Liberales

José María Lassalle

Fragmento

1 Peregrinaje whig

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Peregrinaje whig

1. LUCHA CONTRA EL MIEDO

En su libro Vicios ordinarios, la politóloga Judith N. Shklar introdujo una fenomenología temporal del liberalismo a partir de sus prácticas y valores constitutivos. Identificó el surgimiento de este pensamiento a partir de la reacción intelectual que tuvo lugar en Europa frente a los extremos de crueldad y violencia generados por las guerras religiosas y el despotismo de los siglos XVI y XVII. Para Shklar, el liberalismo nació como una trinchera institucional frente al miedo. Una trinchera desde la que se desarrolló una estrategia inicialmente de resistencia frente al poder político y religioso. Con el tiempo fue más lejos: adquirió un fervor revolucionario al servicio del ideal radical que espoleó el calvinismo en su lucha por la supervivencia. Dio pie al establecimiento de un orden político nuevo, basado en la separación de poderes y la defensa de la conciencia, la libertad y la propiedad. Las raíces más profundas del liberalismo habrá que buscarlas, por tanto, en el deseo de proteger la conciencia y la libertad de la persona frente a la violencia de los absolutos propagados durante los inicios de la Modernidad. Una protección institucionalizada a través de la propiedad que transformó los ideales de virtud esgrimidos por el humanismo cívico utilizando la plataforma de una narración política revolucionaria basada en los derechos naturales y el gobierno limitado. Como sigue señalando Shklar, el miedo fue para los pensadores que hicieron surgir el liberalismo: «El mal, la amenaza que hay que evitar a toda costa. La justicia misma no es más que una red de disposiciones legales necesarias para mantener a raya la crueldad, especialmente por quienes tienen a mano los instrumentos de la intimidación. Por ello, el liberalismo se concentra tan obsesivamente en el gobierno limitado y predecible. La prevención del exceso físico y la arbitrariedad deberá lograrse mediante una serie de medidas legales e institucionales destinadas a aportar los frenos que no se puede esperar que ofrezcan ni la razón ni la tradición».1

Guiados por esta interpretación, podemos ofrecer el momento temporal y el lugar donde nació el liberalismo. Fue en Inglaterra durante la llamada Crisis de la Exclusión, en la década que va de 1678 a 1688. Fue entonces cuando este país vivió un escenario de confrontación abrupta en el que los whigs pusieron en marcha un movimiento partidista que trató de impedir que el absolutismo y la Contrarreforma se instalaran en el país alentados por un contexto internacional propiciado por el avance del catolicismo en el continente europeo.2 El detonante que impulsó el nacimiento del liberalismo fue el miedo que amplios sectores de la sociedad sintieron ante la hipótesis de que los Estuardo transformaran Inglaterra en una monarquía absoluta que revocara la tolerancia religiosa y aboliera los derechos parlamentarios que disfrutaban las clases medias puritanas de la época. La propiedad y, asociada a ella, la libertad política y religiosa fueron las líneas argumentales que aglutinaron el relato de resistencia y confrontación que los whigs emplearon políticamente.3 Sobre todo, después de que la tolerancia se mostrara fallida al respecto, pues no hay que olvidar que protagonizó el debate político durante los años que van de la Restauración de 1660 al inicio de la crisis que terminó con ella.

Se puede ser más preciso y afirmar que 1681 fue el año del nacimiento del liberalismo. Entonces el compromiso que sustentó la Restauración se rompió abiertamente y, con él, el antiguo equilibrio entre Parlamento y Corona teorizado dos décadas antes.4 Parafraseando el título de la famosa obra de John Pocock, Inglaterra vivió entonces un momento liberal en el que se afrontó colectivamente un esfuerzo parecido al que Maquiavelo desplegó durante la agonía cívica de la república florentina.5 Se trató de un instante en que el tiempo se detuvo también en la mente de un pensador —John Locke— que al servicio de un político relevante —Lord Shaftesbury—, ofreció una respuesta al cambio de cosmovisión al que se enfrentaba su país como consecuencia de la aceleración y la agitación que provocaba el ritmo impuesto por el Progreso en la definición conceptual del poder o, si se prefiere, del gobierno. Ese instante temporal tenía que ver también con un cambio de paradigma intelectual asociado a la consolidación de una revolución científica y comercial que Inglaterra abanderaba en Europa. Un cambio que se veía amenazado por una reacción monárquica que trataba de restaurar la tradición previa a la guerra civil y la Commonwealth de Cromwell para refundarla sobre los fundamentos de un absolutismo de inspiración francesa y criptocatólica. De ahí que este momento liberal se produjera en medio de un clima rebosante de conspiraciones y luchas partidistas. Tan imbuido estaba de esta atmósfera que el liberalismo llegó al mundo de la historia de las ideas con el perfil de una ideología radical y revolucionaria que centró su trabajo en redefinir sistemáticamente las aportaciones intelectuales gestadas a lo largo del siglo XVII durante la lucha del Parlamento por consolidar las libertades y los derechos del pueblo inglés. Concretamente, las aportaciones surgidas, primero, de la resistencia frente a los apetitos absolutistas de Jacobo I y Carlos I; después, de los debates desarrollados durante la guerra civil por los levellers y, finalmente, de autores como Milton y Harrington que, comprometidos con la causa republicana que lideró Cromwell, dejaron también una huella indeleble en el nacimiento teórico del liberalismo.

Los principales protagonistas de este parto fueron Lord Shaftesbury y John Locke. El primero lideró el movimiento whig a partir de los años setenta, y el segundo fue uno de sus hombres de confianza, asesorándole en la sombra y redactando sus discursos parlamentarios mientras escribía los Dos Tratados sobre el gobierno civil, obra en la que se concretan por primera vez las coordenadas precisas del pensamiento liberal.6 Uno y otro, moviéndose en planos distintos pero relacionados entre sí, contribuyeron decisivamente a que la confrontación partidista que vivieron los whigs y sus oponentes los tories cristalizara en un enfrentamiento ideológico. Por un lado, los que defendían un protestantismo asentado en el poder del Parlamento y en la vigencia de una serie de derechos vinculados a la libertad política y religiosa del pueblo inglés, y por otro, los que cuestionaban este entramado institucional y legal poniéndose del lado del rey y reclamando un aumento de su capacidad de decisión política y religiosa, admitiendo incluso la persecución y encarcelamiento de sus oponentes, así como el uso de prácticas corruptas mediante la compra de cargos y de apoyos políticos.7 Con todo, esta disputa, como se verá más adelante, no era nueva. Ya se dio con matices antes de la guerra civil, y también durante ella, agrupando así a los ba

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