La literatura nazi en América

Roberto Bolaño
A. G. Porta

Fragmento

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Edelmira Thompson de Mendiluce
Buenos Aires, 1894-Buenos Aires, 1993

 

 

 

A los quince años publicó su primer libro de poemas, A Papá, que consiguió introducirla en una discreta posición en la inmensa galería de las poetisas de la alta sociedad bonaerense. A partir de entonces fue asidua de los salones de Ximena San Diego y de Susana Lezcano Lafinur, dictadoras de la lírica y del buen gusto en ambas márgenes del Plata en los albores del siglo XX. Sus primeros poemas, como es lógico suponer, hablan de sentimientos filiales, pensamientos religiosos y jardines. Coqueteó con la idea de hacerse monja. Aprendió a montar a caballo.

En 1917 conoce al ganadero e industrial Sebastián Mendiluce, veinte años mayor que ella. Todo el mundo quedó sorprendido cuando al cabo de pocos meses se casaron. Según los testimonios de la época Mendiluce despreciaba la literatura en general y la poesía en particular, carecía de sensibilidad artística (aunque de tanto en tanto acudía a la ópera) y su conversación estaba al mismo nivel que la de sus peones y obreros. Era alto y enérgico, pero distaba mucho de ser guapo. Su única cualidad reconocida era su inagotable fortuna.

Las amigas de Edelmira Thompson dijeron que había sido un matrimonio de conveniencia, pero la verdad es que se casó por amor. Un amor que ni ella ni Mendiluce supieron jamás explicar y que se mantuvo impertérrito hasta la muerte.

El matrimonio que acaba con la carrera de tantas escritoras en ciernes dio nuevos bríos a la pluma de Edelmira Thompson. Abrió su propio salón en Buenos Aires, que rivalizó con el de la San Diego y el de la Lezcano Lafinur. Protegió a jóvenes pintores argentinos a quienes no sólo compraba obra (en 1950 su pinacoteca de plástica argentina era no la mejor pero sí una de las más numerosas y extravagantes de la República) sino que solía llevarlos a su estancia de Azul para que pintaran lejos del mundanal ruido y con todas las necesidades cubiertas. Fundó la editorial Candil Sureño en donde publicó más de cincuenta libros de poesía, muchos de los cuales están dedicados a ella, el «hada buena de las letras criollas».

En 1921 publica su primer libro en prosa, Toda mi vida, autobiografía idílica, cuando no plana, exenta de chismorreos y llena de descripciones paisajísticas y de consideraciones poéticas que, contra lo que la autora esperaba, pasa sin pena ni gloria por los escaparates de las librerías de Buenos Aires. Decepcionada y en compañía de sus dos hijos pequeños, dos sirvientas y más de veinte maletas, Edelmira parte para Europa.

Visita Lourdes y las grandes catedrales. La recibe el Papa. Recorre en velero las islas del Egeo y llega a Creta un mediodía de primavera. En 1922 publica en París un librito de poemas infantiles en francés y otro en español. Luego vuelve a la Argentina.

Pero las cosas han cambiado y Edelmira ya no se siente a gusto en su país. En un periódico reciben la aparición de su nuevo libro de poesía (Horas de Europa, 1923) tildándola de cursi. El crítico literario más influyente de la prensa nacional, el doctor Luis Enrique Belmar, la juzga «dama infantil y desocupada que haría mejor dedicando su esfuerzo a la beneficencia y a la educación de tanto pillete desharrapado que corre por los espacios sin límites de la patria». Edelmira responde con elegancia invitando al doctor Belmar y a otros críticos a su salón. Sólo acuden cuatro periodistas muertos de hambre que atienden páginas de sucesos. Edelmira, desairada, se recluye en la estancia de Azul a donde la siguen unos pocos incondicionales. En la paz de los campos, escuchando las conversaciones de la gente trabajadora y humilde, prepara un nuevo libro de poesía que arrojará a la cara a sus detractores. Horas Argentinas (1925), el poemario esperado, provoca el escándalo y la controversia desde el mismo día de su publicación. En él Edelmira abandona la visión contemplativa y pasa al ataque. Arremete contra los críticos, contra las literatas, contra la decadencia que envuelve la vida cultural. Propugna un regreso a los orígenes: las labores del campo, la frontera sur siempre abierta. Atrás quedan los requiebros y deliquios amorosos. Edelmira quiere una literatura épica, epopéyica, a la que no le tiemble el pulso a la hora de cantarle a la patria. A su manera, el libro es todo un éxito y en un acto de humildad, apenas con tiempo para saborear las mieles del trabajo reconocido, Edelmira parte otra vez para Europa. La acompañan sus hijos, sus sirvientas y el filósofo bonaerense Aldo Carozzone que hace las veces de secretario particular.

El año 1926 lo pasa viajando con su numeroso séquito por Italia. En 1927 se le une Mendiluce. En 1928 nace en Berlín su primera hija, Luz Mendiluce, una rozagante niña de cuatro kilos y medio. El filósofo alemán Haushofer oficiará de padrino de bautizo en una ceremonia en donde se dará cita la crema de la intelectualidad argentina y alemana y que al cabo de tres días de fiesta ininterrumpida terminará en un bosquecillo cercano a Rathenow en donde los Mendiluce obsequian a Haushofer con un solo de timbales, compuesto y ejecutado por el maestro Tito Vázquez, que causará sensación en la época.

En 1929, mientras el crac mundial obliga a Sebastián Mendiluce a retornar a la Argentina, Edelmira y sus hijos son presentados a Adolfo Hitler, quien cogerá a la pequeña Luz y dirá: «Es sin duda una niña maravillosa.» Se hacen fotos. El futuro Führer del Reich causa en la poetisa argentina una gran impresión. Antes de despedirse le regala algunos de sus libros y un ejemplar de lujo del Martín Fierro, obsequios que Hitler agradece calurosamente obligándola a improvisar una traducción al alemán allí mismo, cosa que no sin dificultad consiguen entre Edelmira y Carozzone. Hitler se muestra complacido. Son versos rotundos y que apuntan al futuro. Edelmira, feliz, le pide consejo sobre la escuela más apropiada para sus dos hijos mayores. Hitler sugiere un internado suizo, aunque apostilla que la mejor escuela es la vida. Al terminar la entrevista, tanto Edelmira como Carozzone se confesarán hitlerianos convencidos.

Es 1930 un año de viajes y de aventuras. En compañía de Carozzone, de su hija pequeña (los niños han quedado internos en un selecto colegio de Berna) y de sus dos sirvientas pampas, Edelmira recorre el Nilo, visita Jerusalén (en donde sufre una crisis mística o nerviosa que la mantiene tres días postrada en la habitación de su hotel), Damasco, Bagdad...

Su cabeza bulle de proyectos: planea fundar una nueva editorial a su regreso a Buenos Aires en donde traducirá a pensadores y novelistas europeos, sueña con estudiar arquitectura y diseñar macroescuelas que edificará en los territorios argentinos en donde la civilización aún no ha llegado, desea crear una fundación que lleve el nombre de su madre para jovencitas de escasos recursos y de inquietudes artísticas. Poco a poco un nuevo libro empieza a tomar forma en su espíritu.

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