero tengo la sensación de que debería hacer algo y he tenido una idea...
—¿Quieres explicármela?
Así que se lo cuento.
Travis y Beth se casan a mediados de abril, así que aún tengo tiempo hasta que venga Tessa. Mientras tanto, me instalo en casa de mis padres, en mi antigua habitación, y me pongo manos a la obra con lo que se supone que será mi gran gesto. La única diferencia es que esto no es solo para ella o para mí: es para los dos y, la verdad, ahora me parece in