Al hijo que no tengo

Pedro Ruiz

Fragmento

Contenido

Contenido

Antes de empezar

Raíz y destino

Trazos

La vida te vive

Si lo sé, no nazco

Exámenes para (casi) todo

Pasión, pirueta

Nacemos prematuros

Lo que nos pasa

El éxito sucede por dentro

Tu tiempo es éste

Escribir desde la torpeza

La gente somos todos

Rebaños

Ser tú mismo (con tu organismo)

El dinero no cambia a nadie

Todo tiene quien todo da

A cuento de qué

Ubi bene, ibi patria

El verdadero sexo débil

El enredoso sexo

Uno es uno (a veces + otro)

Estar al abrigo de un miope

La alegría de los otros

Hacienda lo sabrá

Yo me miento solo

De la resistencia

La infección

Evasión o derrota

Una pequeña metáfora de la vida

No hay enemigos

Los buenos bienes

De tratos y contratos

De coartadas que nos coartan

Creer es crear

Un largo cuento de polvos y ambiciones

La claraboya del alma

Invéntate la vida

Elévate

Una contradicción en marcha

Tu vida por vivir

El pesimista

El esperanzado

If

Cosas que descubrir

Diez libros que te regalaría

Diez películas que vería contigo

Diez canciones que te haría escuchar

Diez personas a las que te invitaría a mirar

Un poco de experiencia en cien comprimidos

Agradecimientos

Galerada_HijoNoTengo-4.xhtml

Antes de empezar

floritura40.eps

Galerada_HijoNoTengo-5.xhtml

Raíz y destino

El 7 de marzo de 1997 a mi madre se le repitió un ictus, mientras se recuperaba de otro anterior, más suave, en la Clínica Corachan de Barcelona.

Escribo estas líneas a mano, como casi siempre, y tengo que hacer un esfuerzo ingente para que el trazo no salga tembloroso.

Hoy es 23 de noviembre de 2009.

Mi madre partió el 15 de abril. Y desde entonces el planeta me parece deshabitado.

Incluso de mí mismo.

Durante doce años, un mes y ocho días hemos vivido una relación imposible de explicar en libro, película o formato alguno.

Con la ayuda del resto de la familia —inicialmente— y dedicado solo y plenamente después, he vivido una etapa de mi vida para la que no encuentro palabras, ni entre las que ya existen ni entre las que podrían ser.

Mi madre es —siempre me gusta hablar de ella en presente— un rayo de luz blanca en un mundo de brumas.

Optimista, abnegada, de risa resplandeciente porque le sale del alma («Me ríen los huesos» es una expresión suya), obstinada en sus empeños, generosa, sabia, terca y con una visión especial del interior de las personas.

Hemos tejido en este tiempo, más que en el anterior donde no nos faltó la unión permanente, una relación irrepetible.

Con 8 años Juana había leído Los Miserables. Cosa que aún no comprendo cómo hizo, puesto que en aquella época acompañaba a mi abuelo Pedro a vender pescado por las calles de Barcelona.

Su Barcelona. La nuestra

A esa misma edad, ella sola, entró en la Catedral e hizo la Primera Comunión sin fiesta ni boato ni compañía. Lo sentía y no había para más.

Nos sacó adelante contra viento y marea. Y durante cuarenta y cinco años ha sido, y es, una de las colaboradoras más entregadas del Cottolengo del Padre Alegre en Barcelona.

Allí las hermanas lo saben. Y las niñas la adoran. Las ha llevado a comer a casa, a la playa, a las cabalgatas de Reyes en la Vía Layetana, a los desfiles de la Guardia Urbana... Ha pasado decenas de horas, día tras día, con ellas, en la propia institución. Cantándoles, mimándolas, dándoles de comer, cuidándolas, amándolas... «Tendría que pagar por venir. De la alegría que me da estar aquí.»

Lo ha dicho siempre.

El ictus del 7 de marzo de 1997 la dejó paralizada de la parte derecha. Consciente y sin habla. No me extenderé en esto.

A pesar de todo, y con esfuerzos que no detallaré, ha hecho vida normal. Hemos caminado cada día. Me empeñé y la empeñé. Hasta el último minuto. Hemos cantado, reído, reñido, viajado, salido a comer fuera de casa permanentemente, ido al cine, al mar, de compras, a jugar inocentemente con mi hermano, a la peluquería...

Vida normal, a pesar de las circunstancias, y lúcida.

Recuperó parte del habla a base de aplicar toda su voluntad y una exhaustiva insistencia mía que la forzaba hasta el exceso a veces. No me resignaba a permitirle palidecer.

Vestida de «punta en blanco», como a ella le gustaba, hemos recorrido las calles de Barcelona y Madrid permanentemente. Repartiendo besos a todo lo que le producía emoción. Y, créanme, era casi todo, como sus lugares queridos: Colón, el puerto, Sitges, Castelldefels, Garraf, el Tibidabo, «su calle Muntaner», «su-nuestra calle del Camp», La Bonanova, La Cibeles, La Puerta de Alcalá... ¡Tantas cosas! ¡Tantas!

Dejé mi vida para hacer la nuestra. Minuto a minuto.

Pero su mirada tan auténticamente honda y limpia era y es el único puerto donde mi alma se siente abrigada. Éramos un solo ser. Inventamos centenares de juegos para volver a hablar. De forma tozuda y divertida. Y avanzábamos.

No creo que haya habido otra época en la que nos comunicáramos mejor. Dos almas fundidas.

Y no han faltado, ¡qué va!, momentos durísimos, sobresaltos, padecimientos, cansancios... Para ella estar así ha sido atroz. Dependiente siempre. Cuando antes ella era la cuidadora de todos.

Las personas que no

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos