El animal social

David Brooks

Fragmento

 

Título original: The social animal

Traducción: Joan Soler

1.ª edición: enero 2012

 

© David Brooks, 2011

© Ediciones B, S. A., 2012

Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)

 

www.edicionesb.com

Depósito Legal:  B.10362-2012

ISBN EPUB:  978-84-9019-011-1

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Contenido

Portadilla

Créditos

 

Introducción

1. Toma de decisiones

2. La mezcla de mapas

3. Mindsight

4. Confección de mapas

5. Vínculo de apego

6. Aprendizaje

7. Normas

8. Autocontrol

9. Cultura

10. Inteligencia

11. Arquitectura de elección

12. Libertad y compromiso

13. Limerencia

14. El gran relato

15. Métis

16. La sublevación

17. Envejecer

18. Moralidad

19. El líder

20. El lado blando

21. La otra educación

22. Significado

Agradecimientos

 

Introducción

 

Ésta es la historia más feliz que hayan leído ustedes jamás. Habla de dos personas que llevaron una vida maravillosamente plena. Tuvieron profesiones apasionantes, se ganaron el respeto de sus amigos e hicieron importantes contribuciones a su barrio, su país y su mundo.

Lo curioso es que no eran genios de nacimiento. Obtenían puntuaciones normales en las pruebas SAT (Test de Aptitud Académica) y CI (Coeficiente Intelectual) y esa clase de cosas, pero no poseían dotes mentales o físicas fuera de lo común. Eran atractivos pero no bellos. Jugaban a tenis e iban de excursión, pero ni siquiera en el instituto fueron deportistas destacados, y a esa edad nadie habría dicho que estaban destinados a destacar en nada. Sin embargo, alcanzaron ese éxito, y todo aquel que los conoció tuvo la impresión de que su vida era por demás dichosa.

¿Cómo lo hicieron? Poseían lo que los economistas denominan habilidades no cognitivas, la categoría comodín para las cualidades ocultas que no es fácil contar o medir, pero que en la vida real conducen a la felicidad y la realización.

En primer lugar, tenían buen carácter. Eran activos, honrados y fiables. Tras los reveses, persistían y reconocían sus errores. Se sentían lo bastante seguros de sí mismos para asumir riesgos y tenían la suficiente integridad para cumplir con sus compromisos. Intentaban identificar sus puntos débiles, expiar sus pecados y controlar sus peores impulsos.

Y algo igual de importante: eran espabilados. Sabían interpretar a la gente, las situaciones y las ideas. Si se veían frente a una multitud o enterrados bajo un montón de informes, eran capaces de desarrollar una sensación intuitiva del paisaje —qué armonizaba y qué no armonizaría nunca, qué rumbo sería provechoso y cuál no lo sería jamás—. Para navegar por el mundo contaban con las destrezas de un marino avezado.

A lo largo de los siglos se han escrito miles de libros sobre cómo alcanzar el éxito. No obstante, estas historias suelen contarse en el nivel superficial de la vida. Describen las universidades donde estudian las personas en cuestión, la experiencia profesional que adquieren, las decisiones que toman, y los consejos y las técnicas que siguen para formar relaciones y progresar. Estos libros acostumbran centrarse en una definición externa del éxito, que tiene que ver con el CI, la riqueza, el prestigio y los logros materiales.

La historia que aquí contamos discurre en un nivel más profundo. Hace hincapié en el papel de la mente interior: el ámbito inconsciente de las emociones, las intuiciones, las tendencias, los deseos, las predisposiciones genéticas, los rasgos de la personalidad y las normas sociales, el ámbito en que se forma el carácter y la gente se desarrolla.

Vivimos en plena revolución de la conciencia. En los últimos años, numerosos genetistas, neurocientíficos, psicólogos, sociólogos, economistas, antropólogos y otros han hecho grandes progresos en el conocimiento de los componentes básicos del crecimiento humano. Y un hallazgo esencial de su trabajo es que no somos fundamentalmente fruto de nuestro pensamiento consciente. Derivamos sobre todo del pensamiento que tiene lugar por debajo del nivel de conciencia.

Los elementos inconscientes de la mente no son vestigios primitivos que hemos de sofocar para tomar decisiones sensatas. No son cuevas oscuras de impulsos sexuales reprimidos: los elementos inconscientes constituyen la mayor parte de la mente —donde se producen casi todas las decisiones y muchos de los pensamientos más dignos de admiración—. Estos procesos sumergidos son los semilleros del logro.

En su libro Strangers to Ourselves, Timothy Wilson, de la Universidad de Virginia, escribe que la mente humana es capaz de asimilar en un momento dado once millones de informaciones. Según la estimación más generosa, la gente es consciente de cuarenta.[1] «Algunos investigadores —señala Wilson— han llegado a sugerir que la mente inconsciente hace prácticamente todo el trabajo y que la consciente acaso sea una ilusión.»[2] Ésta sólo inventa historias que intentan dotar de sentido a lo que está haciendo la mente inconsciente por su cuenta.

Wilson y la mayoría de los investigadores que aparecen en este libro no llegan tan lejos. De todos modos, sí creen que diversos procesos mentales inacces

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