CAPÍTULO 1
Spencer
La casa está a rebosar de gente bailando y bebiendo sin parar. Lena está dando una fiesta de bienvenida en su hermandad porque acabamos de empezar el segundo año de universidad, aunque la he perdido de vista hace rato. Yo me limito a ir de un lado a otro observando a todo el mundo, que me mira más de la cuenta, seguramente por el minúsculo vestido que me he puesto y que ahora mismo me hace sentir desnuda.
Voy hacia la cocina para rellenarme el vaso de cerveza y al salir veo que mi grupo de amigos están jugando una partida de cartas que implica beber y quitarse ropa en cada ronda.
—¡Eh, Spencer! —me llama Greg—. ¿Juegas?
—¿Eres tonto o solo te lo haces? —pregunto, y él suelta una carcajada.
—Unas cervezas más y sabes que te apuntas.
Le hago un corte de mangas, ya que sigo enfadada con ellos. Mi novio, Troy, me puso los cuernos hace casi tres meses, a finales de junio. Estábamos pasando una mala racha y, mientras yo trataba de arreglarlo, él le metió la lengua hasta la campanilla a Olivia James en la fiesta de cumpleaños de Phoebe, una de mis mejores amigas. Yo estaba en esa fiesta, así que evidentemente lo vi con mis propios ojos. El problema es que, aunque la mayoría me defendió de primeras, terminaron enfadándose más por mi manera de reaccionar ante la situación que por el engaño de Troy en sí. Me llevan reprochando todo el verano mis acciones, mientras que a Troy le han seguido bailando el agua como si hubiesen aceptado que lo que me ha hecho no es tan malo. Ahora yo soy una loca exagerada, él es un campeón.
Sin embargo, a pesar de todo… cedo. Termino sentándome con ellos porque al final son mis amigos y este pueblo no es que sea muy grande como para tener otras opciones.
Durante la partida, sigo bebiendo mientras un chico, Miller, tontea conmigo todo el rato.
—Aquí estabais. —Lena y Phoebe se unen a nosotros.
Son mis amigas de toda la vida, hemos crecido juntas aquí en Gradestate y compartido clase cada año, así que me siento mejor cuando se unen a nosotros. Es cierto que últimamente las noto más distanciadas, sobre todo desde lo que sucedió, pero supongo que es una racha.
—Por fin venís —les digo, Lena me da un repaso de arriba abajo con sus ojos oscuros y sonríe, mientras se echa la melena castaña hacia atrás.
—Siempre vestida para matar, ¿eh, Spencie?
—Por supuesto —respondo. Levanto la barbilla para que nadie piense que me arrepiento de haberme puesto este vestido, por mucha piel que enseñe—. Vosotras vais geniales.
—Gracias —responde Phoebe, jugando con un mechón de pelo rubio—. ¿Estáis jugando al strip poker?
—No, Phoebs, cielo, se han quitado la ropa porque hace calor —se burla Lena, cosa que hace que todos rían. Phoebe simplemente se encoge de hombros, riendo también.
—¿Tú no juegas? —me pregunta, yo niego.
—Paso.
—A mí tampoco me apetece —dice, y se sienta junto a mí, mirando a mi acompañante con una ceja enarcada. Creo que me pregunta algo, pero mi atención está ahora mismo en la persona que acaba de llegar y no la escucho.
No me lo puedo creer. Troy se acerca a saludar a los chicos, que lo reciben como siempre. Como si yo no estuviese aquí. Hasta Lena pone los ojos en blanco cuando me ve la cara. El nudo de mi estómago es hasta doloroso cuando el muy capullo se sienta entre Lena y Greg como si nada.
—Oye, Spencer, intenta no agredir a Troy esta noche —se burla Greg.
Los demás se ríen, yo estoy llena de una rabia que intento controlar.
—¿Qué va a tocar hoy? —se une Noa—. ¿Un puñetazo? ¿Tirarle un jarrón? No, no, mejor: picante en su bebida. Eso no lo has hecho todavía, ¿no?
De nuevo, risas. Yo, en cambio, estoy furiosa. Troy no se ríe porque no le hacen ni puta gracia las jugarretas que le he hecho en venganza, pero no dice nada.
—¿Te apetece irnos de aquí? —le pregunto al tío que está a mi lado, para intentar no responder a las provocaciones. ¿Matt? Tengo la cabeza embotada y no puedo recordar su maldito nombre. Él sonríe como un tonto, asiente y se pone en pie a la misma vez que yo. Mi grupo nos abuchea pensando que son graciosos, así que me largo de ahí cuanto antes.
Pierdo la cuenta de cuántas cervezas he necesitado para que no me parezca del todo mal enrollarme con este chico, pero prefiero no pensarlo. Ni siquiera soy consciente de que me está metiendo la lengua en la boca hasta que tengo que reaccionar. Sobria no me lo habría ni planteado, borracha me da igual. Lo único en lo que puedo pensar es en la sonrisita de Troy, en que sabe que es bienvenido en nuestro grupo a pesar de lo que ha hecho y de que a mí me están dejando de lado cada vez más a pesar de mis esfuerzos por haber intentado que sucediese lo contrario.
Estoy llena de rabia y dolor, por eso sigo a… ¿Murphy? al cuarto de baño, donde terminamos echando un polvo rápido que no disfruto y no me molesto en fingir que sí. Ya me apañaré yo sola más tarde, qué remedio.
Cuando salimos del baño, me tomo unos cuantos chupitos de tequila sin pensarlo y clavo mi vista en mis amigos, apoyada en una pared desde la que tengo una visión perfecta de ellos. Todos se ríen de algo que ha dicho Troy.
¿Maddox? no para de hablarme y yo no soy consciente de qué le estoy respondiendo, o si lo estoy haciendo. Ahora mismo solo quiero estar tranquila, pero no sola, así que lo dejo que siga a lo suyo, mientras yo no paro de contemplar a mi grupo con un malestar de narices.
Hay una fina línea entre lo que es buena idea y lo que crees que lo es pero en realidad no lo es. Y, para mí, cruzarla tan solo depende de cuánto haya bebido y lo mal que me sienta en ese momento. Y ahora mismo llevo alcohol de más en el cuerpo y me siento como una mierda.
Es en el momento en que Troy cruza su mirada con la mía, cuando traspaso la línea definitivamente.
—Acompáñame —le digo a… como se llame, quien no rechista.
Atravieso la multitud para salir de la casa por la puerta principal. Hay gente por todos lados, celebrando el inicio de curso, y hay muchísimos coches aparcados en la calle, pero no tardo en localizar uno en específico.
El coche gris de Troy me llama a gritos. Está aparcado frente a una de las fraternidades de esta zona.
—¿Adónde vamos? —me pregunta el chico. Creo que va igual de pedo que yo por la forma en que arrastra las palabras.
—A vengarnos un poco más. —Una vez junto al coche, miro a mi alrededor, mientras intento dar con algo que me sirva—. Ve pasándome esas piedras.
—¿Esas? —Señala las grandes piedras que decoran la entrada a uno de los jardines de las casas. Yo asiento. Él parece pensarlo unos segundos, pero termina encogiéndose de hombros y haciendo lo que le pido.
No sé si estoy borracha, loca, o ambas cosas, pero empiezo a gritar con rabia la letra de una canción maravillosa.
—«I bust the windows of your car»…
Estampo la primera de las piedras en la luna delantera del coche de Troy, que se agrieta de inmediato.
—«And no it didn’t mend my broken heart»…
La segunda hace que salte la alarma cuando abre un agujero enorme en el cristal.
—«I’ll probably always have these ugly scars»…
Con la tercera rompo la ventanilla del conductor mientras el coche pita una y otra vez.
—«But right now I don’t care about that part».
No me importa nada. Ni siquiera toda la gente que se ha arremolinado a mi alrededor, ni los móviles que sé que me están grabando. Ni siquiera me muevo del sitio cuando se escuchan de fondo las sirenas de policía, sino que me siento en el césped contemplando la obra de arte que he creado. Mi colega va borracho, pero no tanto como para no salir pitando cuando los coches de la policía del campus entran en la calle.
La gente empieza a desperdigarse, corre de un lado a otro para no meterse en problemas. Hay gente que me señala, así que dos policías vienen hacia mí mientras los demás van a, probablemente, multar a muchísima gente.
Reconozco al policía que me pide que me ponga en pie y él también a mí, porque suspira y niega con la cabeza.
—¿Tú otra vez?
—Yo otra vez.
No opongo resistencia cuando me esposan y me meten en el coche.
Esta vez me han encerrado en una de las celdas.
Las otras ocasiones tan solo me hicieron esperar sentada en los banquillos hasta que mi padre viniese a buscarme. Pero hoy ha tocado estar encerrada en una de las malditas celdas de la comisaría mientras espero.
Es pequeña, no está especialmente limpia, pero tampoco es una pocilga. Hay dos bancos, uno a cada lado de la pared. Yo estoy sentada en uno de ellos con las piernas cruzadas, he tirado los odiosos tacones en el suelo de cualquier forma. Mataría por seguir borracha. Al menos la espera se me haría más llevadera, pero dejé de beber hace bastantes horas y el ciego se me ha pasado por completo. Tan solo me duele la cabeza por la maldita resaca que se avecina.
Me han quitado el bolso con todas mis pertenencias, así que lo único que puedo hacer es dar pequeñas cabezadas. No sé con exactitud cuánto rato llevo aquí, pero mínimo unas tres horas.
Cuando ya pienso que voy a pasar el resto de la noche en comisaría, oigo voces en el pasillo. Escucho el tintineo de las llaves antes de que el policía de guardia y mi padre lleguen a la celda. Me incorporo y me agacho para recoger los tacones mientras la puerta se abre, pero tan solo alzo la vista cuando llego a ella. Los ojos color miel de mi padre se encuentran con los míos y no necesita decir nada para que sepa lo cabreado que está. Su expresión habla por sí sola. Está de brazos cruzados y me corta el paso, con los hombros cuadrados en esa postura que grita «Eh, soy policía» por todos los costados a pesar de que no lleva el uniforme. Sus cejas están casi unidas por lo muchísimo que ha fruncido el ceño y sus rasgos se vuelven más intimidantes por la forma en que me mira.
—Spencer. —Es su saludo, firme y cargado de reproche.
—Papá.
—Es la tercera vez este mes. Y estamos a día nueve.
Me encojo de hombros por toda respuesta. Lo veo apretar los dientes, cierra los ojos unos segundos antes de carraspear y volver a hablarme:
—¿Piensas contarme qué ha pasado esta vez?
—Ya sabes qué ha pasado. —Señalo con la cabeza al policía del campus, que nos observa en silencio.
Es él quien se ha encargado de hacer el informe y de llamarlo cuando me han traído a la comisaria de la ciudad en lugar de a la del campus, así que lo habrá puesto al día al llegar.
Mi padre suelta algo parecido a un gruñido antes de apartarse a un lado para dejarme salir. Cansada, voy tras él, con los tacones en la mano.
En la entrada, Frank me devuelve mi bolso a regañadientes. Me mira de arriba abajo con fastidio, al igual que cuando he llegado.
—Te haría falta pasar un par de noches en un calabozo de verdad para que escarmentaras —me dice. El pobre pringado ha estado de turno todas y cada una de las veces que he acabado aquí este verano, así que ya somos mejores amigos—. Aunque estoy seguro de que volveremos a verte por aquí, Spencer.
Esbozo una sonrisa sarcástica sin molestarme en contestar, es mi padre quien se despide.
—Siento las molestias. Otra vez.
—Nos vemos, Vincent.
Mi padre es uno de los policías más antiguos de la comisaría de nuestra ciudad y, como es tan pequeña, al final tiene amigos en todos lados. Los polis del campus lo conocen de toda la vida y por eso estas tres veces que me han detenido desde que ha empezado el curso me han traído aquí, en lugar de a la comisaría del campus, y lo han llamado de inmediato. El resto de los estudiantes que terminan en la comisaría del campus acaban cumpliendo las horas de detención, con un castigo por parte de la universidad o cualquier mierda, pero yo termino con papá llevándome a rastras de vuelta a casa.
No se digna a volver a mirarme ni a dirigirme la palabra mientras salimos del edificio. Yo tampoco me molesto en decir nada, es una tontería, sería repetirnos. Llevamos en esta situación todo el maldito verano.
La camioneta está aparcada nada más salir, intento llegar a ella con éxito sin hacerme mucho daño en los pies descalzos. Necesito darme una buena ducha en cuanto llegue a casa, eso es más que evidente. Sigo apestando a alcohol y a sudor, las plantas de los pies están muy sucias y el pelo se me ha enredado bastante. Aún no ha amanecido, así que con suerte podré dormir un par de horas antes de que mi padre me saque de la cama para darme una buena charla.
Como él no habla cuando nos ponemos en marcha, saco el teléfono del bolso y lo reviso. Apenas me queda batería, pero lo que sí tengo es un millón de notificaciones. El grupo en el que solo estamos Phoebe, Lena y yo tiene cincuenta y dos mensajes. Además, cada una me ha escrito como otros veinte por privado. El grupo en el que estamos todos tiene cerca de doscientas notificaciones y también me ha escrito Troy unas treinta y cinco veces. No me detengo a leer todo, tampoco me importa mucho lo que tengan que decirme. Solo echo un vistazo rápido por encima.
Phoebe
Dónde estás? Te hemos visto irte con Miller hace rato…
Así que el tío se llamaba Miller…
Phoebe
Spens, en serio???
Acaban de desmantelar toda la fiesta, joder.
Lena
La acabas de liar otra vez!?
No puedes estar resentida siempre.
La policía, Spencer, LA PUTA POLICÍA.
Has pensado en cómo va a afectar eso a Phoebe??
Phoebe
Te has pasado, espero no perder la beca de intercambio por tu culpa.
Ya te vale.
Troy
SPENCER, NO ME JODAS.
MI PUTO COCHE, SPENCER.
Eres una maldita zorra.
??!?!?!?!
Mi móvil muere antes de que pueda seguir leyendo nada más. Lo vuelvo a guardar en el bolso y, por fin, mi padre habla. No es que tenga ganas de discutir, pero lo prefiero mil veces al silencio. Al menos, si está enfadado, podemos gritarnos el uno al otro y desfogarnos. El silencio solo me consume.
—¿Piensas contarme qué ha pasado esta vez? —repite. Antes de que le diga que ya lo sabe, se adelanta—: Me da igual que ya lo sepa, Spencer, quiero oírlo de tu boca.
Finalmente suspiro y confieso:
—He roto las ventanillas del coche de Troy.
—Has roto las ventanillas del coche de Troy. —Frunce los labios y asiente un par de veces, como si estuviese tratando de asimilar la información—. ¿Y te parece normal?
—Sabes perfectamente que se lo merecía.
Conocí a Troy en las jornadas de bienvenida de la universidad. Es de aquí de toda la vida, pero iba a otro instituto y nunca habíamos coincidido. No tardamos mucho en enrollarnos y empezar a salir. Era mi primera relación seria, con Troy había química. O al menos eso es lo que yo pensaba cuando lo conocí. En cuanto empezamos a salir, todo fue en decadencia. La química se esfumó a pesar de que intenté mantenerla a flote. Él pasó de todo enseguida, pero aun así yo sentía algo por él, así que no tiré la toalla. No estaba enamorada de Troy pero, aunque me joda admitirlo, lo quería. Teníamos algo serio y me hizo daño. Más del que jamás reconoceré en voz alta.
Cuando me engañó, estallé. Llevaba tiempo sanando de otros problemas, lo que pasó sacó a flote sentimientos antiguos y se me fue la cabeza. Aparté a Olivia de él de malas maneras (ella no tenía la culpa de que el cabrón de mi novio me pusiese los cuernos, aunque habría estado guay por su parte que hubiese respetado nuestra relación) y le pegué un puñetazo al que inmediatamente se convirtió en mi ex. Le partí la nariz, se desmayó y tuvo que venir la ambulancia a por él porque se dio un buen golpe en la cabeza al caer.
Esa fue la primera vez que me arrestaron.
—Se merecía el puñetazo que le diste la primera vez —me reprocha papá—. Yo mismo se lo habría dado si no lo hubieses hecho tú, hija, lo sabes. —Me mira unos segundos antes de volver la vista al frente de nuevo—. Pero todo lo demás te hizo perder la razón, se te fue de las manos. ¿El laxante en su bebida la segunda vez? Te lo dejé pasar, aunque pusiste tanto que acabó de vuelta en urgencias. El grafiti en la fachada de su casa fue demasiado, te recuerdo que tuve que pintar yo mismo de nuevo para evitar que presentaran cargos por vandalismo. Y no me hagas seguir, Spencer, no tengo ganas de enumerar todas las barbaridades que llevas haciendo desde que te engañó. Y no solo por vengarte de él. Has perdido el juicio por completo y lo de hoy es la gota que colma el vaso.
Ni siquiera pienso mi respuesta antes de soltarla. Ahora mismo todo me da exactamente igual.
—Son unos cristales rotos, tampoco es para tanto.
El frenazo me pilla de improviso y tengo que apoyar la mano en el salpicadero para no dejarme los dientes en él. Joder.
—¡Deja de portarte como una cría! —grita mi padre, mientras agarra con fuerza el volante. Sé que debería achantarme y sentirme mal por lo que he hecho, por haber traicionado otra vez su confianza y meterlo a él en problemas. Pero no me avergüenzo, al menos no del todo. Porque al menos así siento algo—. ¿De verdad crees que puedes portarte como una niñata, hacer todo lo que estás haciendo e irte de rositas? ¡No, Spencer, no! No puedo seguir cubriéndote. No tendría que haberlo hecho ni una sola vez desde que me di cuenta de que se te había ido de las manos, pero soy tu padre y es mi obligación protegerte. —Hace una pausa en la que inspiro hondo; me guste o no, lleva razón. Él suspira y niega con la cabeza—. Pero no puedo seguir recogiéndote de la comisaría de madrugada porque has decidido ser impulsiva. ¡Al menos hoy ya se te ha pasado la borrachera!
Aparto la vista. No soy capaz de mirar a mi padre a los ojos cuando sé que lo he decepcionado tanto. Tampoco puedo prometerle que no volverá a pasar, pues ambos sabemos que volveré a salir de fiesta y me emborracharé tanto que cometeré alguna otra locura. Aunque creo que el problema radica en que no es solo el alcohol lo que me lleva a hacer tonterías, sino la ira.
Me despidieron del trabajo porque Troy y los chicos vinieron a tomarse algo a la cafetería y no pude ser más maleducada. Mi jefe se dio cuenta y me largó sin pensarlo. También me han echado de clase alguna vez, ya que resoplaba o criticaba cada vez que Troy intervenía. Y un día, saliendo del aparcamiento de la universidad, en lugar de hacer el ceda que me correspondía y dejar pasar a Troy, aceleré y le hice un precioso bollo a la parte delantera de su coche y, por desgracia, también se lo hice a mi Jeep. Sé que cada vez que vea a Troy haré alguna estupidez. Porque me hizo daño y le dio igual. Y, si rompes a Spencer Haynes, ella te destroza a ti.
—¿No piensas decir nada?
Alzo la vista, pero lo único que mi padre obtiene de mí es un encogimiento de hombros. Para mentir, prefiero no hablar.
—¿No te das cuenta de que estás desquiciada? Has perdido el norte, Spens. —Esta vez su tono es más suave, como si le doliese decir lo que piensa en voz alta. No creo que sea muy agradable para un padre ver que su hija se ha perdido.
—Estoy bien, papá —miento.
—Te he dado libertad desde que tu madre y yo nos separamos —menciona y, al recordar el divorcio, la espinita se me clava un poco más hondo—. Pensaba que al hacerte mayor lo necesitabas, enfadarte con el mundo, salir de fiesta y con chicos. Ser adolescente. Pero tienes diecinueve años y estás ya en tu segundo año de carrera, hija. No puedes hacer esto, es demasiado.
No soy capaz de rechistar, aunque me gustaría decir muchas cosas. Papá se pellizca el puente de la nariz, un gesto habitual en él, y aprieta los ojos cansado antes de seguir hablando.
—No estás estudiando, te han despedido del trabajo, sales de fiesta todos los días y vuelves borracha, te has convertido en una gamberra… ¡Tuviste que irte de la residencia!
En realidad, no «tuve» que irme de la residencia, él me obligó a dejarla y a volver a casa a modo de castigo por el verano que le he dado. Mi casa está bastante cerca del campus, así que no tenía excusa.
—¿De verdad no piensas decir nada? —El tono de cabreo vuelve a su voz, pero yo sigo sin ser capaz de defenderme a mí misma o justificarme ante él. Simplemente niego.
Papá resopla, vuelve a poner el coche en marcha. El silencio reina entre nosotros hasta que llegamos a casa. Mi Jeep está aparcado a un lado de la carretera, por lo que papá deja la camioneta en el camino de entrada. Ninguno de los dos se baja cuando apaga el motor.
—Ni siquiera lo sientes, ¿verdad?
Esa pregunta me pilla por sorpresa. Frunzo el ceño y abro la boca para responder, pero las palabras no salen. Siento que esto le esté haciendo daño, pero soy demasiado orgullosa para decírselo. Lo que no siento en absoluto es nada de lo que he hecho. Por eso me encojo de hombros una vez más.
Lo que dice a continuación sí que me pilla con la guardia baja:
—Necesito un respiro, Spencie. —Su mirada se suaviza, pero sus palabras son firmes—. No puedo permitir que te destruyas de esta forma. Y en parte es culpa mía por no haber sido más estricto contigo estos años… Pero yo necesito un respiro y tú necesitas un cambio de aires.
—No me gusta por dónde va esta conversación —le advierto.
—Voy a llamar a tu madre y te vas a ir con ella. Te he dado infinitas oportunidades, pero ya se te han acabado.
Se me escapa una carcajada incrédula, aunque estoy descompuesta.
—No quiero irme con mamá.
—Creo que necesitas irte de aquí, hija. Esta ciudad te está consumiendo.
—La respuesta es no.
—Spen…
No lo dejo terminar, me bajo del coche a toda velocidad y abro la puerta de casa con mis llaves para no tener que esperarle. Vuelve a llamarme, pero lo ignoro. Escucho un «ya hablaremos por la mañana» antes de encerrarme en mi cuarto. Me miro en el espejo, tengo el pelo negro totalmente enredado, los ojos miel están rodeados de manchas de máscara de pestañas y no queda rastro de pintalabios.
El chorro de agua fría de la ducha me espabila por completo y arrastra las estúpidas lágrimas que se me escurren por las mejillas a causa de la rabia.
Una vez con el pijama puesto, me dejo caer en la cama. En algún momento, el cansancio puede conmigo.
CAPÍTULO 2
Spencer
—Despierta.
Mi padre tiene que zarandearme para que abra los ojos y traerme de vuelta a la realidad. El sol ya entra por las ventanas, así que imagino que llego tarde a clase otra vez.
—¿Qué hora es?
—Tarde. Son casi las diez, así que despiértate, tenemos que hablar.
Me incorporo con un bostezo perezoso, pero él no se mueve de donde está.
—Tienes diez minutos para bajar.
Sale de mi habitación y, aunque quiero negarme porque no me apetece tener la misma conversación de siempre, cedo. Él no tiene la culpa de que esté hecha una mierda.
Está sirviendo el desayuno cuando bajo. Me siento a la mesa y él hace lo mismo, frente a mí.
—¿No tienes nada que decir? —pregunta. Yo niego. Inspira hondo antes de seguir hablando—: Estoy desesperado, Spencer. No sé cómo ayudarte ni qué más hacer para que vuelvas a ser la de siempre.
—No puedes ayudarme, papá.
Se me quiebra la voz de una manera que odio. Con él permito que aflore la debilidad que tanto me esfuerzo en ocultar. Y se da cuenta de que lloro, porque su voz es más suave cuando vuelve a dirigirse a mí.
—Hay veces que te echo tanto de menos, hija mía… Sé que estás ahí, cielo, pero en ocasiones no te reconozco.
Me muerdo el labio inferior con toda la fuerza de que soy capaz para no llorar. «Acabamos de empezar la conversación, Spencer, maldita sea».
—Soy la de siempre —susurro al fin. Él esboza una sonrisa tierna.
—Sabes que no es cierto. Eras buena estudiante, no te metías en líos, tenías claro tu futuro… Sé que no supimos gestionar el divorcio y eso te afectó, Spencie, pero he tratado de hacerlo lo mejor posible contigo para que…
—No —interrumpo—. No te culpes a ti, tú no has hecho nada mal. Yo solo estoy… no sé.
—Lo entiendo. Pero no podemos seguir así.
—No me quiero ir a Newford —repito, aunque es una verdad a medias.
Al principio, la idea era que estudiase en la Universidad de Keens, en Newford, donde vive mi madre ahora. Solicité plaza para el primer curso y entré sin problema, pero la rechacé para quedarme en la Universidad de Gradestate con mi padre. Volví a solicitar la plaza para el segundo curso por dos motivos: el primero, contentar a mi madre; el segundo, por el programa de Periodismo que ofrecen. Volví a entrar y la volví a rechazar. Creía que hacía lo correcto quedándome otra vez con mis amigas y mi novio. Estaba claro que me equivocaba. Digo que no quiero irme allí, pero he pedido plaza dos veces, así que en realidad no sé lo que quiero.
—Hasta ahora he respetado lo que tú querías —prosigue—, pero no puedo seguir haciéndolo.
—Papá…
—No —me interrumpe, y esta vez su tono vuelve a ser serio—. Me han dado un ultimátum en el trabajo, Spencer.
—¿Qué?
—Mi jefe se niega a que sigas haciendo gamberradas y saliéndote de rositas, da muy mala imagen al cuartel. Los padres de Troy no te denunciaron porque él los convenció, pero la fiesta de anoche ha sido la gota que colma el vaso. Si te detienen otra vez, me despiden.
Frunzo el ceño conforme va hablando. Esto es lo malo de vivir en una ciudad pequeña, que todo el mundo te conoce, las noticias se propagan y tu vida está en boca de cada vecino. A estas alturas, finjo que me da igual lo que digan de mí, pero no puedo tolerar que mi padre se quede sin trabajo por mi culpa.
—Vas a ir, te guste o no —prosigue—. He hablado con tu madre y me ha dicho que las solicitudes se guardan durante todo el mes de septiembre, así que aún puedes ir a Keens. Estoy seguro de que te vendrá bien empezar de cero a unos cuantos kilómetros, lejos de esta ciudad y de esa actitud autodestructiva que te está consumiendo. También necesitas pasar tiempo con tu madre, sé que la echas de menos aunque no lo digas. —Abro la boca para responder, pero él me interrumpe, anticipándose a lo que iba a decir—: Los Sullivan son buena gente y lo sabes. Mamá es feliz con Daniel, así que no inventes excusas.
¿Qué excusas voy a inventar? Acabo de quedarme sin ellas, sin su confianza y sin opciones. No si quiero que mi padre conserve su puesto. Irme significa empezar de cero y no creo que esté preparada para enfrentarme a eso. Toda mi vida está aquí, en Gradestate. Puede que no esté en la mejor situación personal, puede que esté cabreada con mis amigos y puede que mis amigas estén el doble de enfadadas que yo ahora mismo, pero al final esta es mi vida. Es todo lo que conozco, todo lo que tengo.
—No puedo irme —contesto—. No puedo dejar atrás mi vida como si nada, papá. Tengo aquí…
—¿Qué tienes aquí, Spencer? —me interrumpe con firmeza—. ¿Unas amigas de las que te quejas a diario? ¿Un ex que te está haciendo perder la razón? Crees que aquí tienes lo que quieres, pero no es así. Te estás dejando llevar por la costumbre, pero necesitas salir de esta ciudad. De verdad que tienes que alejarte de lo que te está haciendo daño, mi vida.
—¿Y empezar de cero? No puedo hacer eso a estas alturas.
—¿Por qué no?
—Porque no. —«Porque me da miedo», pienso—. Y no quiero vivir con mamá y los Sullivan, no pinto nada ahí.
—No vas a vivir con ellos, Spencer. Mamá te lo explicará, pero no vas a vivir en su casa.
—Ah. Ya. Pero da igual, no voy a ir —niego una vez más—. Deja que me quede, papá. Prometo no volver a meterme en líos. No voy a hacer que te despidan, lo sabes.
—Spens… —Mi padre se inclina para acunar mis manos entre las suyas—. Nunca he dudado de tu palabra, pero después de estos meses… no puedo seguir confiando en ti.
—Papá. Por favor —suplico—. No puedes mandarme a otra maldita ciudad así como así. Te prometo que voy a comportarme, no van a volver a llamarte la atención.
—No lo entiendes, hija. No se trata solo de mi trabajo, me daría igual que me despidiesen si eso significase que tú estás bien. Se trata de ti. Estar aquí te está consumiendo y no pienso permitir eso. Te vas, Spencer, y punto.
—¿De verdad no tengo ni voz ni voto en esto? Es mi vida.
—Tú eres mi vida, cariño, y te estoy intentando cuidar lo mejor que puedo. —Papá suspira y se acerca a mí para plantarme un beso en la frente—. De verdad que pienso que ambos necesitamos esto.
No replico aunque quiera hacerlo, porque sus palabras hacen mella en mí. No puedo ser egoísta con él, no puedo hacerle más daño. No quiero irme de esta ciudad y a la vez llevo toda la vida pensando en el día en que me largue de aquí. No quiero irme con mi madre y a la vez me muero por verla. No odio a los Sullivan, pero me quedo tranquila al saber que no voy a convivir con ellos. No quiero perder a mis amigas, pero en el fondo sé que lo hice hace mucho tiempo. No tengo ganas de volver a ver la cara de Troy y a la vez soy incapaz de alejarlo de mis pensamientos.
No tengo ni idea de qué quiero, qué necesito o incluso de quién soy. Por eso no discuto con mi padre y me limito a desayunar mientras él habla sin parar sobre lo bien que me va a venir el cambio de ciudad.
—…sin problema. Me parece bien, Alice. Sí, claro —escucho a mi padre hablar por teléfono mientras bajo las escaleras, masajeándome las sienes por el dolor de cabeza a causa de la siesta que he dado después de comer. Él alza la vista en cuanto entro en la cocina, me saluda con la mano mientras sigue hablando. Yo voy directa a por un vaso de agua—. De acuerdo, ¿se lo explicas tú cuando habléis? Bien. Sí, yo también pienso que es lo mejor. Estupendo, seguimos en contacto estos días. —Alza la vista y señala el teléfono—. Mamá dice que te quiere. —Gruño por toda respuesta—. Spens dice que ella también. —Suspira y suelta una pequeña risa—. No, no ha dicho eso. Bien, hasta mañana, Alice.
Cuando cuelga, se pone en pie y se guarda el móvil en el bolsillo. Va vestido aún con su uniforme de policía a pesar de que es bien entrada la tarde, lo que significa que sigue de guardia.
— Tu madre va a gestionar el traslado de universidad desde allí para que sea más fácil. Te llamará luego para hablar contigo y te mandará todo lo que necesites firmar en estos días. Seguramente lo deje todo solucionado entre hoy y mañana, así que cree que el lunes podrías estar ya en Newford para incorporarte esa semana.
—¿El lunes? Estamos a jueves, papá.
—¿Y? Con cuatro días tienes de sobra para hacer las maletas.
—¿En serio?
Papá se encoge de hombros como diciendo «es lo que hay», mientras se pone la chaqueta del uniforme.
—Empieza a despedirte de tus amigas, Spencer, el reloj corre.
Lo miro con incredulidad. En realidad, no me apetecía nada ver a «mi gente», no después de lo que pasó anoche, todo el mundo está al tanto de la que he liado esta vez. Papá se marcha tras despedirse y decirme que intente no meterme en problemas mientras está fuera.
Aún es demasiado pronto para cenar, pero mi estómago ruge como si no hubiese comido en días, así que cojo un paquete de galletas y empiezo a picar. Mientras tanto, me siento en uno de los taburetes y me enfrento a la barbaridad de mensajes de anoche.
Todo el mundo está enfadado conmigo.
Siguieron escribiéndome unas cuantas veces más. De hecho, el último mensaje es de Lena hace tan solo un par de horas. Les encantará saber entonces que me van a perder de vista en unos días por mucho tiempo. Ignoro los mensajes de todo el mundo y escribo en el chat que tenemos únicamente Phoebe, Lena y yo.
Yo
Tengo que hablar con vosotras. Es importante.
Cenamos?
Ambas me dejan en leído apenas treinta minutos después.
Me paso el resto de la tarde tirada en la cama. Podría aprovechar el tiempo y empezar a hacer las maletas, pero es más productivo mirar las redes sociales una y otra vez sin ganas.
A eso de las seis, una única palabra aparece en el grupo.
Lena
Vale.
Cinco minutos después, es Phoebe la que escribe.
Phoebe
Daisy’s. A las 7.
No permito que mi aspecto físico refleje mis sentimientos. No tengo ganas de arreglarme, pero si hay algo en lo que siempre se equivoca la gente cuando nos conoce, es en pensar que la superficial del grupo soy yo. Es Lena quien juzga a todo el mundo por lo que sea y por eso no voy a darle la oportunidad de hacerlo conmigo. Me recojo el pelo, largo y negro, en una coleta. Me visto sencilla: pantalones, top y Converse, y me maquillo como de costumbre: eyeliner y labios rojos. Troy odiaba que me los pintase de rojo. El muy gilipollas decía que intentaba llamar la atención. Por supuesto, lo hacía a diario.
Una vez lista, salgo de casa y me dirijo hacia mi coche. Es un Jeep negro y pequeño, fue un regalo de Navidad de mis padres tras sacarme el carnet, en un intento de hacerme sentir mejor. Un coche no arregló nada, pero al menos me ayudó a tener más libertad para ir y venir a todos lados. Siempre lo he tenido impecable, pero ahora tiene un bollo en la parte delantera tras el golpe que le di al de Troy. Imagino que tendré que arreglarlo antes de irme, así que más tarde lo dejaré en el taller y me despediré de gran parte de mis ahorros.
Daisy’s no está lejos de mi casa. Lena y Phoebe ya están sentadas en una mesa al fondo cuando llego. Ambas van muy arregladas, cosa que hace que desentone por completo cuando me uno a ellas. Está claro dónde van después de hablar conmigo. Y, por supuesto, no estoy invitada. Me siento en el banco de enfrente a ellas para así poder mirarlas a las dos mientras hablo. Ninguna dice nada, tan solo me miran como si acabase de degollar a sus mascotas.
—No me miréis así —replico cruzándome de brazos.
Phoebe es la primera en romper el silencio.
—¿Eres consciente de la que liaste anoche, Spencer? —pregunta directamente, sin rodeos—. La policía del campus desmanteló la fiesta por completo y retuvo allí a casi todo el mundo. Multaron a más de treinta personas por estar bebiendo alcohol sin tener la edad. Me tuve que esconder para que mi beca no peligrase. Si me llego a quedar sin ir a Canadá el semestre que viene por tu culpa…
—Ahora mismo todo el mundo te odia, Spens —añade Lena con una mueca.
Genial, al final voy a tener que agradecerle a mi padre que me mande a otro estado.
—Solo quería fastidiar a Troy —me excuso—. No quería perjudicaros a los demás.
—Llevas haciéndolo muchísimo tiempo —prosigue Lena. Siempre ha sido igual de directa que yo, pero no me gusta que esta vez me toque a mí comerme sus riñas. De nuevo. Llevamos unos meses en los que no nos aguantamos—. Llevamos años soportando tus tonterías. Tu actitud y tu ego, todos los tíos con los que te has enrollado, tus borracheras… Pero es que lo de Troy te ha hecho perder la cabeza por completo, te portas como una cría y estamos cansadas.
—Voy a ignorar todo lo que has dicho, Lena. Lo que me jode más ahora mismo es que Troy me engañó en mis narices y parece que se os ha olvidado —les recuerdo. Al parecer quejarse de los actos de alguien es muy sencillo, pero nadie se pone en mi lugar.
—Eso no justifica todo lo que llevas hecho. ¡Te has puesto básicamente a su altura!
—Y qué esperabais que hiciera, ¿eh? ¿Que llorase por las esquinas? Por el amor de Dios, ¡seguís siendo sus amigas! Nos conocemos desde los seis años, hemos sido amigas toda la vida. He estado ahí para vosotras siempre. —Señalo a Lena con la cabeza—. Cuando Tom rompió contigo te defendí a muerte a pesar de que no llevabas razón, porque es lo que hacen las amigas. —Después miro a Phoebe—. Fui yo quien escribió tu redacción de por qué querías el intercambio a Canadá. ¡Entre otras miles de cosas! Pero mi novio me engañó y vosotras me soltasteis esa mierda de: «Estaba borracho, Spencer, no se lo tengas en cuenta. Ya vendrá otro». ¡Y seguís siendo sus amigas! —repito, levanto la voz y noto que voy perdiendo los nervios—. Vosotras y todos los demás. ¡Pero quienes me duele que sigan riéndole las gracias después de lo que me ha hecho sois vosotras!
Ambas se quedan en silencio. Es una norma no escrita que, si a tu amiga le hacen daño, esa persona pasa automáticamente a estar en tu lista negra. Mi lista es gigante, he apuntado en ella a muchísimas personas a lo largo de los años por el simple hecho de haber mirado mal a una de mis amigas. Pero ellas siempre han seguido llevándose con gente que, de una forma u otra, me han hecho algo a mí. Y la última persona ha sido Troy. No solo lo intentaron justificar, sino que siguen saliendo con él como si no hubiese pasado nada. De los demás chicos me lo esperaba, pero ¿de ellas?
—Te enrollaste con Troy sabiendo que me gustaba —suelta Lena y mi incredulidad aumenta—. Y empezaste a salir con él.
—Me dijiste que no te gustaba tanto y esa noche te enrollaste con otro.
—Porque te vio con Troy un rato antes —interviene Phoebe.
—Bueno, pues te he ahorrado ser una cornuda —respondo, ellas dos chistan y yo me cabreo más. El guantazo de realidad me da en toda la cara e intento ignorar la sensación de abandono que me quiere consumir—. ¿Habéis sido en algún momento mis amigas de verdad? —La pregunta me sale casi con asco, aunque lo que siento es decepción. Lena resopla y Phoebe pone los ojos en blanco.
—¿Cómo puedes preguntar eso, Spens? —Los ojos azules de Phoebe se fijan en los míos unos segundos antes de que los aparte, intimidada. Según ella, soy agresiva hasta mirando a la gente.
—Somos tus amigas —continúa Lena—. Pero estamos cansadas de tus gilipolleces.
—Pues no tenéis que preocuparos más por mis gilipolleces. Me voy de aquí el lunes.
—Explícate.
—Me piro a Newford con mi madre. He intentado quedarme, sé que ahora no estamos en nuestro mejor momento, pero sois mis amigas y no quiero dejaros —suspiro—. Pero he metido a mi padre en problemas y me obliga a irme de inmediato.
Se miran durante unos segundos y me hierve la sangre cuando la comisura de los labios de Lena se alza ligeramente, a pesar de que intenta disimular.
Espero que me acribillen a preguntas. Que quieran saber cómo me siento sobre lo de tener que irme a ser una intrusa con mi madre y su familia. Que se pregunten qué va a pasar cuando llegue allí y empiece en una universidad nueva. Si me voy a despedir de los demás o no. Si estoy bien. Pero no me preguntan por eso, ni por cómo fue mi noche ayer después de que me arrestaran. Lo único que dice Lena es:
—Pues vaya.
No puedo contenerme. Me pongo en pie como si de repente el asiento pinchase y las señalo con un dedo.
—Que os follen.
—Spens… —comienza Phoebe, pero la interrumpo antes de que continúe. No quiero saber lo que tiene que decir. Ya no.
—Ni Spens ni hostias. Que os den, en serio.
—No es justo que las malas seamos nosotras con lo mal que te llevas portando todo este tiempo —oigo a Lena mientras me largo de ahí, pero ya no me importa lo que mis «amigas» tengan que decir sobre mí. Pero eso no quita que me duela el pecho a rabiar ahora mismo porque siento que lo he perdido todo de nuevo.
Mientras conduzco mi Jeep hacia el taller, todas las dudas que tenía se disipan inmediatamente. Me piro de aquí, me da exactamente igual lo que me espere en Newford.
No puede ser peor que esto.
CAPÍTULO 3
Spencer
La despedida de papá es agridulce.
No suelo llorar, pero en unos días ya lo he hecho dos veces. Irme de aquí es complicado, pero alejarme de mi padre lo es aún más. Ninguno de los dos es capaz de romper el abrazo en el que llevamos fundidos unos minutos. Finalmente soy yo la que lo hace a regañadientes.
—No creas ni por un segundo que no voy a echarte de menos, Spencie —me recuerda, mientras me acuna el rostro entre sus manos.
—Espero que me eches tanto de menos que prefieras verme en comisaría todos los días a tenerme a tantos kilómetros de distancia.
—Eres increíblemente dramática, ¿lo sabías?
Me encojo de hombros, sonriendo.
—Es parte de mi encanto.
Al final tardamos veinte minutos más en despedirnos por completo. Las maletas están cargadas tanto en el maletero como en la parte trasera de mi coche ya arreglado, llevo lo necesario para el viaje en el asiento de copiloto, y una playlist de Imagine Dragons para entretenerme las cinco horas de viaje hasta Newford. Llegaré para la hora de comer, menos mal que he madrugado bastante para salir temprano, ya que la despedida me ha retrasado un poco.
—No te metas en líos, ¿de acuerdo? Desde aquí no podré ayudarte.
—No prometo nada —confieso.
—Ten cuidado, Spencer. Te quiero.
—Y yo a ti, papá.
Una vez acomodada en el Jeep, meto la dirección de la casa de mi madre en el navegador y me pongo en marcha. Gradestate es una ciudad pequeña en la costa de Massachusetts, Nueva Inglaterra. Y tengo que cambiar de estado para llegar hasta Newford, que es una ciudad bastante grande al norte de Vermont, también en Nueva Inglaterra.
Mis padres se divorciaron hace casi seis años, aunque ahora se llevan bien. Mamá se fue de casa y, casi un año después, ya había rehecho su vida. Papá empezó a salir con mujeres de nuevo, aunque ahora mismo está soltero, y mamá empezó a salir con un médico y profesor también divorciado que conoció en un congreso.
Conocí a Daniel por primera vez cuando mamá anunció que llevaban unos meses saliendo, que había conseguido una oportunidad increíble para ejercer como profesora de Cardiología en la facultad de medicina en la Universidad de Keens y que había decidido mudarse a Newford para vivir juntos. Quiso presentárnoslo a papá y a mí formalmente, pues para ella nuestra aprobación era muy importante, aunque no necesaria.
Papá y yo nos trasladamos hasta la ciudad en la que voy a vivir ahora para conocer a los Sullivan, ya que para nosotros era más fácil viajar que para ellos. Cuando llegamos al restaurante en el que habíamos quedado, me quedé petrificada durante unos segundos a unos metros de la mesa en la que nos esperaban. Allí estaba mi madre, tan guapa como siempre con su pelo negro como el mío suelto y ondulado, y sus ojos marrones resaltando a causa de las sombras que llevaba. Iba vestida muy elegante, como de costumbre. Y tenía una sonrisa enorme que le iluminaba toda la cara. Hacía tiempo que no sonreía así.
Recuerdo que examiné a Daniel de arriba abajo sin prudencia alguna. Ojos azules, pelo rubio, y una expresión amigable que más tarde me hizo sentir mal por haberlo prejuzgado. A sus hijos también los escaneé por completo. El pequeño, Ben, que solo tenía seis años se parecía algo a él. En cambio, el mayor era su viva imagen. Jordan tenía quince años cuando nos vimos por primera vez, yo estaba a punto de cumplirlos. Mi hermanastro ya era por entonces increíblemente atractivo. A diferencia de lo que ambos creímos en un primer momento, nos llevamos bastante bien. Al parecer, yo no era la única que se sentía incómoda con la nueva situación familiar, y eso nos unió.
Tuve que cerrar el pico aquel día cuando comprobé por mí misma que los Sullivan eran una familia encantadora. Desde aquella vez, nos volvimos a ver en persona muchas veces más. La última fue en mayo, para celebrar mi decimonoveno cumpleaños.
Pero una cosa es ver unas veces al año a la nueva familia de tu madre y hablar con tu hermanastro a menudo, y otra muy distinta es vivir en la misma ciudad. No sé dónde voy a vivir porque mamá ha dicho que lo hablaremos en persona, pero al menos sé que no va a ser en su casa, y eso me tranquiliza.
Conforme pasan las horas y me alejo más y más de Gradestate, una sensación extraña se planta en mi pecho y me cuesta identificar qué es. Tan solo cuando las calles de Newford me dan la bienvenida, averiguo qué es: alivio. Y miedo. Me siento extrañamente en paz tras haber dejado mi ciudad atrás a pesar de todo y me sorprende un tanto percatarme de que no estoy pensando en si echaré de menos mi universidad, mi grupo de amigos, a Lena y a Phoebe, o incluso a Troy. Quizá papá llevaba razón y necesito este cambio de aires. Pero también tengo miedo, porque no sé qué me espera ahora y no tengo ni idea de cómo voy a poner en orden el desastre en el que se ha convertido mi vida, el desastre en el que me he convertido yo.
Newford tiene una zona muy moderna llena de rascacielos y edificios nuevos, aunque sé que la universidad está en la parte más tradicional. La casa de mi madre está en un barrio de la zona moderna. No es la primera vez que veo la inmensa casa de los Sullivan, aunque sí la primera que conduzco sola hasta aquí, y me vuelve a impresionar lo grande que es. No es que la nuestra fuese pequeña, siendo mi madre cardióloga y mi padre policía hemos podido permitirnos tener una vida acomodada, pero Daniel también es médico, así que ahora sus vidas son incluso más lujosas. Ambos trabajan en el hospital un par de veces por semana y el resto de los días dan clases en la universidad.
La fachada es de color gris, con grandes ventanales y una entrada muy bien cuidada. Hay un BMW aparcado en la entrada, así que dejo mi Jeep tras él. Cuando salgo del coche, la puerta principal se abre y mi madre asoma por ella.
—¡Spencer! —Baja a toda prisa las escaleras del porche, vestida con unos vaqueros y una camisa blanca. Ni siquiera me da tiempo a decir nada, porque me envuelve en un abrazo tan grande que casi no puedo respirar—. Por fin estás aquí. ¿Qué tal el viaje?
Cuando me suelta, puedo responder.
—Largo, pero sin problemas. —Ahora puedo mirarla detenidamente, está tan fantástica como siempre—. Estás guapísima, mamá.
Ella dibuja una sonrisa amplia y me mira de arriba abajo con emoción, como si de verdad pensase que soy un espejismo o algo. Para el viaje me he puesto ropa cómoda: unas mallas cortas, una camiseta tan larga que las tapa, y una coleta desenfadada. Cuando termina de observarme, me coge la cara con ternura y me da un beso en la frente.
—Tú sí que estás preciosa, Spens. De verdad, no puedo creerme que vaya a tenerte aquí. Te echaba muchísimo de menos.
—¡Spencer! —Daniel sale también de la casa para reunirse con nosotras. No va vestido tan formal como las otras veces que le he visto, sino que lleva un chándal—. Qué alegría verte de nuevo, qué guapa estás.
—Gracias, Daniel.
—Venga, vamos adentro —dice mamá—. Ben tiene muchas ganas de volver a verte.
—¿No debería estar en el colegio?
—Ha fingido estar malo toda la mañana cuando sabía que venías. —Enarco una ceja—. No me mires así, tú hacías lo mismo para faltar a clase.
—Eres una influencia terrible, mamá.
—En su defensa diré que yo también me he hecho un poco el loco —la defiende Daniel—, Ben estaba demasiado emocionado por verte. Anda, vamos dentro.
Río sin poder remediarlo. Ese maldito crío…
Tan solo cojo mi bolso y saco mi móvil para avisar a papá de que he llegado mientras entramos en la casa. Un gran recibidor me da la bienvenida, con las paredes de color crema y los muebles a juego. Recuerdo que mi madre presumía del buen gusto de Daniel para absolutamente todo y pude comprobar que llevaba razón la primera vez que pisé esta casa. Tiene dos plantas y un jardín con piscina enorme. Antes de que pueda llegar al salón, unos pasos a toda velocidad resuenan en la parte de arriba e, inmediatamente, Ben aparece en las escaleras. Baja corriendo como si le fuese la vida en ello.
—¡Spens! —Se lanza contra mí. Me abraza con fuerza por la cintura y apoya su cabeza en mi barriga.
No me gustan los críos, es un hecho. Pero Ben me cayó bien desde el primer momento. Es un chaval educado e inteligente, y nunca dijo que no a gastarle bromas a Jordan.
—Ey, campeón. —Revuelvo la maraña de pelo rubio de su cabeza y le sonrío cuando se separa para mirarme—. ¿Has crecido en estos últimos meses o es mi impresión?
—Pues claro, el otro día cumplí diez años. ¿Es verdad que vas a quedarte en Newford todo el curso?
—Eso parece. —Me encojo de hombros—. ¿Cómo va ese resfriado?
Ben echa un rápido vistazo a los padres y finge una tos. Yo le guiño un ojo y le choco el puño de manera cómplice.
—¿Vas a querer que te dé otra paliza en ese juego de coches?
—¡Ja, ni hablar! Acaban de sacar uno nuevo, es imposible que me ganes. Ni siquiera Jordan puede.
—Yo soy más guay que Jordan —le replico y empiezo a hacerle cosquillas. Ben intenta defenderse, pero lo vuelvo a atrapar.
—Venga, chicos, vamos a comer algo —nos dice Daniel—. Spencer vendrá muerta de hambre. Después podréis jugar si queréis.
Mi estómago ruge a modo de respuesta. Las galletas que he ido picando durante el camino no han sido suficientes para saciarme y es justo la hora de cenar. Ben se encarga de entretenerme contándome qué tal le está yendo el nuevo curso, mientras mamá y Daniel terminan de preparar la comida. El pequeño torbellino y yo ayudamos a poner la mesa y poco después estamos sentados. Han cocinado mi plato favorito a pesar de no ser nada del otro mundo: pasta con nata, beicon y queso. La boca se me hace agua antes incluso de empezar.
Daniel y mi madre me preguntan qué tal estamos papá y yo con tal de tener una conversación agradable, ya que sé perfectamente que hablan muy a menudo y están al día de nuestra vida. Yo también llevo más o menos un control sobre cómo están ellos, aunque no tan exhaustivo como mi padre. Sé que lo que están intentando es que me sienta cómoda antes de ir al tema que de verdad les preocupa: yo. Mi actitud, en realidad. Todo lo que ha sucedido en los últimos meses (años, si nos ponemos tiquismiquis) y el motivo por el que estoy aquí.
Por desgracia, cuando llegamos al postre, es imposible retrasar más la conversación. Daniel le pide a Ben que nos deje a los tres solos y es cuando empiezan las preguntas.
CAPÍTULO 4
Spencer
—Sé que la separación fue dura para ti, Spens —comienza mi madre, aunque juguetea con su postre. A pesar de que en todo momento ha sido una madre fantástica, los discursos nunca han sido su fuerte. Se le han dado siempre mejor a papá—. Y sé que la culpa fue nuestra porque nos comportamos como unos críos y nos dimos cuenta muy tarde del daño que te estábamos haciendo.
—No importa —miento al ver que hace una pausa.
Sí que importa, pero no hay nada que ninguno podamos hacer, y soy consciente de que nunca quisieron hacerme ningún mal a propósito. Bastante estaban sufriendo ellos mismos.
—Sí importa, cielo. Pero el caso es que pensaba que lo habías… superado.
—Lo he superado, mamá.
—Pero tu comportamiento…
—Mi comportamiento no tiene nada que ver con el divorcio —la interrumpo, intento no alzar la voz y mantenerme calmada—. Tiene que ver con que me han hecho daño y han traicionado mi confianza. Sé que mis reacciones han estado fuera de lugar, pero no he sabido gestionar las cosas de otro modo.
—Papá me ha estado contando todo lo que ha estado sucediendo, Spens, y estoy preocupada. Bebes demasiado, sales con muchos chicos… No te estoy juzgando —añade rápidamente cuando enarco una ceja—, pero hay una mala fama alrededor de ti que me preocupa que afecte a tu futuro. ¿Cuánto hace desde la última vez que le prestaste atención a lo que te gusta de verdad? Puedes salir con chicos y de fiesta todo lo que quieras, pero no me gusta que hayas dejado de ser tú misma. Eres mi hija y te quiero, tengo que asegurarme de que te eres fiel a ti misma y te labras un futuro. Y, si necesitas ayuda profesional, quiero que tengas claro que puedes pedirla sin vergüenza.
Me muerdo el labio y aparto la vista unos instantes. Después vuelvo a mirarlos y asiento.
—Estoy bien, de verdad —es lo único que me siento capaz de decir. Al igual que con papá, no soy capaz de mentirles diciéndoles que prometo cambiar.
—Eres más que bienvenida aquí, Spens. —Esta vez es Daniel quien habla, sonriendo con amabilidad—. Estoy seguro de que te vendrá bien el cambio de aires. Tu madre siempre dice que eres demasiado grande para una ciudad tan pequeña como Gradestate. Quizá Newford se ajuste más a ti.
Mamá suele decirme eso a menudo: que estoy enjaulada en Gradestate, que es como un frasco minúsculo, como la muestra de un perfume, en el que estoy atrapada cuando lo que debería es buscar uno más grande en el que mi esencia pueda tener sentido, donde pueda ser yo. Siempre le respondo que al final una jaula es una jaula sin importar el tamaño, pero le gusta demasiado ponerse filosófica con lo del frasquito, e insiste en que, en Newford, mi esencia cambiaría por completo.
Al menos en Newford nadie me conoce, a excepción de Jordan. No tengo amigas que no me están apoyando, ni un ex mentiroso ni un grupo de amigos que ni se ha molestado en hablar conmigo tras enterarse de que me marchaba de la ciudad. Porque lo saben, Lena tiene la lengua muy larga y, después de nuestra preciosa despedida, se fueron de fiesta con los demás. Instagram lo ve todo. Las redes sociales son geniales para estar conectada al mundo, pero también son las que te hacen separarte poco a poco de él. Aquí estoy, sabiendo lo que ha hecho mi grupo durante los últimos cuatro días, mientras que ellos ni siquiera tienen ni idea de qué estoy haciendo yo ahora mismo.
—Gracias, Daniel.
—Tienes todo el año para adaptarte —prosigue él—. La universidad te va a gustar, estoy seguro. ¿Sabes ya en qué te vas a especializar?
—Periodismo —confieso. Por fin un cambio de tema—. Digital, a ser posible.
—Eso está genial, Spencer.
Siempre me han gustado las redes sociales, además de redactar. Me fascina cómo internet puede dar la vuelta a todo el mundo y mostrar contenido con tan solo unos clics. Como decía, las redes tienen dos caras y a mí me gustaría explotar la buena y crear contenido de interés.
—Bueno… ¿dónde voy a vivir?
—Ah, sí, justo íbamos a eso —responde mamá—. Jordan este año prefirió un piso compartido, pero su compañero dejó la universidad hace unos días. Así que no le importa que seas tú quien ocupe la habitación libre. Además, así podrá echarte un ojo.
Intento con todas mis fuerzas no sonreír. Mamá y Daniel creen que viviendo con Jordan mi ritmo de vida se relajará y estaré en buenas manos. Pero al parecer tengo yo más seguimiento de la vida de mi hermanastro que ellos. ¿Qué decía? Las redes sociales. Jordan es un cliché universitario: fiestero, guapo y jugador de hockey. No es el capitán porque, si no, tendría que llevar la frase «protagonista de película estadounidense» tatuada en la frente.
Al ver que no digo nada, aunque no tenga más opción, mamá pregunta:
—¿Te parece bien?
—Claro, seguro que estaré bien.
—Jordan vendrá dentro de un rato a por ti, tenía entrenamiento esta tarde —añade Daniel.
—Puedes descansar si quieres hasta entonces, cielo. Y voy a darte la carpeta de la universidad con todos los documentos que tienes que firmar y llevar mañana a secretaría antes de incorporarte a las clases.
—Genial. Gracias, mamá. Y gracias, Daniel.
Por una vez, sonrío con sinceridad. Sé que mamá me quiere aquí de verdad, así podrá verme cada vez que quiera y no cada muchos meses. Y tanto ella como Daniel estarán aquí para cualquier cosa que necesite.
Es inevitable que una sensación acogedora me llene por completo por primera vez en muchos años.
—¡Es imposible que ganes por tercera vez, Spencer! —grita Ben, frustrado. A mí se me escapa una carcajada y alzo los brazos a modo de victoria cuando llego a la meta antes que él. Ben bufa, suelta el mando de la Play y me mira con incredulidad—. Pero ¡si el juego es nuevo y llevo practicando desde que me lo regalaron!
—En Gradestate pasaba mucho tiempo con chicos, enano. Y solo les interesaban dos cosas. Una de ellas eran los videojuegos.
—¿Y la otra?
—Eres muy pequeño todavía para que te lo diga.
—Veo que ya has encontrado sustituta, Benny.
La voz de Jordan que nos llega desde la puerta hace que ambos nos giremos para mirarlo. Está apoyado en el marco con los brazos cruzados. Lleva ropa de deporte y tiene el pelo mojado, probablemente de la ducha que se habrá dado después del entrenamiento.
—Spens me ha machacado —se queja Ben, cruzándose de brazos. Yo vuelvo a reírme y le doy un codazo cariñoso.
Jordan también ríe y esta vez sus ojos azules se clavan en mí.
—Ey, hermanita.
—No empieces. —Pongo los ojos en blanco—. Al parecer, vamos a pasar mucho tiempo juntos de ahora en adelante, así que intenta no sacarme de mis casillas muy a menudo, niño bonito.
Jordan es de esas personas que conoces y siempre recuerdas como alguien guapo, pero cuando lo vuelves a ver en persona, la palabra «guapo» se le queda corta. Y él lo sabe perfectamente. Es alto y está lleno de músculos por todos lados a causa del deporte que hace y el hockey. Tiene una cara que podría haber sido cincelada por el mismísimo Michelangelo: mandíbula definida, una nariz demasiado perfecta para ser natural y unos labios proporcionados. Súmale a eso que es rubio, con los ojos azules, y tienes a un tío por el que cualquiera perdería la cabeza. Si no fuese mi hermanastro, probablemente me habría fijado en él en algún momento.
—Cuando estés lista, nos podemos ir.
Me despido de Ben antes de bajar y permitir que mamá me dé otra minicharla de cinco minutos delante de Daniel y Jordan. Al parecer, confía totalmente en que ambos cuidemos el uno del otro. Le cuesta dejarme ir por la costumbre de que, siempre que nos decimos adiós, pasa mucho tiempo hasta que nos volvamos a ver. Pero al final Jordan consigue arrancarme de una segunda charla, alegando que ha quedado y llega tarde.
—¿Conduces tú? —me pregunta, señalando mi Jeep con la cabeza—. Voy contigo, me han traído.
—Conduzco yo. Tú guías.
Nos ponemos en marcha y abandonamos la zona residencial para dirigirnos hacia el campus de la universidad.
—Así que vamos a pasar de vernos un par de veces al año a vivir juntos —comenta Jordan mientras conduzco.
—Siento la invasión.
—Nah, sabes que no me importa. Pero hay normas.
Arqueo una ceja y desvío la vista un segundo para mirarlo. Jordan sonríe de medio lado y vuelvo la atención a la carretera.
—Normas —repito, él suelta un «ajá»—. ¿Como cuáles?
—Los chicos del equipo vienen cada vez que les da la gana. Que no te extrañe encontrar que alguno se queda a dormir en el salón sin avisar.
—¿Y la regla es…?
—Regla número uno: mi casa, la casa de mis amigos. Ahora mismo eres una intrusa, así que tienen más potestad que tú bajo mi techo.
Supongo que tiene sentido. Es tan típico de él querer poner límites y tener todo bajo control que en realidad no me sorprende.
—Bien. ¿Qué más?
—Regla número dos: ver, oír, callar. Lo que pasa en mi grupo, se queda entre nosotros. No vamos a cortarnos porque estés tú, así que he prometido en tu nombre que serás discreta.
—Un poco osado por tu parte, ¿no crees? —pregunto con burla—. Nada te garantiza que vaya a cumplir tu promesa.
—Oh, Spencie, confío en ti —se mofa—. Me han dicho que la chica mala se ha quedado en Gradestate.
—No deberías creer todo lo que te dicen, Jordie.
—Regla número tres y la más importante —prosigue—: Nada de enrollarte con mis amigos.
Se me escapa una carcajada ante eso.
—¿Va en serio?
—Y tan en serio. Gira a la derecha en la siguiente.
—¿Te preocupa que me enrolle con alguno de tus amigos, de verdad?
—Estamos solteros —me explica—, somos universitarios y lo único que queremos es pasárnoslo bien.
—¿No crees que se lo pasarían bien conmigo? —pregunto, sonrío con malicia mientras lo miro de reojo. Jordan ríe.
—Ese es el problema, hermanita, que sé perfectamente que cualquiera de ellos se lo pasaría de escándalo contigo. Y eso significaría que luego vendrían los llantos. Ninguno quiere compromiso con nadie ahora mismo e imagino que tú tampoco. Pero eso dice todo el mundo antes de pillarse por una persona. Y, si cualquiera de mis chicos se pilla por ti y tú no, o al revés… va a haber drama. Y no quiero drama. Porque son mis mejores amigos y tú eres parte de mi familia. No quiero verme en la situación de tener que elegir a nadie, ¿entiendes?
La verdad, lo único con lo que me he quedado de lo que ha dicho es «eres parte de mi familia». Sí, Jordan y yo nos llevamos bien, nos entendemos y hablamos de vez en cuando (antes mucho más que ahora), pero no sabía que me tenía tanto cariño como yo a él. Y me sorprende, para qué mentir. No me he portado bien con él últimamente.