Sidecar

Alberto Lema

Fragmento

Diminuto culote negro de lycra incapaz de llegar hasta el final de dos nalgas románicas perfectas, sin volutas celulíticas barrocas ni ángulos rectos góticos. Y los muslos de piel morena curtida a mano con la paciencia y el oficio de un maestro peletero medieval. Los pechos aún brotando que ya prometen el cisne de algún día. Labios rizados para el vicio y, sin embargo, cerrados en un gesto Rottenmeier que casi hace ladrar al perro bajo mi piel. ¿A qué sabrás ahí abajo? A algo parecido al agua de las rías más limpias en el lugar inexacto donde se besan el mar y el río cuando sube la marea: ni dulce ni salado. Seguro que sabes a eso. Y tu español no doy hecho de segunda generación de prófugos del arado, deliciosamente catetoburgués.* ¡Ay Sara, Sariña, Sarichten!, dolor de mis ojos, musa de mis sueños, dueña de mis klínex. Nínfula total en el vértice de tus eternos quince dieciséis años antes del fin; todo este amanecer al alcance de la mano y saber que nunca osaré. Mísero de mí, el alma es débil. No puedo concederle al Eslabón Perdido la paternidad de esta criatura, es imposible, ¿a que sí, Mendel? Tiene que tratarse de la noche bovary de su madre con algún pescador italiano o antiguo novio del instituto, el Eslabón Perdido no puede ser su padre, eso sería genética-ficción. Pero dejemos el plan baboso terminal y echémosle una mano para contar el dinero: siempre le sobra o le falta, no sé cómo se arregla.

—Y así hacen cuatrocientos veinte, ¿ves, Sara? —Ella sonríe.

—Ya.

—Hasta mañana.

—Chao.

César acostado en el sofá ante la tv con una lata de birra y una enorme bolsa de patatas fritas, Apocalypse Now en el vídeo. Escena de felicidad doméstica.

—Hay que ver cómo nos cuidas, César.

—Nada, hombre.

Yo he traído reservas de tabaco, coca-cola Espiña (símbolo del resistencialismo patrio) whisky Captain Lawsons de tercera regional, un queso de tetilla expropiado, chorizo y una barra de pan artesano. Lo dispongo todo en la mesa del comedor. César contempla las existencias y me sonríe.

—Se nota que estamos a principios de mes —dice—, sobre la tele tienes un peta hecho. —Siento un arrebato de fraternidad, una visión del ágape.

—Dios, César, te amo.

—Yo también te quiero.

Comenzamos el visionado, César canta «My only friend the end/ mother I wanna fuck u, father, I wanna kill u» y después se adelantará a las frases antológicas tipo «Smells like victory» y alguna otra menos conocida (como el recitado de los Hollow Men) para conseguir el estatus de eminentia. No lo hace por exhibicionismo, se trata más bien de un placer privado. Pause en la prodigiosa mano de Brando sobre su calva en penumbra. No sé de quién sería la idea, si suya o de Coppola, pero es completamente genial presentar a dios así, desde atrás. Segundo pause: Charlie Sheen emergiendo desnudo de las aguas para matar al Padre y las sombras chinescas del brutal deicidio.

Posibilidades de conversación con César tras la cuarta birra: la ascensión y caída del Barça de Cruyff, los padrinos de Coppola y el esplendor y decadencia del rock, de Led Zeppelin a Pink Floyd. Profunda calada antes de hablar:

—Existe una clara analogía entre la decadencia del Barça de Cruyff y los padrinos de Coppola.

—¿Ah sí, cuál?

—La inclusión de un mal actor en un puesto importante.

—Espera, en el padrino Andy García, en el Barça... ¿Popescu?

—Popescu llegó después, con el inglés; Andy García y Meho Kodro de delantero centro, por una parte, y el exceso de amor filial por otra: Jordi Cruyff y Sophia Coppola.

—Pues sí que tienes razón, la analogía existe. —César pone cara de qué esperabas—. Hay algo que siempre se repite en tus teorías, César: tus temas predilectos, ¿no te has dado cuenta?, tienen que tener siempre un toque decadente.

Se recoge las piernas y levanta la cabeza.

—Tienes razón debería consultarme eso, ¿no crees? Podría tratarse de un extraño caso de necrofilia galopante.

César otea el horizonte.

—Primer cuadrante de la barra, no mires, melena oscura y whisky on the rocks. Mira ahora, ¿esa es la que te gustaba, no?

Efectivamente, una chavala morena de pelo largo con un vaso de tubo en la diestra y pinta de no tener nada que hacer aparte de beber: mi querida Dama de las Cervezas.

—Te la voy a presentar.

—César, no seas cabrón, sabes que odio las presentaciones.

—Precisamente por eso, Mario: tienes que aprender a afrontar tus fobias.

—¿Eso lo has sacado de un libro de autoayuda americano?

—Pues sí, de un tal Holden Caulfield.

—Vaya, pero espera un momento, antes analicemos la situación.

César se vuelve a sentar.

—Di.

—¿No te parece raro que esté así sola, sin leer un periódico ni nada? —César la mira y considera mi objeción.

—¿Alcohólica precoz?

—O eso o es que está esperando a alguien.

—No tiene pinta, parece muy concentrada en su vaso. De ser alcohólica eso incrementaría mucho su encanto, ¿no crees?

—No especialmente.

—Tienes que corregir ese miedo burgués tuyo al desorden.

—Puede ser.

—Pero, venga, basta ya de análisis, el movimiento se demuestra follando.

Y ahí va. Se acerca a ella y se apoya a su lado en la barra en una postura absolutamente macho-man. El desastre es inevitable. Le dice algo y ella lo mira sin desprecio, larga parrafada de César, mira hacia mí, me señala, me indica con la mano que vaya y en un instante de súbita autoconciencia soy capaz de notarme las orejas coloradas, el grano alien nasciturus en la punta de mi nariz de Cirano, los calcetines desparejados, las carnes fofas de la barriga... consigo la plena comprensión de TODAS y cada una de las imperfecciones y asimetrías de mi cuerpo y su epidermis. Bueno, allá voy, son cinco pasos, uno, dos, larguísimos, trato de no encoger los hombros y de no tropezar con el suelo, tres, cuatro, tropiezo levemente en el final empinadísimo de una baldosa, y cinco. César me pasa una mano por el hombro.

—Le estaba comentando a Ada...

—¿Ada?

—Sí, Ada.

—¿Ada de Adela?

—No, Ada or Ardor.

—Ya.

—Le estaba comentando a Ada que tú eres un experto en astrología capaz de adivinar el signo de la otra persona de una ojeada.

—Pueees, así, a simple vista —carraspeo— y habida cuenta de los pocos datos de los que dispongo y etcétera —segundo carraspeo—... la miro de arriba abajo, viste completamente de negro, yo diría que puedes ser cáncer.

Interviene César:

—¿A que ha acertado?

—Pues no, soy escorpio. —César me retira la mano del hombro, da un paso atrás y declama qué decepción, Mario, qué decepción. Me rescata Ada:

—No tanto, también soy de agua.

—¡Ajá! ¿Ves como controla mogollón de astrología? En fin, Ada, y aparte de ser escorpio, ¿a qué otras cosas te dedicas?

—¿Piensas hacerm

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