Las dudas de Alexia (Saga Alexia 2)

Susana Rubio

Fragmento

cap-1

 

Prólogo

Entré en la habitación de mi madre, aprovechando que se había dejado la puerta entreabierta, y procuré que no me oyera. Solo quería coger su móvil para ver sus notas y saber la clave de la caja fuerte, donde seguía estando mi cuaderno requisado. Ella había entrado en mi habitación y había rebuscado entre mis cosas. Las dos podíamos jugar a lo mismo, ¿verdad?

Al ver que mi madre dormía de espaldas a la puerta entré más tranquila. Cogí su Iphone y lo silencié, por si acaso. Marqué la contraseña con decisión. La sabía porque se la había visto teclear muchas veces: era mi fecha de nacimiento. Siempre había pensado que usaba esa contraseña para que nadie la pudiera averiguar ya que hasta entonces era como si nunca hubiera tenido una hija.

El móvil se encendió y me volví para que la poca luz que emitía el teléfono no la molestara. De todos modos, ella jamás dormía a oscuras, la persiana de su habitación siempre estaba levantada. Se veía perfectamente allí dentro.

Busqué la aplicación de notas y no encontré apenas nada. Fui a la de recordatorios, donde tenía apuntadas un par de reuniones, pero nada más. ¡Vaya, mi gozo en un pozo! Seguro que tenía la maldita contraseña de la caja fuerte en su cabeza. Había probado varias combinaciones, pero ninguna de ellas había funcionado.

Iba a dejar el móvil tal como lo había encontrado, pero me picó la curiosidad y miré sus fotos: un documento, otro documento, unos libros de derecho, una tarjeta de algún cliente, unos zapatos de una revista... Si es que era aburrida hasta con las fotos. Un calendario con un bombero, vaya, vaya... Una hoja de reclamación con muchos datos, una factura de un billete de avión y... ¡la hostia! El puto móvil estuvo a punto de caérseme de las manos. Lo cogí con fuerza y me mordí los labios. Si me pillaba mirando sus fotos, lo más probable es que despertara a la bestia.

Miré de nuevo aquella foto, la que casi había logrado que rompiera el teléfono en mil pedazos contra el suelo. No podía creer lo que estaba viendo...

Era mi madre en pelotas con... con el padre de Thiago.

cap-2

1

 

 

Once días antes...

 

—¿Por qué no vienes? En serio.

Era la enésima vez que Lea me proponía que cenara con su familia en Nochebuena.

—Adam, ¿nos pones otra cerveza, por favor? —le pregunté al verlo pasar por nuestro lado.

—Ahora mismo, guapísima.

El camarero de El Rincón parecía que había despertado y cada día tenía más chispa. Seguía saliendo con Ivone y se les veía bien, cosa que a nosotras dos nos alegraba mucho. Le habíamos cogido una especie de «cariño fraternal» y recurría a nosotras para pedirnos consejos o para preguntarnos dónde podía llevar a su chica a cenar.

—Lea, ya te lo he dicho. Las Navidades son para estar con la familia. Además, el año pasado ya estuve sola. No te preocupes por mí.

—Joder, pero si ni siquiera sabes si estará tu madre en casa. El año pasado se fue, ¿no? Pues ven a mi casa, te lo digo de verdad.

—Lo sé, pero ¿tú sabes cómo me sientan a mí estas fiestas? No es por joderte, Lea. Pero verte con tu familia me hace más mal que bien, ¿lo entiendes?

—Yo qué sé —dijo resignada ante mi argumento.

—Te lo agradezco, loca, pero prefiero quedarme sola en casa. En serio —añadí convencida.

Era cierto. Ver a los demás celebrar las Navidades con sus seres queridos me entristecía más de la cuenta. No necesitaba corroborar cómo el resto de la humanidad sí tenía el calor de un hogar. Las únicas Navidades que había vivido con una auténtica familia habían sido las últimas antes del accidente. Las pasamos en París porque mi padre había logrado alargar su estancia allí desde agosto. Estuvimos exactamente seis meses antes de volver a Madrid y logramos crear un verdadero ambiente navideño en el apartamento de Judith.

¿Había llegado ya el momento de llamarlos? Sí, lo tenía en mente y cualquier día que me diera el punto lo haría, aunque seguía creyendo que primero quería ver a mi padre a solas.

—Como quieras, petarda. Y Nacho ¿qué hace? ¿Se van de viaje al final? —preguntó Lea mirando hacia una mesa donde había un par de chicos.

—Sí, se van a Cádiz a ver a la familia y eso. Mañana a primera hora cogen el avión.

—Joder, se va todo el mundo. Thiago también, ¿verdad?

—Creo que sí, pero no lo sé seguro.

Con Nacho y Thiago todo seguía igual.

Salía con Nacho y nos lo pasábamos genial, aunque ninguno de los dos se comprometía demasiado. A mí ya me estaba bien y a él también.

Con Thiago habíamos coincidido en alguna ocasión con ese grupito de pijos al que yo no soportaba demasiado. Claro que Thiago y yo nos habíamos ignorado mutuamente. Después de aquel tonteo descarado en la discoteca ni él ni yo nos habíamos acercado más de la cuenta. ¿Por qué? Yo tenía mil teorías sobre su alejamiento, pero la principal era que en la discoteca lo había rechazado, con lo cual le había dejado claro que mi opción era Nacho.

De todos modos, lo nuestro era inexplicable; como si la historia se hubiera quedado a medias y necesitara un final. Como si él supiera que yo me iba a enterar en algún momento de que la había cagado con él y estuviera esperando mis disculpas.

—¿Ibas a decirme algo? —me preguntaba con ese tono de sabiondo de vez en cuando al encontrarnos en la biblioteca o en Colours.

—¿Yo? Nada que no sepas —le respondía siempre.

Sí, vale, le debía una disculpa, pero no sabía ni por dónde empezar. Estaba tan lejos de mí que no veía el momento y cuando me lo preguntaba de esa manera no me daba la gana de decirle que sí, que le quería pedir perdón. Tampoco íbamos a arreglar nada. Él lo había dejado claro: no le molaban las personas tan desconfiadas como yo. A eso había que sumarle que yo era una cría para él y que él era demasiado imprevisible para mí. Lo nuestro no tenía ningún futuro, aunque tampoco parecía que estuviera terminado. Yo pensaba en él más de lo debido, no lo voy a negar. Salía con Nacho, pero en demasiadas ocasiones Thiago aparecía en mis pensamientos. Y lo peor de todo era que no lo podía evitar, como si no estuviera en mis manos el solucionar aquella historia.

Yo también lo buscaba; lo seguía con la vista por el bar; me quedaba mirando sus gestos cuando hablaba y sabía que no podía verme; lo observaba cuando trabajábamos juntos en el proyecto, y tampoco podía evitar verlo coquetear con otras. Ahora su repertorio era más amplio y podías verlo una noche con una rubia deslumbrante y otra con una morenaza de mucho cuidado. Seguía liándose con su amiga Débora, quien le comía la boca como una desesperada. Supongo que al saber que yo rondaba por ahí la tía le ponía más énfasis al asunto. Pero lo suyo no era algo serio, estaba clarísimo, porque incluso a ella la había visto enrollándose con otro tío.

—Joder, Alexia, es nombrarte a Thiago y no veas cómo flipas, ¿no?

—¿Eh? —Miré a Lea con el ceño fruncido.

—Llevo cinco minutos de reloj mirándote y tú a tu bola.

—¡Qué dices! Eres una exagerada —le repliqué, molesta.

Molesta porque era verdad y porque no era la primera vez que me lo echaba en cara.

—Mira, si te lo estabas follando aún te perdono...

—Anda, petarda.

—Sí, sí, será que no pensabas en Thiago.

—Pues no —le mentí picada—. Estaba pensando en Adri.

Lea alzó sus cejas y me miró con interés.

—Ya, ¿y?

—Que han pasado tres meses desde que lo conocimos y... y tendrás que recurrir ya al plan B.

Me lo inventé todo sobre la marcha, pero sabía que así cambiaríamos de tema.

—¿Y cuál es ese plan B que te acabas de sacar de la manga?

Nos reímos las dos; si es que nos conocíamos al dedillo.

—La lechuza esa de Leticia no va a venir, así que tendremos que aprovechar estas fiestas. Por ejemplo, fin de año. Deberíamos averiguar dónde y con quién va a ir. O, yo qué sé, incluso hacerle una proposición indecente.

—¿Indecente? ¿A qué te refieres?

—A que salga con nosotras. Mira, si vamos con Natalia..., podemos decirle a Max que se una a nosotras. Incluso podríamos decírselo a Adam e Ivone. Salimos todos así en plan amigos y lo invitamos a venir. ¿Qué te parece?

—No es mala idea porque si sale con su grupo de amigos no lo veremos. Seguro que se van a una discoteca de esas pijas.

—Pues perfecto. Esas brujas que vayan a su rollo y Adri con nosotras. Además, como no estarán ni Nacho ni Thiago, seguro que se apunta.

Lea cogió el móvil y empezó a escribir entusiasmada.

—Hola, morenito mío, ¿te apetece salir con nosotras en fin de año? La fiesta está asegurada y un baile conmigo también —leyó a medida que escribía.

La miré sonriendo y Lea levantó la vista.

—Dile también que no saldrá solo con nosotras dos; que habrá más gente.

—Vale. Añado que vendrán Natalia, Max, Adam, su chica y quien quiera apuntarse.

—Bien, estoy segura de que su respuesta será que sí —afirmé satisfecha.

—Ya te contaré —comentó contenta dejando el móvil en la mesa.

Al segundo apareció en la pantalla un mensaje de Adrián.

—Lee, lee —le pedí con impaciencia.

—«Hola, blancucha mía, contad conmigo. Me va el peligro.»

Las dos soltamos una risilla y Lea le respondió. Yo aproveché para mirar mi móvil y vi que tenía una notificación de D. G. A. Después de aquel mensaje tan impactante donde decía que podría enamorarse de mí seguí charlando con él...

Podría enamorarme de ti.

¿Cómo podía decir eso si apenas nos conocíamos? Pero lo había dicho y ese era su tercer secreto. Se suponía que yo debía revelarle el mío...

Estás ahí, te estoy viendo.

Me sorprendió leerlo de repente, pero sonreí.

No te acojones L.P., dije podría. Verbo condicional. Deben darse unas condiciones.

Me reí y le escribí más animada.

¿Qué condiciones?

¿Eres guapa?

Por supuesto.

¿Lista?

Muchísimo.

Guapa, lista y... divertida. ¿Quién podría no enamorarse?

Alguien que ya lo estuviera.

Le repliqué divertida.

Yo no estoy enamorado, ¿y tú?

¿Yo? Tampoco

Tu corazón sigue intocable... ¿Has mirado si te late la patata?

Me reí de nuevo al leerlo.

Parece que sí, pero no soy fácil.

¿Ese es tu tercer secreto?

Jajaja, mi tercer secreto eres tú.

Al final no profundizamos en ese tema y lo preferí porque enamorarse ya era algo complicado, pero a través de Instagram era un poco irreal. Nuestros mensajes siguieron como siempre, sin sexo explícito, pero con mucha complicidad y muchas risas. Estaba claro que estábamos llegando a un punto al que yo no quería llegar: vernos. Empezó comentándolo él...

¿No tienes curiosidad por saber si soy como un trol?

No puedes ser un trol, en mi cabeza eres guapo de cojones.

Jajaja, vale, ¿y no tienes curiosidad por saber cómo gesticulo?

Reconozco que a veces me gustaría tenerte delante, pero y si... ¿no somos lo que esperamos? Esto se irá a pique, ¿lo sabes?

Me gusta que seas tan directa. Acabas de clavarme un palillo en el ojo.

Jajaja, ¡eso lo digo yo a menudo!

¿Lo ves? No puede ser que esto se vaya a pique. ¿Qué podría acabar pasando? Que seamos sinceros y digamos: seguimos como amigos. De momento es lo que somos, ¿no?

Sí, era cierto. Éramos dos simples amigos.

¿Y si pasara lo peor? Imagina que me gustas y yo a ti no. ¿O al revés?

Entiendo. Cambiaría todo, claro. Pero un poco nos gustamos, ¿verdad?

Lo leí con una sonrisa. Era directo como yo.

Sí, eso es evidente. Pero no es lo mismo hablar por aquí, con mensajitos que piensas bien antes de escribir que vernos en persona.

Yo no pienso mucho antes de escribir.

Me reí a leerlo. Qué tío...

¿Quieres verme? ¿Conocerme?

Lo pregunté temiendo un sí rotundo.

Cuando estemos los dos preparados, sí.

Me gustaba, me gustaba mucho. D. G. A. tenía algo que me llamaba, que me atraía y que sin sexo de por medio lograba tenerme pendiente de él. Lea decía que era un tío raro porque no era posible que no quisiera sexo...

—Petarda, a ver si será una tía... como me ocurrió a mí. Ya sabes que entre nosotras nos entendemos de puta madre.

—¿Y porque no quiera sexo tiene que ser una tía? Anda, anda...

—No me digas que no es extraño.

—Pues no lo veo tan raro. Somos amigos y punto.

Lea me miraba con cara de no creérselo, yo le sacaba la lengua y acabábamos las dos riendo a carcajada limpia.

—¿Sigues con Adri? —le pregunté a Lea viendo que continuaba escribiendo en el móvil—. Te estará diciendo incluso qué se va a poner.

—Un tanga de leopardo —respondió sonriendo, pero con la vista fija en su teléfono.

—Pues seguro que estará bien mono.

Al ver que Lea pasaba de mí eché un vistazo al bar. Era viernes, 22 de diciembre, y se notaba en el ambiente que las Navidades estaban al caer. Me topé con la mirada de un chico y me di cuenta de que nos miraba fijamente. ¿Y este? Retiró la vista para enseñarle algo en su móvil a su amigo.

Era un tipo moreno, con barbita espesa y con unos ojos vivaces. No era guapo, pero tampoco feo. ¿Sería D. G. A.? A veces me pasaba. Creía que lo veía e imaginaba cómo sería nuestro encuentro... ¿Un abrazo? ¿Dos besos? ¿Con timidez? ¿Con nuestra habitual confianza? ¿Me llamaría pequeña?

Aquel tipo se levantó y vino hacia nuestra mesa.

—Perdona...

Lo miré de nuevo y Lea también lo observó.

—¿Eres Alexia?

—Sí..., ¿quién eres?

—No nos conocemos. Es que me estaba preguntando hace un buen rato si eras la del vídeo de HugoCaptain...

Vale, hablaba del vídeo de YouTube, el que Hugo grabó preguntándome mil cosas sobre los masáis.

—Sí, sí, es ella —confirmó Lea sonriendo y mirándome a mí en plan «ya has ligado, ¿ves?».

—Vaya, es que sigo a Hugo desde el principio y el tío me encanta.

—Sí, es un crack —le dije yo.

—Oye, pues no te importará que...

El tío se quedó callado y Lea, cómo no, le dio pie.

—¿Quieres el teléfono de Alexia o invitarla a salir?

El chico la miró sorprendido y sonrió.

—No, no, gracias. Si a mí quien me gusta es Hugo —respondió él entre risillas.

Lea abrió los ojos un segundo y yo me eché a reír. Si es que siempre estaba liándola.

—Solo quería preguntarte si es tan guapo como sale en los vídeos —me dijo el chico con entusiasmo.

—Más, mucho más —le repliqué, divertida—. Y es un tío genial y superdivertido.

—Me lo imaginaba —dijo aquel tipo—. No sabes lo que daría por conocerlo.

—¿Qué darías? —preguntó Lea de inmediato.

—¡Lea! Ni se te ocurra —le dije en serio y luego miré al chico—. ¿Cómo te llamas?

—Abel —respondió con simpatía.

—Pues, Abel, si quieres me das tu teléfono y yo se lo comento a Hugo, pero entenderás que tiene muchos seguidores y que no podemos asegurarte nada.

—¿En serio? ¡Genial! Con eso me conformo, tranquila, lo entiendo.

El chico me dio su teléfono y justo en ese momento entró Thiago en el bar. Qué oportuno...

—Pues nada, Abel, yo se lo paso —le dije.

—Muchas gracias, Alexia. ¡Ah! Y estás estupenda en ese vídeo —me dijo mientras me daba dos besos para despedirse.

—La maquillé yo —dijo Lea sin cortarse un pelo y Abel también le dio dos besos entre risas antes de irse.

—Lea, eres lo que no hay. ¿No estabas con Adrián?

—Joder, pero viene un tío con cuerpo de bombero a nuestra mesa..., podrá esperar Adri, digo yo.

—Y ya te veía vendiendo a Hugo...

—¿Yooo? —Puso una de sus manos en el pecho e hizo ver que estaba muy indignada—. Parece que no me conozcas, si soy un ángel.

—Sí, sí, ya te he visto.

—¿Y a tu sombra la has visto?

Sonreí porque Lea también se quedaba con todo. Thiago estaba sentado en la barra, conversando con su primo y con una cerveza en la mano.

—No sé de qué me hablas, guapa —le dije cogiendo el móvil.

—¡Thiago! ¡Hola!

«Qué cabrona...»

cap-3

2

Seguí con los ojos fijos en mi teléfono, sabiendo que Thiago venía hacia nosotras.

Jodida Lea...

—Hola, Thiago...

—Hola, pareja —dijo en un tono más bien serio.

Lo miré y le sonreí con falsedad para volver a escribir. D. G. A. me había mandado un mensaje.

En el fondo creo que te mueres por conocerme, pero te ocurre lo mismo que a mí: tienes miedo a defraudarme y, a la vez, que yo te defraude a ti.

Sonreí ante sus palabras.

—¿Te vas mañana? —le preguntó Lea a Thiago.

—No, al final me quedo.

Lo miré unos segundos y sus ojos verdes se clavaron en los míos. ¿No se iba? Oh, oh...

—Ah, pues acabamos de decirle a Adri que en fin de año salga con nosotras..., como pensábamos que no estarías... —le dijo Lea con cautela.

—¿Con las dos? —preguntó Thiago.

—Y con más gente, claro. ¿Te apuntas? —le preguntó mi querida amiga del alma.

La fulminé con la mirada. Pero claro, lo entendía. Si Thiago se quedaba, Adri saldría con él y sus amigos los pijos.

—Eh..., pues no sé...

Thiago me miró a mí y esperó a que yo dijera algo. Puse los ojos en blanco porque no tenía otra opción.

—Anímate, hombre —le dije con una ironía que él captó.

—No sé, hablaré con Adri...

Lea me miró apurada y me tuve que comer el orgullo.

—Vamos, no seas cortarrollos... Nos lo pasaremos genial...

Thiago se sentó a mi lado, muy pegado a mí y me miró fijamente. Joder, ¿no? Hacía días que no lo tenía tan cerca y no podía evitar no sentir ese calorcillo entre mis piernas.

«Hielo... Agua fría... Un iglú... Un pingüino...»

Nada, daba igual en lo que pensara. Aquel calor seguía allí al notar sus ojos verdes puestos en mí.

—Si me lo pides así... —dijo Thiago al fin con sorna.

Lea soltó una risilla de las suyas y la miré mosqueada.

—¿Ibas a decirme algo más? —preguntó en un tono grave.

—¿Yo? Nada que no sepas —le respondí automáticamente.

Lea me miró como diciéndome que le pidiera disculpas, pero es que el orgullo me podía. Y lo sabía, pero no podía remediarlo. Además pensaba que no me iba a servir de nada, ¿para qué? ¿Para que me lo echara en cara? Lo nuestro estaba más que roto, aunque no estuviera terminado.

Pasé de hacerle caso y volví a concentrarme en mi móvil para responder a D. G. A. Si Lea y Thiago querían hablar, que lo hicieran entre ellos, yo pasaba completamente.

Tengo miedo de que vernos signifique el final de un principio, tienes razón.

El móvil de Thiago sonó justo en ese momento, pero no le hizo caso. Le estaba explicando a Lea que a sus padres les había salido un negocio en Frankfurt y que él había preferido quedarse en Madrid.

—Pues ya hablaremos sobre fin de año —le dijo ella.

—Bien, nos vemos pues —comentó él levantándose.

No le dije nada, aunque sí le di un buen repaso a su cuerpo mientras se dirigía hacia la barra.

—¿Este buen rollo va a ser eterno?

—Es lo que hay y no te quejes —le dije mirándome en el espejo de bolso para repasarme el pintalabios color rosa almendra.

—Es que no hay quien os entienda. Os coméis con los ojos y luego parece que no os soportáis.

—Él lo ha querido así.

Apenas me dirigía la palabra y cuando coincidíamos en el proyecto me trataba casi como a una desconocida. Solo me hablaba para picarme con la preguntita aquella de los cojones o para tirarme alguna puyita molesta.

—O tú lo has querido así —replicó con rapidez.

La miré entornando los ojos.

—¿Tú de parte de quién estás?

—De la tuya, de la tuya, faltaría más —respondió afirmando a la vez con la cabeza.

Me crucé de brazos y la miré esperando a que añadiera algo más.

—No.

—¿No qué? —pregunté extrañada.

—No tengo nada más que decir, señoría.

Sonreí por su comentario y mis ojos buscaron a Thiago. Estaba concentrado con su móvil y me recreé un poco en sus facciones, aprovechando que no me veía.

—Pero está clarísimo que no te gusta nada —sentenció Lea mirando sus uñas negras.

—Cuando quieres eres tan maja.

—¿Verdad? —dijo ella mirando por encima de mi hombro.

—Princesa...

¡Joder! Qué susto. Nacho me dio un beso rápido en los labios y se sentó a mi lado.

—¿Tú por aquí? —le pregunté a Nacho sorprendida.

—¡Hola, Nachete! —Lea lo saludó y seguidamente cogió su teléfono.

—Hola, guapetona. Tenía que pasar por una tienda a recoger unas bolsas para mi madre. Sabía que estaríais aquí y he pasado a verte.

—Muy bien, ¿todo preparado? —le pregunté intentando no desviar mi mirada hacia Thiago.

Joder, es que lo tenía demasiado a tiro.

—Todo listo. ¿Y vosotras qué tal?

—Pues nada, aquí aburridas —dijo Lea con desparpajo—. ¡Uy, mira! Si está Thiago —dijo señalándolo con el dedo para que Thiago se diera cuenta.

Nacho se volvió hacia la barra y se saludaron con un movimiento de cabeza. Después me miró a mí y le sonreí como si me importara bien poco que su amigo estuviera allí. Nacho no sabía que Thiago y yo nos habíamos acostado, pero sí que habíamos tonteado al principio.

—¿Vais a salir hoy? —me preguntó a mí.

—Sí, saldremos a picar algo y eso —le dije sin mucho entusiasmo.

—Nada, una cervecita, un pincho y a casa, que ya saldremos mañana que es sábado. Si lo gastamos todo hoy, no habrá para mañana —soltó ella riendo—. ¿Y tú? ¿Madrugas mañana?

—Sí, bastante. El avión sale pronto así que me toca ir a dormir.

Nacho miró su reloj y se levantó de la mesa.

—¿Te vas ya? —pregunté melosa.

—Sí, tengo que ir a un par de sitios antes de que cierren.

—Te acompaño a la puerta —le dije levantándome para salir con él.

—Claro. Hasta luego, Lea —le dijo él cogiendo mi cintura y entonces se dirigió a Thiago—. ¡Hasta luego, colega!

Thiago lo saludó y salimos del bar en plan parejita.

—Pásatelo bien —dijo Nacho en mi cuello abrazándome.

—Tú también.

Nacho cogió mi rostro y me besó despacio, como siempre. Eran besos de película, la verdad, pero me gustaban.

—Nos vemos, bonita.

—Nos llamamos —le dije yo sonriendo.

—Y no me eches mucho de menos —dijo empezando a andar—. ¡Sé que soy como una droga!

Nos reímos los dos y finalmente miró al frente para seguir calle arriba.

Nacho seguía estando igual de bueno, era muy guapo y además lo sabía, pero vacilaba con estilo, no era un creído de esos que encima son tontos. Era una mezcla que me atraía, aunque por lo visto no lo suficiente como para aguantarme las ganas de mirar a Thiago.

Cuando entré de nuevo en el bar, lo hice con el propósito de ignorarlo, pero Adam me reclamó y estaba con él.

—Oye, Alexia, le estaba comentando a Thiago aquella serie de Netflix de la que me hablaste el otro día...

Sense8 —le dije a Adam sin mirar a su primo.

—¡Esa! La empecé a ver hace un par de días y me gustó muchísimo.

—Me alegro —le dije con sinceridad—. Ya verás qué curiosa es...

—¿No es un poco fantasiosa?

¿Se refería a la serie o a mí?

—Es ciencia ficción —le respondí tajante—. Si quieres realismo, puedes optar por ver Gran Hermano.

Lo miré con una sonrisa falsa.

—¿Gran Hermano? —preguntó con inocencia Adam.

—Soy más de documentales, gracias —comentó con poca simpatía.

—De animales, seguro que sí. ¿De granja? —pregunté más hostil.

—Alguien se ha comido un payaso —dijo Thiago en un tono de fastidio.

Adam se esfumó de la escena al oír su nombre tras la barra.

—¿Estás llamando payaso a tu amigo Nacho?

Thiago abrió los ojos unas milésimas de segundo, pero lo percibí.

—¿Desde cuándo nos hablamos tú y yo? —preguntó con desprecio.

Ya estaba ahí el gilipollas y creído de cuarto. Me jodía horrores cuando adoptaba ese papel y si hubiera podido le hubiera girado la cara de una bofetada. Tal cual lo digo.

Probablemente él notaba cómo me enervaba ese comportamiento y adoptaba esa postura para fastidiarme. Porque aquello era una pose. Joder, yo sabía que él no era así, pero no dejaba de molestarme que me tratara como a una cría.

—Desde que tú, Varela, me has dirigido la palabra cuando yo hablaba con tu primo.

Hizo un amago de sonrisa, pero rápidamente se puso serio de nuevo.

—Un error lo tiene cualquiera —dijo levantando ambas cejas.

—Pues ya eres mayorcito para controlarte las ganas —le repliqué con sorna.

—¿Ganas? —Me miró con gesto interrogante y me crucé de brazos.

—Mira, listo, se te ve el plumero. Es tan sencillo como no abrir la boca mientras tu primo y yo hablamos. ¿Qué pasa? ¿Que te va el morbo?

Me miró fijamente, pero no dijo nada.

—No sé para qué pierdo el tiempo —murmuré alejándome de allí.

Me senté con Lea, mosqueada por su comportamiento. ¿Por qué le molaba tanto picarme?

Me sonó el móvil en ese momento.

Novata, no eres el centro del universo. No lo olvides. Hay muchas Alexias en el mundo.

«Será gilipollas...»

Miré hacia la barra, pero no lo vi. ¿Se había marchado?

Vaya, el señor Varela necesita tirar de mensajitos para replicarme. ¡Ja! Déjame que me ría en tu cara.

Cuando crezcas hablamos si eso...

—¡Dios! Qué imbécil —gruñí con rabia.

—¿Quién? —preguntó Lea levantando la cabeza de su teléfono.

—Thiago, es imbécil perdido.

Lea me miró esperando una explicación, pero volví a teclear en el móvil.

Tú y yo no tenemos nada de que hablar.

Totalmente de acuerdo.

Sentía la adrenalina recorrer mi cuerpo y hubiera sido tan fácil acabar con esa sensación como dejar el móvil, pero mi vena masoca me dominaba y no pensaba en nada más que en discutir con él y decirle cuatro cosas bien dichas.

Si tienes problemas de personalidad, puedo recomendarte un buen psicólogo.

¿El tuyo?

Aquella respuesta fue un golpe bajo y me dolió más de lo que quería reconocer. Me levanté de golpe y salí a la calle, cabreada como una mona, mientras marcaba su número de teléfono.

—Me echas de menos, ya veo —sentenció con una tranquilidad que me dejó muda. Este se iba a enterar—. ¿Alexia?

—¿Por qué me haces esto? —le pregunté con un gemido lastimoso.

Para puta yo.

—Alexia... —murmuró en un tono preocupado—. Nena...

Sollocé de mentira y se lo tragó, por supuesto.

—Alexia, lo siento. Joder, soy un gilipollas redomado. Perdona...

—Perdonado —le dije con la voz muy entera.

Nos quedamos en silencio varios segundos.

—¿Ya? ¿Lo has captado ya, capullo? —pregunté enrabietada.

—¿Tú de qué vas? —preguntó él con gravedad.

—No, ¿de qué vas tú? Usando lo que sabes de mí para joderme y hacerme daño. Eres ruin, por no decir cosas más fuertes.

—¡Me has hecho creer que estabas llorando! —exclamó indignado.

—Y tú...

Entonces caí en la cuenta de que Thiago no sabía nada de que mi madre había insistido mil veces en que fuera a terapia con un psicólogo a causa de mis pesadillas y yo siempre me había negado.

Pero sabía lo de las pesadillas..., lo del accidente... Sí, pero no tenía nada que ver con un psicólogo ni había hecho jamás referencia a eso con él...

Inspiré hondo y saqué el aire despacio por la nariz. De repente no me sentí nada bien.

—¿Yo, qué? —preguntó enfadado.

—Oye, Thiago... —dije con voz trémula.

—¿Otra vez me vas a tomar el pelo?

Sentí que se me cortaba la respiración y que me faltaba el aire.

«Vale, Alexia, respira. Es solo un jodido mareo.»

—Thiago...

Quise decirle que colgaba, pero no me salían las palabras y me puse más nerviosa. Mierda, mierda.

—¿Alexia? Joder, si estás bromeando no me hace ni puta gracia...

—No, no. Cuelgo.

—¿Alexia?

Me apoyé en la pared y cerré los ojos. Respiré lentamente concentrándome en inspirar con tranquilidad y poco a poco se me fue pasando. Ya lo sabía, en el pasado me había ocurrido lo mismo y al final no era nada. Probablemente era por el cúmulo de cosas que tenía en la cabeza: mi padre, Judith, mis pesadillas, la cabrona de mi madre, mi cuaderno requisado...

El móvil vibró en mi mano, pero no le hice caso. Necesitaba un par de minutos más. Miré la pantalla: era Thiago quien me llamaba. No, no quería discutir más con él. Ya había tenido bastante. Le di al botón de silenciar la llamada y entré en el bar.

Era nuestro primer día de vacaciones y Lea y yo habíamos pensado en salir a cenar, pero no me apetecía nada en aquel momento. Le comenté que no me encontraba bien y me miró preocupada. Le dije que solo era cansancio: la facultad, los trabajitos, el proyecto y además el curro de traductora en la empresa del profesor Hernández.

Cuando llegué a mi casa me metí en la cama sin cenar. Afortunadamente la bruja no estaba y no tuve que lidiar con ella.

Mi madre cada día estaba de peor humor y moverse por el dúplex era como andar por un campo de minas: nunca sabías cuándo podía explotar una y dejarte mutilado de por vida.

Lo último que vi antes de dormirme fue un mensaje de Thiago:

Alexia, por favor, solo dime que estás bien.

cap-4

3

Aquella tarde la madre de Lea le había dicho que no la necesitaba en el centro de estética y decidimos dar una vuelta por la ciudad para mirar algún vestido. Lea quería estar espectacular en fin de año, evidentemente para Adrián. Mi amiga del alma ya había preguntado a Natalia, Max y Adam si querían salir con nosotras. Todos habían dicho que sí y Max preguntó si se podía apuntar un primo suyo. Lea le dijo que no había problema, que cuantos más fuéramos mejor.

—Nos lo pasaremos genial, ya verás —me dijo mirando un vestido negro y vaporoso.

Estábamos en El Corte Inglés; a Lea le pirraba deambular por todas las plantas, especialmente por la de ropa.

—¿Natalia vendrá sola o con su compañero? —pregunté bromeando.

El compañero era Ignacio y desde que había entrado en la asesoría Natalia bebía los vientos por él. ¿Y él? Pues parecía que tenía para todas, pero que no se mojaba por ninguna. O eso decía Natalia.

Nos lo habíamos encontrado algún día de fiesta y Natalia y él se pasaban el rato charlando y tonteando, pero la cosa no avanzaba. Lea ya le hubiera tirado la caña más directamente y yo ya hubiera pasado de él. Pero Natalia no hacía ni una cosa ni otra. Suspiraba cuando hablaba de él y se moría por que Ignacio moviera ficha. Pero el muchacho, o mejor dicho el hombre, no tenía prisa.

—Vendrá suspirando de amor, eso seguro —respondió Lea risueña—. Por cierto, ayer estuve hablando con Estrella...

—¿Qué tal está? —le pregunté.

Estrella se había ido a Barcelona a pasar las fiestas con sus padres.

—Dice que muy bien, aunque nos echa de menos.

—¿A nosotras o a Gregorio?

Estrella había salido alguna que otra vez con el amigo de mi jefe en la empresa de exportación, donde yo iba un par de días a la semana para realizar todo tipo de traducciones.

—A nosotras, por supuesto. Por cierto, ¿qué tal don Marco?

La miré de reojo y sonreí.

—No ha intentado nada más, no te preocupes. Te lo hubiera dicho, petarda.

Mi jefe, Marco, me había propuesto salir una noche con él, cena incluida. Me negué por varias razones. La primera porque yo estaba con Nacho y la segunda porque era mi jefe. Además estaba la diferencia de edad, ocho años, que se dice pronto. No, no tenía prejuicios con el tema de la edad, pero lo veía demasiado hombre, es decir, que sabía demasiado de la vida y yo justo empezaba a vivir la mía.

La respuesta de Marco no fue la esperada: siguió insistiendo en salir conmigo. A veces pensaba que si hubiera salido con él y le hubiera demostrado que no acabaríamos en la cama, el tema se habría terminado ahí. Al decirle que no, había encendido su mecha y se lo pasaba genial provocándome y tonteando conmigo. Yo no le seguía el rollo y eso lo estimulaba más. En ocasiones bromeaba, pero en otras veía el deseo en sus ojos. No me preocupaba demasiado porque me respetaba y lo único que hacía era piropearme e intentar que cayera en sus redes.

—Si no estuviera enamorada de Adri, yo sí que le daría un buen repaso a ese tío.

Sonreí al pensar en Marco. Realmente tenía un buen cuerpo y entre nosotras a veces le llamábamos «el bombero». Estaba musculado, fuerte y tenía una espalda que no se terminaba nunca. De cara no era especialmente guapo, pero era atractivo y era de esas personas que cuando hablas con ellas las ves más guapas y no sabes explicar el porqué: ¿por sus expresiones?, ¿por sus gestos?, ¿por su manera de mirar? Ni idea, pero Marco lo sabía e iba por el mundo pisando fuerte.

Una de las chicas de traducción que estaba en plantilla me había resumido el historial de Marco en una frase: es un tío que no ha salido nunca con nadie. Mira, pensé, otro como yo. Quizá por eso había cierta conexión entre nosotros dos.

Desde el primer día nos habíamos llevado bien y yo pensaba que si no fuera por la edad podríamos haber sido buenos amigos. Pero ocho años son muchos y mientras yo pensaba en divertirme, él... él también, qué leches. Solté una risilla.

—A saber quién es el afortunado de tus sueños. —Lea sonrió al pasar por mi lado en busca de una pieza que conjuntara con una falda negra de tul.

—No me cortes el rollo —le dije sonriendo.

—Si es algo sexual, no te olvides de hacer un trío.

—¿Un trío?

—¿No has hecho nunca uno? —me preguntó yendo hacia el probador.

—Pues que yo sepa no —respondí en la cola.

Había siete probadores y todos llenos. En la cola había varias personas esperando y nos colocamos tras una pareja.

—Pues antes de morir debes probarlo. No hay nada como un dos por dos.

—Joder, Lea. No me lo habías explicado —le dije asombrada.

No tenía ni idea de que ella...

—Una vez.

La miré abriendo los ojos.

—¿Y cómo fue? —pregunté con curiosidad.

—Pues era verano, de eso hace un par de años, y conocí a un italiano guapísimo, pero que siempre iba acompañado de su amigo, que también estaba muy bueno, aunque no tanto.

—Joder...

—Ya te digo, antes de palmarla hay que hacer un trío.

El chico que estaba delante de nosotras en la cola se volvió un segundo para mirarnos y Lea le sonrió con descaro.

—Pues no te digo que no —le dije pensando en ello.

—Vale, ¿ahora mismo con quién harías uno?

—Uf, no sé..., tendría que pensarlo.

—A ver, niña, no hay que pensar demasiado. Escoges dos jamelgos y a divertirse.

¿Con quién? El primero que me vino a la cabeza fue Thiago. Mierda, no, Thiago no. Además Thiago con Nacho... No lo veía, pero... ¿Thiago con Marco? Mmm. ¿Y Nacho?

—¿Ya? —insistió Lea.

—Joder, no. No me metas prisa. Liarme con dos tíos a la vez no es como comprar ropa, hay que pensárselo bien, ¿eh?

Lea rio y aquel chico se volvió nuevamente para mirarme a mí.

—¿No crees? —le murmuré flojito al cotilla aquel.

El chico abrió los ojos sorprendido y se dio la vuelta sin decir nada. Lea y yo nos reímos por lo bajo.

—Te los digo yo —concluyó Lea muy segura.

—A ver, sorpréndeme, listilla.

—Thiago es uno, eso seguro.

Fruncí el ceño como si no fuera verdad.

—Y el segundo... o Marco o aquel modelo que te gusta tanto.

—¿Mariano DiVaio?

Me reí por su ocurrencia.

—¿Y Nacho? —le pregunté sorprendida de que me conociera tan bien.

—Es una fantasía, Alexia, y en las fantasías no suelen entrar las parejas. Bueno, y menos si la vas a compartir con Thiago. Los veo dándose de hostias en la cama por trincarte.

Me reí con ganas y ella se miró las uñas en plan chula.

—Apártate, macho, que Alexia es mía... No, no, déjame que me toca a mí meterle el churro... Vamos, una mierda de trío.

—¿Un trío? ¿Con quién?

Lea y yo dimos un pequeño salto al oír la voz de Thiago detrás de nosotras. Yo me quedé quieta intentando pensar con rapidez si habíamos dicho su nombre durante los últimos diez segundos. Joder, quizá nos había oído.

—¡Vaya! ¿Nos sigues? —le preguntó Lea volviéndose hacia él.

—¡Claro! No tengo nada mejor que hacer —respondió él con una ironía palpable.

Me di la vuelta y vi a Thiago con unos pantalones vaqueros en la mano. Lo miré a los ojos, que estaban clavados en mí.

—Todavía espero una respuesta —me dijo sin parpadear.

No le había contestado al mensaje. Seguía enfadada con él por sus comentarios hirientes: que si había muchas Alexias, que no era el centro del mundo, que si cuando crezcas hablamos...

—Ya la tienes delante —le dije igual de seca que él.

Lea nos miró alternativamente, pero no abrió la boca.

—¿Te parece normal? ¿Colgarme de esa manera? Me quedé preocupado.

Su tono era grave, pero había un matiz de queja que no me pasó desapercibido.

—¿Preocupado? Si te importara un poco, no me irías insultando de esa forma, ¿sabes? Así que no tires la piedra y escondas la mano, que eso se te da muy bien.

Thiago se lamió los labios y vi cómo las aletas de su nariz se ensanchaban para coger aire.

—Está bien —dictaminó serio.

Me volví hacia delante y noté la mirada de Lea clavada en mí. No entendía qué ocurría allí porque no se lo había comentado.

En cuanto entramos en el probador me acribilló a preguntas y no tuve más remedio que explicarle nuestro pique telefónico. Lea se quejó con razón de que no se lo hubiera explicado, pero entendió que si no me encontraba bien solo pensara en meterme en la cama.

—Y hoy no tenía ganas de cosas deprimentes.

—Y Thiago es una cosa deprimente —dijo ella bromeando.

—¡Os oigo! —exclamó él desde el probador de al lado.

Abrí los ojos exageradamente y Lea y yo nos pusimos a reír.

Mientras Lea iba probándose diferentes piezas, yo pensé en Thiago probándose aquellos vaqueros. En sus piernas largas. En su cuerpo perfecto. En su bóxer... ¡Basta!

—Esta me va pequeña —dijo Lea mirándose en el espejo—. ¿Por qué no sales y me coges la talla mediana?

—Anda, dame.

Salí con la camiseta en la mano y en ese momento Thiago salió del probador. Nos miramos y vi que tenía intención de decirme algo, pero mi móvil me salvó. O no, porque era mi madre.

—Dime.

—Esta noche tenemos una cena.

—Ni hablar —le dije con rotundidad.

—Solo es una cena. Después puedes marcharte con tu novio.

No le pensaba decir que Nacho se iba a Cádiz, no era de su incumbencia.

—Es en casa de los Varela.

¿Cómo? ¿Otra vez?

—¿Y a santo de qué? ¿Es que no podéis hacer negocios en el despacho? No pienso ir a casa de los Varela.

Thiago se volvió y me miró. Salimos los dos del pasillo del probador y yo me fui en busca de la camiseta de Lea.

—Sí vas a ir porque te recuerdo que quieres ese cuaderno.

«Qué cerda...»

—Ceno y me voy —le dije en el mismo tono borde.

—No hace falta más —me replicó ella antes de colgar.

¡Joder! ¿A qué venían tantas cenitas? Me iba a dar un puto colapso entre mi madre y Thiago, menuda mala suerte la mía. Podía negarme, pero entonces mi madre me fastidiaría más y yo quería recuperar mi libreta. No soportaba que la tuviera ella.

—Nos vemos esta noche... —oí que decía Thiago al pasar por mi lado y dirigirse hacia el mostrador para pagar.

Lo miré con desprecio. ¿Cómo podías desear y despreciar a alguien al mismo tiempo? Joder, no tenía ningunas ganas de verlo aquella noche y menos en su casa. Una cosa era en fin

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