Anécdotas del destino

Isak Dinesen

Fragmento

01

El buceador

Mira Jam contó esta historia:

Vivía en Shiraz un joven estudiante de teología llamado Saufe que era sumamente inteligente y de corazón puro. Leyendo y releyendo el Corán llegó a ensimismarse de tal modo en el pensamiento de los ángeles que su alma convivía con ellos más que con su madre o sus hermanos, sus profesores y compañeros de clase, y que con ninguna otra persona de Shiraz.

Se repetía a sí mismo las palabras del Libro Sagrado: «... Por los ángeles que arrancan con violencia las almas a los hombres, y por los que a otros hacen salir el alma con dulzura, por aquellos que cruzan con agilidad los aires llevando órdenes de Dios, por aquellos que preceden y anuncian la llegada del justo al Paraíso, y por aquellos que, subordinadamente, gobiernan los asuntos de este mundo...»

«El trono de Dios», pensaba, «ha de estar situado tan alto en el cielo que los ojos del hombre no alcancen a distinguirlo, y su mente sienta vértigo ante él. Pero los ángeles resplandecientes se mueven entre los salones azules de Dios y nuestras oscuras casas y escuelas. Deberíamos poder verles y comunicarnos con ellos.»

«Las aves», meditaba, «deben de ser, de todas las criaturas, las más parecidas a los ángeles. ¿Acaso no dicen las Escrituras: ‘Cualquier ser que se mueve en el cielo y en la tierra adora a Dios, y los ángeles también’? Desde luego, las aves se mueven en el cielo y en la tierra. ¿Y no dicen además de los ángeles: ‘No están poseídos de orgullo hasta el extremo de desdeñar su servicio, sino que cantan y cumplen lo que se les ordena’? Pues sin duda las aves hacen lo mismo. Si nos esforzamos en imitar a las aves en todo esto, llegaremos a asemejarnos a los ángeles más de lo que nos parecemos ahora.

»Pero además de estas cosas, las aves tienen alas, como las tienen los ángeles. Estaría bien que los hombres pudiesen construirse unas alas, elevarse hacia las altas regiones donde mora una luz radiante y eterna. Un pájaro, si fuerza al máximo la capacidad de sus alas, puede cruzarse con un ángel en alguno de los senderos inexplorados del éter. Quizá el ala de la golondrina ha rozado el pie de algún ángel; o se ha cruzado la mirada de un águila, en el momento en que sus fuerzas estaban casi exhaustas, con los ojos serenos de los mensajeros de Dios.

»Dedicaré mi tiempo», decidió, «y mis conocimientos a la empresa de construir unas alas así para mis semejantes.»

De modo que decidió abandonar Shiraz para estudiar las costumbres de las aladas criaturas.

Hasta ahora, enseñando a los hijos de los hombres ricos y copiando antiguos manuscritos, había mantenido a su madre y a sus hermanos más pequeños; y se lamentaron de que sin él caerían en la pobreza. Pero él replicó que algún día su éxito les compensaría sobradamente de las actuales privaciones. Sus maestros, que le habían pronosticado una carrera excelente, fueron a visitarle, y trataron de hacerle ver que si el mundo llevaba funcionando tanto tiempo sin que los hombres se comunicasen con los ángeles sería porque estaba hecho para que fuese así, y podía seguir estándolo también en el futuro.

El joven softa les contradijo respetuosamente.

—Hasta hoy —dijo—, nadie ha visto a las aves migratorias alzar el vuelo hacia esferas más cálidas, que no existen, ni a los ríos abrirse paso por entre rocas y llanuras, y correr hacia un océano imposible de encontrar. Pues Dios no crea un anhelo y una esperanza sin que exista una realidad dispuesta a satisfacerlos. Pero nuestro anhelo es nuestra garantía; y bienaventurados los que añoran el hogar, porque ellos volverán a él. Además —exclamó, llevado por el curso de sus propios pensamientos—, ¿cuánto mejor no iría el mundo del hombre si pudiese pedir consejo a los ángeles y aprender de ellos a comprender la marcha del universo, que tan fácilmente leen porque lo ven desde arriba?

Tan sólida era la fe que tenía en su empresa que al final sus maestros renunciaron a rebatirle, y pensaron que la fama de su discípulo podía, con el tiempo, hacerles famosos a ellos también.

Así, pues, el joven softa convivió durante un año entero con las aves. Se hizo un lecho en la yerba alta de la llanura, donde canta la codorniz; trepó a los árboles viejos en los que anidan el tordo y la paloma torcaz; encontró acomodo en el follaje, y permanecía tan inmóvil que no inquietaba los más mínimo a las aves. Vagó por las altas montañas y, por debajo justo del límite de la nieve, vivió en la vecindad de un par de águilas a las que observaba ir y venir.

Regresó a Shiraz enriquecido de ideas y conocimientos, y se puso a trabajar febrilmente en sus alas.

Leyó en el Corán: «Alabado sea Dios, que dota a sus ángeles de dos, tres o cuatro pares de alas», y decidió hacerse tres pares, uno para los hombros, otro para la cintura y otro para los pies. Durante sus vagabundeos había recogido centenares de plumas de águila, de cisne y de buitre; se encerró con ellas, y se puso a trabajar con tanto celo que durante mucho tiempo no vio ni habló con nadie. Pero cantaba mientras trabajaba; y los transeúntes se detenían a escuchar, y se decían: «Ese joven softa alaba a Dios y hace lo que está mandado.»

Pero cuando terminó su primer par de alas, y hubo probado y tanteado su fuerza de elevación, no fue capaz de guardar su triunfo para sí, sino que lo contó a sus amigos.

Al principio, la gente importante de Shiraz, los teólogos y los altos oficiales, se rieron de los rumores de su hazaña. Pero cuando estos rumores se extendieron, y los sostuvieron numerosos jóvenes, empezaron a alarmarse.

—Si este muchacho volador —se dijeron unos a otros— llega a encontrarse y a comunicarse efectivamente con los ángeles, las gentes de Shiraz, como suele ocurrir cuando acontece algo excepcional, se volverán locas de admiración y alegría. Y quién sabe qué cosas nuevas y revolucionarias podrán contarle los ángeles. Pues, al fin y al cabo —decían—, puede que haya ángeles en el cielo.

Meditaron la cuestión, y el más anciano de todos, un ministro del rey llamado Mirzah Aghai, dijo:

—Este joven es peligroso, puesto que tiene grandes sueños. Pero es inofensivo, y será fácil de manejar, puesto que ha abandonado el estudio del mundo real, en el que se ponen a prueba los sueños. En una sola lección, le demostraremos la existencia de los ángeles. ¿O es que no hay mujeres jóvenes en Shiraz?

Al día siguiente mandó buscar a una de las bailarinas del rey, llamada Thusmu. Le explicó el caso hasta donde consideró conveniente que estuviese ella enterada, y prometió recompensarla si le obedecía. Pero si fracasaba, otra bailarina, amiga suya, ocuparía su lugar en el cuerpo de bailarinas reales durante la fiesta de la recolección de rosas para la fabricación de esencia.

Así fue como una noche en que el softa se había subido al tejado de su casa para contemplar las estrellas y calcular la velocidad a la que podría desplazarse de una a otra, oyó que le llamaba

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