La verdad de la patria

Rafael Sánchez Ferlosio

Fragmento

Presentación

Presentación

Puede que la de Rafael Sánchez Ferlosio —la de los llamados «niños de la guerra»— sea la primera generación de intelectuales y escritores españoles que se desentendió de España como patria. La primera que no quiso saber nada de España como «problema», y a la que la misma España ni le dolía ni le dejaba de doler, simplemente se la repampinflaba.Así dicho, puede que esto suene demasiado chocante y hasta un punto provocador, pero, hechas las correspondientes matizaciones, se ajusta bastante bien a la realidad de los hechos. Educados y crecidos en el franquismo, esos «niños de la guerra» padecieron en carne propia, durante sus años de formación, la exaltación partidaria de la más rancia ideología nacional, y fueron la primera generación para la que los símbolos y distintivos patrióticos —la bandera y el himno, por supuesto, pero también Don Pelayo, el Cid Campeador y Agustina de Aragón, el flamenco, la jota, los toros, el pasodoble, la paella, todo el beaterio nacionalcatólico, El Escorial y hasta la mismísima Giralda de Sevilla— quedaron indeleblemente impregnados de la refitolera fraseología de un régimen autárquico, vengativo, zafio y anacrónico, entre cuyos daños más prolongados se cuenta el quizá irreparable desapego de muchos españoles respecto de todos esos símbolos y distintivos, y hasta de la misma palabra «España», y la noción que de ella se desprende.

El patriotismo español, monopolizado desde el final de la Guerra Civil por el franquismo, tuvo efectos tan disuasorios sobre algunos de esos «niños de la guerra» que los vacunó para siempre de toda adhesión patriótica y, por lo mismo, de toda infección nacionalista, de la parte que fuera. Pues tan difícil como reconocer entre los miembros de la llamada «generación del 50» la más mínima marca de «españolez», el más mínimo rastro de identificación con la tradición heredada —incluso con la lengua heredada—, lo es reconocer simpatía alguna hacia el nacionalismo rampante de vascos, catalanes, gallegos...Toda invocación a la patria, cualquiera que esta fuera, se hizo para ellos sospechosa y les suscitaba una instintiva aprensión.Y así, ya en democracia, ni Carlos Barral, ni Jaime Gil de Biedma, ni Juan Marsé, ni Gabriel Ferrater, ni los hermanos Goytisolo, por ejemplo, simpatizaron con el nacionalismo catalán más de lo que simpatizaron, antes y después de la muerte de Franco, con el nacionalismo español, igualmente suspicaces del uno como del otro, por mucho que eventualmente apoyaran y estimaran razonables algunas de las reivindicaciones de aquél.

De entre todos los miembros de su generación, probablemente sea Ferlosio el que más asidua y profundamente reflexionó sobre lo que constituye el meollo de todo patriotismo: «el nefasto fetiche de la identidad». Su alergia tanto a la noción de patria como al ufano sentimiento de adhesión que comporta obedece a su convencimiento de que toda identidad, ya sea individual o colectiva, se define por antagonismo, y que se mantiene a fuerza de alimentarlo. De ahí que, en un ensayo célebre de 2002 llame a la patria «hija de la guerra», y a su vez llame a la guerra «hija de la patria». La cuestión de la patria y del patriotismo se imbrica íntimamente, para el autor, con otras cuestiones también centrales en su pensamiento: la de la guerra misma y las de la historia y la conciencia histórica.A las dos ha dedicado importantes trabajos que sin duda configuran un oportuno trasfondo para los que se reúnen en el presente volumen. El criterio empleado para seleccionar éstos, sin embargo, es la centralidad que en ellos ocupa la cuestión específica de la patria, de sus símbolos y su fraseología, lo que equivale poco menos que a decir que sobre lo que discurren buena parte de ellos es acerca de la cuestión del nacionalismo, en la medida en que para Ferlosio estas dos nociones —la de patriotismo y nacionalismo— «connotan hoy por hoy su mutua negación».

No hace falta, se diría, enfatizar la oportunidad y el interés que tiene publicar esta selección en un momento como el actual. Conviene, eso sí, recordar que Ferlosio se decantó como ensayista y articulista en los años de la transición española a la democracia, unos años en que las reclamaciones nacionalistas pusieron sobre la mesa —donde ya nunca iba a dejar de estar— la cuestión de las identidades nacionales y regionales. Entre los primeros artículos publicados por Ferlosio en El País,el diario en el que iba a colaborar con relativa asiduidad en los años ochenta y noventa, destaca la pieza con que se abre la presente selección: «Villalar por tercera y última vez» (2 de mayo de 1978), en la que su autor analiza con severísimo humor el error de planteamiento con que se abordó la construcción del llamado «Estado de las autonomías», a partir del precedente sentado, todavía en las últimas cortes franquistas,por Laureano López Rodó (impulsor del Grupo Parlamentario Regionalista, del que derivó, ya tras la muerte del dictador, el partido Acción Regional, integrado luego en Alianza Popular). Ferlosio reprocha a Adolfo Suárez —urgido de «asegurarse en un mínimo de tiempo una aquiescencia pública suficientemente amplia y general»— el haber superpuesto a la lógica administrativa que hubiera debido regir el saludable empeño descentralizador «las sedicentes unidades histórico-culturales», lo que enseguida derivó, por parte de unos y otros, en «el culto idolátrico de los nombres y los símbolos y la egolátrica embriaguez de la autoafirmación».

En las dos décadas siguientes a la fecha de este artículo, las cuestiones relativas al nacionalismo y las distintas manifestaciones del culto de la identidad colectiva —ya fuera española, catalana, vasca o andaluza— serían, junto a la imperiosa cuestión del terrorismo etarra —y su réplica en los GAL—, las más recurrentemente tratadas por Ferlosio en sus artículos sobre la actualidad política española. Esas mismas cuestiones serían también el objeto de una serie de trabajos que en 1992, en el marco de la edición de sus Ensayos y artículos,reunió bajo el título común de «Idiotética», término acuñado por él mismo con ocasión de su participación en el congreso de Gerona de febrero de 1984, donde leyó su importante «Discurso de Gerona», recogido en el presente volumen. Derivado del griego idiótes, que significa ‘particularidad’, idiotética —explica Ferlosio— sería algo así como ‘cuestión o tratado de las particularidades’, que vienen a ser lo mismo que los llamados ‘rasgos diferenciales’ o ‘particularidades distintivas’ sobre las que «se erige ese fantasma fetiche llamado identidad».

Como se ve, la impugnación que Ferlosio hace de este «fetiche de la identidad» trasciende con mucho el marco de las identidades peninsulares, en cuanto aquél es una constante en toda suerte de comunidades y a lo largo de toda la historia.De ahí que,al lado de los artículos ocupados en «asuntos nacionales», referidos a la actualidad española, se añadan aquí unos pocos

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