Cuadernos de Lanzarote I (1993-1995)

José Saramago

Fragmento

Prologo

PRÓLOGO

Stephen Daedalus, ese maestro inepto que podría ser perfectamente un heterónimo de su creador irlandés, comentaba que la personalidad del artista era primeramente un grito, una canción, una humorada, más tarde una narración fluida y superficial, llegando por fin como a evaporarse fuera de la existencia, a «impersonalizarse». Para Daedalus, la forma narrativa ya no era algo puramente personal, y la propia personalidad del autor se diluía en la narración misma, «fluyendo en torno a los personajes y a la creación». Maurice Blanchot habla de la soledad que produce la creación de toda obra literaria, pues el que la escribe es «apartado» y el que la escribió es «despedido». De ahí que muchos autores recurran al diario, al memorial, para recordarse a sí mismos, al que se es cuando no se está imbuido en la ficción literaria. Pero el medio que utiliza para esto es curiosamente «el elemento mismo del olvido: escribir». El diario, al que el pensador galo califica como libro solidario —el autor habla de sí a los demás, los escucha y anota—, se redactaba por angustia y miedo a la soledad a la que lleva la obra a su creador, el recurso al diario indicaba que quien escribía no quería romper con la felicidad, «la conveniencia de que los días sean verdaderamente días y que se continúen de verdad. El diario arraiga el movimiento de escribir en el tiempo, en la humildad de lo cotidiano fechado y preservado por su fecha. Tal vez lo que se escribe allí ya no sea más que insinceridad, tal vez esté dicho sin preocupación por lo verdadero, pero está dicho bajo la salvaguarda del acontecimiento; eso pertenece a los asuntos, a los incidentes, al comercio del mundo, a un presente activo, a una duración quizás absolutamente nula, insignificante, pero al menos sin retorno, trabajo de lo que se adelanta, va hacia mañana, y va definitivamente».

José Saramago identifica, sin ningún tipo de dudas, estos Cuadernos de Lanzarote con el género del diario, y en muchos aspectos, a la hora de calificarlos, coincide con las opiniones del autor de El espacio literario. Un diario es un ejercicio narcisístico, un ejercicio «exhibicionista» que busca la presencia de los demás ahuyentando la soledad. Es una forma particular de autocomplacencia que asume el riesgo de falta de sinceridad: «Conducido por las circunstancias a vivir lejos, invisible de alguna manera ante los ojos de aquellos que se habituaron a verme y a encontrarme donde me veían, sentí (siempre empezamos por sentir, después pasamos al raciocinio) la necesidad de juntar a las señas que me identifican una cierta mirada sobre mí mismo. La mirada del espejo. Me atengo, por lo tanto, al riesgo de falta de sinceridad por buscar su contrario...».

El diario, en su identificación como género literario, pertenece al grupo de los géneros didáctico-ensayísticos, aquellos que se configuran con un material más doctrinal que ficcional, aunque esto último tampoco tiene por qué estar ausente del todo. La expresión lingüística y literaria sirve para la comunicación del propio pensamiento literario, social, político, científico, religioso, filosófico y cultural en general. Sin estar ausente el contenido estético, se sobrepone lo ideológico, es decir, la manifestación del conjunto de ideas fundamentales que componen el pensamiento de una persona (en este caso el propio autor) y, a través de él mismo, la de una parte de la colectividad, una época o un tiempo. Pero estos Cuadernos de Lanzarote no son solamente un diario, un registro de «ideas domésticas», de «sentimientos cotidianos», de circunstancias «medias y pequeñas» a través de las cuales cree el autor que así puede retener el tiempo y hacerlo pasar más despacio sólo «porque voy describiendo algo de lo que en él sucede», sino que también abarca otras clasificaciones incluidas en ese mismo género didáctico-ensayístico al que pertenecía el diario: la autobiografía, la epístola, las memorias, la confesión, el ensayo, el diálogo, el libro de viajes, el discurso y la historia. Todo esto engloban los Cuadernos de Lanzarote bajo esa denominación abarcadora que Saramago identifica parcamente como diario. Pero además estas páginas están salpicadas de sagaces pensamientos fragmentarios, también familiares a los anteriores: algunas sentencias, algunas máximas e incluso, como en muchas de sus obras de ficción estricta, aforismos.

José Saramago habla de diario, pero también de autobiografía, identificando varios aspectos distintos como algo similar o al menos complementario: «Un día escribí que todo es autobiografía, que la vida de cada uno de nosotros la estamos contando en todo cuanto hacemos y decimos, en los gestos, en la manera como nos sentamos, como miramos, como volvemos la cabeza o cogemos un objeto del suelo. Quería yo decir, entonces, que, viviendo rodeados de señales, nosotros mismos somos un sistema de señales». El diario atiende a esa relación de hechos cotidianos en los que está presente el Yo, pero en menor medida que en la autobiografía ya que no puede —día a día— presentar la panorámica total de una vida como en el caso de esta última. En la autobiografía, el Yo hace la historia de sí mismo. Se diferencia de la memoria y del diario en que en ellos está más presente un diálogo entre la propia identidad y la necesidad de verse como otro. En las memorias y en el diario es muy decisiva la presencia de la realidad exterior del Yo y de los otros. Saramago, en algunas páginas de estos Cuadernos de Lanzarote, nos deleita contando el porqué de su apellido, que era sólo un mote familiar y cuya inscripción en el registro se debió a una broma burocrática; también nos relata algunas de sus primeras lecturas y descubrimientos literarios en las bibliotecas públicas (la revista Athena y en ella los poemas de un poeta que ignoraba que hubiera existido en Portugal, Ricardo Reis, que publicaba unas odas conmovedoras); o si no, hace asimismo una descripción de sus primeros trabajos profesionales en un taller de cerrajería mecánica, mientras compartía sus nacientes inquietudes intelectuales. Saramago habla también de experiencias personales y culturales, a las que califica de memorias. Parte de su gran labor literaria ha sido la de acarrear y trabajar sobre esos confusos materiales de la memoria, sobre esa memoria «que voy teniendo de aquello que, en el pasado, ya fue memoria sucesivamente añadida y reorganizada». En otro lugar, Saramago se detiene para preguntarse: «¿Qué inquietante memoria es la que a veces me asalta de ser yo la memoria que tiene hoy alguien que ya fui, como si en el presente fuese finalmente posible ser memoria de alguien que hubiese sido?».

Diario, memorias, autobiografía, pero el autor de estos Cuadernos de Lanzarote, en otro texto, habla de confesión, aunque lo haga de una manera aparentemente despectiva: «Por mucho que se diga, un diario no es un confesionario». La confesión, aunque como escribió María Zambrano, es también un género literario (así lo clasificamos anteriormente), se filtra también en el diario y en estos Cuadernos. La confesión como expresi

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