Adonde el viento nos lleve (Simon Snow 3)

Rainbow Rowell

Fragmento

Título

2
SIMON

—Pero… eso no puede ser. Yo maté al Hechicero.

Estoy sentado en el estudio del doctor Wellbelove. Cuando Agatha les dijo a sus padres que iba a regresar a casa, insistieron en que yo la acompañara y que fuera a cenar. Y ha sido bastante incómodo hasta ahora.

Nos sentamos en nuestros lugares de siempre, ella junto a mí, del mismo lado de la mesa, y su mamá no dejaba de observarnos como si no pudiera decidir si se sentía decepcionada o aliviada de que ya no estuviéramos juntos.

Se suponía que Agatha y yo éramos algo seguro. Creo que su mamá ya había planeado nuestra boda.

Pero éramos algo seguro cuando yo era algo seguro, cuando todavía tenía magia, cuando todavía tenía toda la magia, y un llamado.

Y antes de que me quedara permanentemente con estas putas alas gigantes de dragón.

La señora Wellbelove se horrorizó cuando, al llegar, le di mi chamarra y pudo ver lo que se escondía debajo. Al menos no tuvo que ver mi cola también. Me tomé el tiempo de envolvérmela en la pierna de los jeans. (Es tan incómodo. Se me irrita la pierna, se me entumece la cola y además tengo que usar jeans holgados que hacen que parezca el papá de alguien.)

La cena fue interminable. Agatha se negó a hacer plática y sus padres no sabían ni por dónde empezar. Cualquier tema relacionado conmigo es un tema que nadie quiere tocar. Es difícil ignorar al elefante en la habitación cuando estás platicando con el elefante.

Me terminé el postre, Eton mess (moras, merengue y crema batida), de tres bocados y luego el doctor Wellbelove me invitó a su estudio. Siempre le gusta tener ahí las conversaciones serias. Los Wellbelove han sido algo así como mi familia postiza (digamos que algo un poco más distante, como la familia postiza de una familia postiza) desde que me uní al Mundo de los Hechiceros. Me solían invitar en las vacaciones y días feriados, incluso antes de que Agatha y yo empezáramos a salir. Y el doctor Wellbelove siempre ha intentado hablar conmigo sobre cosas de padre e hijo. Me sentó en este mismo estudio cuando tenía doce años para contarme de dónde vienen los bebés. (Aunque ahora siento que le faltó incluir cierta información crucial.)

Esta noche, se sentó detrás de su gran escritorio con superficie de vidrio y sacó un fajo de papeles de un cajón.

—Simon, estaba esperando a que se terminaran de aclarar todos los detalles legales de los bienes del Hechicero para hablar contigo…

Detalles legales.

—Señor…, ¿me van a arrestar?

El doctor Wellbelove levantó la vista de los documentos.

—¿Arrestar?

—Por la muerte del Hechicero.

Se quitó los lentes para leer.

—No, Simon. No van a arrestar a nadie. La muerte del Hechicero fue un accidente.

—Más o menos… —dije.

—Ciertamente fue en defensa propia.

Asentí sintiéndome culpable.

El doctor Wellbelove se volvió a poner los lentes y miró los documentos.

—El Hechicero, Davy, David

—¿David?

—Ya quedó resuelta su sucesión y se aclaró todo sobre sus bienes.

Negué con la cabeza.

—¿El Hechicero se llamaba David?

El doctor Wellbelove levantó la vista para mirarme. Se aclaró la garganta.

—David Cadwallader.

—Oh.

—Tiene parientes, por supuesto. Pero los términos de su testamento son claros: la mayor parte de sus bienes te los dejó a ti.

—¿A mí?

El doctor Wellbelove volvió a aclararse la garganta.

—Sí.

—Pero… eso no puede ser —dije—. Yo maté al Hechicero.

—Bueno —dijo el doctor Wellbelove mientras acomodaba los documentos—, tal vez eso sea cierto. Pero, desde el punto de vista legal, es irrelevante. Sigues siendo el heredero del Hechicero.

Los bienes del Hechicero…

¿Qué deja un hombre como el Hechicero? Me había dado una espada, pero ya no soy lo suficientemente mágico como para invocarla. Me dio la varita de su padre y la dejé en Watford. Creo.

El Hechicero me convirtió en su heredero para que yo pudiera ingresar a Watford. Sólo los magos pueden asistir a esa escuela y yo no era mago. Yo era un accidente. Matar al Hechicero fue mi última acción mágica.

Si Penny estuviera aquí, diría que yo tenía que matar al Hechicero, que teníamos que matarlo. Que ésa era la única manera de evitar que él me matara a mí y quién sabe a quién más. Llegamos demasiado tarde para evitar que matara a Ebb.

Si Penny estuviera aquí, diría que no fue mi culpa.

Pero fueron mis palabras.

Yo lo maté.

Maté a mi… mentor, supongo que así se le podría llamar. Mi guardián. Nunca habló conmigo de cosas de padres e hijos, pero yo era su encomendado. Yo era su espada, su arma no-tan-secreta. Yo tenía mi lugar a su derecha.

Nunca me enteré siquiera que tenía un nombre…

—Hay algunos artículos personales —dice el doctor Wellbelove—, muebles. Su varita y su espada, una colección de dagas…

—No los quiero.

—Son muy poco comunes.

—Su familia puede quedárselos. ¿Me dijo que tiene familia?

—Primos —dice el doctor Wellbelove—, en Gwynedd.

—Ellos pueden quedarse con todo.

—Hay otros bienes —dice el doctor—. Sus ahorros.

—¿El Hechicero tenía dinero?

—Tenía su salario como director y muy pocos gastos.

—Sus primos pueden quedarse con todo eso también.

—No —dice el doctor Wellbelove con firmeza—. No pueden. Hijo… —el doctor Wellbelove me llama “hijo” a veces pero no lo dice como lo diría un padre. (Bueno, tal vez lo dice como un padre, pero no como si fuera el mío)—. Escúchame. Sé que esto es poco ortodoxo…

—¡No es poco ortodoxo, es demencial! ¡No puedo aceptar dinero por matarlo!

—Aceptarás el dinero porque es tuyo, Simon. Legalmente. Y… —el rostro del doctor Wellbelove se está poniendo rojo—. Merecidamente. El hombre te utilizó indebidamente. Todos lo sabemos ahora.

—Nunca me utilizó indebidamente, señor… ¿La gente está diciendo eso?

—No, quiero decir… Bueno, lo que quiero decir, Simon, es que todavía no comprendemos los alcances de la corrupción del Hechicero, pero lo que sí sabemos es que estaba intentando robarte tu poder. Posiblemente lo robó.

—¡No lo hizo, yo lo entregué!

—El asunto es que él está en deuda contigo, Simon. Te debe más que esto. No hay manera de que él, ni nadie, pueda compensar la forma en que te manipuló, los años que pasaste trabajando por sus intereses.

—Él no tuvo que manipularme. Yo quería ayudar.

—Eras un niño…

—¡No, yo era el Elegido!

El doctor Wellbelove baja la mirada. Y yo la aparto. Ambos nos sentimos avergonzados y apenados. Yo nunca fui el Elegido. Ésa fue otra de las mentiras del Hechicero. Y el doctor Wellbelove y yo fuimos unos ingenuos por creerlo.

—Es lo que ha decidido el Aquelarre —dice el doctor Wellbelove—. Todas esas posesiones te pertenecen, Simon.

Levanto la barbilla.

—El Aquelarre ya no tiene que preocuparse por mí, no soy mago.

El doctor Wellbelove suspira con fuerza.

—Por Merlín, muchacho, sólo acepta el dinero.

Título

3
SHEPARD

Hace una semana que conozco a Penelope Bunce.

En esa semana, me enredé con un hombre zorrillo, incité una guerra de pandillas de vampiros y me lanzaron hechizos de estupidificación al menos en dos ocasiones.

Y me estoy divirtiendo como nunca en la vida.

Ahora estamos en Londres. Ella insistió en que yo regresara con ella a casa, con todos ellos, en cuanto se dio cuenta de que yo estaba maldito.

¿Qué clase de chica te lleva a casa porque estás maldito? Digo, es algo que yo haría, pero soy bastante imprudente respecto a estas cosas y sin duda ése fue el motivo por el cual recibí esa maldición para empezar.

Falsificó mi pasaporte. Falsificó los boletos de avión. Ella y Baz lanzaron hechizos frente a mí como si no importara. Nunca pensé que lograría estar tan involucrado con un grupo de magos. ¡Nadie se logra involucrar con los magos!

Digo, creo que si los llegara a traicionar, me explotaría el corazón… Literalmente. Pronunciamos esas palabras mágicas, nos dimos la mano y lo juré por mi vida y esas cosas. Pero lo hice con gusto. Estoy viendo cosas que ningún Hablante ha visto… o mejor dicho, “Normal”, así es como los magos nos dicen aquí. Así es como Penelope me llama la mitad del tiempo. “El Normal”. Como si sólo hubiera conocido a uno.

—Bueno —dice ahora cuando entramos a su departamento—, henos aquí.

Sólo somos nosotros dos. Salimos a toda prisa de San Diego. ¿Acaso arrestaron a la tía de Baz o algo así? Algo sobre su antigua escuela. Él se marchó en cuanto aterrizamos en Heathrow. Y Simon y Agatha se fueron directamente a la casa de ella. Estaba bastante alterada.

Todos estamos bastante alterados. Tengo la sensación de que la semana pasada fue intensa, incluso para los estándares de los magos, vampiros y chicos dragón.

—Podría dormir un mes entero —digo al sentarme en el sillón de Penelope.

—Puedes dormir mañana —me dice—. Vamos a ir a ver a mis padres en cuanto me dé un baño.

—¿Algo va mal?

—Sí. Shepard. Perdiste tu alma, se la cediste a un demonio.

Me encojo de hombros.

—Sí. Pero eso no es… urgente.

—¿De dónde sacas que pasar la eternidad al servicio demoniaco no es urgente?

—Es la eternidad —digo—. No mañana.

—A menos que mañana te atropelle un autobús.

—¿Me vas a aventar frente a un autobús?

—No, pero hablando de eso: recuerda ver a la derecha cuando cruces la calle. Los estadounidenses siempre se confunden con el sentido del tráfico…

—Penelope. Ya llevo dos años viviendo con esto.

—Por eso vamos a ir directamente a la casa de mis padres. Así vas a recuperar tu alma y luego ya puedes morirte cuando quieras.

—¿Tus padres me van a liberar de un demonio durante la cena?

—Bueno —hojea un montón de correspondencia mientras hace girar entre sus dedos la punta de su cola de caballo larga y castaña—, probablemente no habrá cena a menos que la llevemos nosotros. A nadie le gusta cocinar en mi casa. Pero, aparte de eso, sí. Mi madre es la hechicera más inteligente y quizás la más poderosa en el Mundo de los Hechiceros.

—¿Es una especie de reina?

—¿Qué? No —levanta la vista y me mira asqueada—. Los hechiceros no tienen reinas.

—Ah, claro, perdóname por suponer eso en un país que de hecho sí tiene una monarquía.

—Mi madre es una historiadora mágica y directora de una escuela y una funcionaria pública electa.

—¿Y de verdad es la maga más poderosa del mundo?

—Del Mundo de los Hechiceros.

—Lo cual es… ¿el mundo?

—Lo cual es el Reino Unido. E Irlanda. Y varias islas.

Deja caer la correspondencia sobre la mesa. Tenía cierta esperanza de que el departamento de Penelope y Simon estuviera lleno de dispositivos y artefactos mágicos. Como bolas de cristal y cajas misteriosas. Pero hasta el momento se ve como el departamento de cualquier estudiante universitario común y corriente. Tienen el mismo sofá de Ikea que mi hermana.

—Déjame llamar y asegurarme de que mamá esté en casa…

Penelope se quita los pesados zapatos negros estilo Mary Jane dando un par de patadas. Doc Martens. Me gustan. Trae calcetas de rombos a la rodilla. También me gustan. Me gusta su look de Vilma de Scooby Doo pero perezosa. Su falda plisada y su camiseta holgada color morado. Los lentes de carey.

—¿Estás segura de que tu mamá va a querer ayudarme? —pregunto.

—Por supuesto que va a querer ayudarte.

—En mi experiencia, los Comunicadores no van por ahí ayudando a los Hablantes a escapar de trampas.

Penelope se cruza de brazos y frunce el ceño.

—Tu experiencia con los magos es extremadamente limitada y no incluye a mi madre. Apenas me incluye a mí.

Le respondo a su frente fruncida con mi sonrisa más cálida. (Que es muy cálida.)

—Hagámoslo, entonces —digo—. Estoy dispuesto a todo.

Ella frunce el ceño aún más.

Ése es el problema, ¿sabes?

—Sí lo sé. Sí. En verdad.

Título

4
BAZ

—¿Vienes a ayudarme a escapar, Basil?

Mi tía está sentada sobre una silla tapizada en terciopelo en la esquina de una celda de piedra. El Aquelarre invocó una torre para encerrarla. El guardia que le asignaron tuvo que esperar a que atardeciera para poder lanzar el hechizo que abre la puerta.

—Estoy aquí para pagar tu fianza —respondo—. Por el amor de la serpiente, Fiona, ¿en qué estabas pensando?

—¿Fianza? Los Pitch no pagan fianzas. Ni rescates.

—Bueno, está bien —digo—. Mi padre la pagó, y él es un Grimm.

Ella se recarga en el respaldo de la silla y sube las botas a un escritorio.

—Regresa cuando estés preparado para ayudarme a escapar como debe ser.

—Esto no es broma. Sólo te van a permitir salir porque el doctor Wellbelove y la directora Bunce dijeron que ellos respondían por ti.

Me enteré de que Fiona había sido arrestada solamente porque Penelope decidió llamar a su madre antes de que saliéramos de San Diego. Cuando Penny llegó corriendo a la playa ayer en la tarde, pensé que alguien había muerto.

—¿Wellbelove? —se burla Fiona—. ¿Y Bunce? ¿Pero qué pasó en la tierra o debajo de ella que los hizo decir que respondían por mí?

—Me estaban apoyando a . Les prometí que no te escaparías.

Ella resopla.

—Pues qué tonto de tu parte.

—Fiona. ¿Podemos irnos, por favor?

Ella suspira y se toma su tiempo para ponerse de pie. Luego tira la silla al piso de una patada.

—Está bien.

La varita y el coche de Fiona fueron incautados. Tuve que firmar por ambos también. Si ella hace cualquier estupidez antes de su juicio, me encerrarán en una torre junto con ella. Le doy su varita y las llaves.

—Asiento trasero —me dice al recibirlas.

—No me voy a ir en el asiento trasero.

Ella abre la puerta.

—Creo que sí lo harás. Porque el asiento delantero es para gente que nunca ha sido secuestrada por…

—Ja, ja —digo.

—Ja, ja —responde ella y avienta su bolso al asiento del copiloto.

Me subo al asiento trasero prácticamente inexistente de su MG (modelo 1967, gris grampiano: un clásico), que Fiona trata con el mismo descuido que todo lo demás en su vida. (Basta ver nuestro departamento. Hay ratones viviendo en el sofá, es un verdadero desastre.) Tengo que sentarme de lado para caber. Contorsiono mis rodillas para pasar detrás del asiento delantero.

—¿Me vas a decir qué estabas haciendo en Watford?

Fiona enciende el coche.

—Tenía que recoger algo.

—¿En las habitaciones de la directora Bunce?

Ella me mira molesta por el espejo retrovisor.

—Ésas son las habitaciones de tu madre, Basil.

—No. Ya no.

—Siempre.

Fiona. El Hechicero está muerto. La guerra terminó.

—Eso es lo que quieren que pienses.

—Eso es lo que pienso.

—¡La guerra no terminará hasta que recuperemos lo que nos pertenece!

—¿Qué nos pertenece, Fiona?

—¡Nuestro poder, Baz! ¡Watford! ¡El Aquelarre!

—El Aquelarre ya revocó la mayoría de las reformas del Hechicero. ¿Qué más quieres?

—¡Nunca fueron reformas! —exclama y me señala en el espejo—. ¡Fueron una campaña contra las Familias Antiguas!

—Bueno, pues ya las revocaron, ése es mi punto.

—Muy poco, muy tarde.

—Está bien, entonces —digo—, tal vez deberías postularte para formar parte del Aquelarre y cambiar las cosas.

(Es una idea terrible, yo nunca votaría por Fiona. Y ya puedo votar: la orden restrictiva contra mi familia fue retirada. Todas las leyes del Hechicero contra familias específicas fueron revocadas. Podemos agradecer a la mamá de Bunce por eso.)

—En los viejos tiempos —dice Fiona con un puchero—, los Pitch no necesitaban postularse. Teníamos tres posiciones garantizadas en el Aquelarre.

¿Cómo se supone que debo responder a eso? Esta mujer está siendo ridícula. Pongo los ojos en blanco e intento cambiar de tema.

—¿Qué estabas tratando de encontrar en Watford? —pregunto de nuevo con más delicadeza.

Ella niega con la cabeza.

—Algo de tu madre.

—La directora Bunce dijo que no quedaba nada de mi madre en Watford. Ya me dio todos sus libros.

—¿Entonces por qué siguen en los libreros de la oficina de Bunce?

—Ésa fue mi decisión. Pensé que a mamá le hubiera gustado que permanecieran en Watford.

—¿Cómo sabes lo que ella querría? —se burla Fiona—. Ni siquiera la conociste.

Me reclino hacia atrás. Me alejo de mi tía.

Su mirada salta hacia el espejo.

—Carajo, Basil. Lo siento. No quise decir eso. Es que… no he fumado un cigarro en tres días.

Y no va a fumar uno ahora. Fiona no tiene permitido fumar en el coche conmigo. No le confío que sepa manejar el fuego en espacios cerrados. Volteo hacia la ventana y la ignoro.

—Basil. No te enojes.

—¿Qué estabas buscando? —pregunto de nuevo, con menos delicadeza.

—Nada —responde pero aprieta el volante con demasiada fuerza—. Algo que necesito. Algo que sé que Natasha me hubiera dado.

—Tienes que olvidarlo. Si te descubren en Watford otra vez, te encerrarán sin derecho a juicio.

—Regresaré a Watford cuando me dé la gana, ¡soy exalumna! ¡El observatorio lleva mi nombre!

—El observatorio lleva el nombre de tu abuelo.

—Tú también, niño. La sangre Pitch corre por nuestras venas.

En mis venas corre sangre de rata. En este momento. Me escabullí a un callejón y recargué mi tanque en cuanto regresé a la ciudad.

—No te metas en problemas, Fiona. Me arrastrarás contigo. Y eso sería lo último que querría mi madre: sé lo suficiente de ella como para poder estar seguro de eso.

Título

5
PENELOPE

Mi madre no pareció demasiado molesta cuando le hablé desde Estados Unidos. Estaba tan contenta de enterarse de mi rompimiento con Micah, y tan ansiosa por quejarse conmigo de Fiona Pitch, que en realidad no hubo tiempo para contarle la historia completa…

Bien, juro que voy a contarle lo de los vampiros y Las Vegas y definitivamente lo de PresenteFutura. Sólo necesito averiguar cómo hacerlo sin que el Aquelarre arrase con todos nosotros.

Me es casi imposible resaltar cuántas leyes violamos esta última semana.

Robo, más robo, falsificación. Flagrante uso incorrecto de la magia. Indiscreción criminal. Manipulación de Normales, explotación de Normales, exposición de Normales a secretos mágicos.

Exposición de un Normal en particular a todo lo anterior.

Tal vez no debería haber traído a Shepard a Inglaterra. Él sería el testigo más valioso en un juicio contra nosotros.

Pero no podía dejarlo como estaba. Arriesgó su vida para ayudarnos en Estados Unidos, a sabiendas de que se iría directamente al infierno si las cosas no salían bien. No abandonaría a nadie capturado por un demonio.

Y Shepard, a pesar de lo mucho que me arrepiento de haberlo conocido, no es cualquier persona. Me salvó la vida en el desierto. Y a Agatha también. Estábamos a unos diez segundos de ingresar a territorio de Juana de Arco cuando él intervino.

Tomamos el metro para llegar a la casa de mis padres. Shepard habla demasiado fuerte y señala todo.

—Los londinenses no hablan en el metro —le digo.

—Pero yo no soy de Londres —responde.

No le he preguntado mucho todavía sobre su problema con el demonio. Quiero que mamá y papá escuchen toda la historia. Tengo la certeza de que mamá tomó un curso de demonología y de que papá sabe mucho sobre ley mágica como parte de su entrenamiento en lingüística.

Yo sólo tengo el entrenamiento usual en demonios: no les hables. Nunca aceptes dulces de ellos. Nunca, jamás, te subas a sus camionetas.

Por lo general, no representan un peligro. Los demonios no se aparecen de la nada: tienen que ser invocados.

—Bien —digo cuando salimos del metro y vamos caminando por mi calle—, ya casi llegamos. Recuerda, prometiste no hacer preguntas impertinentes.

—Lo recuerdo.

—Mejor no hagas ninguna pregunta. No confío en que sepas juzgar qué es pertinente.

—¿Tienes que hacer un hechizo para revelarla? —me pregunta.

—¿Para revelar la pertinencia?

—No, tu casa. ¿Está escondida con magia?

Puedo sentir cómo se forma el gesto de desprecio en mi rostro.

—¿Cómo recibiríamos nuestra correspondencia si nuestra casa estuviera mágicamente oculta?

—Entonces, ¿sólo entras caminando?

—Bueno —le digo mientras doy la vuelta hacia la entrada de nuestra casa—, tengo que usar una llave.

Shepard frunce el ceño hacia la casa de dos pisos con paredes de tabique. Está pintada de color azul claro y mi padre plantó hortensias en la entrada.

—No todos los magos viven en cuevas y castillos —digo—. Siento decepcionarte.

—¿Algún mago vive en cuevas y castillos?

—A eso me refiero cuando hablo de preguntas impertinentes.

Abro la puerta y lo dejo pasar. La casa es un desastre. Siempre es un desastre. Aquí vive demasiada gente, demasiada gente con demasiadas cosas, y a nadie le importa mucho limpiar. Mis padres trabajan muchas horas, aunque eso ha cambiado un poco desde el año pasado. Ahora que el Hechicero ya no está, mamá ocupó el puesto de directora en Watford. Y ahora que el Humdrum desapareció, el trabajo de mi padre sobre los puntos muertos para la magia es menos crítico. Está pasando menos tiempo en su laboratorio y más tiempo organizando a mis hermanos.

Tengo tres hermanos y una hermana y todos vinieron a pasar el verano a casa. Premal, el mayor, se mudó de regreso a casa hace un año y medio, cuando se desbandó el grupo de Hombres del Hechicero. Premal sigue sin conseguir empleo y todavía no empieza la escuela, pero mamá no permite que nadie lo mencione.

Después de que se supo que el Hechicero era un asesino sediento de poder, uno de los Hombres del Hechicero, un chico de la generación de Premal, intentó suicidarse. Nadie en casa tiene permitido mencionar eso tampoco.

Le echo un vistazo final a Shepard antes de entrar a la sala, como si un ajuste de último momento fuera a hacerlo menos Normal. Shepard se ve como se ha visto todos los días desde que nos conocimos: alto, larguirucho, cara larga, ojos brillantes. Es negro, con cabello que se eleva cinco centímetros en la parte de arriba de su cabeza pero cortado a rape sobre las orejas. Usa lentes de John Lennon y pantalones de pana. (Le compramos ropa en el aeropuerto y de alguna manera se las ingenió para encontrar más pantalones de pana.)

Sólo en una ocasión he visto a Shepard sin su chamarra de mezclilla, el día que me enseñó los tatuajes de la maldición. La chamarra es de pésimo gusto y está llena de parches de tela y prendedores que dicen cosas como LA VERDAD ESTÁ ALLÁ AFUERA y EN ALGUNA PARTE, ALGO INCREÍBLE ESTÁ POR DESCUBRIRSE. Honestamente, se ve como un nerd absoluto pero, al menos eso, no será un problema en mi casa.

—¿Qué? —susurra.

—Qué —le susurro yo también.

—Parece como si estuvieras intentando encontrarme algo malo.

—Eso hago.

—Le agrado a los padres —dice. (Presumido.)

—A mi madre no.

—¿Es racista?

—¿Qué? ¡No! Yo soy birracial.

Shepard se encoge de hombros.

—No es racista —digo—. Sólo que no le gusta la gente. Afortunadamente, tú eres interesante.

Él sonríe.

—Eso creo yo. Pero es agradable escucharte decirlo.

Pongo los ojos en blanco y le doy la espalda.

—¡Mamá! —grito—. ¡Papá!

—¡Aquí adentro! —grita mi mamá en respuesta. Suena como si estuviera en la cocina.

Guío a Shepard por la sala. Pacey y Priya están jugando Nintendo.

—Hola —les digo inexpresivamente—. Él es Shepard.

Shepard está listo para echar a andar su encanto habitual pero mis hermanos simplemente asienten y dicen “Ey” sin levantar la vista de la pantalla.

Mamá está en la cocina, parada justo debajo de la lámpara y sosteniendo la mano de Pip. Pip tiene diez años, es el más joven. Entrará a Watford en el otoño.

—Penelope —dice mamá—, ¿cómo vas con ese hechizo de reversión en el que estás trabajando?

—Es prometedor —digo.

—Pip tiene una astilla. Pensé que podría intentar revertir un “Bajo mi piel”.

—No vas a intentar hechizos experimentales en mi mano —dice Pip.

—Soy bueno con las astillas —dice Shepard—. ¿Puedo ayudar?

—¿Qué hechizo usas? —pregunta mamá.

—Por lo general, uso pinzas —responde.

Ella levanta la vista para verlo por primera vez.

—Tú eres el amigo de Penny con el problema urgente.

—Mamá —intervengo—, él es Shepard.

Él extiende la mano pero ella ya devolvió su atención a Pip y sostiene su varita sobre la palma de su mano.

—No quiero experimentos —dice Pip—. ¡Toco el piano!

—Nunca practicas —dice mamá.

—¡Lo haré! —jura él.

Ella levanta la varita, la mueve como si estuviera dando un tirón y exclama:

¡Prohibido el paso!

Pip lanza un grito. Algo sale volando de su mano.

—No puedo creer que haya funcionado —dice mamá.

Pip jala su mano hacia atrás.

—Mamá, eres de lo peor —dice y sale dando pisotones de la habitación.

Mamá al fin nos presta atención a Shepard y a mí.

Simon dice que mi madre y yo somos idénticas. “Ella es tú dentro de veinticinco años, cuando las cosas te importen todavía menos.” No lo veo. Mamá es mucho más ruda que yo. Y mucho más lista. Y mucho más segura sobre su cabello.

—No creo que nos hayamos conocido antes —le dice a Shepard—. ¿En qué año estuviste en Watford?

—Shepard es… estadounidense —respondo antes de que él pueda decir algo.

Las comisuras de los labios de mamá se mueven hacia abajo. Estaba tan contenta cuando se enteró de que Micah y yo habíamos terminado. “¡Martin! —le gritó a mi papá—. ¡Penelope al fin superó al estadounidense!” Debe pensar que lo reemplacé de inmediato.

—¿Dónde está papá? —pregunto—. Quiero que nos dé su opinión también.

—Tuvo que salir un momento —dice mamá—. Tendrás que conformarte conmigo. ¿Tienen hambre? —pregunta mientras abre el refrigerador—. Tenemos dedos de pescado, creo. ¿Simon también tiene hambre? Probablemente no tengo tantos dedos de pescado.

—Simon no vino.

Mamá me mira por encima del hombro.

—¿No vino? ¿Te lo extirpaste quirúrgicamente?

Shepard ríe.

Yo le hago una mueca de molestia pero mamá finalmente sonríe.

—Es que cuando dijiste que era un problema “urgente e interesante” supuse que Simon estaba involucrado.

—No es urgente —dice Shepard como si no quisiera provocarle preocupaciones a nadie.

Yo resoplo.

—¡Con todo respeto, estoy en desacuerdo!

—A ver, suéltalo ya —dice mamá y se recarga contra la encimera. Se frota la frente, como si ya hubiera escuchado cuál era el problema y eso la agotara. Así han sido las cosas desde que mamá se hizo cargo de Watford, como si siempre estuviera al borde de un colapso nervioso.

—Bueno —digo—, Shepard tiene una maldición.

—¿Qué tipo de maldición?

—Hizo un desafortunado…

—¿La maldición le impide hablar por sí mismo?

Casi contesto otra vez pero me contengo.

—No —responde Shepard, mira a mamá directamente a los ojos y endereza los hombros. Puedo notar que le gustaría restarle importancia a esto, del mismo modo que le gusta restarle importancia a todo. Pero no hay manera de decir esto sin que suene importante. Está sonriendo, y luego no—. Lo que pasó es que perdí mi alma porque hice un pacto con un demonio —explica.

—Oh, Shepard —dice mamá, ya decepcionada de él—. No me digas que aceptaste sus dulces.

—Ah, no —dice él y vuelve a sonreír—. Pero sólo porque no me ofreció ninguno.

—¿Quién invocó a un demonio? ¿La gente simplemente va por ahí dejando portales abiertos en Estados Unidos? ¿Encontraron una manera de hacer fracking hasta los Inframundos?

—Yo… —empieza a decir Shepard. Nunca lo había visto titubear para responder. Inclina la cabeza—. Yo invoqué a uno.

Mamá luce horrorizada.

—¿Por qué?

Él se encoge un poco.

—¿Para ver si podía?

—Oh, Shepard. Penelope, ¿de dónde sacas a estos tarados trágicos?

—¡Mamá!

—Es que, ¡en serio! —exclama y mueve la mano hacia Shepard—. Anda, quítate la chamarra. A verlos. Me gustaría que papá estuviera aquí. Nuestra experiencia se limita a haber leído sobre trampas de demonios. No ha habido un solo caso documentado desde el siglo XIX. Más vale prevenir; es como el cólera.

Shepard se quita la chamarra y mira al piso. Trae puesta una camiseta debajo. Los tatuajes empiezan en sus muñecas y se envuelven alrededor de sus brazos. Son increíblemente intrincados y es difícil enfocar la vista en ellos. A veces parecen enredaderas y a veces parecen palabras escritas con un alfabeto que usa todas las letras conocidas y una docena de desconocidas.

—Conjuros infernales —dice mamá con un silbido—. Estás superjodido, jovencito.

—¡Mamá! Estás siendo grosera, incluso para tus estándares.

—Lo siento, Shepard. No es mi intención ser grosera. Pero es que te metiste en un… hoyo impresionante. ¿Tus padres lo saben?

—No. No lo saben.

—¿Dónde está mi teléfono,? necesitaremos fotografías. Y un equipo de ocultistas y una Piedra de Rosetta demoniaca. Por Morgana, qué desastre.

Ya noto que empieza a calentar motores con el problema y no puedo evitar sentir alivio. Por un momento, pensé que iba a dejar que Shepard se fuera al infierno sólo porque ella estaba de mal humor.

—No hay estudios recientes —dice y levanta la manga de la camiseta de Shepard con las puntas de los dedos—, pero hay precedentes. El brote más reciente fue en Watford. Una sociedad secreta… Nunca se unan a una sociedad secreta, ninguno de los dos. ¿Qué tan aburrido tienes que estar para hacer cosas terribles sólo por tener un secreto? A la gente rica le falta integridad hasta para ganarse sus secretos.

Shepard se está manteniendo sabia y sorprendentemente en silencio.

Mamá saca su teléfono. Está enfocando la cámara en el codo de Shepard.

—¿Recuerdas cuándo sucedió? ¿Qué edad tenías?

—Sí. Tenía veinte años. Fue hace dos años.

—Ya estabas mayorcito como para no conocer el riesgo.

—Sí.

—¿Alguien te retó a que lo hicieras? ¿Te engañaron?

—No. Sólo me sentía… curioso.

—¿Por los demonios, Shepard?

—Siento curiosidad por todo, señora Bunce.

—Doctora Bunce. Y yo siento curiosidad por saber cómo crees que vas a salir de este predicamento.

—No pienso que lo vaya a hacer.

—¿Qué? —se aleja y lo mira con cierta altanería.

—Creo que estoy superjodido. Tal como dijo usted.

Ella levanta la vista molesta.

—Sólo te estaba insultando, Shepard. Estaba intentando hacerte sentir tan mal por tus actos que no los volverías a repetir. Es una táctica común entre los padres. estás bastante jodido, pero no tengo intención de dejarte así —dice y le sonríe, un poquito.

Él se siente tan agradecido que le devuelve una amplia sonrisa.

—Gracias, doctora Bunce.

Mamá guarda su teléfono en su bolsillo.

—Ahora, veamos tu varita. ¿Está comprometida también?

—No tengo varita, no soy mago.

Ella levanta la cabeza bruscamente para verlo y luego me voltea a ver a mí.

—¿No eres mago? ¿Qué eres? No hueles a duende. Sin ofender.

Él ríe.

—Soy un Hablante. Digo, un Normal. Pensé que eso era obvio.

Antes de terminar de quedar totalmente boquiabierta, mamá ya está apuntándolo con la varita.

¡Borrón y cuenta nueva!

Shepard se mueve hacia atrás como si alguien lo hubiera empujado.

¡A la rorro, niño!

Shepard se cae hacia adelante. Mamá y yo lo atrapamos.

—¡Mamá! ¿Qué…?

—Penelope Leigh Bunce, ¿perdiste la cabeza?

—¿ la perdiste?

—¿Trajiste a un Normal a nuestra casa?

—¡Mamá, necesita ayuda!

—¡Todos los Normales necesitan ayuda!

Mamá…

—¿Le dijiste sobre la magia? ¿Sobre nuestra familia?

—¡Si tan sólo escucharas! Shepard es mi amigo. Me ayudó a salir… Bueno, yo estaba en una situación muy peligrosa…

—Para variar…

—Mamá, eso no es justo.

—Penelope, eres tan adicta al peligro que en cuanto las cosas se tranquilizan un poco, lo manufacturas.

—¡No he manufacturado nada! ¡Yo no fui responsable de lo del Hechicero!

—No, pero fuiste una de los tres niños entre quinientos que no pudo mantener su distancia. Estás imprudentemente decidida a encontrar problemas.

—Ésa es una caracterización equivocada, extrema e injusta.

—¿Lo es? ¿Entonces no hay un estadounidense Normal y maldecido por un demonio aquí en mi cocina?

Shepard se nos está escurriendo de los brazos. Lo bajamos al piso.

—Mamá, es mi amigo.

—¡Estoy segura de que lo es! ¡Estoy segura de que te hiciste su amiga en el momento en que te diste cuenta del absoluto desastre que es!

—De hecho, no lo sabía.

Me estoy asegurando de que Shepard no se golpee la cabeza con la loseta del piso.

—Entonces es un sexto sentido.

—Tu desaprobación ha sido detectada, madre. Me siento mal por mis actos y no los volveré a cometer. ¿Puedes ayudarlo ahora? En verdad está en problemas.

—Penelope… no —dice. Se pone de pie con las manos en las caderas y mira a Shepard—. No hay forma de ayudarlo sin comprometernos.

—No le dirá a nadie sobre nosotros.

Ya no lo hará. No te recordará a ti ni a mí ni nada de todo esto. Pasará el resto de su vida preguntándose qué tan borracho debió haber estado para olvidar cómo se hizo esos tatuajes tan elaborados. Súbelo al siguiente avión para que regrese a su casa.

—¿Quieres que lo abandone?

—¡Sí!

—Es mi amigo.

—No. Penelope. Es un Normal. Que llevas de conocer… ¿cuánto tiempo? ¿Unos días? ¿Una semana?

No respondo.

Ambas escuchamos que se abre la puerta principal de la casa. Llegó mi papá y está llamando a Premal.

La expresión en el rostro de mi madre se vuelve más seria, como si alguien le hubiera agregado un problema más a su espalda.

—Espera aquí —dice—. Tengo que lidiar con esto y luego te ayudaré a enviar a Shepard de regreso.

Sale de la cocina.

Yo le pongo la mano derecha a Shepard sobre la frente y susurro:

¡Hora de despertar!

Él abre los ojos y parpadea al verme.

—¿Penelope?

Sorprendente. En verdad es resistente a los hechizos de memoria.

—Vamos —le digo en voz baja—. ¿Puedes caminar?

—Sí, estoy bien.

Lo ayudo a levantarse y nos dirigimos a la puerta de la cocina. Corremos por el jardín trasero y hacia la calle. Detengo el primer taxi que veo y meto a Shepard.

No está sonriendo cuando me mira.

—Tenías razón. De verdad no le agradé a tu mamá.

Título

6
BAZ

Simon Snow es terrible para enviar mensajes de texto. Aunque eso no sorprende a nadie.

Le envío un mensaje desde la estación de trenes:

“Tuve que pedir todos los favores del mundo para sacar a mi tía. No me lo agradeció y sigo sin saber qué era lo que buscaba. ¿Cómo va todo en la mansión Wellbelove?”

“bien —responde—. la mamá de agatha hizo pollo, ¿estás en problemas?”

“¿Con mi tía?”

“por estados unidos”

“Dios, no. Creo que nadie se dio cuenta de que nos fuimos. Fiona es un excelente distractor.”

Espero a que me responda el mensaje pero Simon nunca se siente obligado a continuar una conversación.

“Iré a Oxford —le escribo—. Quiero hablar con mi padre sobre Fiona.”

“oki”

“Le diré que le mandas saludos.”

“¿en serio?”

“No, era broma. Mi papá sigue fingiendo que no existes.”

“ah”

“No fue una buena broma”, escribo.

“tampoco tu peor”, me contesta.

Río, desesperado por encontrar una respuesta que suene ingeniosa y luego escribo con rapidez:

“No te interesaría acompañarme, ¿verdad?”

Simon no me responde de inmediato. Luego:

“¿eso es otra broma?”

Suspiro.

“Sí.”

La última y única vez que Simon fue a mi casa, la Navidad antepasada, drenó de magia toda la zona sin darse cuenta. Él fue la razón por la cual mis padres tuvieron que mudarse a Oxford. Ahora viven en la cabaña de cacería. Mi hermana menor tuvo que cambiarse de escuela.

A mi padre ya le desagradaba Simon Snow desde mucho antes de que arruinara nuestra antigua casa. Simon era el protegido del Hechicero y éste pasó los últimos quince años restando autoridad a las familias como la mía. Familias antiguas. Familias poderosas. Familias adineradas.

(Se podría pensar que todas las familias mágicas son adineradas, pero no es así. Por ejemplo, los Bunce. Y los Petty. Mi padre dice que la magia es una herramienta como cualquier otra y que a algunas personas no les gusta trabajar. Bunce rebatiría esa opinión. Pero Bunce no está aquí ahora, así que no tengo que aguantar su disentimiento.)

Así que Simon ya de por sí era persona non grata en nuestra casa. Y luego llegó esa Navidad e hizo que nuestra propiedad se volviera inhabitable. Y luego mi padre averiguó, no estoy seguro de quién le dijo, Fiona no lo hubiera hecho, que Simon y yo estábamos siendo extremadamente homosexuales entre nosotros.

Si siquiera menciono el nombre de Simon frente a mi padre, la temperatura de la habitación desciende unos cinco grados.

Por lo general no lo menciono. Mi padre y yo todavía estamos fingiendo que algún día yo voy a casarme con todas las de la ley con una mujer. Cuando fui a casa para celebrar el cumpleaños de mi madrastra, invitaron a una pobre chica mágica del poblado vecino para que se sentara conmigo durante la cena. Ella iba un par de años arriba de mí en Watford y aparentemente no se había enterado de que Simon Snow había asistido a mi fiesta de graduación y que nos besamos hasta hartarnos.

Desearía que se presentara ahora y me besara hasta hartarse…

Aunque es muy poco probable. Apenas han pasado veinticuatro horas desde que Snow intentó convencerme de dejarlo para poder irme con un vampiro de 300 años de edad. (Ya me imagino llevando a Lamb, el Rey Vampiro, a casa a cenar…) Espero que no tengamos que hablar de eso otra vez: que regresar a Londres haya hecho que Simon recupere el sentido. O al menos que vuelva a ser el mismo de antes.

“Regreso a casa mañana”, le escribo.

No responde.

En cuanto abro la puerta principal de la casa, alcanzo a escuchar la televisión y mi primer pensamiento es que estoy en la casa equivocada. Luego escucho gritar a mi padre y entonces estoy seguro de que estoy en la casa equivocada: nunca lo he escuchado subir la voz.

—¡No te lo volveré a pedir, Sophronia! ¡Deja eso en este instante! ¡Sophronia!

Una de las gemelas pasa corriendo junto a mí sosteniendo una muñeca sobre su cabeza. Se la quito.

—¡Basil! —me grita y me toma de la cintura. Sophie y Petra tienen cinco años. Ésta es Sophie, creo, pero debo ser honesto y confesar que me cuesta trabajo distinguirlas a menos que sonrían.

La levanto.

—Dios mío, has crecido mucho. Siento que estoy cargando a un rinoceronte bebé.

—Basil —sonríe—, escóndeme.

Definitivamente es Sophie.

—¡Ya te pasaste mucho de la raya, Sophronia! —grita papá. (De verdad grita.)

Llevo a Sophie cargando a la sala donde encuentro a Petra sollozando en el sofá. Le doy la muñeca. Había escuchado que los gemelos eran supuestamente mejores amigos, pero estas dos pelean como ratas. El bebé también está llorando. Mi padre, ¿o tal vez su doble desquiciado?, está caminando y lo lleva en brazos. Se detiene cuando me ve.

—¿Basilton?

—¿Padre?

Malcolm Grimm tiene dos looks: caballero granjero y caballero caballero. En esta ocasión, decididamente no es ninguno de los dos. Su cabellera blanca apunta hacia arriba, trae la camisa desfajada. Parece como si lo hubieran golpeado en un callejón… De hecho, retiro lo dicho: he visto a mi padre después de ser golpeado en un callejón y en esa ocasión conservó mucho más la compostura.

—¿Está todo bien? —pregunto.

—De maravilla —responde en automático—. Basil, ¿podrías, por favor? —me entrega al bebé y levanta a Sophie. También carga a Petra—. Ustedes dos ya irán a la cama. Y si no se quedan ahí, yo… bueno, estaré muy decepcionado.

El bebé (Swithin tiene casi dos años, así que debería dejar de llamarlo “el bebé”) está gritándome en el oído.

Le doy palmadas en la espalda y lo arrullo.

—¿Qué pasa, nubecita? ¿Mala noche? —le reviso el pañal, luego la frente—. Se puede tener una mala noche. ¿Cantamos una canción? A tus hermanas siempre les gustó cómo canto… Incluso a Mordelia.

Lo paseo por la sala y le canto canciones del Álbum Blanco. La habitación es un desastre, llena de juguetes y ropa tirada. Parece que mi padre les dio permiso a las niñas de cenar aquí, ¿pizza congelada?, y hay dos pañales sucios debajo de la mesa de centro. ¿Esto es lo que sucede cuando mi madrastra sale en la noche? Pobre Daphne.

Swithin deja de llorar durante “Martha My Dear” y al fin se queda dormido en la segunda vuelta de “I Will”. Me siento con cuidado en el sillón haciendo un esfuerzo por no despertarlo.

—Oh, Basilton. Gracias a la magia.

Mi padre está en la puerta y se ve como si tuviera cien años. Se deja caer en una silla de cuero con un gemido.

Si me lo hubiera preguntado en su momento, yo le habría dicho que ya era demasiado viejo a sus 46 años cuando empezó su segunda familia. ¡Ya había pasado su mejor época cuando me tuvo a mí! Pero Daphne era joven y tenía ganas de un bebé y él estaba enamorado.

Eso fue hace ocho años y cuatro hijos. Sepa la magia si Daphne quiere tener más. Ella todavía tiene treinta y tantos y no parece tener ningún otro interés.

—¿Daphne está en su club de lectura?

Swithin se comienza a inquietar pero se reacomoda en mi pecho cuando le doy unas palmaditas. Levanto la vista hacia mi padre para ver si me escuchó.

Está empezando a llorar.

Título

7
SHEPARD

—Ey. Penelope. No hay problema.

Lleva una hora dando vueltas.

—Sé que no hay problema —me responde con voz golpeada.

—Bueno, de acuerdo —digo—. Está bien. ¿Crees que podrías sentarte?

—No tengo ganas de sentarme. Tengo ganas de dar vueltas. Me ayuda a pensar. Necesito un pizarrón. ¿Por qué no tenemos un pizarrón en este departamento?

Se escucha un timbre en su teléfono. Ha estado sonando más o menos cada diez minutos desde que nos marchamos de casa de sus padres.

—¿Es tu mamá de nuevo?

—Sí.

Penelope deja de caminar para escribir una respuesta furiosa.

—¿Qué le estás diciendo?

—Mentiras.

—No tienes que mentirle a tu madre por mí.

—Creo que sí, Shepard, a menos que quieras que te provoque una contusión mágica y te deje botado en Picadilly Circus.

—Ya te dije… Puedo regresar a casa y ya.

—¡Ni siquiera tienes un pasaporte real!

—Lánzame unos hechizos y me subiré a un avión. Estaré bien.

Ella deja de ver furiosa su teléfono y dedica su mirada furiosa directamente a mí.

—No. Vas. A. Estar. Bien. ¡No tiene nada de bien haber sido maldecido por un demonio!

—Todos moriremos algún día, ¿cierto?

—Sí, pero la mayoría de nosotros no estamos obligados a ir al infierno después.

—No creo que sea exactamente el infierno. He leído un poco…

—Por el amor de la serpiente, Shepard…

—Mi punto es… —empiezo a decir.

Ella inhala profundamente, como si estuviera a punto de gritarme.

Yo sigo hablando y levanto ambas manos.

—Mi punto, Penelope, es que no es un problema que tú debas solucionar.

—¡Por supuesto que lo es!

—¿Por qué?

—Por… porque… —tartamudea—. Porque es un problema que… que existe.

—¿Tú eres responsable de todos los problemas que existen?

Ella se lleva las manos al cabello.

—¡No! Pero . ¿Qué tipo de persona sería si no te ayudara?

Trato de verme tranquilizador.

—Una persona normal.

—Yo no soy Nor…

—Ya sabes a qué me refiero. Si tuviera cáncer, ¿sentirías que es tu trabajo curarme?

—Posiblemente.

—Penelope, escucha…

—No, Shepard, ¡ escucha! Entiendo que no puedo solucionar todo. Pero es algo como… sabes que no puedes recoger toda la basura, ¿no? No puedes detenerte y recoger cada servilleta o trozo de papel que ves en la calle. Pero mi mamá solía decir que cuando ya tocamos algo, nos volvemos responsables de eso. Así que, si recogimos una lata o la envoltura de un dulce, tenemos que hacer algo con eso, echarlo a la basura o reciclarlo o lo que sea, porque lo convertimos en asunto nuestro.

—De acuerdo —asiento—. Creo que entiendo lo que estás diciendo… Soy como basura que recogiste.

—¡Exactamente! No puedo volverte a tirar ahora. Entonces yo sería la que está tirando basura.

—¿Qué tal si te doy permiso de volverme a tirar?

—Así no funciona. Ya entraste a mi esfera de responsabilidad.

Penelope… —sonrío—. ¿Eso significa que somos amigos?

Ella pone los ojos en blanco, como si pensara que merezco que me ayude pero no que me hable, y empieza a dar vueltas otra vez.

—No puedo creer que mamá haya sido tan despreciativa. Ella fue la que me enseñó lo que es la esfera de responsabilidad.

—Tal vez no sea aplicable a los Normales.

—¡Los Normales siguen siendo gente, Shepard!

—Me sorprende escucharte decirlo.

Ella no levanta la vista.

—Encima de todo, tengo una deuda de vida contigo. Probablemente todos tenemos una deuda de vida contigo. No puedo simplemente…

La puerta se abre de golpe y Simon entra quitándose el impermeable. Sus alas brotan de golpe.

—Simon, ¡gracias a Morgana! —dice Penelope—. No vas a creer lo que mamá hizo esta noche…

Simon pasa de largo.

—Podemos hablar de eso mañana, ¿está bien?

—Simon, es urgente, yo…

Él entra a una de las recámaras y cierra la puerta.

Título

8
SIMON

El doctor Wellbelove me dijo que lo consultara con la almohada. Así que eso hice.

Y desperté pensando que él tenía razón. Voy a aceptar el dinero.

No me lo merezco. Nadie me debe nada. Pero podría usarlo: realmente podría usarlo en este momento.

He estado intentando mantenerme dentro del Mundo de los Hechiceros porque no tenía ningún otro lugar a donde ir. Porque no podía encontrar una manera de continuar. Pensé que encontraría mi destino en el fondo de una lata de sidra. Luego pensé que lo encontraría, o que encontraría algo, conduciendo a través de Estados Unidos. Y, por unas cuantas horas, unas cuantas horas en la caja trasera de una camioneta, en algún lugar de Utah, me engañé a mí mismo y creí que lo había logrado.

Pero la única manera de avanzar es saliéndome.

El dinero es la manera en que saldré.

Hay suficiente para conseguir un departamento. Y no tendré que preocuparme por la renta durante al menos un año. Y para entonces ya tendré un empleo. Hice una cita con el doctor Wellbelove para al fin encargarme de las alas. Va a tener que ser una cirugía, dice. La magia no las afecta. Está bien. Estoy listo.

Estoy listo para soltar… para volver a ser yo. Aquel yo que era antes de que el Hechicero apareciera.

Título

9
BAZ

“Acabo de intentar llamarte. Voy a quedarme aquí otro día. Las cosas están un poco complicadas. Creo que mi padre y Daphne pelearon. Escríbeme cuando despiertes.”

“¿Estás por ahí?”

“No tengo recámara aquí. Dormí en el sofá. Mordelia me despertó esta mañana cuando se puso a jugar videojuegos.”

“Daphne sigue sin regresar a casa. No ha respondido mis mensajes de texto. Parece que es contagioso…”

“Me voy a quedar otro día, tal vez dos, no estoy seguro. Sigo sin lograr arrinconar a mi padre.”

“No sé cómo arrinconar a mi padre. En fin… No me puedo ir todavía.”

“Voy a fingir que me contestaste con el emoji de pulgares arriba.”

“Buenas noches, Snow.”

“Buenos días.”

“Daphne dejó a mi papá. Hasta donde alcanzo a entender. No me lo ha *dicho*, que la magia lo castigue si mi padre me dice algo que no sea ‘El té está listo’ o ‘Las yeguas de la noche están casi listas para reproducirse’. (Ahora está interesado en el ganado heritage: los establos están llenos de criaturas mágicas raras. Carneros arieteros y cabras Judas. ‘El único rebaño de llamas fuera de América del Sur.’) Pero mi madrastra no está aquí… y no ha estado aquí en días, tal vez semanas. Una mujer Normal del pueblo viene en las mañanas entre semana para cuidar a los niños… que tienen todos teléfonos celulares y iPads pegados a la cara. ¡Incluso Swithin! Ve los mismos videos de YouTube una y otra vez y llora si le quitas la tableta. Estos niños Grimm están siendo criados por algoritmos.”

“Bunce dice que estás despierto y haciendo muchas cosas. Salgo tres días de la ciudad y de repente tienes cosas que hacer.”

“Perdón.”

“Eso fue grosero.”

“Sigo acampando en la sala. Creo que te gustaría más esta

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